sábado, 29 de septiembre de 2012

Árboles como gigantes grises


Del otro lado de la estación, las sombras eran largas y pálidas. De este lado no había rincón que pudiera sustraerse a los rayos de sol, que estallaban al paso de las miradas sobre los rieles.
— ¿Querés galletas? — preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre el piso del vagón.
— Hace calor — dijo el hombre.
— Tomemos cerveza.
— ¿Qué cerveza?  
— La muchacha rió y sacó de su bolsa una cantimplora.
— ¿Tiene cerveza?
La extendió hacia el hombre, que le quitó el tapón y bebió dos largos tragos de agua aun fresca. La muchacha miraba la hilera de árboles detrás de la estación. El sol pulverizaba la mañana con tal fuerza que todos los colores parecían ser el mismo.
— Parecen gigantes — dijo.
— Parecen árboles- dijo el hombre luego de volverse casi sin mirar.
— Son árboles. Pero parecen gigantes grises.
—Son gigantes y es cerveza.
La muchacha bajó la vista y rio.
—Son barcos piratas y es anís- dijo él sacando una petaca del bolsillo interior de su saco raído.
—¿En serio?
—En serio.
— ¿Puedo probarla?
— Sólo un sorbo, o los piratas vendrán por vos.
Echó un trago.
-No está mal- dijo disimulando el desagrado.
— Está pésimo.
— Me han dado ganas.
— ¿De qué?
— De hablar.
— Así pasa con todo.
— No- dijo la muchacha— Hay cosas que te dejan en silencio.
— Uh, basta ya.
— Vos empezaste — dijo la muchacha— . Yo me divertía. Pasaba un buen rato.
— Bien, tratemos de pasar un buen rato.
— De acuerdo. Yo trataba. Dije que los árboles parecían montañas. ¿No fue ocurrente?
— No mucho.
— Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que podemos hacer, ¿no? ¿Mirar cosas y probar bebidas?
— Y comer galletas.
La muchacha contempló la arboleda.
— Estuve bajo esos árboles — dijo— . En realidad no parecen montañas. Fue apenas por un instante que tuve esa sensación.
— ¿Querés otro trago?
— Sí.
Ella bebió de la petaca, él de la cantimplora.
— Buena y fresca — dijo el hombre.
— Es de la bomba de mi casa — dijo la muchacha.
— En realidad se trata de una despedida sencilla — dijo el hombre—. Bah, no es una despedida.
—No digas— dijo la muchacha y se miró los pies enfundados en las sandalias livianas,  balanceándose a medio metro del piso.
— Yo sé que lo vas a superar. En realidad soy nadie. En tu vida entrará más aire.
La muchacha no dijo nada.
—No estaremos más juntos, o estaré siempre contigo. Podés verlo de las dos maneras.
— ¿Y qué haré después?
— Estarás bien después. Sabrás qué hacer.
— ¿Qué te hace pensarlo?
— Lo único que nos molesta, que nos hace infelices, es que partiré y lo haré solo. Pero ahora somos mejores que cuando nos conocimos.
— Y pensás que estarás bien y seremos felices.
— Lo sé. No debés tener miedo.
— Yo también lo sé— dijo la muchacha— . Y es lo que me da miedo. ¿Cómo es que uno se acostumbra y vuelve a ser feliz?
— Bueno — dijo el hombre—,  no estás obligada. Pero sé que es perfectamente sencillo.
— ¿Y vos serás feliz?
— Mi felicidad es luchar. Pero sabés que hay muchas cosas de este mundo que me hacen infeliz.
— ¿Y sólo vos tenés derecho a indignarte? ¿Por qué no puedo indignarme junto a vos?
— Te quiero. Sabés que te quiero.
— Sí, pero me dejás aquí, sola.
—Ya sabés por qué elijo partir solo.
— Sí, y que los árboles son árboles.
— Con el tiempo me darás la razón. Será lo mejor para vos.
— ¿Lo mejor? ¿Sola en este pueblo?
— ¿Qué querés decir?
— Que ya aprendí cosas de vos.
— Lo sé.
— ¿Pero para qué las aprendí si tengo que quedarme? ¿Qué haré con mi indignación, aquí sola?
— No estás obligada a quedarte si te sentís así.
-¡Pero!
-Que no vengas conmigo no quiere decir que no busques un camino.
La muchacha se puso de pie y saltó al pie del vagón. Una nube cruzó bajo el sol y ella aprovechó para mirarlo sin entrecerrar los ojos.
— Y podríamos hacerlo juntos — dijo— . Podríamos hacerlo juntos y estás a punto de destruirlo.
— ¿Qué dijiste?
— Dije que podríamos hacerlo juntos.
— Vos podés hacerlo, yo puedo hacerlo.
— No, no podré.
— Tenés todo el mundo para elegir cómo hacerlo.
— No, envejeceré aquí.
— Podés ir adondequiera.
— Yo quería hacerlo con vos.
— Ya lo hiciste. Ahora te toca seguir sola.
— Me lo estás quitando. No lo recobraré.
— Nada te he quitado.
— Me lo diste y me lo quitás.
— Ya verás que no. Volvé a la sombra — dijo él— . No debés sentirte así.
— ¿Me das otro trago?
— Bueno. Pero tenés que darte cuenta…
— Me doy cuenta — dijo la muchacha. ¿No podríamos callarnos un poco?
Se sentaron uno junto al otro con las piernas asomadas fuera del vagón. La muchacha miró hacia los árboles y el hombre la miró a ella y ella se miró las piernas.
— Tenés que entender — dijo— que estoy en peligro y debo seguir solo.
— No temo al peligro. Hallaríamos manera.
— No quiero a nadie más que a vos, Eva. Y sé lo que puede suceder.
— Sí, vos sabés todo.
— Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé.
— ¿Querrías hacer algo por mí?
— Yo haría cualquier cosa por ti.
— ¿Querrías por favor?
—¿Por favor qué?
— Por favor callarte la boca.
Él no dijo nada.
— ¿Por qué siempre huele así el aire si ahora no hay en marcha ningún tren?
— Se impregna.
— A veces siento que el mundo se volverá irrespirable.
— Es irrespirable para la mayoría de las personas. Mineros, ferroviarios...
— Mi madre, yo, que también me quedaré sola…
— Tu vida será distinta a la de tu madre.
Él tomó su pequeña valija y la llevó cruzando los rieles hacia el andén de la estación. Miró a la distancia.
— Ya viene mi tren — dijo.
— Sí, ya lo he visto- dijo ella y se pasó la mano por la frente.
— Vení.
Caminó hasta él y lo abrazó apoyando la cabeza en su pecho. Se quedó así varios segundos, como queriendo recordar por siempre sus latidos. Luego lo miró.
-Ahora me gusta tu bigote.
-¿Sí?
-La primera vez que te vi me pareció ridículo. Me sigue pareciendo lo mismo, pero ahora me gusta.
El sonrió. Ella volvió a apoyar la cabeza en su pecho, mirando hacia el lado opuesto al de donde venía el tren. Pero igual lo veía. La luz de la locomotora se encendió en sus ojos y el resto del mundo pareció ponerse en blanco y negro, como si su vida estuviera a punto de  quedarse sin luz.
Entonces miró a Damián, le acarició los labios bajo el bigote, respiró hondo y se preguntó cómo haría para seguir después del  adiós.

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