jueves, 24 de septiembre de 2009

Silencio

Blade Runner es una peli para ver una y mil veces. Pero el lugar donde esas imágenes terminan de encontrar su dimensión es el que le dio origen, la novela de Philip Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". Aquí un fragmento de una obra que tal vez nunca se convierta en kippel.

Un silencio que emanaba del suelo y de las paredes y parecía generado por una vasta usina lo golpeó con tremenda energía. Brotaba de la moqueta gris en jirones, de los utensilios total o parcialmente destrozados de la cocina, de las maquinas muertas que no habían funcionado en ningún momento desde que Isidore había llegado. Rezumaba de la inútil lámpara de pie del cuarto de estar, combinándose con el que descendía, vacío y sin palabras, del cielo raso manchado por las moscas. En realidad, surgía de todos los objetos que tenía a la vista, como si él -el silencio- se propusiera reemplazar todos los objetos tangibles. Por eso no solamente afectaba a sus oídos sino también sus ojos: mientras contemplaba el televisor inerte sentía el silencio como algo visible y, a su modo, vivo. ¡Vivo! Con frecuencia había percibido antes la severidad de su cercanía: cuando llegaba, irrumpía sin delicadeza, evidentemente incapaz de esperar. El silencio del mundo no podía refrenar su codicia. Y menos ahora, cuando ya casi había vencido.
Se preguntó entonces si las demás personas que se habían quedado experimentaban el vacío de la misma manera. O bien esto podía deberse a su peculiar identidad biológica, una degeneración determinada por su inepto aparato sensorial. Vivía solo en ese ruinoso edificio de mil apartamentos deshabitados que, como todos los demás, se derrumbaba de día en día en un deterioro entrópico creciente. Finalmente, todo lo que había en su interior se fundiría, sería idéntico e irreconocible, mero desecho amorfo, kippel apilado hasta el cielo raso de cada apartamento. Y después el edificio mismo perdería su forma y quedaría sepultado bajo el polvo ubicuo. En ese momento él, naturalmente, estaría muerto. Este era otro hecho que resultaba interesante prever mientras permanecía en esa lamentable habitación, a solas con el silencio mundial que imperaba omnipresente y sin pulmones.
Quizá fuera mejor encender de nuevo el televisor. Pero los anuncios, dirigidos a los normales que quedaban, lo asustaban. Le decían en una interminable procesión de maneras que él, un especial, era indeseable. No servía. No podía emigrar aunque lo deseara. “Entonces, ¿para qué escucharlos?- se decía irritado-. Al diablo con ellos y con su colonización… Espero que allá también haya una guerra -después de todo era teóricamente posible- y que todo termine como en la Tierra. Y que los emigrantes se conviertan en especiales.”

Fragmento de
¿Sueñan los androides con ovejas electricas? de Philip K. Dick