La lluvia sigue crujiendo en el techo. Espía las hendijas: aún es noche pero ya cantan pájaros. Se vuelve hacia la ventana, acomoda la almohada, estira el brazo hacia el suelo, levanta el pequeño almohadón y se lo coloca entre las piernas. Su peluche. Su objeto transicional. En la calle de arena, el agua corre veloz. Pasan una muchacha y su bebé flotando en una cámara de camión. Una tijereta espanta a un tucán azul. Las golondrinas de los tinglados se confunden en el cielo con los vencejos de la cascada. ¿Duerme? No. Está de pie en la sala de espera de un hotel, amplia como una terminal de tren. En la entrada, casi a sus pies, salta desde el agua y cae sobre la vereda de cemento alisado un pez extraño. Parece un lenguado, pero cambia de colores mientras respira. Lo alza y lo lleva hasta un sillón. Se acomoda de costado mirando hacia la calle río y se lo coloca entre las piernas.
"Tengo que volver a la Catarata", piensa. "Se lo tengo que mostrar a la profe. ¿Cómo se llamaba la profe? ¡Acierno! ¡Liliana Acierno!"
No había logrado recordar su nombre cuando se encontraron en la baranda, mirando con asombro la caída de agua en la Garganta del Diablo.
Se pone de pie con el pez bajo el brazo.
-Está lloviendo mucho, no vaya- grita el conserje. En una pantalla gigante del hotel ve encenderse un rayo en el cielo. Cuando pisa la vereda, el mundo tiembla. Mira hacia la catarata. El cielo estalla y una lengua de mar gigante se lanza hacia su calle. Pasa un coatí sobre un camalote chupando una bolsita de rocklets. Troncos. Carpinchos. Una 4X4 le hace luces ansiosas a una anciana en silla de ruedas.
-No voy a poder ir a mostrarle el pez", piensa mientras mira hacia la catarata sin poder distinguir su torrente de la furia del cielo.
Alguien gime. Abre los ojos. Ya hay luz en la ventana. Siente el hocico húmedo de su perra en la mano.
-¡Negra! ¿Querés salir a hacer pis? Ya vamos. ¡No sabés lo que soñé!
No dice más. Están solas en la casa de Atlantis desde hace seis meses, pero tampoco le parece contarle un sueño a la perra.
Bajan. Abren la puerta del fondo. Aun llueve.
-¡Dale, hace pis!
Negra la mira dudando. No se anima a caminar bajo la lluvia. Gime otra vez.
-Veni, te acompaño.
Pisan juntas el pasto. La perra da unas cuantas vueltas hasta que por fin emcoge las patas traseras, pone tiesa la cola y orina mirando hacia los pinos.
-¡Bien!,- dice la mujer y se queda de pie sobre el pasto y bajo la lluvia.
"Yo también tengo ganas". Flexiona las piernas como la perra, estira a bombacha hacia un costado con un dedo y riéndose, también mea.
Luego se sienta en el sillón de la galería y la perra se acuesta a su lado.
Vuelve a pensar en el sueño y en su profesora. ¿Fue ella la primera persona a la que oyó hablar del objeto transicional?
Un peluche, el almohadón, un pez, el propio sueño. Un espacio entre la vigilia y el sueño. Un juego para transitar el descanso. Transicional como la vida misma.
La perra mordisquea una tapita de gaseosa. Una gallineta camina entre los árboles sobre la pinocha húmeda. Ya no llueve. Estira los pies, se acomoda en el sillón y se da cuenta que aún tiene el lenguado multicolor bajo el brazo.
El lenguado está muerto ¿no? Tanto rato fuera del agua...
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