-¿No
vas a llevar los caramelos?
La
bolsa de papel madera que contiene el paquete de caramelos de miel está sobre
la cama. La tomo y sonrío.
-Pensé
que me los habías mostrado nomás.
-No,
son para vos.
Compartimos
dos horas en esa habitación. Contra la pared, a los pies de la cama, está la
bandeja de madera que usa de apoyo para pintar. Sobre la cama quedó el sol que
devino mariposa y llenó de cielo y jardines los bordes negros de las alas. El
deseo y la incertidumbre encendidos en la hoja canson.
Apenas
llegué y me mostró el dibujo, quise llevarme esa imagen en mi cámara. Pero no
dije nada de fotografiarnos, porque imaginé que no querría.
Me
senté a su lado. Acaricié su cabeza casi rapada. Tomé sus manos mientras
recorría su delgadez. Por un instante percibí toda la fuerza de su fragilidad
en su perfil de esfinge.
Hablamos.
Habló más ella que yo. Hablaba y todos se esmeraban en traducirme. Pero la
entendía bien, aunque hablar le quitara casi todas sus fuerzas.
Hablamos
y me mostró como fue reinventado su mundo. Hace poco más de un mes me llamó
diciéndome que quería obtener su licencia de conducir. La guié para que pudiera
hacer el trámite.
-¿Y,
pudiste manejar?
-Sí,
una sola vez.
Sentí
que era un gran logro. Pero ella subió la apuesta.
-Me
quiero comprar un autito viejo.
No se
da por vencida. Resiste. Entre sus acrílicos está el frasco de unas vitaminas
que un primo le envió.
-Tomalas,
así te ponés bien y salís a trabajar- la entusiasma su tía antes de irte.
-Si me
pongo bien tengo mejores ideas que trabajar- responde ella sonriendo. Se
resigna a no leer la letra chica y se toma una de esas cápsulas. Al fin y al
cabo, en el peor de los casos será un remedio más. Hoy el médico le suprimió
tres de los nueve medicamentos que tomaba. Y su hermana me cuenta que escupe
los que no quiere tomar, en especial uno que es para aliviar los dolores, un
sucedáneo de la morfina. Cuando Silvana me lo contó pensé que era un error no
tomarlo. Ahora que la veo sentada en su cama, con su pintura a su lado,
conciente y lúcida, me parece bien que lo haya escupido.
Tiene
los pies hinchados. Le han levantado el colchón para que los tenga elevados y
le baje la hinchazón. Pero está muy inquieta. Se acuesta y se sienta. Pide que
nos ceben mates. Nos tomamos dos mates tibios cada uno. Se burla de su hermana
por lo mal que los preparó. Luego se pone de pie y abre su ropero. Es un
placard nuevo que seguramente compró con mucho esfuerzo.
Abre la
puerta, empieza a revisar sus cajones y me muestra cosas. Un vestido pintado.
Unas pulseras. Apenas llegué me había mostrado feliz la pulsera que le regaló
su padre. Tiene escrito su nombre con strass.
Allí
fue que encontró el paquete de caramelos y me lo extendió. Yo lo tuve en mis
manos sin saber que decir y luego lo dejé sobre la cama. Después se volvió a acostar,
al mismo tiempo que llegó su novio y se despertó su hija, que descansaba en
otra habitación. La familia gira en torno a ella. Una de las pocas ventajas de su enfermedad es
que su voluntad es la que manda.
Pide
que la acompañen al baño. Al volver se sienta en la cama.
-Sacame
una foto con Alfredo- pide luego. Nos sacan las fotos, con mi cámara y con su
teléfono. Allí está a mi lado, como esos pichones que aún no vuelan, mirando la
lluvia desde un alfeizar.
No
recuerdo bien cuántos años hace que la conocí, pero sí recuerdo que tenía el
pelo corto como ahora. Militaba en el Frente Transversal y le estaba dando
su primera pelea al cáncer. Todos estos
años militó y luchó. La hirieron los cacerolazos y la vuelta de la enfermedad.
En algunos momentos tuvo ganas de abandonar los tratamientos pero siguió
adelante. Mejor o peor de salud, para nosotros fue siempre la referencia de su
organización entre los promotores de salud. Lo sigue siendo, ahora que no puede
ir a las reuniones pero dibuja y postea esporádicamente en Facebook mientras
lucha por recuperar sus fuerzas.
Además
de un auto viejo, se quiere comprar una cómoda, para poner frente a la cama y
apoyar sus elementos de dibujo.
Me voy
y no lo siento como una despedida. Me voy con deseos de volver a verla. Me subo
auto y apenas arranco veo que tengo al sol de frente. Bajo la ventanilla y escupo,
como si alguien me hubiera dado uno de esos remedios piadosos. En el asiento
del acompañante está mi cámara con las fotos y la bolsita de caramelos. Piso el
acelerador y mirando al sol veo el dibujo de Telva.
Mil
flores y una mariposa que quiere volar por siempre.