viernes, 14 de abril de 2017

TACUARITA AZUL


El cazador enmascarado da dos saltos breves, rodea la rama del garbancillo y se cuelga cabeza abajo mirando hacia el racimo de drupas para atrapar una pequeña araña de un disparo certero de su pico, sin dejar huellas en la fruta amarilla. No es un héroe solitario. Él recorre los árboles y arbustos pequeños de la reserva con su compañera, que es un poco menos azulada y prefiere no llevar antifaz.
-¡Mirá, mirá!- dice el caminante del sendero a la muchacha que lo acompaña.
-¿Qué?
-Ahí, entre las ramas. ¡Una tacuarita!
-Una ratonerita.
-No, no son iguales. La tacuarita es azulada. ¡Y tiene un antifaz!
¿Sabrá el piojillo saltarín que lo llaman tacuarita azul? Los perros callejeros o los de los pueblos de mar tienen el sencillo don de responder a varios nombres y darse por aludidos ante voces tan diversas como “Tronco”, “Colita” o “Pirata”. Tacuarita ve a las personas, convive con ellas en varios países del continente pero fluye con despreocupación por las voces humanas . ¿Sabrá que algunos lo confunden con la pequeña ratonerita? ¿Y qué de su nombre científico, polioptila caerulea?  Aunque está armado con dos idiomas, es sencillo. En griego,:polios es gris, ptilon, plumaje. En latín, caeruleus es azul. Una perlita gris azulada. Su nombre en inglés rescata la intrepidez de su destreza: Blue Masked gnatcatcher: cazador de mosquitos enmascarado.
La tacuarita sigue saltando de rama en rama mientras el caminante y la muchacha procuran enfocarla con sus celulares. Él intenta un pequeño video. Ella le dispara fotos sin parar. Aparece y reaparece entre las hojas y las ramas y declina en azules y grises los haces y las sombras.
-Mirá, en esa horqueta.
-¿Avispas?
-¡No! Aquel otro es un nido de avispas- dice volviéndose y señalando la cumbre de un árbol del otro lado del camino. 
-¿Y éste?
-Esa tacita es el nido de las tacuaras.
Termina de decirlo y la hembra se posa sobre el nido, como si hubiera advertido que la muchacha no estaba convencida del todo. Luego se mete  y de a ratos asoma la cabecita inquieta.
Es el hogar que construyó la pareja de albañiles de los líquenes al inicio de la primavera.  Trabajaron juntos, procurándose fibras, plumitas, musgos, ootecas, trozos de corteza y pequeñas cerdas que hilvanaron con telas de araña y recubrieron y decoraron con líquenes. Se turnaban: cuando uno edificaba desde el hueco, el otro partía en un pequeño vuelo a buscar materiales. Cuando el enmascarado retornaba, la compañera le dejaba el lugar y hacía su pequeña búsqueda. Cuatro centímetros de profundidad y seis de diámetro fueron suficientes para ellos y los tres huevitos verdosos con pintitas castañas.
Fue un nido con suerte. Si alguien los hubiera molestado, lo habrían dejado para construir otro con rapidez. Pero no fue necesario. Allí nacieron sus pichones, sin plumas, el paladar amarillento y los ojos cerrados. Les llevaban de comer insectos y pequeñas mariposas, hasta que un día, luego de estirar las alas y arreglarse las plumas, se pararon al borde del nido y se decidieron a volar.
El caminante y su compañera se sientan en el banco de un mirador y se muestran las fotos y el video.
-Esperá -dice ella. Presiona con las uñas en su entrecejo hasta quitarle un pequeño punto negro.
-¡Duele! -protesta él sonriendo.
-No exageres.
 Le frota el pulgar por la piel como si tuviera la magia de quitarle la mácula. Luego le acaricia la sien y se besan.
En el nido, el enmascarado se entretiene quitando pequeños piojitos del cuello de su compañera. Detrás, en el bañado, tres coipos retozan en el agua espesa. El frío de la mañana ya se ha esfumado y por un instante parece imposible que alguien esté triste en la tibieza de esa tarde de otoño.

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