lunes, 29 de enero de 2018

ARTESANOS DE LA UNIDAD


Están quienes descreen de la unidad como un laborioso acuerdo de diversos. Creen que hay que generar una identidad política clara desde la cual enfrentar al gobierno y qué, cuando llegue la hora de la definición y predomine en la sociedad el hartazgo sobre la esperanza, será esa identidad política la que estará en condiciones de derrotar al macrismo. La principal figura que expresa esa lógica y, hasta aquí, la principal dirigente de la oposición en términos de conocimiento y posible respaldo electoral, es Cristina Kirchner.
Otros, en cambio, creen que la unidad es un desafío imprescindible y que el liderazgo de Cristina conduce a una nueva derrota. Recuerdan la sucesión de traspiés electorales, señalan que la ex presidenta tiene, en términos de posible intención de voto, el “piso muy cerca del techo” y señalan no sólo que no ha mediado una autocrítica seria, sino también que no existe ni vocación ni convicción por sanar heridas y tender puentes en pos de la unidad.
También están los que apuestan. Tienen una identidad y una historia peronista, con las contradicciones que eso puede suponer, pero ante esta nueva realidad miran lo que sucede y no quieren volver a equivocarse. Ven a Cristina como un problema, ven al peronismo en una dispersión difícil de revertir, les gustaría tener otro nivel de diálogo y de acuerdo con este gobierno pero cada vez advierten con más fuerza que tarde o temprano los arrasará. No descartan nada, hacen gestos contradictorios y esperan.
Tres párrafos. Tres pinceladas gruesas que pueden incluir a muchos pero que seguramente dejan afuera algunos otros. Tres breves descripciones que soslayan adrede la heterogeneidad que se alberga en cada uno de ellos y los cambios que puede llegar a deparar la versatilidad de algunos protagonistas.
En estos días, atacado por el gobierno, Hugo Moyano afirma que Cristina debe estar. Surge un espacio de diálogo que nuclea a referentes kirchneristas, randazzistas y del massismo, pero que a su vez es cuestionado por distintas voces, algunas desde el anticristinismo, otros desde la fidelidad a la ex presidenta.
Un grupo de intendentes estrenan su nuevo rol de conductores del peronismo bonaerense e interlocutores ante el gobierno y empiezan a encontrar dificultades. No será fácil llevar a todas y todos a los lugares que propongan. Y en esa tarea, no parece asomarse un liderazgo capaz de aglutinar expectativas crecientes para lo que viene. ¿Un candidato a gobernador en abril? Los primeros nombres empiezan a ser expuestos al riesgo de desgaste.
Si esto fuera un test o una encuesta y los párrafos sirvieran para ubicarnos,  estoy entre los del segundo párrafo. Si se pregunta a quienes están en ese espacio cuál es el principal problema que afrontan, probablemente dirían que es la falta de un liderazgo capaz de expresar esa visión de la realidad y de aglutinar al conjunto con perspectivas de derrotar al macrismo.
Sin embargo, quizá haya otro mayor, común a los tres grupos. Sus  protagonistas no parecen tener aún conciencia suficiente de la gravedad de lo que sucede y aunque dialogan, tienen más desconfianza que ganas de oírse. Entienden lo de la unidad, pero en sus comportamientos está claro que cada uno atiende su juego y que atender el juego propio tiene a la unidad como una posibilidad y no como eje. Y cuando cada cual atiende su juego, quien más posibilidades tiene de regular, condicionar y operar sobre esos distintos juegos es el gobierno.
Pero además, esos juegos no tienen registro de lo que sucede en la sociedad. Si todos se reúnen con encuestadores, hacen o miran focos, conversan con pensadores, ¿por qué sólo consiguen de eso conclusiones de coyuntura, de aliento corto, de posicionamiento ocasional?
En los barrios, en los trabajos, en las rutas, en las playas, en los valles, en los ríos, en los barcos, en los trenes, en los aviones, se mueven miles de personas a las que no estamos consiguiendo decirles algo que los involucre.
El capitalismo en esta etapa neocolonial sigue avanzando en desterrar  la concepción y los derechos propios de la etapa del bienestar. Nuestros jóvenes casi ni imaginan la posiblidad de un empleo estable y están obligados a vivir y sobrevivir en una realidad económica y laboral frágil y cambiante. Viven esa vida, se piensan en ella y cada vez están más lejos de muchas de las cuestiones por las que luchamos, que parecen ajenas al mundo que viven. Como en Blade Runner, corremos el riesgo de ser barridos fuera de la historia y puede que éste sea uno de nuestros momentos más difíciles.
¿Qué entendió Moyano? Que los que vamos por todo no somos nosotros. Que los que vienen por todo, son ellos. Se están cargando la realidad que expresan los protagonistas de cada uno de esos tres párrafos del inicio. Entonces, sin unidad, no hay salvación para ninguno ni ninguna.
Paciencia, tesón, diálogo, trabajo y lucha. Necesitará mucho de eso una construcción plural que no proscriba a nadie. No es imposible.
“El vacío y la política no se toleran. Es el Pueblo el que resolverá esto”, dice Raúl Zaffaroni. “Francisco nos convoca a ser artesanos de la unidad”, dice Marcelo Riera, expresando el entusiasmo de medio millar de representantes de organizaciones sociales  que viajaron a Temuco al encuentro del Papa. 
Artesanos de la unidad. Es eso: un arte que depende de nuestras manos. La razón populista tiene que encontrar su mejor voz para esta etapa de la historia.

martes, 23 de enero de 2018

UN HOMBRE SOBRE RULEMANES



Un hombre sin piernas tocó a mi puerta para venderme un cesto metálico para la basura. 

El timbre sonó y me asomé  sin usar el portero eléctrico. Frente a la puerta de calle me encontré,  a la altura de la cerradura, con la mirada de un tipo parecido a Carlos Santana que se sostenía erguido sobre una tabla con cuatro ruedas de rulemanes, como los cartings que nos inventábamos cuando éramos niños.
-Ya tengo un cesto- dije señalando con los ojos el armatoste de hierro  plantado junto a un poste telefónico . Tenía espacio para dos bolsas de consorcio  llenas y tapa para evitar que las rompan los perros.
Los que él ofrecía los llevaba un chico de no más de doce años en el canasto de un triciclo de reparto. Eran para bolsas pequeñas y estaban pintados de negro.
- Ya lo ví- respondió con un dejo de amargura. -Pero yo necesito venderlos para que mi hijo pueda seguir estudiando.
Me quedé mirándolo. Es increíble la cantidad de pensamientos que caben en unos pocos segundos. "¿Tengo que tener dos cestos para que estudie el chico? ¿Es justo que me ponga en situación de no poder negarme? ¿Cómo habrá perdido las piernas?  Vende sólo eso, no puedo ofrecer comprarle otra cosa. Ni darle alimentos o un poco de dinero. Está trabajando y no mendigando. Mejor le digo que no y punto".
-¿Cuánto valen?
-Mil. 
Mil. Hace meses que mil no es mucho. Pero dolió  oírlo. ¿Mil pesos por abrir la puerta para que me vendan algo que no necesito? ¿Quién dijo que está bueno quedarse en casa un sábado?
-¿Le vas a comprar, papá?  - preguntó mi hijo mirándome con ojos de perro triste. Me siguió al verme abrir la puerta y se paró a mi lado lleno de curiosidad. "¿Está bien que él vea la tragedia de este medio hombre?", pensé sin evitar que permaneciera. Llevamos poco más de 4 años en esta casa de Burzaco. Le   caímos bien a la dueña y nos ha renovado el contrato de alquiler  sin problemas. Sólo él y yo vivimos aquí y desde que calmé la curiosidad  de la mujer contándole brevemente nuestra historia, comenzó a cuidarnos con sigilo y a distinguirnos con pequeñas atenciones.
"Pobre, sin su mamita", me dijo una vez en voz baja mientras lo miraba andar en bicicleta por la vereda. La conversación no pasaba de eso, porque no le respondía con más que un suspiro profundo o un gesto de circunstancia. El alquiler es barato y nos permite vivir con los trabajos que hago desde mi casa por la web y con la renta  de nuestra vieja casa, donde no queremos vivir. Así, puedo estar todos los días dedicado a mi hijo. Somos inseparables y nos llevamos bien. 
-Usted me mira sobre mi tarima y se preguntará que pasó con mis piernas -dice y pienso que no quiero que mi hijo oiga esa historia. -Fue un tren- agrega sin darme oportunidad a decir algo-. Las ruedas me partieron al medio. El tren pasó y yo veía mis piernas entre las vías apoyado sobre estas manos. La gente se juntaba a mi alrededor a mirarme y yo pedía a gritos que alguien me mate. Pero no se apiadaron de mí y me salvaron. Ya pasaron veinte años de eso. En aquellos tiempos no hubiera podido imaginar que iba a ser padre alguna vez.
-Terrible.
Me escuché decir esa palabra. Terrible. Pero no estaba impresionado o conmovido, quiza porque vivía bastante insensibilizado. Me preguntaba si la historia era cierta. ¿Por qué la suspicacia? ¿Por qué no creerle sin reservas? Mi hijo no dejaba de mirar al hombre. Él le había creído. Sabía de pérdidas demasiado para su edad.
-Se lo dejamos colocado donde usted diga -insistió balanceándose sobre el carrito al tiempo que apoyaba las manos sobre las baldosas de la vereda-. Mi hijo hace la colocación.  Y se lo dejo a 800.
Para eso era la pala asomada en el triciclo. El niño permanecía de pie junto a él, atento y en silencio. Un niño junto a su padre. Como mi hijo junto a mí. No quedaba más para agregar. Sólo restaba que respondiera si iba a comprar un cesto que no necesitaba. Los dos niños y el hombre sin piernas estaban pendientes de lo que yo fuera a decidir.