viernes, 4 de julio de 2014

NIEBLA DEL AMANECER


Niebla. Sale a pasear el agua de la materia. Niebla tras el ventanal y entre las alas de la calandria de niebla. Niebla en mi habitación. Niebla al subirme al auto para ir a trabajar.
Mis contornos se vuelven difusos y aunque sigo guiando, parte de mi humedad se va en un haz de las luces delanteras, traspira sobre los adoquines, se finge escarcha sobre el pasto, vuela hasta el fantasma de los árboles, se inventa la luna en la palidez del farol y se vuelve una gota, apenas una gota, sólo una, que rueda por la corteza, que crece y se erosiona a la vez, alud fantasma, retorno a la tierra y a su ridícula manía de atracción, a la absurda pretensión de que las aguas no vuelan. Gota en la tierra conductor al volante penumbra del amanecer soy esa transición, floto, puedo viajar hacia el sol agazapado hecho vapor, o puedo precipitarme hecho lluvia, puedo ganar altura y apretarme hasta retornar piedra de granizo sobre un capot, o puedo viajar hasta la mejilla de la muchacha que camina por la vereda de la plaza y beberme la tristeza de la pena que se mece en su alma.
Bruma. Hidrometeoro. Multitud higroscópica. Suspiro de frío bajo la tibieza. Exhalación de la angustia. Mirada en la incertidumbre. Cuando venga el sol y se apaguen los faroles y las muchachas sonrían en el vaivén de sus faldas breves, permaneceré de pie, miraré hacia la luz, me preguntaré cuánto de mí anda dando vueltas por ahí y suspiraré sin terminar de resignarme a mi brevedad en este viaje incierto.

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