lunes, 28 de julio de 2008

Malena y las antorchas


Fui sin ganas, como muchos de los que estuvimos allí. Antorchas del 26 de julio. Antorchas por la avenida Independencia. Antorchas hasta el viejo edificio clavado en medio de la avenida más ancha. Antorchas en el espacio en que alguna vez el renunciamiento hizo aladelta. Cansados, confundidos, algo descolocados, el fuego no alcanzó para despabilarnos. Sábado a la tarde en la ciudad, los turistas disparan sus flashes, los tacheros no terminan de creer que también ese día. Se supone que en vez de repetir hasta el cansancio el rito movilizador, alguna vez nos vamos a dar tiempo para mirarnos. ¿El aguante es nuestro territorio exclusivo? ¿Aguantar y tolerar como nos cambian de lugar las excusas? El sábado, Malena estuvo allí. Daban ganas de contar todas las antorchas brillando en sus ojitos de diez años. Las vio, marchó y hasta alzó una en alto. Tal vez mi condición de tío me lleva a exagerar, pero al menos para mí, el asombro de Malena le devolvió el sentido a esa tarde de sábado. Desde la tribuna dijimos que se vienen tiempos difíciles. No bastará para transitarlos que repitamos las ceremonias de siempre.

sábado, 19 de julio de 2008

Más allá de los 30 denarios


Mariano T. dijo...
Ya lo dijo Nestor. Es todo o nada, negociar es para los débiles.
Hubo mil posibilidades de acordar, también podrían haber tomado en cuenta
las modificaciones que planteó felipe, o las de lozano,
podrían habr aceoptado en el senado la prolongación
de las compensaciones más allá de Octubre, etc, etc.
Pero no, es todo o nada.
La verdad nunca vi una derrota política tan merecida.

La cita es uno de los mensajes que le enviaron a Artemio López a su blog rambletamble.
Tal vez el comentario comienza siendo injusto con Néstor. En más de una oportunidad nos demostró que sabe negociar, con el valor agregado de animarse a prolongar la tensión hasta donde la media general no se atrevería.
Incluso en este conflicto, con todos sus desaciertos, no le faltó claridad al ver lo que se venía y al plantarse desde lo que se tenía para resistir y acumular fuerzas. ¡Claro que había que ser duro! Pero eso no excluía negociar ni prohibía la sintonía fina.
Casi todo lo que sigue en el mensaje de Mariano T nos desnuda. No se admitió la posibilidad de acordar, se concedió a regañadientes y frente a lo irremediable –como las modificaciones sucesivas a la resolución- y eso es peor que ceder al negociar.
Se desaprovecharon oportunidades, se cometieron nuevos errores. Hoy agradecemos los nuevos apoyos que hemos cosechado en esta lucha. Si le hubiéramos dado un poco más de libertad a la negociación en diputados creo que hoy tendríamos aun más sectores de este lado y no estaríamos llorando el desempate no deseado.
Pero estamos aquí y todos se preguntan, nosotros mismos nos preguntamos, si seremos capaces de recuperarnos de esta DERROTA (con mayúsculas, porque en algunas declaraciones nuestros voceros dicen que no hubo una DERROTA).
Asumirla, elaborarla, comprender cómo sucedió, ver el panorama que nos deja, despojarnos del enojo y del rencor para sacar conclusiones y elegir caminos. Eso es lo que nos espera.
Claro que podemos quedarnos detenidos en el señalamiento de traidores, encerrarnos en el carocito de acero de los ultraleales. Pero me parece que no habíamos venido a eso. Que nuestra misión era transformar el país y que confiábamos en no repetir los errores del pasado (incluidos los de la etapa fundacional del peronismo, como alguna vez le oí señalar con acierto a Carlos Kunkel). ¿Acaso no lo sigue siendo?
Eso no quiere decir que no sepamos que hubo traiciones.
“Vengo de un partido cuyo día más importante es el de la Lealtad ”, dijo Julio de Vido.. Una frase dura, elocuente, implacable.
Cobos no viene de ese partido. Eso no quiere decir que no pueda reclamársele lealtad. Pero cuando construimos –o concertamos- pluralidades, no nos deberían asombrar las defecciones de los aliados si nos cuesta trabajo sostener la lealtad de los propios. Además de identificar traidores con nombre y apellido, hay que situar las traiciones en el contexto político en que se dieron, para comprenderlas y comprender lo que sigue. A Cobos lo elegimos nosotros como vice. ¿Qué vamos a hacer al respecto? ¿Autoflagelarnos? Seguro que no. Es cierto que tal vez se pudo haber elegido un mejor candidato a vice. Pero no había mucha más arcilla disponible para el armado. Más de una vez hemos señalado las limitaciones de nuestra capacidad de construcción de fuerza propia como para pretender que Kirchner hubiera planteado avances y rupturas más ambiciosas.
Es importante que no perdamos de vista el sentido de nuestra lucha. ¿Estamos para enojarnos o para cumplir con nuestros objetivos? Viene bien que repasemos para qué estamos metidos en esto. Vamos por más participación popular, más trabajo, crecimiento sostenible, mejor distribución de la riqueza. “Vamos por todo”, se nos llena la boca a veces cuando nos levantamos con el ánimo alto. Ahora que nos comimos un cachetazo, todo nos sabe a nada. Mejor concentrémonos en esos objetivos. ¿Alguno es desacertado? Creo que no. ¿Qué necesitamos para encaminarnos hacia ellos, luego de semejante Cancha Rayada?
Respirar hondo todas las veces que haga falta. No renunciar al enojo, pero ponerlo en su justo lugar, en algún rincón en el que no nos nuble las decisiones. Y revisar qué hicimos para llegar al desenlace del rechazo en el Senado. No hablo de las equivocaciones como anécdotas, aunque un par de anécdotas seguramente nos pinten de pies a cabeza. No se nos van a caer los pantalones porque nos pongamos cara a cara con nuestros errores.
¿Nos olvidamos o no nos dimos cuenta que cada vez que la protesta del campo empezaba a debilitarse nosotros la reavivábamos con algún desacierto?
¿Qué hemos hecho, antes y después de la 125, por los campesinos y agricultores que nos han bancado en esta pelea?
¿Pondremos en marcha alguna vez la subsecretaría de agricultura familiar?
¿Todavía no nos convencimos que nos equivocamos si 99 de cada 100 están seguros que truchamos los índices de inflación?
¿La lealtad da chapa para que a uno le banquen cualquier cosa?
¿No hay que ponerle los puntos a algunos ultraleales, si con cada paso que dan nos achican el margen de maniobra?
¿Qué hacemos con los no tan leales, o los que de alguna u otra manera son distintos a nosotros, si advertimos que pueden ser valiosos, que sumarlos o articular con ellos nos amplia la base y el consenso? ¿Continuamos tratándolos mal, seguimos revoleando Felipes por la ventana, los puteamos al oído o a los gritos, los agarramos a trompadas, los ninguneamos o asumimos seriamente que los tenemos que oír y que pueden aportar a nuestra lucha?
Si seguimos teniendo vocación frentista, voluntad de concertar, y seguimos creyendo que hace falta más democracia y más pluralidad, ¿tenemos que pensar como Pichetto, que la concertación no sirve para nada, o tenemos que trabajar por una construcción frentista más sólida y más firme?
¿Creemos que el mundo se va a rendir ante nosotros por el solo empecinamiento o advertimos que para dar pasos importantes debemos construir consensos amplios, capaces de predominar en el sentido común para no sucumbir a los mandobles de nuestros enemigos?
¿Cómo proyectaremos esos consensos sobre la opinión pública? ¿Insistiremos en aquellos comportamientos que reprueba la inmensa mayoría? ¿Lo único que tenemos para presentar ante los sectores medios es enojo? ¿Dónde ponemos la inflación: en los índices o debajo de la alfombra? ¿Qué pintamos en las paredes: Cobos Judas o Aguante Cristina?
Son algunas de las preguntas que tal vez convenga respondernos.
La crisis nos debilitó, pero también nos permitió reconocer mejor nuestras fuerzas y sumar voces que antes nos miraban con vacilación. ¿Nos interesa que eso crezca?
Que la bronca no nos quiebre ni nos nuble la actitud convocante. Vamos con generosidad, retomemos la iniciativa, pongamos la agenda de transformación sobre la mesa, hagámoslo con apertura a lo que otros puedan aportarnos. Permitámonos sonreír desde la alegría de saber que no es por los treinta denarios que estamos dando esta lucha.

miércoles, 9 de julio de 2008

Beat the drum


Musa es zulú. Musa beats the drum. Musa inicia su viaje con su pequeño tambor, él que le regaló su padre. Va en busca de su tío, después que la “plaga” de SIDA lo dejó huérfano. Un camionero lo levanta en la ruta y lo lleva hasta la ciudad. El dueño de la empresa en la que trabaja ese camionero es un sudafricano blanco que tiene un hijo del que espera lo ayude con su compañía. Pero su hijo está enfermo: la misma plaga que se llevó al padre de Musa. Quedan unos cuantos detalles más de la historia que cuenta esta película. De todos ellos, me quedo en el de la foto del hijo del empresario, cuando niño, cargando su pequeño tambor.
Cuando juega, mi hijo Felipe toca el tambor. Sus manos pequeñas repican sobre la mesa en la que come, sobre el respaldo del sillón, sobre el escritorio, sobre este teclado en el que escribo, contra las paredes. Paula ha prometido que regalará un tambor a su sobrino Felipe. Y yo, que había tomado la promesa con una sonrisa, pero sin darle excesiva importancia, ahora estoy impaciente. Quiero que Felipe tenga su tambor. Quiero seguir repiqueteando mis dedos sobre el teclado. Quiero que los tambores suenen. Beat the drum. Para perder el miedo, para que podamos mirar la verdad a los ojos. Los ojos de Musa, los del niño de la foto, los de Felipe. Muero de ganas de ir a comprarle el tambor mañana mismo, pero la tía Paula no me lo perdonaría nunca. Digo mañana porque ahora es madrugada. Felipe duerme en su cuna, y Juana, sobre el pecho de su madre, con el oído pegado al tambor que oía cuando estaba en su vientre. Yo sé que un tambor no es nada más que eso, y lo más probable es que Felipe se termine aburriendo del regalo de su tía y el tambor termine guardado con otros juguetes viejos. Pero al ver a Musa, a Felipe, a Juana, al niño rubio de la foto, me doy cuenta que una buena manera de estar aquí es hacer que los tambores no dejen de sonar.

lunes, 7 de julio de 2008

Choro de criança


Juana llegó el 26 de junio, con el puente Pueyrredón cortado en memoria de Maxi y Darío y con Gilberto Gil tocando en el festival de jazz de Montreal el día de su cumpleaños 66.
Aunque no parezca al sostenerla, Juana pesó. Fueron 2,845 repartidos en 47 centímetros.
Apenas la sacaron, Juana lloró. La oímos antes de verla cuando en el quirófano descorrieron el velo que la separaba de nuestros ojos. Nosotros que amábamos a Martita lo primero que miramos fue que no se le pareciera y no nos lo reprochamos.
Su apgar fue 9-10 y en tren de pensar mal tal vez ayudó el pequeño corte que le dejó entre la cola y la espalda el bisturí que abrió la panza de su madre.
Lo cierto es que el súbito cambio lo respiró con una pequeña agitación que hizo que por dos horas no la trajeran a la habitación y la monitorearan, aunque sólo de reojo, porque en esas horas habían nacido otros dos bebés con más problemas que la tenue agitación de Juana.
O choro de criança é tudo que se tem em casa, cantó Gilberto Gil. A Juana no le canto esa canción sino una mucha más tonta que reinvento cada vez que llora en mis brazos.
Ahora que la nena preocupada que amo es mamá y que por ella y sus tetas es que Juana ronronea, mientras oigo desde la pieza los ronquidos de Felipe y miro la TV sin mirarla, no me quiero ir a la cama sin antes escribir que este amor necesitaba y a la vez se ganó esta casa tibia de canciones que cantamos para consolar los choros de criança de Felipe y de Juana.