jueves, 15 de noviembre de 2012

Horrible populismo


Bartolomé Mitre se queja de la mayoría de los que no piensan, de nuestro populismo horrible, de esta dictadura con votos. Si hasta se estrena como peronólogo y se anima a afirmar que este gobierno no es peronista (no sé cómo se sentirán ahora algunos muchachos que últimamente se dedican a decir lo mismo).
La CNN instala el debate del voto calificado en base a la educación o el nivel social.
No son sólo exabruptos o fuegos de artificio.
Aun cuando controlan buena parte del poder real, no les parece suficiente y se plantean seriamente cargase a la mismísima democracia reformateándola a su medida.
Por supuesto que no sorprende. Toda la historia del poder económico concentrado está jalonada de crímenes, intolerencia y autoritarismo.
Pero sí está claro que estamos en un momento complejo.
Por un lado, van por todo y empecinados en su modelo de concentración de la riqueza, no vacilan en cargarse al estado de bienestar de los países centrales y en dejar a miles de familias en la calle como resultado de la recesión económica y la emboscada de las hipotecas.
Pero a su vez, tienen crecientes dificultades para representar, esto es, comienza a costarles cada vez más hilvanar una política que intente crecer desde la derecha hacia el centro para disputar en el plano de la democracia representativa.
La han devaluado, ninguneado y tergirversado tanto, que le han perdido el respeto y la paciencia y comienzan a mostrar de manera más habitual la brutalidad de su verdadero rostro.
Se trata de una realidad que asusta y esperanza a la vez.
Asusta porque no tienen límites y son capaces de las peores atrocidades.
Esperanza porque desnuda una orfandad política y una exacerbación de la unilateralidad que revela una mala comprensión de la realidad multipolar del mundo, de la evolución de los procesos políticos que se viven en las distintas regiones y de las posibilidades ciertas de sostener un nivel tan profundo de disociación con los intereses de las mayorías.
Las democracias sudamericanas que se han atrevido a un camino distinto padecen crecientes niveles de hostigamiento interior y exterior que buscan deslegitimarlas y reinstaurar el orden neoliberal.
Pero  aun cuando esos ataques pueden implicar necesariamente un desgaste para los gobiernos, sus impulsores no logran hacer pie en la voluntad popular y las recientes elecciones de Venezuela, las municipales de Brasil o las previsiones para las elecciones ecuatorianas expresan esa imposibilidad que convierte a los exabruptos de Bartolomé Mitre o a los disparates de CNN en una confesión de esa impotencia.
No nos van a regalar nada. Pero sus esvásticas, gases pimientas, insultos, golpes, aprietes, extorsiones, asesinatos, desapariciones (en democracia se nos llevaron a Julio López) y manifestaciones de odio irracional nos confirman que vamos por el buen camino.
Tenemos que transitarlo con inteligencia y sin aislarnos de la mayoría.
Bartolomé Mitre nos cree ignorantes. La CNN piensa cómo hacer para que no votemos.
Es tiempo de demostrar quien piensa mejor en esta historia.
Más ciudadanía, más derechos. De eso se trata nuestro horrible populismo.

sábado, 27 de octubre de 2012

Libertad condicional, linchamiento mediático y reforma penal



La libertad condicional y el linchamiento mediático
Los razonamientos que pretenden inculpar al juez Axel López por haber otorgado la libertad condicional a Juan Cabeza, el remisero que presuntamente habría asesinado a Tatiana Kolodziez, sostenidos en una secuencia lógica requerirían la eliminación de la libertad condicional como medida que el juez de ejecución penal puede disponer cuando se verifican los requisitos legalmente establecidos para la misma, excepto que se pretenda que al otorgarla, el juez asuma una obligación legal de resultado, por la cual sería pasible de juicio político y destitución toda vez que quien acceda a la libertad condicional reincidiera en el delito.
Suele suceder que cuando se presenta alguno de estos casos de gran repercusión mediática, aparecen legisladores presentando la solicitud de juicio político. Hacerlo es bastante parecido a alegar la propia torpeza: un juez ejerce una atribución establecida legalmente y un legislador pretende que se lo juzgue por aplicar la ley emanada del poder al que él pertenece.
En todo caso, si deben existir requisitos o restricciones especiales para determinados delitos, no corresponde a los jueces establecerlos, sino precisamente a quienes legislan.
Veamos que dice el Código Penal:
"ARTICULO 13.- El condenado a reclusión o prisión perpetua que hubiere cumplido treinta y cinco (35) años de condena, el condenado a reclusión o a prisión por más de tres (3) años que hubiere cumplido los dos tercios, y el condenado a reclusión o prisión, por tres (3) años o menos, que hubiere cumplido un (1) año de reclusión u ocho (8) meses de prisión, observando con regularidad los reglamentos carcelarios, podrán obtener la libertad por resolución judicial, previo informe de la dirección del establecimiento e informe de peritos que pronostique en forma individualizada y favorable su reinserción social, bajo las siguientes condiciones:
1º.- Residir en el lugar que determine el auto de soltura;
2º.- Observar las reglas de inspección que fije el mismo auto, especialmente la obligación de abstenerse de consumir bebidas alcohólicas o utilizar sustancias estupefacientes;
3º.- Adoptar en el plazo que el auto determine, oficio, arte, industria o profesión, si no tuviere medios propios de subsistencia;
4º.- No cometer nuevos delitos;
5º.- Someterse al cuidado de un patronato, indicado por las autoridades competentes;
6º.- Someterse a tratamiento médico, psiquiátrico o psicológico, que acrediten su necesidad y eficacia de acuerdo al consejo de peritos.
Estas condiciones, a las que el juez podrá añadir cualquiera de las reglas de conducta contempladas en el artículo 27 bis, regirán hasta el vencimiento de los términos de las penas temporales y hasta diez (10) años más en las perpetuas, a contar desde el día del otorgamiento de la libertad condicional”.
 “ARTICULO 14 — La libertad condicional no se concederá a los reincidentes. Tampoco se concederá en los casos previstos en los artículos 80 inciso 7º, 124, 142 bis, anteúltimo párrafo, 165 y 170, anteúltimo párrafo".
Del texto surge con claridad:
-que es facultad del juez otorgarla;
-que además del cumplimiento de un plazo determinado de la condena, los únicos requisitos previos establecidos por la norma son  haber observado con regularidad los reglamentos carcelarios, lo cual se acredita con un informe previo informe de las autoridades penitenciarias respectivas, y la existencia de pronóstico individualizado y  favorable respecto de sus posibilidades de reinserción social.
En el caso, si  bien existe un informe de un perito siquiátrico que determinaba “riesgos de reincidencia” y “trastornos de personalidad antisocial”, existía una evaluación favorable del desempeño del condenado en un programa de reinserción para autores de delitos de agresión sexual denominado C.A.S., al tiempo que había observado buen comportamiento en el régimen de salidas transitorias.
El juez evaluó estos elementos y dio mayor entidad a ese desempeño en el programa de reinserción que al informe del siquiatra chaqueño.
En el ejercicio de sus facultades, tenía la posibilidad de otorgar o no la libertad condicional. Tomó esa decisión de manera fundada, y aunque la misma resulte opinable en función de la entidad que se pueda otorgar a los distintos elementos que terminan configurando el denominado presupuesto de concepto, parece claro que no puede reprochársele que haya actuado fuera del marco legal ni se verifican los presupuestos necesarios para someterlo a juicio político.
Sin embargo, lucrando con el dolor de las víctimas, el linchamiento mediático está en marcha. El juez es el blanco elegido y junto a él, el sistema de derechos y garantías que establece nuestra Constitución en materia penal.
El panorama suele completarse con iniciativas legislativas apresuradas, de matriz similar a la que en su momento tuvieron las leyes Blumberg, y que son parte del caos normativo que exhibe nuestra legislación penal.
Pocos parecen tener tiempo ni ganas para plantear lo que sí sería aconsejable: encarar un debate serio acerca de los requisitos para el otorgamiento de la libertad condicional y evaluar si los mismos son suficientes en todo tipo de delitos o si no hay que incorporar otros criterios y elementos para determinados delitos, toda vez que existan fundamentos objetivos y parámetros claros, para no terminar alumbrando una legislación discriminatoria.
En momentos en que una Comisión de Reforma del Código Penal caracterizada por su composición plural se encuentra consagrada a la tarea de devolverle razonabilidad a nuestro sistema punitivo, lo más aconsejable resulta encarar con serenidad este debate y procurar que todos los aportes se canalicen para que sean adecuadamente considerados en esa Comisión, que es la herramienta institucional que hemos elegido y que expresa la voluntad compartida de fuerzas diversas de ser parte de soluciones serias en la materia.
Podemos hacer eso o ahorcar al juez en la plaza pública. Aunque no se llegue al extremo de atacarlo físicamente, pareciera que es eso lo que en definitiva hacen minuto a minuto en la transmisión en cadena de la criminología mediática.

La libertad condicional de cara a la posible reforma del Código Penal
¿Es razonable la incorporación del presupuesto de evolución positiva en el proceso de reinserción social efectuada en 2004?
 Quienes propugnan dejar de lado esta incorporación, señalan que la finalidad de la ejecución penitenciaria en cualquiera de sus modalidades es la resocialización del condenado, por lo cual, las previsiones del régimen penitenciario, desenvueltas en varias etapas, deben incluir necesariamente el tratamiento interdisciplinario con vistas a la reinserción del condenado. Con dicho criterio, el informe positivo respecto de la observancia de los reglamentos carcelarios no debe concebirse como una evaluación de conducta en términos estrictamente disciplinarios, sino que debe dar cuenta de toda esa tarea de reinserción que debe encarar el sistema.
Con esta lógica, se plantea como innecesario el requisito adicional, e incluso contradictorio con el principio de progresividad del régimen penitenciario.
Creo que en la incorporación de este requisito subyace de parte del legislador un tácito reproche respecto de la efectividad de nuestro actual régimen penitenciario para garantizar esa progresividad y contribuir a esa reinserción.  Con el agregado parece decirse: no podemos confiarnos en el informe de observancia de los reglamentos carcelarios del sistema penitenciario ni en lo que se haya hecho en éste para contribuir a la reinserción. Incorporemos una evaluación adicional que morigere los riesgos a que nos lleva ese mal funcionamiento.
No es un planteo caprichoso y tiene sustento práctico. El problema es que desde el estado se naturaliza que el régimen penitenciario no cumpla su función esencial y se recurre a un paliativo establecido a partir de asumir como inevitable ese fracaso.
Podemos presuponer que los problemas del servicio penitenciario son poco menos que irreparables y mantener el requisito adicional, o podemos elaborar la legislación penal con la expectativa y el compromiso de que es posible mejorar ese servicio y fortalecer progresivamente su función resocializadora.
¿Se puede desde el texto legal contribuir al logro de ese objetivo? ¿No sería necesario establecer de manera más clara y pormenorizada cuáles serán los requisitos y pasos que deberán observarse en el cumplimiento de esa progresividad?
Si el agregado actualmente vigente está a la deriva entre la sobreabundancia y la contradicción, la escueta formulación del texto anterior, con la observancia de los reglamentos como única referencia, parece decir demasiado poco respecto a qué esperamos del sistema penitenciario en el cumplimiento de su función resocializadora.
Más que un programa entre varios, la búsqueda de la reinserción es “el programa”, es decir, el objetivo esencial a cumplir desde el sistema penitenciario. No debería alcanzar entonces con un escueto informe respecto de la conducta del condenado, y a su vez, hay que dar cuenta de las deficiencias que existen para garantizar en todos los casos un abordaje multidisciplinario y un seguimiento situado que permita lograr avances concretos en el cumplimiento de ese principio de progresividad de la función resocializadora   en la aplicación de la pena. 

sábado, 6 de octubre de 2012

Error y oportunidad


Somos falibles. Cometemos errores. Todas las personas, todos los gobiernos.
Nos cuesta aceptar el error. A veces tardamos más, a veces lo hacemos de inmediato. A veces nos inventamos explicaciones o excusas para no hacerlo nunca.
Una vez aceptado, podemos reaccionar de distintas maneras. Permanecer en estado de culpa, dar vuelta la hoja sin saldar la situación que le dio origen, o asumirlo y encarar la cuestión.
Si decidimos encararla, podemos quedarnos en el detonante, en el error puntual,  o podemos encontrar en el error una oportunidad.
¿Por qué una oportunidad? Porque en la mayoría de los casos, un error desnuda situaciones complejas, que requieren soluciones más profundas que la enmienda de ese sólo error.
Piense en su vida personal. Piense con qué actitud ha encarado sus errores. Piense si ha hecho de ellos una oportunidad para que en su vida haya un cambio en serio.
Y piense también en la política, en los gobiernos, también en éste.
Tomemos de ejemplo la crisis desatada por las liquidaciones con reducciones salariales de entre 30 y 60% a efectivos de Prefectura y Gendarmería. Allí es difícil explicar satisfactoriamente (o imposible) que el poder político se entere de semejante resultado luego de emitidos los recibos de sueldo. Creo que allí está el error a asumir. 
Está claro que el gobierno encaró la situación apenas la detectó. Y que de inmediato tomó una serie de medidas tendientes a revertir el error puntual, el que detonó la protesta, las inexplicables liquidaciones salariales.
Pero además, encaró de lleno una cuestión que viene de hace muchísimo tiempo: la postergación salarial de buena parte de los efectivos de esas fuerzas, las situaciones de privilegio rayanas en la corrupción existentes en las mismas y la necesidad de manejar la cuestión sin dejar resquicios para las expresiones y comportamientos que pretenden condicionar, restringir o poner en peligro el funcionamiento de las instituciones democráticas.
Aun la situación no está definitivamente resuelta. Pero cada una de las noticias que tenemos de las medidas que se toman o se evalúan, tienen que ver con encontrar soluciones de fondo que terminen con las injusticias y los privilegios y preserven adecuadamente la autoridad democrática.
No es la primera vez ni será la última en la que este gobierno encuentra en un error y en una situación crítica la oportunidad para impulsar soluciones de fondo y profundizar las transformaciones.
Lo hemos visto en la 125, en el nacimiento de AYSA y el renacimiento de Aerolíneas Argentinas, en el fin de las AFJP, en la nacionalización de YPF y en muchos ejemplos más.
Al evaluar nuestra vida personal, lo podemos hacer quedándonos en las anécdotas, las discusiones, las distintas incidencias que nos van impactando día a día o las dificultades que nos generan otras personas. O podemos intentar una mirada más profunda y tratar de entender qué cuestiones no hemos conseguido encarar con el rigor suficiente y cómo pueden incidir que seamos capaces de cambiar, sobre aquellas personas o ámbitos que nos han resultado dificultosos u hostiles.
Algo similar podemos hacer al evaluar los procesos políticos. Podemos quedarnos en la anécdota, en la denuncia, en la chicana, en el barullo mediático, en la frivolización de los problemas y las necesidades, o podemos intentar comprender qué intereses están en juego en cada conflicto y qué hacen los protagonistas para resolver las dificultades o para complicarlas.
Creo que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha vuelto a demostrar que está intacta y vigorosa su actitud para procurar soluciones de fondo que reviertan situaciones injustas.
Y que los que quieren instalar un clima de fin de época no aportan ni la más mínima propuesta para resolver los problemas y encarar las asignaturas pendientes.
Pensemos en las cuestiones que aún no hemos resuelto, en las oportunidades que tenemos por delante. Nosotros, los animales políticos, en nuestra vida más personal y en la que nos incumbe como ciudadanos, siempre tenemos la oportunidad de protagonizar cambios que nos permitan ser un poco mejores cada día. 

sábado, 29 de septiembre de 2012

Árboles como gigantes grises


Del otro lado de la estación, las sombras eran largas y pálidas. De este lado no había rincón que pudiera sustraerse a los rayos de sol, que estallaban al paso de las miradas sobre los rieles.
— ¿Querés galletas? — preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre el piso del vagón.
— Hace calor — dijo el hombre.
— Tomemos cerveza.
— ¿Qué cerveza?  
— La muchacha rió y sacó de su bolsa una cantimplora.
— ¿Tiene cerveza?
La extendió hacia el hombre, que le quitó el tapón y bebió dos largos tragos de agua aun fresca. La muchacha miraba la hilera de árboles detrás de la estación. El sol pulverizaba la mañana con tal fuerza que todos los colores parecían ser el mismo.
— Parecen gigantes — dijo.
— Parecen árboles- dijo el hombre luego de volverse casi sin mirar.
— Son árboles. Pero parecen gigantes grises.
—Son gigantes y es cerveza.
La muchacha bajó la vista y rio.
—Son barcos piratas y es anís- dijo él sacando una petaca del bolsillo interior de su saco raído.
—¿En serio?
—En serio.
— ¿Puedo probarla?
— Sólo un sorbo, o los piratas vendrán por vos.
Echó un trago.
-No está mal- dijo disimulando el desagrado.
— Está pésimo.
— Me han dado ganas.
— ¿De qué?
— De hablar.
— Así pasa con todo.
— No- dijo la muchacha— Hay cosas que te dejan en silencio.
— Uh, basta ya.
— Vos empezaste — dijo la muchacha— . Yo me divertía. Pasaba un buen rato.
— Bien, tratemos de pasar un buen rato.
— De acuerdo. Yo trataba. Dije que los árboles parecían montañas. ¿No fue ocurrente?
— No mucho.
— Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que podemos hacer, ¿no? ¿Mirar cosas y probar bebidas?
— Y comer galletas.
La muchacha contempló la arboleda.
— Estuve bajo esos árboles — dijo— . En realidad no parecen montañas. Fue apenas por un instante que tuve esa sensación.
— ¿Querés otro trago?
— Sí.
Ella bebió de la petaca, él de la cantimplora.
— Buena y fresca — dijo el hombre.
— Es de la bomba de mi casa — dijo la muchacha.
— En realidad se trata de una despedida sencilla — dijo el hombre—. Bah, no es una despedida.
—No digas— dijo la muchacha y se miró los pies enfundados en las sandalias livianas,  balanceándose a medio metro del piso.
— Yo sé que lo vas a superar. En realidad soy nadie. En tu vida entrará más aire.
La muchacha no dijo nada.
—No estaremos más juntos, o estaré siempre contigo. Podés verlo de las dos maneras.
— ¿Y qué haré después?
— Estarás bien después. Sabrás qué hacer.
— ¿Qué te hace pensarlo?
— Lo único que nos molesta, que nos hace infelices, es que partiré y lo haré solo. Pero ahora somos mejores que cuando nos conocimos.
— Y pensás que estarás bien y seremos felices.
— Lo sé. No debés tener miedo.
— Yo también lo sé— dijo la muchacha— . Y es lo que me da miedo. ¿Cómo es que uno se acostumbra y vuelve a ser feliz?
— Bueno — dijo el hombre—,  no estás obligada. Pero sé que es perfectamente sencillo.
— ¿Y vos serás feliz?
— Mi felicidad es luchar. Pero sabés que hay muchas cosas de este mundo que me hacen infeliz.
— ¿Y sólo vos tenés derecho a indignarte? ¿Por qué no puedo indignarme junto a vos?
— Te quiero. Sabés que te quiero.
— Sí, pero me dejás aquí, sola.
—Ya sabés por qué elijo partir solo.
— Sí, y que los árboles son árboles.
— Con el tiempo me darás la razón. Será lo mejor para vos.
— ¿Lo mejor? ¿Sola en este pueblo?
— ¿Qué querés decir?
— Que ya aprendí cosas de vos.
— Lo sé.
— ¿Pero para qué las aprendí si tengo que quedarme? ¿Qué haré con mi indignación, aquí sola?
— No estás obligada a quedarte si te sentís así.
-¡Pero!
-Que no vengas conmigo no quiere decir que no busques un camino.
La muchacha se puso de pie y saltó al pie del vagón. Una nube cruzó bajo el sol y ella aprovechó para mirarlo sin entrecerrar los ojos.
— Y podríamos hacerlo juntos — dijo— . Podríamos hacerlo juntos y estás a punto de destruirlo.
— ¿Qué dijiste?
— Dije que podríamos hacerlo juntos.
— Vos podés hacerlo, yo puedo hacerlo.
— No, no podré.
— Tenés todo el mundo para elegir cómo hacerlo.
— No, envejeceré aquí.
— Podés ir adondequiera.
— Yo quería hacerlo con vos.
— Ya lo hiciste. Ahora te toca seguir sola.
— Me lo estás quitando. No lo recobraré.
— Nada te he quitado.
— Me lo diste y me lo quitás.
— Ya verás que no. Volvé a la sombra — dijo él— . No debés sentirte así.
— ¿Me das otro trago?
— Bueno. Pero tenés que darte cuenta…
— Me doy cuenta — dijo la muchacha. ¿No podríamos callarnos un poco?
Se sentaron uno junto al otro con las piernas asomadas fuera del vagón. La muchacha miró hacia los árboles y el hombre la miró a ella y ella se miró las piernas.
— Tenés que entender — dijo— que estoy en peligro y debo seguir solo.
— No temo al peligro. Hallaríamos manera.
— No quiero a nadie más que a vos, Eva. Y sé lo que puede suceder.
— Sí, vos sabés todo.
— Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé.
— ¿Querrías hacer algo por mí?
— Yo haría cualquier cosa por ti.
— ¿Querrías por favor?
—¿Por favor qué?
— Por favor callarte la boca.
Él no dijo nada.
— ¿Por qué siempre huele así el aire si ahora no hay en marcha ningún tren?
— Se impregna.
— A veces siento que el mundo se volverá irrespirable.
— Es irrespirable para la mayoría de las personas. Mineros, ferroviarios...
— Mi madre, yo, que también me quedaré sola…
— Tu vida será distinta a la de tu madre.
Él tomó su pequeña valija y la llevó cruzando los rieles hacia el andén de la estación. Miró a la distancia.
— Ya viene mi tren — dijo.
— Sí, ya lo he visto- dijo ella y se pasó la mano por la frente.
— Vení.
Caminó hasta él y lo abrazó apoyando la cabeza en su pecho. Se quedó así varios segundos, como queriendo recordar por siempre sus latidos. Luego lo miró.
-Ahora me gusta tu bigote.
-¿Sí?
-La primera vez que te vi me pareció ridículo. Me sigue pareciendo lo mismo, pero ahora me gusta.
El sonrió. Ella volvió a apoyar la cabeza en su pecho, mirando hacia el lado opuesto al de donde venía el tren. Pero igual lo veía. La luz de la locomotora se encendió en sus ojos y el resto del mundo pareció ponerse en blanco y negro, como si su vida estuviera a punto de  quedarse sin luz.
Entonces miró a Damián, le acarició los labios bajo el bigote, respiró hondo y se preguntó cómo haría para seguir después del  adiós.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Eva y Adán



I

Soy distinto. Distinto a todos los animales. Los observo y me doy cuenta. Los veo hacer siempre lo mismo, día a día, se trate de pájaros o de jirafas. Ni siquiera los monos, que un poco se me parecen, pueden lo que yo: detenerse, mirar, tratar de entender cómo funciona la vida en este bosque. Y además está la voz. Esta voz que llevo dentro, que habla desde alguna parte que a veces parece afuera y otras dentro de mí. En algunos momentos parece mía, siento que podría abrir la boca y gritarles a todos en el bosque lo que ella me dice. En otros cambia de color, lleva otra fuerza, otra sonoridad. Como si alguien más estuviera viéndome desde alguna parte y diciéndome cosas. O como si hubiera más de una persona dentro de mí. Así las cosas con mis voces. Y sin embargo, aquí estoy, sobreviviendo entre bestias, intentando encontrar un lugar en este bosque. Solo, siempre solo.




II


Fue después que me caí del árbol. No sé cómo  sucedió. Hace tiempo ya que subo y bajo con destreza de los árboles, e incluso puedo caminar y correr en dos piernas por los claros del bosque. Quizá fue el exceso de confianza. O puede que me haya distraído de tanto pensar, confundido entre mis voces. Lo cierto es que resbale y quise colgarme con las manos, pero no pude. Me faltó fuerza y caí.
Me dí un fuerte golpe a un costado de la espalda. Al principio no sentí un dolor muy fuerte. Pero después me di cuenta que me dolía al respirar, como si me hubieran arrancado un hueso de la espalda.
Allí fue que ella apareció. Estaba parada detrás de mí, mirándome. También era distinta. Pero dos veces distinta. Distinta de todas las otras bestias, como yo. Pero también distinta de mí. Me quedé mirándole las semejanzas y las diferencias. Ella también me miraba. Supongo que también percibía algo similar. No se acercaba ni se alejaba, pero  parecía no temerme. Me mantuve quieto, pero mi voz estaba ansiosa, no paraba un instante de decirme cosas de ella, se me subía desde el pecho hasta la garganta, desde la cabeza hasta las mandíbulas. Hasta que un suspiro me despegó la lengua del paladar y cuando el aire volvió hacia fuera mi voz escapó desde mis labios y me oí por primera vez.
-Eva-. Esa fue la palabra que dije. Desde entonces decidí llamarla siempre así.




III


Es raro. Tan parecidos y tan distintos. Anda siempre serio, preocupado, como si llevara varias personas dentro. Estamos en este bosque, donde ningún animal se muestra hostil a nosotros. Tenemos frutos de los colores más diversos y agua dulce y cristalina en el río. No hace demasiado calor de día ni demasiado frío de noche. Sin embargo, no tiene tranquilidad. Yo le hablo de todas las cosas que podríamos hacer. El me responde alertándome sobre las que están prohibidas.
No sé quién las ha prohibido. Me habla de una voz que no es su propia voz. Y que esa voz le ha dicho que podemos comer frutos de todos los árboles del bosque, menos de uno. Y justo es el árbol que más me gusta. “El árbol del bien y del mal”. Ese es el nombre que le puso la voz. Yo lo miro, le doy vueltas alrededor, y no le veo el mal por ninguna parte. Pero él me dice que si comemos alguno de sus frutos, moriremos.
La primera vez que me lo dijo, me estremecí. Pero luego sentí un gran alivio. Hice memoria y me di cuenta que, vaya a saber por qué razón, nunca había probado ninguno de los frutos del árbol. Pero el tema me siguió dando vueltas en la cabeza. ¿Para qué puede servir un fruto que mata? Sentía una gran curiosidad, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo de averiguar la verdad a costa que mi vida. Así estuve hasta que, observando, me di cuenta de algo. Algunos de los frutos del árbol, los más maduros, tenían picotazos de pájaros. Una tarde vi a uno de esos pájaros atreviéndose a las frutas del árbol prohibido.. Lo reconocí porque tenía un nido en el tronco del árbol más alto del bosque, el pino que siembra de agujas el suelo y no deja crecer la hierba a su alrededor. Se lo veía bien, y así lo volví a ver dos tardes más. Si el fruto no le hacía daño a los pájaros, ¿por qué habría de matarnos a nosotros?
Pensaba en esto cuando una serpiente se me apareció en un claro del bosque. No sé por qué sentí temor, pero me quedé inmóvil al verla delante de mí. Ella se detuvo, abrió su boca como si pudiera devorarme entera y luego se alejó  subiéndose a un árbol pequeño. “Podría comerse un elefante con esa bocota”, pensé, y me reí sola de imaginar su cuerpo largo y delgado con un elefante adentro. La miré trepar por el tronco y vi que se enroscó en las ramas más cercanas a mí y se quedó observándome. Me miraba como si quisiera hablarme. Me acerqué a ella y me di cuenta que ya no sentía miedo. Entonces volví a pensar en el árbol del bien y del mal. Fue como si la serpiente se hubiera cruzado en mi camino para hacerme entender que no tenía buenas razones para temer a lo que pudiera sucederme si comiera esos frutos. No era cierto que fuera a morir. Así como presté atención a los temores de Adán, también fui capaz de observar el árbol, de ver qué sucedía con los pájaros que picoteaban sus frutos, de medir con cuidado los riesgos. Era muy poco probable que muriéramos por probar el fruto que la voz que resonaba en la cabeza de Adán nos había prohibido. “Si se lo explico, él me entenderá”, pensé, y me puse a caminar en su búsqueda.









IV


Lo que menos entiendo de todo lo que me explica es lo de la serpiente. No sé de donde ha sacado que una serpiente puede abrir la boca grande como un animal, ni cómo su mirada puede hacer que uno entienda mejor las cosas. Es como si la serpiente le hubiera hablado, como si a la cabeza de ella también llegaran otras voces además de la propia. Pero lo de los pájaros es cierto. También vi los frutos picoteados y no he visto pájaros muertos cerca del árbol. ¿Será que la voz que oigo sólo quiere asustarme? ¡Cómo saberlo! Por más que tenga razón, ¿qué necesidad tenemos de probar ese fruto, si en el bosque hay alimentos suficientes para que no pasemos hambre nunca? ¡Me confunde, me marea, altera todo! ¡Bastantes preocupaciones tengo que ella ni entiende para estar aquí esperando que baje de ese árbol! Es cierto que no le ha faltado gracia al treparse. Lo peor de todo es que no puedo dejar que sólo ella lo pruebe. No sería justo. Al fin y al cabo, si estamos juntos en este bosque, los dos debemos correr el riesgo. En realidad, debería probarlo sólo yo, que soy más fuerte. Pero sería imposible convencerla de eso.



V


Lo más curioso de probar la fruta prohibida no fue su sabor, que no está mal. Empezamos a comer sentados uno frente al otro, mirándonos felices, riéndonos, y en ningún momento sentimos temor. Fue como si al decidirnos a hacer algo juntos, fuera imposible pensar en que algo malo sucediera. Comimos hasta hartarnos, y después nos quedamos tirados panza arriba en el pasto, mirando como la luz de la tarde se esfumaba lentamente en el cielo. Luego le di la espalda para dormirme y ella se acurrucó detrás de mí y me abrazó. No protesté. Tomé su mano. Su tibieza era apenas diferente a la mía. Sentí que algo bullía dentro de mí. Quizá fue por ella. O quizá fue el atracón de fruta que nos dimos.





VI


No entiendo por qué despertó así. Nos habíamos animado a los frutos del árbol del bien y del mal, nos habíamos dormido juntos y felices. Pero al amanecer, ya era otro. Bah, el de antes. El temeroso, el preocupado.
“Hemos cometido un error”, me dijo cuando quise hablarle.
“Si hubiera sido un error no estaríamos vivos”, le dije.
“¡Todo se complicará, hay muchas formas de morirse!”, me gritó acercando su cara a la mía mientras me apretaba fuerte la muñeca. Me quedé en silencio. Preferí no decir más. No sé de dónde saca esas ideas, ni por qué se pone así de violento. Es como si la voz que le habla fuera la del mismísimo miedo.






VII


“¿Cómo pudiste ser tan tonto? ¿Para qué eres más inteligente y más fuerte si dejas que ella te engañe así? ¿Qué has obtenido comiendo esos frutos? Te lo diré: nada. Renunciaste al fruto más importante: él del árbol de la vida. Ya nunca podrás encontrarlo. Y tendrás que lidiar el resto de tus días con ella. No será la primera vez que intente convencerte de cosas que no te convienen. Si algo de carácter te queda, no deberías permitírselo. Es de esperar que sepas demostrarle quién manda.







VIII


Ahora quiere que elijamos un lugar para vivir. No la entiendo. Para qué quiere elegir un lugar si tenemos todo el bosque para nosotros. Todo por una simple lluvia. “No podemos dormir bajo la lluvia”, protestó. Como si no hubiera muchos árboles para protegerse. O como si uno fuera distinto al otro. Pero ella ya tiene un lugar en vista. “Ves, aquí estamos bien protegidos, la lluvia no ha llegado”, me dice. Retiró las piedras, arrancó algunas matas. “Me pregunto con qué podríamos abrigarnos por la noche”, pensó en voz alta. Se me ocurre una idea al respecto. Mientras tanto, sigue durmiendo acurrucada junto a mí cuando hace frío. Y cuando no hace frío también.




IX


Mi idea no había sido tan buena. Me dí cuenta apenas llegué al lugar donde había visto el animal muerto. Pensé en quitarle su piel para usarla como abrigo. Pero tenía un olor insoportable y estaba llena de bichos. Me alejé contrariado y en el camino de retorno junté algunas cortezas, hojas y ramas que podrían servirnos para el lecho. Cuando la vi sonreír me di cuenta que yo estaba haciendo lo que ella esperaba que hiciera. Solté las hojas y cortezas a sus pies y me fui a dar una vuelta por ahí.






X


Se va y desaparece por horas. Como si me evitara. Como si intentara descubrir algo sorprendente en el bosque. Ahora habla menos. Ya no me angustia con esos reproches que resuenan en su cabeza. Ahora le da por las ideas raras. Que podríamos abrigarnos con pieles de animales si encontráramos la manera de quitárselas antes que se pudran, o que podríamos quitarles las plumas a las aves y comernos su carne. ¿A quién se lo ocurre? Bastante mal ya saben los peces secados al sol. Su última locura es que podríamos quemar la carne. Se le ha ocurrido después del último fuego que se encendió en un árbol que cayó fulminado desde el cielo en medio del viento, los truenos y los rayos. “Si el sol seca la carne de los peces, el fuego podría secar la sangre de la carne de las aves”, me dijo. No le he dicho que no. Son ideas disparatadas, pero al menos no está protestando o creyendo que alguien nos castigará con la muerte por comernos unas cuantas frutas.





XI


Es la primera vez que el cielo se pone así de noche. Los relámpagos encienden las siluetas de los árboles, los truenos repiquetean en el aire y ella se aprieta con fuerza contra mi espalda. Está muy asustada. No es momento para reproches, pero es la primera vez que tenemos semejante tormenta de noche y me pregunto si no es parte del castigo por haber comido las frutas prohibidas. Alguien en el cielo parece estar muy enojado. Sin embargo, casi no nos hemos mojado. Debo reconocer que ella encontró un muy buen lugar para dormir y refugiarnos del mal tiempo. Y que dormir juntos es una de las buenas cosas de esta vida. Me siento bien cuando ella me abraza y por momentos, una cierta conmoción bulle en mi sangre.
Con ella prendida a mi espalda, me ha nacido una nueva voz. Es que cada noche me hace preguntas, me cuenta alguna cosa que le pasó durante el día, me interroga acerca de los ruidos de la noche. Todas las noches menos hoy. La tormenta la mantiene en silencio. Así hasta que por fin habla.
“Tú y yo somos diferentes”, dice.
“Mira que descubrimiento”.
“En serio”, insiste, y me toca entre las piernas.
“¿Qué haces?”, protesto.
“¿Qué haces tú?”, replica sin quitarme las manos de encima.
“Nada”.
“He visto a otros animales ponerse así!”.
“¿Así cómo?”
“¡Así!”
Me vuelvo hacia ella. Se me sube encima y me mira. Ya no se ríe. Un relámpago enciende el cielo. Le veo una expresión extraña. Con los ojos perdidos en la oscuridad de la tormenta, me descubro dentro de ella. Ya no habla. Sólo se mueve y jadea.




XII


Podría morir ahora. Estoy tan feliz… Nunca sentí esto antes. Estoy exactamente donde quiero estar. Me gustaría estar en la cabeza de él para saber qué siente.
El amanecer siguiente a la noche de la tormenta se largó otra vez por ahí apenas despertó. Casi no hablamos ese día. A la noche nos dormimos en silencio. La mañana siguiente fue igual. Pero volvió feliz de su excursión. Se apareció con unos huevos pequeños. Los encontró en el nido de un ave que había caído al suelo durante la tormenta. No sabían mal. Por la noche, fue él quien me buscó. Desde esa vez, fue como si perdiéramos la noción del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos.






XIII


¡Me mordió la oreja! ¡Se ha vuelto loca! ¡Loca y enferma! No hice más que lo que veníamos haciendo todas las noches. Pero en seguida me rechazó.
“Hoy no”, me dijo. “No me siento bien”.
“¿Por qué no te sientes bien?”, le pregunté.
“Nada, me duele un poco la cabeza”.
Comencé a acariciarla. Pensé que no era más que un juego o un dolor menor y podría convencerla. Pero cuando mi mano pretendió acercarse a su entrepierna me volvió a rechazar.
“¡Te dije que no!”.
Me senté y me quedé en silencio. Me sentía humillado. ¿Acaso había cambiado de opinión respecto de mí? ¿Qué era este juego? ¿Siempre vendría con estas complicaciones? ¿Siempre pondría ella las reglas?
“No lo puedes permitir”. Creo que todas las voces que llevo dentro lo dijeron a coro. Me abalancé sobre ella, la tomé de los cabellos y le sacudí varias veces la cabeza. Estaba decidido a imponerme por la fuerza. Gritaba Separé sus piernas bajo las mías, sostuve con mis manos sus muñecas contra el piso y me dejé caer encima de ella. Pareció que se rendía. Fue entonces que sentí sus dientes queriendo arrancarme un pedazo de oreja. Me la quité de encima con un golpe seco y me incorporé sobre mis rodillas. Ella lloraba. Al bajar la vista, vi la sangre entre sus piernas. ¡Yo no había hecho eso! ¿Qué sucedía con esa mujer? Confundido, me puse de pie y me fui a caminar en la oscuridad de la noche por el bosque.





XIV


Se cree que me gusta estar así. Todavía no termina de aprender que soy diferente, que me pasan cosas que a él no le pasan. ¿Tan difícil es para su cabeza llena de voces? ¿Un simple rechazo basta para que se ponga violento? Pensó que le alcanzaría con ser más fuerte para obligarme a hacer algo. Pero se ha llevado una sorpresa. Se merecía que le arrancara la oreja con mis dientes. Espero que entienda, porque no será fácil vivir con alguien que no puede aceptar que le digan que no. La sangre fue mi aliada. Lo dejó perplejo, inmóvil por un instante. Ahora que se ha ido, recuerdo sus ojos llenos de asombro y miedo.
  




XV


Hoy por la tarde se apareció la voz en mi cabeza. Me doy cuenta que la escucho cuando algo me preocupa. Caminaba solo, no encontraba qué comer, me preguntaba qué sería de nosotros en este bosque, y casi sin darme cuenta estaba otra vez sumido en reproches. Pero logré quitármela de encima bastante rápido. Ya pasaron varias noches desde aquella en que me mordió. No hay más sangre entre sus piernas y ya nos hemos reconciliado. Mi vida es mejor desde que conocí a Eva. Anoche se lo dije en la oscuridad, subido a sus muslos. “Me haces feliz”. Luego me dejé caer a un costado, boca abajo. Podía sentir los latidos de mi corazón golpeando contra el suelo cubierto de agujas de pino.





XVI


La otra noche insistió con que nunca podríamos llegar al árbol de la vida.
“¿Y cómo se supone qué es ese árbol? ¿Qué obtendremos de él?”, le pregunté.
“¿No te das cuenta? ¡Vivir siempre! ¡Nos hemos perdido la vida eterna!”.
Así como lo decía, parecía terrible. Pero me costaba creer que un árbol tuviera frutas asesinas y otro te diera la vida eterna. Me sonaban disparatadas las cosas que le dictaba su voz, aunque no le faltaba imaginación.
De todos modos, lo importante es que no terminábamos peleándonos por el tema. Lo decía con un dejo de  amargura, pero no se arrepentía de la vida que habíamos elegido.
Por supuesto que yo tampoco. Los días se sucedían y éramos felices compartiéndolos juntos. Había empezado a hacer un poco más de calor y descubrimos un buen lugar donde podíamos bañarnos en el río.
El seguía con sus paseos solitarios, pero ya no me molestaban. Al fin y al cabo, era un momento en el que yo también estaba sola, y lo disfrutaba.
No volví a tener necesidad de morderlo. Y vaya a saber por qué milagro, la sangre entre mis piernas no volvió a aparecer. Aunque él se lamentara por lo del árbol, siento que la vida está dentro de mí y que no se apagará nunca.