sábado, 21 de marzo de 2015

Un ángel y una copa de champán


La puerta se cerró. Sobre la mesa pequeña, junto al balde con la botella vacía, quedó una copa de champán. La pareja subió al auto en la cochera. Dos mujeres con delantales celestes entraron en la habitación. Echaron un vistazo rápido. La más gruesa avisó por teléfono a la conserjería que todo estaba en orden. La más delgada se paró frente a la mesita, vaciló un instante y se bebió de una la copa de champán.
“Está caliente”, pensó mientras arrugaba la nariz y daba una pequeña sacudida con la cabeza. Se volvió y quedó al pie de la cama. Con la mejilla apoyada sobre las dos manos unidas como en un rezo, vio descansando sobre el lecho una mujer desnuda.
Tuvo el impulso de  darle un toquecito en el hombro. Pero se quedó contemplándola y la habitó el deseo de sentarse a su lado y acariciarle la cabellera negra.
Cerró los ojos por un instante, dio un suspiro y la mujer se evanesció. Se inquietó, quiso hacerla presente para que no se esfumara de su memoria. Subió desde los pies hasta las pantorrillas blancas, acarició la pendiente de sus muslos, vislumbró la misteriosa hospitalidad de su entrepierna y luego trepó a las curvas de sus caderas para mecerse en la graciosa redondez de su cola. Saltó hasta la estrechez de la cintura y desde allí surfeó hasta llegar a la cresta de su espalda para ser grumete del discreto velo que los párpados tendían a la incógnita de sus sueños.
-¡Dale, flaca! –protestó su compañera.
-Vicky… -dijo sin dejar de mirar la cama vacía.
-Qué…
-¿Alguna vez estuviste con una mujer?
-¿Qué?
-Ya me oíste.
-No. Bah, tenía una tía que me manoseaba cuando era chica. Pero ya se murió.
-Yo nunca.
-Bueno, si tenés ganas de empezar no va a ser ahora. Ayudame a hacer la cama. ¡Y levantá ese forro!
El auto avanzaba lento hacia la salida. El hombre soltó la palanca de cambios y acarició la pierna izquierda de la muchacha. Ella dejó de dormitar y se desperezó.
-¡Ay! –dijo sonriendo.
-¿Qué?
-No sé. Me volvió el alma al cuerpo.
-¿Y dónde la habías dejado?
-En la cama, descansando de tu lengua. –dijo sonriendo. Luego volvió a bajar los párpados. Él siguió manejando sin dejar de mirarla. La vio tan frágil en su belleza que temió que se esfumara ante sus ojos como un sueño. Le dolía la base de la lengua. Recordó la canción de Spinetta.
-Si quiero te toco el alma- murmuró mientras acomodaba el auto junto a la ventanilla de la caja.