martes, 5 de enero de 2021

SUEÑOS DE GOLONDRINAS

 


Felipe se mece en una hamaca paraguaya y mira hacia el techo de una casa vecina. Allí, entre las chapas y el tirante, bajo la sombra del tanque de agua, descubre una golondrina que da de comer a sus pichones en el nido. En esa hendija improvisó la canastita para su cría, luego de volar miles de kilómetros desde el norte hasta llegar a La Costa. 

"Un ranchito borracho, de sueños y amor, quiero yo". Ramón Ayala contó desde la respiración del río la vida y el sueño del cosechero que va en busca del sustento rumbo al algodón. El nombre de estas aves incansables e inquietas ha sido elegido para denominar el trabajo de quienes migran de cosecha en cosecha.

¿Y por qué migran las golondrinas?

Hasta diez mil kilómetros hacia el norte volarán en otoño las que viajan a México o Estados Unidos, 200 km por día a 60 km/h.

Podriamos decir que ellas también hacen su periplo para ganarse el sustento. Es que sólo e alimentan de insectos en vuelo. Mosquitos, moscas y alguaciles son parte de su dieta. Con la llegada del otoño la presencia de insectos en el aire disminuye y esa escasez las obliga a volar hacia zonas más cálidas. 

Vuelan para no morir de hambre y construyen sus nidos en lugares como esa hendija en el techo que no dejamos de mirar.

Cada nido de golondrina está realizado en base a pequeños bocaditos de barro transportados en su pico. Toman un pedacito de barro, lo “mastican” bien y lo depositan cuidadosamente en el nido en construcción. La parte más baja del nido tiene paredes más gruesas que irán adelgazando según ascienden: un rancho de envidiable diseño. 

Lo construyen en pareja y pueden realizar más de 5.000 viajes entre el lugar en el que consiguen el barro y el lugar de construcción del nido, durante las dos semanas que lleva la obra. Si todo sale bien, al siguiente año volverán a ese nido, que conviene no destruir, pues repetir ese esfuerzo formidable para construir uno nuevo podría retrasar el nacimiento de las crías, que necesita darse en el momento de mayor disponibilidad de insectos.

Seguimos a la golondrina hasta donde nos da la vista en su vuelo inquieto. La vemos espantar a un chimango. La perdemos de por unos instantes. hasta que regresa y se mete en el nido. Nuestros ojos no se apartan de la hendija oscura. Es una mañana de verano con algo de viento.

-¡Mirá mirá!- exclama Felipe. Dos pompones grises emergen del techo, extienden las alas y se pierden en el cielo persiguiéndose.

Con un largavistas hemos visto antes las cabecitas de sus pichones.

En ese ranchito el sueño de las golondrinas se mantiene vivo.