Las golondrinas ya se han ido hacia el Norte, pero el sol se suelta sobre la costa y aunque sea abril, él juega a presumir una tarde de primavera.
Holgazanes en la tibieza, los perros descansan indoferentes a su esforzado pedaleo por las calles de arena.
Se baja, trepa al médano y desciende hacia la playa casi desierta.
Apoya el pie de la bicicleta en una piedra plana y deja barbijo, remera, llaves y teléfono en el canasto.
Un pescador recoge su línea, un muchacho enciende una vela verde flúo para surfar y volar sobre las olas.
Su ojos sobrevuelan el mar buscando toninas, pero sólo descubren una gaviota meciéndose calma detrás de la rompiente.
Camina hacia el mar y cada tanto mira hacia atrás cuidando que todo esté bien con su bicicleta. Un muchacho regordete con su melena teñida de rubio aparece sobre el médano y se queda de pie mirando hacia el mar.
"A ver si éste me roba la bici", piensa al verlo. Sigue caminando. Con el agua en la cintura y antes de zambullirse, vuelve otra vez la mirada y descubre que la bicicleta está caída y el muchacho ya no está.
-Lo único que falta es que me haya choreado el celular- protesta para sí, aunque sabe que lo más probable es que la haya tirado el viento.
Sale del agua, llega junto a la bicicleta, la alza y revisa sus cosas. Fue el viento y nadie robó nada. Quita la arena del celular con la remera, lleva la bicicleta hasta el pie del médano, la deja apoyada junto a la casilla
del guardavidas y vuelve hacia el mar.
-¡Señor, disculpe!
Ell chico rubio aparece de la nada caminando hacia él.
-Si...
-Tome, se le voló el barbijo con el viento.
-¡Uy, muchas gracias!- dice tratando que en su mirada no asome la espuma de la ola de arrepentimiento que rompe en su pecho.
Vuelve al agua y apenas se zambulle, la culpa se desvanece. Bracea contra la rompiente hasta que una ola lo pone de pie. El kitesurfer pasa veloz, la gaviota levanta vuelo.
Sale del mar y camina hacia el sol sin sentir frío.
Suena música. Son dos muchachas que acaban de llegar con su parlante y ensayan una coreo en la arena. El chico rubio las mira. Tres motos pasan más ruidosas que veloces hacia el sur.
Se pone las zapatillas, sube a la bicicleta y avanza contra el viento hasta que no le dan más las piernas.
Al volver, con viento a favor, hay recompensa. El sol comienza a besar el horizonte y la sombra del ciclista vuela rauda sobre el mar. Pedalea con la alegría de quien siente que sus piernas podrían no detenerse nunca.
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