Hoy ha salido a flote de la nada el pontón Manuelita y le ha hecho un guiño al faro Recalada, que con tres destellos del óptico le ha
correspondido, en los veintisiete segundos
que necesitó el viento para hacer y
deshacer entre los médanos
indomables de Monte Hermoso un hotel con
las maderitas de un súbito naufragio.
Tres viajeros, la yegua Lola y dos galgos se esfuman y se encienden en los
reverberos de un fuego que les ha inventado un danés
nadador de la tempestad, pescador de piolín, jinete de las mareas, para
balbucearles, cálido y hosco, mientras bebe, el espinel de sus hazañas.
Las últimas brasas languidecen de sal y
frío cuando llega el amanecer y encuentra al danés durmiendo arropado por
los galgos en la huella de un megaterio.
Darwin hurga en los rastros de milenios
y siente que allí empieza a entender la vida desde su origen.
Galeano mira a Madsen dormir y se da
cuenta que no conoce a ese hombre.
Conti
ve emerger la torre del faro blanca y lisa, en
otro aire, y camina por la playa hasta que desaparece y vence a
la carcoma del tiempo.