Papá. Sólo yo puedo estar junto a papá.
Tiene 93 años y las mujeres que siempre lo cuidan ya no vienen.
Hablamos, me hace preguntas de mi vida o se queda en silencio mirándome.
Lo paro. Lo llevo al baño. Lo ayudó con su higiene. Le doy de comer. Lo siento frente al ventanal. Le enciendo la TV. Lo acuesto en la madrugada.
No me pesa, no me cansa, no me da impresión hacerlo. Es evidente que ya soy un hombre mayor y él un viejo. Es lo que debo hacer ahora. No hay recuerdo que pueda cambiar eso.
Al día siguiente empieza la fiebre. Se queja del dolor de cabeza. Llamo a los números de emergencia.
Llegan cuando empieza a oscurecer.
Lo revisan, lo interrogan. Por momentos no entiendo qué les responde. Está bien peinado: lo bañé por la tarde para bajarle la fiebre.
"Lo tenemos que internar", me dicen. Y allá vamos.
☆ ☆ ☆
Una de las mujeres que lo cuidaba dio positivo.Lo más probable es que él también. Ahora estamos en la habitación de un hospital, con un televisor alto y una ventana pequeña.
Tose sin fuerza. Me doy cuenta que le cuesta respirar.
"Lo vamos a tener que llevar a la terapia", me explican al día siguiente. Me dicen que puedo acompañarlo hasta allí, pero no puedo quedarme. Insisto, pero no.
"¿Y qué le voy a decir? ¿Que me voy, que no volveré y que tendrá que morirse sólo?"
El médico me mira sin responderme. No hay nada que él pueda hacer para ayudarme y sólo aguarda que yo encuentre mi respuesta.
Miro a mi padre y recuerdo el día que me dijo que había muerto nuestro perro.
"Lo atropelló un auto y ya no lo volveremos a ver. Está muerto". Me lo dijo con serenidad y sin dejar de mirarme. Yo estaba muy triste, pero me hizo sentir bien que me hiciera parte de la verdad.
"Papi, te tengo que saludar", le digo una vez que lo ubican en la UTI
"¿Te vas?"
"Sí, no me dejan quedarme. Quisiera estar a tu lado..."
"No te preocupes. Todas las personas mueren solas."
Otra vez la verdad. Le beso la frente y le acomodo el pelo. Así me saludaba él cada noche.
Me acerco a la enfermera. Le dejo un celular con un cargador.
"Tranquilo, lo tendré al tanto".
Recuerdo la primera vez que me quedé a dormir en casa de un amigo. Papá tuvo que venir a buscarme en la madrugada.
"Me duele la panza", mentí aquella vez.
Ojalá encontrara ahora una excusa para quedarme a su lado.
☆ ☆ ☆
Soy enfermera.
Un tumor ne hizo dejar el trabajo hace añios. Me llevó bastante tiempo reponerme y después tuve que conformarme con trabajar en seguridad.
Así hasta que la pandemia me dio la oportunidad de volver a lo mío. Llevo semanas trabajando en la UTI del hospital.
Tengo fiebre y dolor de cabeza.
Al terminar la guardia pediré que me hisopen.
Supongo que me dará positivo. No diré "por qué a mí". Si me toca, me toca. Sólo tendré que aislarme, recuperarme y volver. Quiero estar acá.
Miro al anciano postrado boca abajo y recuerdo el teléfono que me dejaron. Lo tengo enchufado a la pared, sobre la mesada. Lo tomo y deslizo un dedo por la pantalla. Voy a la aplicación. Elijo el contacto del hijo y escribo.
"Hola. Soy la enfermera".
El tilde celeste se enciende.
Veo que escribe.
No espero a que termine y comienzo a grabarle un audio. Me siento rara escribiendole desde un teléfono ajeno.
^Por las dudas, le comparto mi contacto".
☆ ☆ ☆
Me duele la espalda. Adentro, como un estallido. No soporto más estar acostado. Me voy a dar una ducha.
Vino bien el calefón eléctrico que nos trajo el patrón. La verdad que aislarme acá es mejor que irme a casa. Allá somos siete en dos piecitas y una de mis hijas tiene asma.
Si puedo voy a tratar de terminar ese placard. Trabajar me cansa, pero tampoco puedo estar todo el día tirado. Nos dejaron un mazo de barajas y estuvimos jugando un rato a la noche. Pero truco de a dos, aburre rápido. Lo mismo que el metegol. Se extrañan los partidos del mediodia, la pelota golpeando contra el metal del fondo del arco y el griterío de los muchachos.
Mal que mal, con la venta virtual, había empezado a moverse y teníamos trabajo.
Desde que estamos aislados, el taller cambió. Ya no viene el Roña a charlar y a cebar mate. Si nos contagiamos todos, seguro que el mate tuvo que ver. Y ahora que lo pienso, el patrón nunca tomaba. Zafó, pero parece que se contagió el padre. Esta mierda anda por todos lados.
Está linda el agua. Me hace bien este vaporcito que se junta. Ojalá se me pase de una vez este puto dolor de cabeza.
☆ ☆ ☆
Leo. Una amiga comparte la muerte de su padre. Mejor dicho: ahora que su padre ha muerto comparte su vida.
No sabía que ella podía escribir así. Puede que ella tampoco. En estos cinco minutos he descubierto más cosas de su vida que en todos los años que lo conozco.
¿Qué pondría yo si tuviera que contar la vida de mi padre? No sé. Intubado y agonizante, aún sigue. Sé que creció en conventillos y que cazaba pajaritos con red. Que dejó la secundaria porque los amigos también dejaban y prefirió aprender un oficio. Que le gustaban Pugliese, Troilo y Piazzolla.
Decariano. El otro día dije esa palabra y me miraron como bicho raro. No importa quién seas o hayas sido, hoy creo que, como Julio De Caro, todo será olvidado.
Salgo con la bici a dar una vuelta por la ciudad vacía. ¿Cuánto durará esto? ¿Cuánto más se podrá sostener el aislamiento? Pedaleo con el barbijo puesto por calles casi vacías. Los grandes letreros siguen vendiendo, los semáforos cambiando de color sincronizados de punta a punta de la Avenida, pero no están en la calle la inmensa mayoría de los autos y las miradas. Sigo. Mis piernas sienten que podrían pedalear por siempre.
Apenas me detengo junto a alguien que está terminando un mural. Un muchacho con barbijo y capucha, aerosol en mano, da los últimos retoques al rostro de una mujer de piel curtida y barbijo blanco. ¿Será una médica o una enfernera? Veo en sus ojos temor e incertidumbre. No me animo a hablar con el artista y retomo la marcha con mi bicicleta. Diez minutos después, estoy frente al hospital donde está internado mi padre. Me quedo sentado en la vereda de enfrente, a 50 metros de la entrada de la guardia. Sé que no puedo entrar a visitarlo. Sigue intubado y aún resiste. Sé que no podré entrar ni hay manera que sepa que estoy aquí, tan cerca, tan lejos.
Una mujer sale del hospital. ¿Será la enfermera? Tomo el celular y la llamo. La mujer se detiene y se queda de pie, mirando su teléfono. Mi llamada se pierde sin ser atendida. La mujer escribe.
"No puedo hablar ahora, pero su papá sigue igual, resistiendo".
"Muchas gracias!", escribo apurado. La veo guardar el teléfono y retomar su marcha. Camina hacia donde estoy. Pasa frente a mí y no me animo a hablarle. Siento que es mejor así, sólo a través del teléfono. Me hace bien verla, saber que está, que mi padre no está tan sólo y que no soy el único en el mundo pendiente de su respiración.
Pedaleo de regreso. El muchacho del mural ya ha terminado su obra. La enfermera de la pared se parece a la de mi padre.
No sabemos que sucederá en el siguiente instante. Ojalá el siga con voda cuando ella retome el servicio.
Sólo hay ahora. Pedaleo en este ahora y siento que mi padre va conmigo. En mí también sigue respirando.