martes, 18 de abril de 2017

FEMINISMO Y GARANTISMO


¿Cuáles fueron las escenas de garantismo misógino que dejó ver el femicidio de Micaela García a las que alude Ileana Arduino en la nota “Ni machos ni fachos”, que escribió para Anfibia? Luego de cuestionar las “generalizaciones que niegan la heterogeneidad vital del movimiento (feminista)  y empobrecen la discusión”, la autora efectúa su propia generalización estableciendo dos etiquetas: el garantismo misógino y el manodurismo clásico.
¡Ay del garantismo! No sólo la criminología mediática arremete sistemáticamente contra cualquier expresión de defensa de las garantías constitucionales o de imposición de límites al poder punitivo. Ahora también le toca que se le impute misoginia y ni siquiera puede aspirar al reconocimiento de un cierto clasicismo que en cambio la autora si concede a los apologistas de la mano dura.
“Desde su creación hace 800 años, el sistema penal en el mundo es misógino ya que su función ha sido reforzar la discriminación contra las mujeres”. La afirmación pertenece a Raúl Zaffaroni, quien ha conceptualizado la lógica del derecho penal del enemigo  para mostrarnos, luego de analizar en detalle la vindicación inquisitoria, que la estructura discursiva de legitimación del poder punitivo se mantiene sin grandes cambios hasta el presente. Cabe preguntarse entonces, si la misoginia es inherente al patriarcado y a la persecución punitiva desde la quema de brujas hasta la criminología mediática, ¿por qué, para la autora, el manodurismo destaca por clásico y el garantismo por misógino? Difícil explicarlo, pues en su nota estas afirmaciones funcionan como postulados a cuya fundamentación práctica no intenta aportar demasiados elementos.
Nos habla de un movimiento de pinzas, que tiene de un lado al garantismo misógino y del otro al manodurismo. Pero claro, los movimientos de pinzas suelen tener una coordinación, un mando articulado. ¿Es lo que sucede con garantistas y manoduristas?
Como no explicita algunos debates que podrían darle sustento a sus asertos, viene al caso mencionar que existen cuestiones en que han existido posturas diferentes entre referentes del garantismo y reclamos feministas. Así, por ejemplo, en los alcances de la tipificación del femicidio. Pero esas diferencias no deberían hacernos perder de vista que, si el problema es el patriarcado y el carácter esencialmente misógino del sistema penal, el feminismo está llamado a ser garantista y el garantismo a ser feminista. Ambos necesitan fortalecerse desde la conciencia que el debate y la lucha no se agotan en los alcances del sistema punitivo.
La autora reclama respuestas ya y se pregunta “transformaciones para cuando”. Realiza un conjunto de preguntas muy pertinentes a las que seguramente se podrían sumar algunas otras. Pero, nobleza obliga, si pensamos en nuestras asignaturas pendientes, comencemos señalando que, en doce años de innegables avances en la lucha por las reivindicaciones de género, muchas de esas preguntas fueron ignoradas o no tuvieron respuestas suficientes durante nuestro gobierno.
De eso también hablaban compañeras como Micaela cuando pedían "ir por lo que falta". En su militancia, como en la de miles de personas, la lucha contra la violencia de género, contra la violencia institucional, en defensa de la educación pública, contra los tarifazos y los despidos o por techo, tierra y trabajo, están integradas sin relegar a un plano secundario a ninguna de ellas. En el barrio, en el trabajo o en la escuela, los problemas requieren una perspectiva integral que trascienda las etiquetas y que debe tener al feminismo como una característica esencial para enfrentar no sólo al machismo inherente a la estructura de dominación patriarcal, sino también a las diversas formas en que solemos reproducirlo en nuestras  prácticas cotidianas.
Etiquetarnos menos y comprendernos más nos ayudará a construir una conciencia más cierta de los desafíos que compartimos.

viernes, 14 de abril de 2017

TACUARITA AZUL


El cazador enmascarado da dos saltos breves, rodea la rama del garbancillo y se cuelga cabeza abajo mirando hacia el racimo de drupas para atrapar una pequeña araña de un disparo certero de su pico, sin dejar huellas en la fruta amarilla. No es un héroe solitario. Él recorre los árboles y arbustos pequeños de la reserva con su compañera, que es un poco menos azulada y prefiere no llevar antifaz.
-¡Mirá, mirá!- dice el caminante del sendero a la muchacha que lo acompaña.
-¿Qué?
-Ahí, entre las ramas. ¡Una tacuarita!
-Una ratonerita.
-No, no son iguales. La tacuarita es azulada. ¡Y tiene un antifaz!
¿Sabrá el piojillo saltarín que lo llaman tacuarita azul? Los perros callejeros o los de los pueblos de mar tienen el sencillo don de responder a varios nombres y darse por aludidos ante voces tan diversas como “Tronco”, “Colita” o “Pirata”. Tacuarita ve a las personas, convive con ellas en varios países del continente pero fluye con despreocupación por las voces humanas . ¿Sabrá que algunos lo confunden con la pequeña ratonerita? ¿Y qué de su nombre científico, polioptila caerulea?  Aunque está armado con dos idiomas, es sencillo. En griego,:polios es gris, ptilon, plumaje. En latín, caeruleus es azul. Una perlita gris azulada. Su nombre en inglés rescata la intrepidez de su destreza: Blue Masked gnatcatcher: cazador de mosquitos enmascarado.
La tacuarita sigue saltando de rama en rama mientras el caminante y la muchacha procuran enfocarla con sus celulares. Él intenta un pequeño video. Ella le dispara fotos sin parar. Aparece y reaparece entre las hojas y las ramas y declina en azules y grises los haces y las sombras.
-Mirá, en esa horqueta.
-¿Avispas?
-¡No! Aquel otro es un nido de avispas- dice volviéndose y señalando la cumbre de un árbol del otro lado del camino. 
-¿Y éste?
-Esa tacita es el nido de las tacuaras.
Termina de decirlo y la hembra se posa sobre el nido, como si hubiera advertido que la muchacha no estaba convencida del todo. Luego se mete  y de a ratos asoma la cabecita inquieta.
Es el hogar que construyó la pareja de albañiles de los líquenes al inicio de la primavera.  Trabajaron juntos, procurándose fibras, plumitas, musgos, ootecas, trozos de corteza y pequeñas cerdas que hilvanaron con telas de araña y recubrieron y decoraron con líquenes. Se turnaban: cuando uno edificaba desde el hueco, el otro partía en un pequeño vuelo a buscar materiales. Cuando el enmascarado retornaba, la compañera le dejaba el lugar y hacía su pequeña búsqueda. Cuatro centímetros de profundidad y seis de diámetro fueron suficientes para ellos y los tres huevitos verdosos con pintitas castañas.
Fue un nido con suerte. Si alguien los hubiera molestado, lo habrían dejado para construir otro con rapidez. Pero no fue necesario. Allí nacieron sus pichones, sin plumas, el paladar amarillento y los ojos cerrados. Les llevaban de comer insectos y pequeñas mariposas, hasta que un día, luego de estirar las alas y arreglarse las plumas, se pararon al borde del nido y se decidieron a volar.
El caminante y su compañera se sientan en el banco de un mirador y se muestran las fotos y el video.
-Esperá -dice ella. Presiona con las uñas en su entrecejo hasta quitarle un pequeño punto negro.
-¡Duele! -protesta él sonriendo.
-No exageres.
 Le frota el pulgar por la piel como si tuviera la magia de quitarle la mácula. Luego le acaricia la sien y se besan.
En el nido, el enmascarado se entretiene quitando pequeños piojitos del cuello de su compañera. Detrás, en el bañado, tres coipos retozan en el agua espesa. El frío de la mañana ya se ha esfumado y por un instante parece imposible que alguien esté triste en la tibieza de esa tarde de otoño.