(escrito a los 71 días de Felipe)
La abeja con orejas gira con su lunapelota debajo de una sombrilla sin varillas y Felipe suelta una carcajada que hace caer una estrella fugaz que aun sin esa risa hubiera caído igual.
Dicho así, parece fácil. Pero en realidad, lo que sucede es mucho más fácil. La abeja con orejas gira en torno a un planeta verde, y como ella giran también, cada uno con su luna y su sombrilla, la Vaca que casi ladra y el Burro piel de jirafa, los otros dos viajeros de la constelación que domina el cielo que envuelve la nave de Felipe (que allá abajo se ve tan rectangular y tan plana que tal vez convenga sospechar).
Para describirlo con un poco más de realismo: la nave de Felipe es su cuna y la constelación que ha ganado su cielo es un móvil que hace girar en torno a un planeta verde tres extraños animalitos de peluche al son de Mozart y de Bach. La estrella fugaz, no es tan fugaz: cae y vuelve a caer con cada vuelta. Y si hay vueltas, no es por la energía de los cuerpos celestes del universo. O lo es de manera indirecta: gira y gira con la energía de dos pilas que casi todas las noches se recargan en la oscuridad.
La Vaca, el Burro y la Abeja son los amigos de Felipe. Y si es verdad que uno con los amigos se ríe, Felipe parece darle la razón, porque no hay mañana que no se encienda su boca sin dientes mientras sus ojos se van tras las estelas de la Vaca que casi ladra, el Burro piel de jirafa y la Abeja con orejas.
Hoy al mediodía Felipe cumplirá 71 días. No parece mucho tiempo, pero él ya tiene una historia. Una historia que Felipe vive desde el mismísimo principio pero que algún día le tendrán que contar, porque aun no hemos logrado darnos cuenta en qué archivo oculto guarda los primeros tiempos de cada una de nuestras vidas la memoria.
¿Será posible que al cabo de unos pocos años, o meses tal vez, Felipe no recuerde a la Vaca que casi ladra, al Burro piel de jirafa y a la Abeja con orejas?
Por supuesto que hay una explicación para esto. Parece que la memoria de cualquier individuo consta de dos partes. La memoria a corto plazo que nos permite recordar lo que hemos hecho el día anterior o recién y la memoria a largo plazo, que es la que nos permite almacenar los hechos más importantes o significativos de nuestra vida. Por diversos estudios se ha llegado a la conclusión que los bebés desarrollan la memoria a largo plazo a partir de los seis meses. Aunque esos plazos son estimativos, y también están los que dicen que en nuestra memoria hay recuerdos guardados desde antes de nacer.
“For sale: baby shoes, never worn”. Así de breve era un relato de Hemingway. “En venta: zapatos de bebé, nunca usados”. Es decir, los bebés no caminan, no gastan zapatos. Y en el caso de Felipe, no tiene zapatos. Y los tiempos en que no caminan ni tienen ni gastan zapatos, quedan en el olvido. O se recuerdan de algún modo del que no llegamos a darnos cuenta del todo.
Así las cosas, alguien puede llegar a pensar que cada vez que el móvil comienza a girar, es una película nueva ante los ojos de Felipe. Y cada vez, él vuelve a hacerse amigo de sus mejores amigos. Tal vez no siempre sea así.
Cuando comencé a escribir esta historia de Felipe y sus amigos, tenía otra idea. Por cierto, no era demasiado original. En la habitación a oscuras, Felipe sonreía y la complicidad con sus amigos hacía que el móvil sin baterías comenzara por sí solo a girar. Pero la realidad suele ofrecernos más que la ficción, sobre todo cuando se trata de una ficción tan trillada.
Sucedió hace poco más de una hora. Felipe estaba en la cuna y sus amigos en quietud. Elena hacía la cama en la habitación. Los miraba. Cuando Elena entró, le regaló una sonrisa. Ella le devolvió dos roces de su índice en el mentón y volvió a sus tareas. Felipe siguió. Riendo y balbuceando palabras que no lo son, repartiendo la mirada entre Elena y sus amigos.
-¡Ey, qué te pasa!- respondió Elena.-¿Tenés hambre? ¿Querés una mema?
No eran llantos de hambre. Elena volvió sobre su tarea, le dio la espalda para meter la punta de la sábana bajo el colchón. Felipe seguía protestando. Agachada y sin mirarlo, comprendió.
-¿Vos querés que giren tus amiguitos?
Con una carcajada corta Felipe dijo que sí.
Elena presionó el botón blanco y la Vaca que casi ladra, el Burro piel de jirafa y la Abeja con orejas comenzaron a girar. En la poca o mucha memoria de Felipe había lugar para sus tres buenos amigos.
Dentro de unos años, cuando le cuente esta historia y él me confiese que no recuerda a sus tres amigos, le daré los zapatos que he decidido comprarle hoy. Quizá tenga fortuna y consiga aquellos que relató Ernest Hemingway.