martes, 8 de julio de 2014

EL ENEMIGO EN MÍ


 “Mañana voy cambio el vidrio y compro un arma. El próximo negro de mierda que acerque lo cago a balazos. Si usas gorra, corte cubana, capri, zapatillas caras, mantenete lejos del auto Fiat Uno FTD148. Al final Macri tiene razón”. Lo escribió en FB un concejal radical de Córdoba, quien luego hizo un pedido de disculpas que no me sonó oportunista. Pero más allá de eso, allí están el miedo y el estereotipo, la identificación del enemigo que sistemáticamente se construye día a día con la criminología mediática como gran masificadora de su imagen.
En una de las esquinas de mi casa hay un taller mecánico. En otra, una obra en construcción. En la cuadra, en una de las casas, hay pibes adolescentes y jóvenes. Inevitablemente, como cualquier persona que sale a la calle, me cruzo con jóvenes. Estudiantes, obreros de la construcción, del taller mecánico, o incluso desocupados. Muchos de ellos prefieren usar zapatillas caras y ahorran hasta lo que no tienen para comprárselas. Se visten como les gusta, como pueden o como les sale, influidos más o menos por las modas y por las pautas culturales de sus ámbitos de pertenencia.
Más de una vez, en algunos de ellos, casi instintivamente, he visto al enemigo, es decir, he temido estar cruzándome con alguien que pudiera intentar robarme, cuando sólo se trataba de un estudiante, un trabajador o un vecino.
Soy una persona que no se ruboriza por sentirse garantista, que trata de tener una actitud militante contra todas las formas de discriminación, que piensa que cada vez despilfarramos más plata en “seguridad”, que siente pena al ver a la inmensa mayoría de los dirigentes políticos rehenes de la criminología mediática y que, habiendo padecido un robo muy difícil en mi propia casa, no ha cambiado esas convicciones.
Sin embargo, la creación del enemigo, la reacción de temor frente al estereotipo que se construye día a día, vive en mí, se lleva puestas a mis ideas y a mi voluntad.
Es bueno saber que  la gran mayoría de las personas tenemos instalada esa discriminación dentro nuestro y que además, muchos pibes de los barrios humildes, en la medida que están al margen de las oportunidades y sin caminos ciertos para seguir, terminan identíficándose  con su estereotipo, porque  les permite ser reconocidos, tener alguna forma de existencia. Es el rol que la sociedad parece asignarle a gritos.
Yo no sé si es más amplio, profundo o abarcativo decir que ésta es una disputa cultural o ideológica. Lo que quiero decir es que además de dar el debate contra quienes impulsan la criminología mediática y quienes deliberadamente menean la inseguridad para ofrecer atajos que empeorarán la situación, hay una pelea más profunda que tiene que ver con nuestra vida cotidiana.
No propongo que andemos despreocupados por la vida como si nunca fuera a pasarnos nada malo. Pero sí creo que el mejor camino para desarmar el miedo es el contacto, la palabra, el conocimiento.
Si propugnamos por un estado de cercanía y solidaridad, tengamos una vida de cercanía y solidaridad. El saludo, la conversación, el buen gesto, permiten reconocernos con cada una de las personas más allá de sus zapatillas.
Nuestra vida misma, no debe estar organizada desde la soledad o la exclusiva pertenencia a círculos cercanos y cotidianos.
No sólo somos nuestra familia y nuestro trabajo. ¿Por qué no poner en el día a día y en el cara a cara la misma disposición que tenemos para conocer gente a través de una red social? Si puedo chatear con alguien que no vi nunca en mi vida, ¿por qué no puedo saludarme con el albañil de la esquina, charlar con el pibe de la moto o interesarme por el problema que cuando cae la noche me relata mi vecino?
¿Participamos lo suficiente de la comunidad a la que pertenecemos quienes solemos reivindicar el discurso de la participación? ¿Somos solidarios o terminamos viviendo una vida en la que predominan la soledad y el egoísmo?

La tapa del diario o la reiteración del cable nos exhiben el monstruo minuto a minuto. Darse cuenta de eso es un paso importante. Pero más importante es reconocerlo cuando, de la mano del miedo, aparece en nuestra  alma.

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