Entra, cierra la puerta, deja
la cartera en el sillón y se queda mirando como el departamento se despereza en el
resplandor de la mañana soleada. Recorre sus objetos, los de su pequeña, los de
ambas. “¿Quiénes vivimos aquí? Por momentos, una mujer y una niña. Otras veces,
dos mujeres. Y otras, dos niñas. Dos niñas y un pequeño dragón”.
La perrita ladra y se para en
dos patas. Le hace un mimo y le da una galletita. Enciende el teléfono y
escribe: “Me voy a dormir”.
Eso hace. Pasa por el baño y
luego se desviste y se acuesta. Se tapa con la manta dando la espalda a la
ventana y se duerme. Sueña. Un dragón en
blanco y negro da vueltas en su cielo. Otro tornasolado permanece junto
a ella. Una tortuga de porcelana la observa en quietud eterna. ¿Y el ángel? ¿Dónde
está el ángel? Se sobresalta. Mira al dragón. “Un ser cósmico en espera… ¿Dónde
leí eso?”. Sonríe. La tortuga saca la lengua. El dragón vela por el orden del
universo mientras el ángel apenas aprende a volar.