Un nido de hornero.
Un día tiene sentido si uno, después de pedalear en una mañana soleada de domingo, alza la vista en una plaza de su ciudad y descubre en un árbol de un siglo el hogar de los horneros.
Recuerdo en mi niñez, unas mujeres que en las mañanas de domingo salían a caminar y llamar a las puertas de las casas para anunciar a las familias en su día de descanso que venía el fin del mundo.
La semana transcurría, el fin del mundo no llegaba y el domingo siguiente, si no llovía, volvían a enfundarse en sus ropas oscuras para llevar el presagio del final a otras casas.
Muchos años pasaron e imagino que el fin del mundo llegó para la mayoria de aquellas mujeres.
La pareja de horneros canta en la altura. Miro hacia el nido, vuelvo a ponerme el barbijo, me subo a la bici y en esta mañana otoñal de domingo, en medio de la pandemia, me atrevo a presagiar que la vida sigue.
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