viernes, 12 de agosto de 2016

CHOMSKY Y LA MEMORIA


En un encuentro en Café Dalí de Lomas de Zamora  mi novela “24/3/76, Historias de un día” fue una buena excusa para hablar de la memoria y las palabras partiendo de dos preguntas que se ha hecho Noam Chomsky en su obra “El conocimiento del lenguaje”.
La primera busca explicar cómo los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, son capaces de saber todo lo que saben. Lo denomina “el problema de Platón” y para contribuir a desentrañarlo, realiza una valiosísima investigación sobre el lenguaje en la que concluye que no es sólo una construcción cultural sino una facultad innata.
La segunda pregunta es cómo conocemos tan poco en circunstancias en que disponemos de una evidencia muy amplia. Lo denomina “el problema de Orwell” y alude a la capacidad de los poderes dominantes en una sociedad de imponer y sostener creencias ampliamente aceptadas en flagrante contradicción con hechos obvios del mundo circundante. El caso de Vladimir Vanchev, un locutor de Moscú que cometió la herejía de salirse del relato permitido e impuesto al hablar expresamente de la “invasión” de la URSS a Afganistán, sirve para explicar como la cuestión se presenta en sociedades consideradas totalitarias. Para el sistema soviético no existía tal invasión y Danchev fue retirado de circulación y repuesto en su cargo luego de un “oportuno” tratamiento psiquiátrico. Pero Chomsky sostiene que lo mismo sucede en sociedades consideradas democráticas y estudia el caso de la invasión a Vietnam, demostrando que durante 22 años no fue considerada como tal en ninguna manifestación política o periodística en los Estados Unidos. Incluso cuando la presencia en Vietnam se volvió impopular, no se reaccionó desde la convicción ética de lo indebido que es invadir y atacar a las personas de otro país, sino porque las pérdidas económicas y de vidas estadounidense la volvió “inconveniente”. Aunque no lo menciona, Mohammed Alí al negarse a ir en Vietnam fue la voz que en Estados Unidos se animó a plantear claramente la realidad sustraída al debate.
Concluye el planteo señalando que “el problema de Platón e intelectualmente excitante”, pero “a manos que lleguemos a comprender el problema de Orwell y a superarlo, existen pocas probabilidades de que la especie humana sobreviva el tiempo suficiente para descubrir la respuesta al problema de Platón y a otros que desafían nuestro intelecto y nuestra imaginación”.
Una explicación posible es que partiendo del instinto de supervivencia como raíz, las personas necesitamos caminos para seguir. Quienes detentan situaciones de privilegio en el ejercicio del poder tienen la posibilidad de marcarnos el rumbo y los límites de ese camino de modo que resulte muy difícil salir de él, aun cuando sean muy evidentes los egoísmos sobre los cuales está construido. Puede que en muchos casos esas verdades evidentes no estén ausentes del todo, sino que permanezcan tras un velo como cuestiones que la persona prefiere no afrontar. Quienes concentran el poder escriben el libreto y son muchas las personas que, si no median situaciones de crisis profunda (o a veces incluso en ellas) son muy reacias a abandonarlo, aunque ese guión les brinde un lugar pequeño e injusto.
Pensar desde lo cotidiano el 24 de marzo de 1976 tiene como desafío analizar cómo las personas, en un día trágico de la historia, siguieron adelante con sus vidas, ya sea sufriendo expresamente esa tragedia, con conciencia de ella o a veces, en un ejercicio de rutina que sólo los conectó tangencialmente con lo que sucedía.
En ese encuentro de café, muchos de los presentes se animaron a poner en palabra los recuerdos que llevaban en silencio de aquel 24 de marzo. A varias de esas personas las conozco hace años. Sin embargo, surgieron allí cosas de sus vidas que desconocía, e incluso, en algunos casos, que era la primera vez que relataban, sobreponiéndose a la emoción y con voz entrecortada.
¿Por qué fue importante? Porque para animarnos a intentar otros rumbos que los permitidos, es imprescindible la memoria. No por casualidad quienes ejercen el poder se esmeran en imponer su relato del pasado.
 Creo que este tipo de ejercicios sirven para interpelar nuestras prácticas políticas. Quienes nos planteamos estas cuestiones y sostenemos un determinado compromiso, no solemos poner en palabra y en diálogo cómo vivimos las cosas y solemos refugiarnos en un relato desde el cual tenemos escasos o nulos espacios de comunicación con quienes no lo registran o lo cuestionan.
Alguna vez Alejandro Dolina dijo que Néstor Kirchner se atrevió a transitar por caminos que nadie se atrevía. Seguramente que eso requiere decisión y coraje, pero además, nos demanda la paciencia, la comprensión y la capacidad de convencimiento que permitan que sean muchos los que se animen a transitarlos.
El problema de Orwell también vive en cada uno de nosotros. Oigamos la voz del Danchev o el Mohammed Alí que llevamos dentro para animarnos a aquellas verdades a las que por alguna razón  esquivamos la mirada.

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