domingo, 26 de diciembre de 2021

SUPERSTICIÓN



¿Por qué regó el jardin ayer si sabía que iba a llover? Hasta las personas más prácticas hacen cosas sin saber bien por qué.  Vivimos llenos de cautelas, supersticiones y ritos que no sirven para nada.
Mientras remolonea sentado al volante con el auto encendido, se mira el nudillo que ayer se lastimó  al forzar la manguera reseca sobre el pico de la canilla.
Tarde o temprano tendrá  que apagar el motor y bajar, porque la lluvia no parará.
A veces se asusta del tiempo que podría pasarse mirando como las gotas golpean, resbalan y desdibujan la mañana en la luneta. Así hasta que algo dispara el movimiento en su pecho y arranca como si fueran los últimos instantes del mundo. Acaba de recordar que hace dos semanas o dos meses  dejó tirada una campera para lluvia en el baúl. Ése es el disparador. Al menos por una vez, hacer algo inútil le sirve.
Se la pone apurado,  y ya que tiene capucha se la sube, aunque es grande y casi no lo deja ver. "Sin capucha, que no ves de costado", suele decirle a su hijo cuando andan en bicicleta. Al menos ahora puede mirar el suelo y esquivar las baldosas rotas.
Llega a la esquina, baja apurado a la calle y el claxon de un camión estalla  junto al chirrido de los frenos que no alcanzan a evitar el impacto.
El camionero baja apurado y se acerca a asistirlo.
-Disculpe, fue la capucha- se excusa desde el asfalto.
-Está bien, no se mueva- lo calma el camionero.
Una mujer llama a la emergencia.
Él gira la cabeza, descubre la imagen del Gauchito Gil en el frente del camión y sonríe. Respira hondo. Mueve los dedos de los pies y también los de las manos para ver si los siente. El nudillo lastimado ha vuelto a sangrar.

domingo, 28 de noviembre de 2021

REPOSITORES



 -Mirá si mi papá era pirata que tuvo hijos con mi tía, la hermana de mi maná.  Esos sí que son primos hermanos.

-¿Varones?
- Uno y una. La mujer es Clara, la mamá de mi hijo.
-¿Vos también?
-¡No! ¡Ese era el temor más grande de mi viejo! No quería que yo hiciera la misma cagada que él. Ella quedó embarazada de jovencita. Ell padre nunca apareció.  Jamás  quiso decirnos quien era....
-¿Y tu papá vivía?
- Sí.
-Ah...
-La cuestión es que me fui convirtiendo en el papá de Lucas. Mi tía y mi viejo murieron, mi primo se fue y nos quedamos mi vieja, Clara y Lucas...
-¿Y qué onda, vos y Clara?
-Nada, intocable.
- ¿Y tiene novio o algo?
-Creo que nunca.
-¿Y vos?
-Si. Tengo una hija. Medio que tengo dos casas. Paso a ver a la madre y la nena en la semana y me quedo con ellas los finde.
-¿Clara sabe?
-Nunca preguntaba. Creo que le daba miedo enterarse, pero al final le conté.  Primero se enojó.  "¡Cómo no pensaste en Lucas!", me dijo. Después no volvió a decir más nada. Pero ahora Lucas va creciendo y le quiero contar. Mejor decirle a que se entere. Al fin y al cabo es una hermana.
-¡Y no son primos!
-Dale, boludo...
-Disculpen  muchachos...
-Digame señora.
-¿No queda mayonesa de Precios Cuidados?
-A ver. Acá no veo. ¿Quiere que le traiga?
-Si no es molestia...  Lo espero en la fila.
-Ya vengo.
-Volvé, ¡así me seguis contando!
-¡Yo algo también escuché.
-¡Señora! Está mal escuchar conversaciones ajenas.
-Es que quería pedirles la mayonesa y me enganché.
-Encima él habla fuerte.
-Si, creo que acá en la fila escuchamos varios. ¿Y usted,  que piensa?
-¿De qué?
-Del padre desconocido del chico... El señor pirata estaba vivo...
-¡Señor pirata! ¡Escuchó todo!
-Es una linda historia...
-Usted dice...
-Por lo menos, más entretenida que la mía.  No hago muchp más que venir a comprar acá.
-Y escuchar conversaciones...
-Sí.  Pero todavia me falta tu historia.
-¡Ja! No tengo primos hermanos. Una hija de tres años nomás. 
-Y tu mujer.
-¡Sí, claro!
-Pero no la nombrás. Bueno. Algún día andaré por un pasillo y te escucharé.
-Quizá. Ahí llega su mayonesa.
- Acá está señora. ¿Cuántas quiere?
-Una sola. ¡Muchas gracias!
-No es nada. Cualquier cosa, siempre estamos. Ahora me llevo a mi compañero. Vení, tenemos que sacar cajas para los de la cooperativa.
-Hasta luego señora. ¡No me dijo nada de usted!
-No... Será en la próxima. 

martes, 26 de octubre de 2021

SOLEDADES


 Papá. Sólo yo puedo estar junto a papá.

Tiene 93 años y las mujeres que siempre lo cuidan ya no vienen.
Hablamos, me hace preguntas de mi vida o se queda en silencio mirándome.
Lo paro. Lo llevo al baño. Lo ayudó con su higiene. Le doy de comer. Lo siento frente al ventanal. Le enciendo la TV. Lo acuesto en la madrugada.
No me pesa, no me cansa, no me da impresión hacerlo. Es evidente que ya soy un hombre mayor y él un viejo. Es lo que debo hacer ahora.  No hay recuerdo que pueda cambiar eso.

Al día siguiente empieza la fiebre. Se queja del dolor de cabeza. Llamo a los números de emergencia.
Llegan cuando empieza a oscurecer.
Lo revisan, lo interrogan. Por momentos no entiendo qué les responde.  Está bien peinado: lo bañé por la tarde para bajarle la fiebre.
"Lo tenemos que internar", me dicen. Y allá vamos.

☆ ☆ ☆

Una de las mujeres que lo cuidaba dio positivo.Lo más probable es que él también.  Ahora estamos en la habitación de un hospital, con un televisor alto y una ventana pequeña.
Tose sin fuerza. Me doy cuenta que le cuesta respirar.
"Lo vamos a tener que llevar a la terapia", me explican al día siguiente. Me dicen que puedo acompañarlo hasta allí, pero no puedo quedarme. Insisto, pero no.
"¿Y qué le voy a decir? ¿Que  me voy, que no volveré y que tendrá que morirse sólo?"
El médico me mira sin responderme. No hay nada que él pueda hacer para ayudarme y sólo aguarda que yo encuentre mi respuesta.
Miro a mi padre y recuerdo el día que me dijo que había muerto nuestro perro.
"Lo atropelló un auto y ya no lo volveremos a ver. Está muerto". Me lo dijo con serenidad y sin dejar de mirarme. Yo estaba muy triste, pero me hizo sentir bien que me hiciera parte de la verdad.
"Papi, te tengo que saludar", le digo una vez que lo ubican en la UTI
"¿Te vas?"
"Sí, no me dejan quedarme. Quisiera estar a tu lado..."
"No te preocupes. Todas las personas mueren solas."
Otra vez la verdad. Le beso la frente y le acomodo el pelo. Así me saludaba él cada noche.
Me acerco a la enfermera. Le dejo un celular con un cargador. 
"Tranquilo, lo tendré al tanto".
Recuerdo la primera vez que me quedé a dormir en casa de un amigo. Papá tuvo que venir a buscarme en la madrugada.
"Me duele la panza", mentí aquella vez.
Ojalá encontrara ahora una excusa para quedarme a su lado.

☆ ☆ ☆

Soy enfermera.
Un tumor ne hizo dejar el trabajo hace añios. Me llevó bastante tiempo reponerme y después tuve que conformarme con trabajar en seguridad.
Así hasta que la pandemia me dio la oportunidad de  volver a lo mío. Llevo semanas trabajando en la UTI del hospital.
Tengo fiebre y dolor de cabeza.
Al terminar la guardia pediré que me hisopen.
Supongo que me dará positivo. No diré  "por qué a mí". Si me toca, me toca. Sólo tendré que aislarme, recuperarme y volver. Quiero estar acá.
Miro al anciano postrado boca abajo y recuerdo el teléfono que me dejaron. Lo tengo enchufado a la pared, sobre la mesada. Lo tomo y deslizo un dedo por la pantalla. Voy a la aplicación. Elijo el contacto del hijo y escribo.
"Hola. Soy la enfermera".
El tilde celeste se enciende.
Veo que escribe.
No espero a que  termine y comienzo a grabarle un audio. Me siento rara escribiendole desde un teléfono ajeno.
^Por las dudas, le comparto mi contacto".

☆ ☆ ☆

Me duele la espalda.  Adentro, como un estallido. No soporto  más estar acostado. Me voy a dar una ducha.
Vino bien el calefón eléctrico que nos trajo el patrón.  La verdad que aislarme acá es mejor que irme a  casa. Allá somos siete en dos piecitas y una de mis hijas tiene asma.
Si puedo voy a tratar de terminar ese placard. Trabajar me cansa, pero tampoco puedo estar todo el día tirado. Nos dejaron un mazo de barajas y estuvimos jugando un rato a la noche. Pero truco de a dos, aburre rápido. Lo mismo que el metegol.  Se extrañan los partidos del mediodia, la pelota golpeando contra el metal del fondo del arco y el griterío de los muchachos.
Mal que mal, con la venta virtual, había empezado a moverse y teníamos trabajo.
Desde que estamos aislados, el taller cambió.  Ya no viene el Roña a charlar y a cebar mate. Si nos contagiamos todos, seguro que el mate tuvo que ver. Y ahora que lo pienso, el patrón nunca tomaba. Zafó,  pero parece que se  contagió el padre. Esta mierda anda por todos lados.
Está linda el agua. Me hace bien este vaporcito que se junta. Ojalá se me pase de una vez este puto dolor de cabeza.

☆ ☆ ☆

Leo. Una amiga comparte la muerte de su padre. Mejor dicho: ahora que su padre ha muerto comparte su vida.
No sabía que ella podía escribir así. Puede que ella tampoco. En estos cinco minutos he descubierto más cosas de su vida que en todos los años que lo conozco.
¿Qué pondría yo si tuviera que contar la vida de mi padre? No sé.  Intubado y agonizante, aún sigue. Sé que creció en conventillos y que cazaba pajaritos con red.  Que dejó la secundaria porque los amigos también dejaban y prefirió aprender un oficio. Que le gustaban Pugliese, Troilo y Piazzolla.
Decariano. El otro día dije esa palabra y me miraron como bicho raro. No importa quién seas o hayas sido, hoy creo que, como Julio De Caro, todo será olvidado.
Salgo con la bici a dar una vuelta por la ciudad vacía.  ¿Cuánto durará esto? ¿Cuánto más se podrá sostener el aislamiento? Pedaleo con el barbijo puesto por calles casi vacías.  Los grandes letreros siguen vendiendo, los semáforos cambiando de color sincronizados de punta a punta de la Avenida, pero no están en la calle la inmensa mayoría de los autos y las miradas. Sigo. Mis piernas sienten que podrían pedalear por siempre.
Apenas me detengo junto a alguien que está terminando un mural. Un muchacho con barbijo y capucha, aerosol en mano, da los últimos retoques al rostro de una mujer de piel curtida y barbijo blanco. ¿Será una médica o una enfernera? Veo en sus ojos temor e incertidumbre. No me animo a hablar con el artista y retomo la marcha con mi bicicleta. Diez minutos después, estoy frente al hospital donde está internado mi padre. Me quedo sentado en la vereda de enfrente, a 50 metros de la entrada de la guardia. Sé que no puedo entrar a visitarlo. Sigue intubado y aún resiste. Sé que no podré entrar ni hay manera que sepa que estoy aquí, tan cerca, tan lejos. 
Una mujer sale del hospital. ¿Será la enfermera? Tomo el celular y la llamo. La mujer se detiene y se queda de pie, mirando su teléfono.  Mi llamada se pierde sin ser atendida. La mujer escribe.
"No puedo hablar ahora, pero su papá sigue igual, resistiendo".
"Muchas gracias!", escribo apurado. La veo guardar el teléfono y retomar su marcha. Camina hacia donde estoy. Pasa frente a mí y no me animo a hablarle. Siento que es mejor así, sólo a través del teléfono. Me hace bien verla, saber que está, que mi padre no está tan sólo y que no soy el único en el mundo pendiente de su respiración.
Pedaleo de regreso. El muchacho del mural ya ha terminado su obra. La enfermera de la pared se parece a la de mi padre.
No sabemos que sucederá en el siguiente instante. Ojalá el siga con voda cuando ella retome el servicio.
Sólo hay ahora. Pedaleo en este ahora y siento  que mi padre va conmigo. En mí  también sigue respirando.

lunes, 27 de septiembre de 2021

EL OLVIDO QUE SEREMOS

 


Dos jóvenes  irrumpen en moto en una calle de Medellín y acribillan a balazos a un hombre. Un minuto después llega corriendo el hijo de la víctima. Se derrumba junto al cadáver, lo pone boca arriba y llora sin consuelo.

En algún instante de su dolor inexplicable, revisa el bolsillo del pecho del saco ensangrentado y encuentra dos papeles: uno tiene un soneto manuscrito. El otro, una lista de condenados a muerte.
Encuentra el nombre de su padre en la lista como un presagio tardío, una amenaza que ya no será temida.
En  algún momento de su dolor insoportable, suspira entrecortado de congoja y lee el soneto en la  letra  y la voz de su padre.

Ya somos el olvido que seremos
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.
                                                     JLB

¿Qué es esta burla de su padre relatándose muerto con la sentencia de muerte en el bolsillo de su  cadáver?
Con el tiempo descubrirá que el soneto no figura en la obra poética publicada del ezcritor que identifican las iniciales.
"Es apócrifo ", le dirán, suponiendo la falsedad de la autoría atribuida.
Pero, ¿qué significa apócrifo?
El uso del vocablo como "falso" proviene quizá de los evangelios apócrifos, aquellos no incluidos en el viejo y el nuevo testamento. Sin embargo, la palabra "apócrifo" es de origen griego (apó = lejos; kryptein = ocultar). O sea que también significa "oculto lejos".
El hijo de la víctima investiga y descubre que el autor de las iniciales obsequió el soneto que no publicó a una o dos personas que lo habrían difundido hasta que el hombre asesinado lo leyera en una revista a la que estaba suscripto.
Feliz de su descubrimiento, no podía sin embargo tener certeza absoluta. Al fin y al cabo, el soneto tiene un cierto parentesco con un texto de  un escritor al que el autor de las iniciales había traducido.
¿Copia o inspiración?
El hijo se pregunta entonces si  la propia historia de su padre ejecutado por dos sicarios llevando en el bolsillo del pecho su sentencia de muerte y el soneto manuscrito, no es acaso inequivoca creación del hombre de las iniciales: un laberinto de  Jorge Luis Borges.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

SANTA ROSA EN ATALAYA

Era una casucha de madera y chapas, un botecito dado vuelta en el medio del campo, con una palmera de mástil, un ombú con vacas dormidas a sus pies y comadrejjas en las cuevas.

El campo tenía un molino, pero eramos dos niños que nada sabíamos del Quijote. El gigante era nuestro padre y bastaban una cañita y una lata oxidada llena de lombrices para pasarnos una tarde pescando en el arroyo . 

Cuando empezaba a caer la noche, contabamos los murcielagos que salían de la palmera mientras Oscar encendia los soldenoches y Buby inventaba la cena en una cocina destartalada.

Fue una noche de agosto en que el cielo estallaba y la casa intentaba no naufragar en el temporal que oimos su nombre por primera vez: la tormenta de Santa Rosa. 

Las paredes temblaban a nuestras espaldas. Preferimos no acostarnos y quedarnos sentados con los ojos gigantes y los oidos atentos a la furia del temporal.

Hoy sé que Santa Rosa no existe ni hay modo de saber cuando nos sorprenderá en la noche una tormenta terrible.

Respiro la tensa calma del calor del fin de otoño y presiento que en cualquier instante puede suceder.

Cada vez que el cielo estalla, 

aquella casilla a la deriva vibra en mi alma, como un suspiro de incertidumbre  que me recuerda niño y viene a poner a prueba mi  certeza del amanecer.

jueves, 10 de junio de 2021

LA NARANJA Y EL SONÁMBULO

 


-Quiero una naranja -dice Juana parada frente a la canasta de frutas -¿Me ayudás a elegir una jugosa?

-Mirá que son de ombligo.

-No importa, le hago agujerito igual.

-¿Te elijo una?- pregunto mientras pauso en la TV  a Sandy Kominsky  cuando se para frente a un mingitorio.

-No, decime...

-Que esté sana y no se sienta muy dura.

-¿Ésta?

-Dale. Cuidado con el cuchillo, no te cortes...

-¡Ya sé!

Le hace el agujero, la pone en un tupper y se vuelve a su habitación luego de darme un abrazo furtivo por la espalda. Quito la pausa y Sandy al fin se alivia. El método. 

¿Alguna vez tuve un método? Debería escribir en este tiempo que dedico a sentarme solo en la cocina frente a la TV,  a mirar series en el viaje de la noche a la madrugada. Ya escribiré.  El tiempo se ha vuelto infinito ahora que me deshice de la ansiedad y el apuro. Aunque si cuento las películas, series y partidos que vi en estos días,  quizá ya habría terminado varias historias que aguardan inconclusas en la compu y el teléfono. Encima eso, el teléfono.  Se me ha hecho demasiado fácil escribir con un dedo. Me cuesta sentarme al teclado y escribir a diez dedos  y sin mirar las teclas. "Me da paja". Así lo diría mi hija. En el celu es otro el aliento para que fluyan las palabras. Escritos en las orillas, las pausas, los resquicios. Pero ahora no. Ahora miro una serie en la cocina. Un capitulo, dos, tres..   Así hasta las 2.58 de la madrugada.

Apago la TV. LLamo a la perra. Se despereza, baja, me mira.

-A hacer pis - le digo. Abro la puerta de la cocina y salimos al jardin del fondo. Me gusta mirar el pulmón de manzana, los resplandores de las torres de mi ciudad recortándose tras la serena oscuridad de los árboles.  Juancha olfatea, busca, reincide en  su ceremonia. Debí haber ido al baño antes de sacarla.. El gato negro cruza por el techo del taller, se oye el paso de un camión en la avenida y aquí, sobre el pasto, casi al unisono, Juancha y yo meamos. 


Al apagar todas las luces descubro que Felipe se quedó dormido en el sillón con el celular en la mano y los auriculares de la play mal colocados.

Años atrás, lo hubiera alzado y llevado en brazos con su cabeza sobre mi hombro hasta la cama. Pero ya no puedo cargarlo. 


-Vamos Felipe- le digo poniéndolo de pie. Vamos, a la cama.

-Si, responde con la mirada en otro lado.

-¡Estás dormido, despertate!- insisto. Me mira como a un extraño. Ya mide 1.80 y estamos cara a cara. Lo llevo hacia la escalera de la mano,  a paso lento, como si fuera un anciano. Un adolescente es muy extraño, un niño desmesurado.

¿Alguien puede estar orgulloso de tener dos vertebras lesionadas? Yo sí,  porque debo parte de mis hernias en la quinta y sexta a haber cargado a Felipe y Juana cuantas veces quise, incluso a la vez, une en cada brazo.

Suben sus piernas largas con pasos lunares y a mi cadera le cuesta seguirle el ritmo. La artrosis no es parte del orgullo. 'Ser humano y estar herido son la misma cosa", dijo hace un rato Sandy Kaminsky.. Pero no hay dolor que me quite la dicha de este momento del dia. 

Entramos a su pieza y se tira en la cama.

-¡No Feli! Sacate la ropa y acostate bien. 

Se pone de pie, se quita la ropa, la deja sobre una silla y se pone el pijama. 

-Yo te abro la cama- le digo mientras comienzo a retirar la colcha, la frazada y la sábana. 

-No, no, dejame.

Me hace a un lado y acomoda los dobleces de las mantas con minuciosa precisión. Luego toma dos de sus peluches y se acuesta, tan largo y tan niño.

-Sos un sonámbulo meticuloso- le digo y le acaricio la cabeza. 

Al día siguiente me preguntará  como llegó a su cama, sin recordar nada de lo sucedido. 


Sigo al cuarto de Juana. Asomo la cabeza por la puerta entreabierta y me invade el perfume a naranja. Juana está acostada mirando su telefonito y en un pequeño cesto asoma la cáscara de la fruta que comió. 

-Dormite, Juana. Mañana tenés clase temprano. 

-  Está  bien.

Deja el teléfono sobre la mesa de luz. Me acerco a saludarla y me acaricia la cara al acercarme. Sonríe sin cansancio y aún tiene olor a naranja en los dedos.

-¿Querés que me lleve las cáscaras?

-No. Me encanta que mi pieza huela así.

domingo, 2 de mayo de 2021

ABRIL DE PRIMAVERA



Las golondrinas ya se han ido hacia el Norte, pero el sol se suelta sobre la costa y aunque sea abril, él juega a presumir una tarde de primavera.

Holgazanes en la tibieza, los perros descansan indoferentes a su esforzado pedaleo por las calles de arena.

Se baja, trepa al médano y desciende hacia la playa casi desierta.

Apoya el pie de la bicicleta en una piedra plana y deja barbijo, remera,  llaves y teléfono en el canasto.

Un pescador recoge su línea,   un muchacho enciende una vela verde flúo para surfar y volar sobre las olas.

Su ojos sobrevuelan el mar buscando  toninas, pero sólo descubren una  gaviota meciéndose calma detrás de la rompiente.

Camina hacia el mar y cada tanto mira hacia atrás cuidando que todo esté bien con su bicicleta. Un muchacho regordete con su melena teñida de rubio aparece sobre el médano y se queda de pie mirando hacia el mar. 

"A ver si éste me roba la bici", piensa al verlo. Sigue caminando. Con el agua en la cintura y antes de zambullirse, vuelve otra vez la mirada y descubre que  la bicicleta está caída y el muchacho ya no está. 

-Lo único que falta es que me haya choreado el celular- protesta para sí,  aunque sabe que lo más probable es que la haya tirado el viento.

Sale del agua, llega junto a la bicicleta, la alza  y revisa sus cosas. Fue el viento y nadie  robó nada. Quita la arena del  celular con la remera,  lleva la bicicleta hasta el pie del médano,  la deja apoyada junto a la casilla 

del guardavidas y vuelve hacia el mar.

-¡Señor, disculpe!

Ell chico rubio aparece de la nada caminando hacia él.

-Si...

-Tome, se le voló el barbijo con el viento.

-¡Uy, muchas gracias!- dice tratando que en su mirada no asome la espuma de la ola de arrepentimiento que rompe en su pecho. 

Vuelve al agua y apenas se zambulle, la culpa se desvanece. Bracea contra la rompiente hasta que una ola lo pone de pie. El kitesurfer pasa veloz, la gaviota levanta vuelo. 

Sale del mar y camina hacia el sol sin sentir frío. 

Suena música.  Son dos muchachas que acaban de llegar con su parlante y  ensayan una coreo en la arena. El chico rubio las mira. Tres motos pasan más ruidosas que veloces hacia el sur.

Se pone las zapatillas, sube a la bicicleta y avanza contra el viento hasta que no le dan más las piernas.

Al volver, con viento a favor,  hay recompensa. El sol comienza a besar el horizonte y la sombra del ciclista vuela rauda sobre el mar. Pedalea  con la alegría de quien siente que sus piernas podrían no detenerse nunca.

PRESAGIO

 


Un nido de hornero.

Un día  tiene sentido si uno, después de pedalear en una mañana soleada de domingo, alza la vista en una plaza de su ciudad y descubre en un árbol de un siglo el hogar de los horneros.

Recuerdo en mi niñez, unas mujeres que en las mañanas de domingo salían a caminar y llamar a las puertas de las casas para anunciar a las familias en su día de descanso que venía el fin del mundo.

La semana transcurría, el fin del mundo no llegaba y el domingo siguiente, si no llovía, volvían a enfundarse en sus ropas oscuras para llevar el presagio del final a otras casas.

Muchos años pasaron e imagino que el fin del mundo llegó para la mayoria de aquellas mujeres.

La pareja de horneros canta en la altura. Miro hacia el nido,  vuelvo a ponerme el barbijo, me subo a la bici y en esta mañana otoñal de domingo, en medio de la pandemia, me atrevo a presagiar que la vida sigue.

domingo, 14 de marzo de 2021

NIÑO DE 100 AÑOS

Un océano mece la ciudad

En la marea de un bandoneón

Que descubrió que no existe

La quietud.

Se mueven

Las estatuas y sus ciudades

Las palabras y sus poetas

Los dedos y la rodilla

del niño de cien años

Que acuna el fuelle

Donde respira

El pulso del mundo.

sábado, 6 de marzo de 2021

EL PUTO AMO



-¡Mamá!

-¿Qué?

-¿Qué te pasa?

-Nada.

-¿Cómo nada? -la abraza por detrás. 

-No es nada, nena.

-¿ Por qué llorás, mamita?

-Murió Armando Manzanero.

-¿Qué?

-¡Murió  Armando Manzanero! ¿No sabés quién fue Armando Manzanero?

-¡Si que sé   mamá! El que cantaba boleros. ¡Pero hace más de dos meses que murió! 

-Si, ya sé.  En diciembre,  de COVID. 

'¿También de COVID? ¡Que virus de mierda! ¿Y por qué llorás ahora? ¿No sabías?

-Sí que sabía.

-¿Entonces? ¿Algún bolero que bailaste de chica con algún noviecito?

-¿Qué noviecito? El único novio que tuve fue tu padre. No le gustaban los boleros. Y nunca bailaba.

-¿Y entonces?

-¡Eso nena! ¡Tengo 75 años y en mi puta vida bailé un bolero! ¿Para qué mierda viví?

-¡Ay, mami, pero hiciste otras cosas...

-¿ Qué otras cosas? Tu padre no me dejaba hacer nada. Y encima me pegaba. Ustedes no se daban cuenta  pero era un violento. Mala bebida tenía...

-¡Sí que nos dabamos cuenta! 

-¿En serio?

-Si, mami. ¿Te crees que no los oíamos?

-¡Ay qué papelón! Humillarme ante mis propios hijos! ¡Qué hombre de mierda! Siempre fue una mierda tu padre.

-Bueno, calmate mamita...

-¡No lo defiendas!

- ¡No lo defiendo! Ya sé que fue una mierda.

-Conmigo, no con vos.

-¡Conmigo también, mamá!

-¡Pero nunca nos faltó.nada!

-El puto amo, abuela.

-¡Lu! ¿Nos estabas escuchando?

-Si, abu. Mirá. Lo busqué en You Tube.

-¿Al abuelo?

-¡A tu Manzanero! ¡No sabía quién era!

La niña se sienta entre su abuela y su madre y las tres mujeres miran el telefonito en la semipenumbra de la sala. 


"Somos novios

Pues los dos sentimos

Mutuo amor profundo..." 


-¡Era lindo Manzanero!

- Ese es Luis Miguel.

-¿Y Manzanero?

-El petisito del piano.

-¿Eran novios?

-¡No! Luis Miguel cantaba los boleros que compuso Manzanero.

Escuchan unos segundos más y luego la niña apaga el teléfono. La abuela se pone de pie y camina hasta el hogar.

-¿ Podés creer que yo encima lo tengo a tu padre acá arriba, como en un pedestal?  ¡Hijo de puta! -grita tomando la urna  frente a sus ojos, como si el difunto pudiera oirla. Luego la arroja con ira al piso y las cenizas se esparcen entre los  trozos de cerámica que estallan sobre el parquet.

-¡Mamá!

La mujer se sienta llorando en el sillón.  La nieta intenta consolarla mientras su madre va a buscar cepillo, pala y un recipiente para juntar las cenizas.

-Mami...

-¿Qué, nena?

-¿Papá no quería que tiremos sus cenizas al río? 

-Si, pero cerca de Esquina,  donde nació.  No pienso ir hasta allá. 

-¡Tiralo al inodoro, abu!

-¡Nena!

-En serio. Lo vi en una pelicula,  un papá y sus hijos que tiran las cenizas de la mamá en el inodoro de un baño público y aprietan el botón. Esas cenizas  terminan yendo al río y al mar, abu.

-Entre toda la mierda...

-Vos dijiste que el abuelo era una mierda.

-Esperá,  Lu. La abuela estaba enojada.

- Pero tiene razón,  es buena idea. Yo nunca voy a ir a Esquina. Y si lo tiro por el inodoro va a llegar al río.  Dame eso que juntaste, nena.

-¿Estás segura,  mami?

- Segurisima. Mi nieta es una genia.

-¡Abu! ¡Buenisimo! ¿Me dejáis hacer un Tic Toc  cuando tiramos al abuelo por el inodoro?

- Si, dale. Me gustan esas pavadas que hacés con el teléfono.

martes, 16 de febrero de 2021

SUEÑO TEMPESTAD

 


La lluvia sigue crujiendo en el techo. Espía las hendijas: aún es noche pero ya cantan pájaros.  Se vuelve hacia la ventana, acomoda la almohada, estira el brazo hacia el suelo, levanta el pequeño almohadón y se lo coloca entre las piernas. Su peluche. Su objeto transicional. En la calle de arena, el agua corre veloz. Pasan una muchacha y su bebé flotando en una cámara de camión. Una tijereta espanta a un tucán azul.  Las golondrinas de los tinglados se confunden en el cielo con los vencejos de la cascada. ¿Duerme? No. Está de pie en la sala de espera de un hotel, amplia como una terminal de tren. En la entrada, casi a sus pies, salta desde el agua y cae sobre la vereda de cemento alisado un pez extraño. Parece un lenguado,  pero cambia de colores mientras respira. Lo alza y lo lleva hasta un sillón. Se acomoda de costado mirando hacia la calle río y se lo coloca entre las piernas. 

"Tengo que volver a la Catarata", piensa. "Se lo tengo que mostrar a la profe.  ¿Cómo se llamaba la profe? ¡Acierno!  ¡Liliana Acierno!"

No había logrado recordar su nombre cuando se encontraron en la baranda,  mirando con asombro la caída de agua en la Garganta del Diablo. 

Se pone de pie con el pez bajo el brazo.

-Está lloviendo mucho, no vaya- grita el conserje. En una pantalla gigante del hotel ve encenderse un rayo en el cielo. Cuando pisa la vereda, el mundo tiembla.  Mira hacia la catarata. El cielo estalla y una lengua de mar gigante se lanza hacia su calle. Pasa un coatí sobre un camalote  chupando una bolsita de rocklets. Troncos. Carpinchos. Una 4X4 le hace luces ansiosas a una anciana en silla de ruedas.

-No voy a poder ir a mostrarle el pez", piensa mientras mira hacia la catarata sin poder distinguir su torrente de la furia del cielo.

Alguien gime. Abre los ojos. Ya hay luz en la ventana. Siente el hocico húmedo de su perra en la mano.

-¡Negra! ¿Querés salir a hacer pis? Ya vamos. ¡No sabés lo que soñé! 

No dice más.  Están  solas en la casa de Atlantis desde hace seis meses, pero tampoco le parece  contarle un sueño a la perra.

Bajan.  Abren la puerta del fondo. Aun llueve.

-¡Dale, hace pis!

Negra la mira dudando. No se anima a caminar bajo la lluvia. Gime otra vez.

-Veni, te acompaño.

Pisan juntas el pasto. La perra da unas cuantas vueltas hasta que por fin emcoge las patas traseras, pone tiesa la cola y orina mirando hacia los pinos.

-¡Bien!,- dice la mujer y se queda de pie sobre el pasto y bajo la lluvia.

"Yo también tengo ganas".  Flexiona las piernas como la perra, estira a bombacha hacia un costado con un dedo y riéndose,  también mea.

Luego se sienta en el sillón de la galería y la perra se acuesta a su lado.

Vuelve a pensar en el sueño y en su profesora. ¿Fue ella la primera persona a la  que oyó hablar del objeto transicional?

Un peluche, el almohadón, un pez, el propio sueño. Un espacio entre la vigilia y el sueño. Un juego para transitar el descanso. Transicional como la vida misma.

La perra mordisquea una tapita de gaseosa. Una gallineta camina entre los árboles sobre la pinocha húmeda. Ya no llueve. Estira los pies, se acomoda en el sillón y se da cuenta que aún tiene el lenguado multicolor bajo el brazo.

martes, 5 de enero de 2021

SUEÑOS DE GOLONDRINAS

 


Felipe se mece en una hamaca paraguaya y mira hacia el techo de una casa vecina. Allí, entre las chapas y el tirante, bajo la sombra del tanque de agua, descubre una golondrina que da de comer a sus pichones en el nido. En esa hendija improvisó la canastita para su cría, luego de volar miles de kilómetros desde el norte hasta llegar a La Costa. 

"Un ranchito borracho, de sueños y amor, quiero yo". Ramón Ayala contó desde la respiración del río la vida y el sueño del cosechero que va en busca del sustento rumbo al algodón. El nombre de estas aves incansables e inquietas ha sido elegido para denominar el trabajo de quienes migran de cosecha en cosecha.

¿Y por qué migran las golondrinas?

Hasta diez mil kilómetros hacia el norte volarán en otoño las que viajan a México o Estados Unidos, 200 km por día a 60 km/h.

Podriamos decir que ellas también hacen su periplo para ganarse el sustento. Es que sólo e alimentan de insectos en vuelo. Mosquitos, moscas y alguaciles son parte de su dieta. Con la llegada del otoño la presencia de insectos en el aire disminuye y esa escasez las obliga a volar hacia zonas más cálidas. 

Vuelan para no morir de hambre y construyen sus nidos en lugares como esa hendija en el techo que no dejamos de mirar.

Cada nido de golondrina está realizado en base a pequeños bocaditos de barro transportados en su pico. Toman un pedacito de barro, lo “mastican” bien y lo depositan cuidadosamente en el nido en construcción. La parte más baja del nido tiene paredes más gruesas que irán adelgazando según ascienden: un rancho de envidiable diseño. 

Lo construyen en pareja y pueden realizar más de 5.000 viajes entre el lugar en el que consiguen el barro y el lugar de construcción del nido, durante las dos semanas que lleva la obra. Si todo sale bien, al siguiente año volverán a ese nido, que conviene no destruir, pues repetir ese esfuerzo formidable para construir uno nuevo podría retrasar el nacimiento de las crías, que necesita darse en el momento de mayor disponibilidad de insectos.

Seguimos a la golondrina hasta donde nos da la vista en su vuelo inquieto. La vemos espantar a un chimango. La perdemos de por unos instantes. hasta que regresa y se mete en el nido. Nuestros ojos no se apartan de la hendija oscura. Es una mañana de verano con algo de viento.

-¡Mirá mirá!- exclama Felipe. Dos pompones grises emergen del techo, extienden las alas y se pierden en el cielo persiguiéndose.

Con un largavistas hemos visto antes las cabecitas de sus pichones.

En ese ranchito el sueño de las golondrinas se mantiene vivo.