La puerta se cerró. Sobre la mesa pequeña, junto al
balde con la botella vacía, quedó una copa de champán. La pareja subió al
auto en la cochera. Dos mujeres con delantales
celestes entraron en la habitación. Echaron un vistazo rápido. La más gruesa avisó por teléfono a la
conserjería que todo estaba en orden. La más delgada se paró frente a la
mesita, vaciló un instante y se bebió de una la copa de champán.
“Está caliente”, pensó mientras arrugaba la nariz y
daba una pequeña sacudida con la cabeza. Se volvió y quedó al pie de la cama.
Con la mejilla apoyada sobre las dos manos unidas como en un rezo, vio
descansando sobre el lecho una mujer desnuda.
Tuvo el impulso de darle un toquecito en el hombro. Pero se quedó
contemplándola y la habitó el deseo de sentarse a su lado y acariciarle la
cabellera negra.
Cerró los ojos por un instante, dio un suspiro y la
mujer se evanesció. Se inquietó, quiso hacerla presente para que no se esfumara
de su memoria. Subió desde los pies hasta las pantorrillas blancas, acarició la
pendiente de sus muslos, vislumbró la misteriosa hospitalidad de su entrepierna
y luego trepó a las curvas de sus caderas para mecerse en la graciosa redondez
de su cola. Saltó hasta la estrechez de la cintura y desde allí surfeó hasta
llegar a la cresta de su espalda para ser grumete del discreto velo que los
párpados tendían a la incógnita de sus sueños.
-¡Dale, flaca! –protestó su compañera.
-Vicky… -dijo sin dejar de mirar la cama vacía.
-Qué…
-¿Alguna vez estuviste con una mujer?
-¿Qué?
-Ya me oíste.
-No. Bah, tenía una tía que me manoseaba cuando era
chica. Pero ya se murió.
-Yo nunca.
-Bueno, si tenés ganas de empezar no va a ser ahora.
Ayudame a hacer la cama. ¡Y levantá ese forro!
El auto avanzaba lento hacia la salida. El hombre
soltó la palanca de cambios y acarició la pierna izquierda de la muchacha. Ella
dejó de dormitar y se desperezó.
-¡Ay! –dijo sonriendo.
-¿Qué?
-No sé. Me volvió el alma al cuerpo.
-¿Y dónde la habías dejado?
-En la cama, descansando de tu lengua. –dijo
sonriendo. Luego volvió a bajar los párpados. Él siguió manejando sin dejar de
mirarla. La vio tan frágil en su belleza que temió que se esfumara ante sus
ojos como un sueño. Le dolía la base de la lengua. Recordó la canción de
Spinetta.
-Si quiero te toco el alma- murmuró mientras
acomodaba el auto junto a la ventanilla de la caja.