jueves, 27 de agosto de 2015
NADA
Es noche.
Nunca antes a esta hora
hubo tanto silencio
en mi cabeza.
Aquellas buenas palabras
se fueron de mí.
Lo que supe
se desdibuja en brumas.
Miro a ninguna parte.
No tengo idea
ni plan
ni corazonada.
Le pregunto a mi alma
y no acierta
a insinuarme
nada.
sábado, 22 de agosto de 2015
BUBY JUEGA BACKGAMMON
Buby
juega backgammon sola en una habitación fría. En realidad, no sé si juega sola.
Temo que juegue sola. No tiene tablero ni cubilete ni fichas ni dados. Buby
juega backgammon por Internet. Sé que
juega porque me lo ha contado varias veces. Y temo que lo haga sola porque
cuando me habla de sus rivales me pregunto si en realidad no está jugando
contra un programa. Los identifica por su nacionalidad, como si participara de
un campeonato mundial. Dice que el más difícil es un inglés. “A los demás les
gano siempre, pero con el inglés es difícil. Me ganó dos veces y yo tres”.
Cuando empezó con este pasatiempo, hace más de medio año, no sabía jugar al
backgammon. Me contaba que ganaba siempre muy rápido, hasta el día que nos
dimos cuenta que había entendido el juego al revés: la celeridad tenía que ver
con que perdía. Pero aprendió. Ahora es una experta, que lleva acumuladas horas
y más horas, sentada frente a la computadora en la habitación fría. Fría y
húmeda. Sé que es fría y húmeda porque es el cuarto de adolescentes de mi
hermano y mío. No es una particularidad de ese ambiente. Toda la casa es
húmeda.
Buby
vive sola en esa casa fría y húmeda. Es la casa que levantaron ella y Oscar
hace casi cincuenta años, cuando Oscar hizo prevalecer su empecinamiento al razonamiento
de Buby y en vez de comprar el terreno cerca del centro de Lomas terminaron
eligiendo el barrio San José. La casa en la que crecí, sobre la calle La Pampa , que hoy como hace
cuatro décadas se sigue inundando apenas la lluvia se lo propone. Buby vive
sola desde que Oscar murió una tarde de hace más de cuatro años, cuando conversaba
con ella y Horacio en su habitación del Hospital Naval y el aneurisma de aorta
por el que aguardaba se decidieran a operarlo explotó. Horacio, el primo de
Buby, fue quien los presentó en los tiempos de fútbol y bailes en el club
Carcaraña de la Boca.
Horacio , el hijo de José y Victoria, en el principio y en el
fin de la historia de amor de Buby y Oscar. Una historia en la que nunca
jugaron backgammon.
Buby
y Oscar jugaban damas. Jugaban en la cama de su habitación, aun antes de que
Omar naciera, cuando yo aun no podía entender el juego. Oscar ganaba más veces
que Buby. Pero cuando ella lograba soprenderlo, se armaba la discusión. “Hablás
tanto que me distraés”, o “me ponés nervioso”, eran algunas de las frases con
que iba subiendo el tono. A Oscar no le gustaba perder a las damas con Buby.
Oscar
jugaba ajedrez, Buby no. Ella siempre le reprochaba no haberle enseñado. Ni
ajedrez ni a conducir. Buby siempre quiso jugar. Oscar se despidió de los
juegos demasiado rápido. Nos enseñó a jugar ajedrez a Omar y a mí, pero era
difícil convencerlo de sentarse frente al tablero. A los treinta y pico ya no
jugaba al fútbol, a excepción de la media hora que corría en el asado de fin de
año del taller donde trabajaba. Oscar, de buen oído para la música y las
palabras y de buena lógica para pensar, siempre fue propenso a replegarse hacia
un tiempo que no volvería nunca. Buby se moría de ganas por alimentar
revoluciones, para Oscar era más que suficiente ayudar desde atrás a los
muchachos. Ella tenía avidez por el mundo. El la prefería en casa. Allí está
sentada, en la habitación fría y húmeda de la casa aun erguida en el lugar del
mundo que Oscar prefirió. Sin salir, jugando backgammon.. Por la Internet , en su refugio
de casi siempre.
Buby
no solo juega backgammon cuando está sola. Fuma, corta el pasto, le da de comer
a Clifford, reniega con los vecinos por la basura de la calle, va a la pileta
con sus amigas, vela por las letras frágiles y pequeñas de Malena, baja de Ares
temas de Calle 13, discute con Janá, chusmea con Beba, llora con Fagner o con
el Polaco, se enciende con Miguel de Molina o Los Redondos, detecta hasta el
último artículo que me menciona en Internet, habla con Felipe, camina con sus
pasos ahora breves la cuadra que la separa de Omar, chequea la situación de
alguna jubilación en la autopista informática de ANSES, le da una mamadera a
Juanita, conversa vaya a saber de qué con Paula, desnuda a una persona mirando
su letra, se banca los chuchos de frío cuando se le termina el Hart, relee El derecho penal del enemigo, prepara
bandejas interminables de sambusa que poco después devoraremos en segundos o
aguarda en silencio que el teléfono se apiade de su soledad y suene. Esas y
muchas otras cosas.
Pero
ahora, Buby juega backgammon sola en una habitación fría que aun tiene en sus
paredes los posters de nuestra juventud: el afiche de Seru para la presentación
de bicicleta, un Lennon herido de muerte que alguien dibujó para la revista Hurra,
un afiche de la compañía de mimo de Angel Elizondo, una boleta de las
elecciones para el centro de estudiantes en que fui candidato en el 84 y un
afiche de Alende presidente, para que
todo cambie.
Omar
y yo ya no somos esa vida, aunque una vez por semana volvamos a entrar a esa
pieza. Buby juega backgammon sola junto a los restos de una vida que ya no es.
De madrugada se dormirá, se levantará despacio por la mañana. Le hablará a
Clifford, encenderá la radio, se dirá algo, se oirá, mirará la cocina sin Oscar
tomando mate y escuchando tangos, se lavará la cara en su casa sin agua
caliente, se preparará un té y verá por donde entrarle ese día a la vida.
Me gusta
verme parecido a Oscar, pero es por Buby que mi cabeza vive paseando por las
palabras. Escribir es mi actitud, pero
seguiré sintiendo que no lo hago del todo bien si no logro contar como ella
sigue adelante a pesar de todo, si no sé decir el ánimo que late en la mirada
encendida de esa mujer que en la madrugada juega backgammon sola en una habitación
fría.
lunes, 17 de agosto de 2015
KLIMT
Me critican.
Pero los buscan.
Encuentran falos en mis pinturas
Hasta donde no los dibujé.
¿Qué les puedo explicar?
Lo que pinto me relata.
No me pidan autorretratos.
No hay nada demasiado interesante
para ser pintado en mí.
Pinto mujeres.
Si me buscan en mis cuadros
Quizá añore ser uno de esos niños
En los pechos de sus madres
jóvenes.
Besé muchas veces.
Pero para mi mejor beso
Trabajé horas y días sin descanso
Hasta que encontró su luz
Y su piel.
“Emile”
Dije en mi lecho de muerte.
El beso póstumo que no fue.
PASAJERO FUGAZ
Intento
elegir mirando hacia el cielo
un pequeño
planeta pasajero en su giro
de una
estrella en un millón de fuegos
multitud de
soles en la noche respiro.
Callado en
lo oscuro me vuelvo tan lento
Que veo como
se mueve al oeste mi casa
como una
manecilla de las horas al viento
La quietud
no existe cuando la vida pasa.
Y
aprendiendo el don de la lentitud extrema
Sonriente te
evoco en la tarde ya ida
Respiro
tan calmo que mis ojos en vigilia
Acuden
veloces al lugar en que se quema
El milagro de
tu entrepierna bien herida.
Se mece y me
marea la luz por su mirilla.
Así
iluminado desde que me hiciste reír
Ahora que
tengo un jardín que me tiene
Y desde cada
brizna me pide verlo morir
Como si yo
no supiera que él verá mi muerte.
Pero quizá
ignore que desperté en tu sueño
Abrazado a
ti en medio del marrón del río
Y tu boca me
cobijó con un beso pequeño
Para luego enseñarme a no morir de frío.
Ahora que la
furia de una luz herida
Alumbra la
fragilidad de nuestro abrazo
Hasta con
los dedos puedo mirarte
Porque no
hay otro viaje que el de ida
No habrá río
que ignore estos pasos
que hallan
su rumbo sólo con nombrarte.
domingo, 16 de agosto de 2015
EL LLANTO DE MI OJO DERECHO
Un día mi ojo derecho comenzó a
llorar.
Pensé que era conjuntivitis o
algo por el estilo y probé con todo tipo de colirios.
Pero no hubo caso. Su llanto no
cesaba.
Pensé que quizá se trataba de
alguna pena. Pasé revista a todos mis dolores. Eran tiempos difíciles. Aún
vivía mi padre. Mi hermano había armado un club del trueque. Yo no tenía ni
hijos ni casa. Recuerdo que pensé en todo tipo de quebrantos. Desde los más
triviales hasta los más profundos. Hubiera podido llorar por cualquiera de
ellos. De hecho, varias de esas penas alguna vez me habían arrancado el llanto.
Pero nunca de un solo ojo. Ninguna explicaba que llorara sólo del ojo derecho.
¿Acaso la razón tenía que ver con
el lado izquierdo del cerebro? Me hice experto en hemisferios cerebrales y por
un momento creí estar cerca de la respuesta. Al parecer, el hemisferio
izquierdo del cerebro controla el lado derecho del cuerpo y viceversa. A su
vez, descubrí que el derecho es el de las imágenes y los sentimientos, mientras
que el izquierdo se encarga del lenguaje y las matemáticas.
La búsqueda me puso cara a cara
con una idea literaria. Pensé en un niño que lloraba todo el tiempo del ojo
izquierdo. Algo en lo que le tocaba ver
en el mundo hacía que su hemisferio derecho hiciera llorar a su ojo izquierdo, mientras
el otro hemisferio, comprendiendo cada paso de la vida con rigor lógico, nada
le pedía al ojo derecho. No era mala la idea, pero nunca avancé en la escritura
de esa historia, porque lloraba el ojo derecho y no el izquierdo, y su llanto
permanente me sacaba las ganas de escribir.
Pasaron días, semanas, meses tal
vez.
Hasta que al fin accedí a hacer
algo a lo que me había negado a pesar de la insistencia machacona de varias
personas.
Fui al oculista.
A la oculista. Porque era una
oftalmóloga. Tenía el pelo negro, una sonrisa tranquilizadora y cuando cruzó el
pasillo frente a la sala de espera diciendo mi nombre casi me enamoro. La
saludé nervioso, me senté dónde me indicó y se sentó frente a mí, aparato
oftalmológico de por medio.
Ella miraba mi ojo para averiguar
por qué lloraba. Yo la miraba a ella y no podía creer que ante sus ojos el lado
derecho de mi cerebro no hubiera hecho cesar el llanto al verla.
“Tenés astigmatismo”- me dijo.
Me agradó que me tuteara. Recordaba
la palabra, aunque había olvidado la diferencia entre astigmatismo, miopía o
presbicia.
“Ah”, respondí un poco abobado.
“Tu ojo derecho llora porque tiene
que esforzarse cada vez más para compensar la visión borrosa de tu ojo
izquierdo”.
Cerré el ojo derecho y la miré.
Seguía siendo hermosa, pero pequeñas
brumas volaban en su nariz y no lograba percibir el énfasis de su mirada. Cerré
el ojo izquierdo y abrí el derecho.
“Tenés que usar lentes”, dijo obsequiándome
una sonrisa piadosa.
Comenzó a escribir las recetas y
la imaginé sentada en su pupitre en la escuela secundaria.
“¿Ningunas gotas?”
“Ninguna. Hacete los lentes y no
vas a llorar más”.
Le sonreí y me fui rápido, porque
me di cuenta que me había emocionado un poco y estaba llorando de los dos ojos.
Nunca más volví a verla. Y mi ojo derecho no volvió a llorar en soledad.
LABOLITA, DURET Y NÉSTOR
La noticia informa que la justicia otorgó al genocida, Alejandro Guillermo Duret, permiso para salir del penal de Marcos Paz y asistir a un bautismo en el barrio porteño de Recoleta este domingo. No es descabellado pensar que se trate de una provocación deliberada. Alejandro Duret fue el responsable de la desaparición de Carlos "Chiche" Labolita, a quien atrapó utilizando como señuelo a su padre. En la madrugada que siguió al golpe del 24 de marzo de 1976, el teniente Duret, que había tomado el mando de las Flores, detuvo al padre de Labolita, con su militancia en la docencia gremial como excusa. Pero su verdadero objetivo era Chiche, quien junto a su compañera Gladys, ante la inminencia del golpe, había compartido pensión para refugiarse junto a Néstor y Cristina Kirchner.
Quienes otorgaron el permiso a Alejandro Duret no ignoran esta situación y no creo que se trate de una decisión estrictamente jurídica. La siento como una provocación, como una burla.
Por eso me animo a compartir dos fragmentos de mi novela "24/3/76, Historias de un día", que tienen que ver con cómo vivieron Carlos Labolita, su padre y el teniente Duret aquel día.
“Papá” se dice. Teme por él. Le habla a la distancia. Lo nombra. Le pide. “Andate, no te quedes allí” ¿Cuántas veces de niño lo invocó para que viniera en su ayuda? Sin embargo, ahora siente que es él quien debe acudir. Sabe que su padre no se irá. “Nadie me puede hacer nada porque nunca hice nada malo”. Ese es el razonamiento que mantiene al padre en el pueblo. No entiende que no alcanza, que estar libre de culpas no lo libra del peligro que se viene. Aunque no ha hecho más que abandonar la pensión y no tiene rumbo claro, Carlos camina hacia él. “No vayas a Las Flores”, es el consejo que el flaco le dio más de una vez. Pero irá. Aun ahora, que no tiene certeza de lo que hará en media hora, está decidido a ir.
El teniente y el docente marxista
“Ésta es la casa”, dijo uno de los policías frente al 676 de la calle Roca.
El teniente asintió. Hizo un gesto y los hombres uniformados bajaron y se prepararon para entrar. Una casa de pueblo. Reabrió en su memoria los papelitos de sus órdenes encriptadas. “Actividad docente y promoción de la teoría marxista”. Por eso buscaban al padre. También buscaban a su hijo, “vinculado a la actividad terrorista”.
Alejandro Duret tenía 23 años y había sido un estudiante brillante en la escuela de oficiales. Pero ahora, teniente con olor a subteniente, tenía un pueblo bajo su mando. Había estudiado una historia militar que muchas veces se magnifica, se llena de heroicidad, de horror o se mira desde las alturas como quien espía una partida de ajedrez. Pero su tarea parecía bastante más sencilla que la complejidad que trasuntaba el clima bélico que imperaba en esos días. Ya le había dejado en claro a los policías en la comisaría de Las Flores quién estaba al mando. Ahora sólo tenía que hacer salir al docente marxista de su casa y detenerlo.
Eran casi las dos de la madrugada y hacía menos de tres horas que Carlos Labolita estaba en su hogar. Había terminado de dar clases en la escuela de Las Flores cerca de las once de la noche. Era un ferroviario que pudo estudiar gracias a la flexibilidad horaria que instauró Perón para los que se capacitaban. Así devino profesor de filosofía y navegaba con sus reflexiones acerca de la naturaleza humana en las turbulencias de aquellos días difíciles. “¿Aquí no hay sindicato?”, preguntó apenas empezó a dar clases en esa escuela. En el ferrocarril había sido miembro de La Fraternidad, y al ver que los docentes no tenían representación se puso a organizar el gremio. Así conoció a Alfredo Bravo, quien lo guió para armar un sindicato con un centenar de afiliados. Después todo empezó a complicarse. La noche anterior había escuchado el llamado de Oscar Alende a respetar las instituciones y aunque se sintió conmovido, no tenía demasiadas esperanzas en que lo oyeran. La alegría con que vivió en los primeros tiempos la militancia de su hijo fue convirtiéndose en preocupación. No es sobrenatural ni hace falta telepatía para que dos personas que se quieren se piensen. Aquella noche dio la clase respirando la intranquilidad de sentir a su hijo en peligro. A cientos de kilómetros, el muchacho también pensaba en él. Padre e hijo, unidos en la angustia del uno por el otro. A la madrugada, cuando golpearon la ventana, se ilusionó por un instante con que fuera él. Pero quienes llamaban eran efectivos del Ejército. Al abrir la puerta tenían frente a sí a cinco o seis militares, que le informaron que venían a buscarlo por averiguación de antecedentes y lo sacaron de la casa. Ya en la calle, Carlos advirtió que había más de treinta milicos en varios vehículos. Por un instante su mirada se cruzó con la de un oficial rubio que parecía estar al mando del operativo. En la esquina lo encapucharon, lo subieron a un camión del Ejército y lo llevaron a la comisaría.
“No”, respondió cortante cuando le preguntaron si su hijo era montonero. Siguió respirando olor a betún cuando terminó el interrogatorio y lo dejaron solo en el calabozo.
martes, 11 de agosto de 2015
LA VACA DE HUMAHUACA Y LOS DOS VEGANOS
Una vaca lechera que venía de la quebrada de Humahuaca y había cruzado el mar con una tortuga de Pehuajó, se apareció en el desierto frente a dos beduinos veganos, que llevaban varios días sin comer ni beber.
-¡Mala leche!- dijo el de túnica.
-Sí…-respondió su compañero mientras perdía la mirada en los ojos inexpresivos de la vaca.
“¿Y si nos hacemos vegetarianos?”, pensaron ambos.
Por más de dos horas caminaron por el desierto la vaca de Humahuaca y los dos veganos.
-¿Aquél no es el Nilo?-dijo la vaca.
-Ni lo sueñes.
Pero esa pequeña ilusión les sirvió para seguir caminando.
lunes, 3 de agosto de 2015
LUNA DESVELADA
Se dio a la
madrugada empecinado en extrañarla
Y la buscó
en lugares donde sabía que no estaba.
Anduvo
hasta la hora de las caras sin alma
Soñándola en
una acequia de agua de montaña.
Renació sin morir y sus piernas empecinadas
Encontraron
las veredas de una buena mañana
Y aunque
borró los rastros de la noche de angustia
se dejó de olvido en el cielo una luna desvelada.
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