-I-
–Me quedan nueve meses de vida.
–¡Pero qué decís, Ramón!– protestó incrédula Susana.
Lo miró como sólo ella sabía, atravesando el velo de distracción con que los ojos de Ramón se refugiaban en sus cavilaciones. Le vio la pena y en el umbral del llanto lo abrazó.
–Cómo podés estar tan seguro. Hasta los meses sabés…
La miró sin responderle. Se quedaron en silencio. Ahora era ella la que estaba refugiada en su pecho, mientras él le daba palmadas en la espalda. Nueve meses. Quería seguir desmintiéndolo, darle ánimos, proponerle nuevos estudios, apelar a su voluntad para seguir luchando. Pero sabía que si él decía nueve meses, era ese el tiempo que quedaba. Cualquier otro podía equivocarse con esa cosas, pero Ramón no. Se lo imaginó junto a Manuel Balado, loco de asombro, ávido de descubrir, apasionado por la neurología, sin imaginar siquiera los pesares que lo aguardaban en su propio cuerpo desde que a los 45 años detectaron su hipertensión arterial maligna. Nadie o muy pocos podían entender tan bien como él qué le estaba sucediendo.
“Nueve meses y me quedaré sola”, pensó, para sentirse egoísta al instante. “No se me puede ir en nueve meses. Ahora que empezábamos a estar más tranquilos. Le preguntaré a Jourdy. Le mostraré los estudios, le pediré su opinión. Supongo que el discípulo me dirá lo mismo que el maestro. Pero quizá se equivocó, se distrajo, entendió mal. Él es distraído. Pero no en estas cosas. Nueve meses. No se puede morir en nueve meses”.
Después, todo pasó tan rápido que aún no termina de entender. Nadie había hecho antes tanto bien en tan poco tiempo. Ramón hizo algo mucho mejor que cualquier nvención o descubrimiento: llevó la salud a todos los hogares a los que Eva había llegado con su amor. Perón había sido el arquitecto, el cerebro de esa transformación, y Evita el alma. Pero muchos otros también hicieron su parte, y Ramón fue uno de ellos. El y su cibernología. Si hasta pudo servirse de sus investigaciones, convertirlas en planificación. ¿Cómo explicar que todo se esfumara tan rápido? La muerte de Eva, la mala salud de Ramón, la avidez de algunos, el odio de los de siempre. Solos y olvidados de un día para el otro. Aquellas extrañas conferencias en Estados Unidos y este empleo en Brasil.
Y las cartas. Las de la familia, que llegan abiertas y con tachaduras. Y las de los amigos, que no llegan, porque no escriben, porque parece que ya no están más.
“Ningún amigo escribe”, dijo la noche anterior. Le robó su queja, porque siempre era ella la que protestaba contra los amigos. “Susana, no le pidas a una persona más de lo que debe dar: ellos tienen que defender a sus familias y no pueden ponerlas en peligro por escribirme”, la reprendió Ramón. Pese a todo, había intentado sobreponerse, se vinculó al hospital, descubrió un discípulo, siguió adelante con su salud a cuestas. ¿No era suficiente el sufrimiento? ¿No se
merecía esta nueva oportunidad? Nueve meses. ¡Cómo que no es un problema de justicia! Su alma protestaba a los gritos.
Sí, quizá la mala salud no sea un problema de justicia. Pero que todo se derrumbara, que le quitaran hasta sus libros, que lo bautizaran como ladrón de nafta, que se dedicaran a destruir todo lo que construyó, ¿qué era eso? ¿Acaso hacía falta un estudio, una constancia, una prueba, para pensar que ese sufrimiento tenía mucho que ver con su deterioro?
Qué importaba ahora. Tal vez tenía razón Ramón, que prefería no darles tanta entidad. Nueve meses le quedaban y él ya había encontrado algo que hacer en ese tiempo. “Su preocupación soy yo”. Se tapó la cara con las manos y lloró.
-II-
Raanan Rein, de la Universidad de Tel Aviv, ha realizado una importante tarea de investigación acerca del peronismo, inscribiéndose entre quienes lo conciben como uno de los movimientos populistas de nuestro continente, con el liderazgo carismático como una de sus características esenciales.
Señala que los populismos emergen en periodos de crisis, “cuando muchos sienten que pierden la capacidad de hacer frente a la realidad circundante y buscan un líder que los conduzca por una vía clara y que les suministre soluciones para sus dificultades económicas, sociales o aquellas relacionadas con su identidad colectiva”.
Estos liderazgos suelen ser problemáticos para el “buen pensamiento” de los países centrales. Con paciencia casi escolar, Raanan Rein se pregunta si debe ser autoritario un liderazgo carismático, para responderse que no necesariamente. A partir de allí, se adentra en la relación entre el líder y sus seguidores.
“El hecho de que el reconocimiento de parte de los que responden a la autoridad sea decisivo para que el carisma tenga validez, otorga base democrática al lazo creado entre el líder carismático y las masas. El carisma es, por lo tanto, un proceso social interactivo de doble faz en el que los líderes populistas son creados por sus seguidores y, al mismo tiempo, estos políticos se construyen a sí mismos como líderes, y confieren cierta unidad y coherencia a sus seguidores. En esta red de relaciones, también el líder carismático depende de la masa y es impulsado sin cesar a actuar y seguir en el proceso de la incorporación de sectores marginados en la comunidad política, lo que le daba al peronismo un carácter emancipatorio. En estas circunstancias, el líder debe también volver a triunfar, para justificar y perpetuar la magia del carisma. Esta dinámica concuerda con otra característica populista del peronismo, que es el constante intento de renovar el mandato otorgado por el pueblo”. Se cuida de recordar que al fin y al cabo el peronismo fue un movimiento que se expresó y llegó al gobierno electoralmente, que propiciaba la participación de los ciudadanos en la política y movilizaba a grupos que hasta entonces eran ajenos a la vida pública.
El líder se erige sobre el respaldo de esas mayorías que hasta allí no encontraban representación adecuada y el camino para legitimar su representatividad es profundizar las transformaciones que requiere la incorporación efectiva de esos sectores.
Esta definición, por un lado, destruye la asociación de los populismos a los procesos dictatoriales basados en liderazgos fuertes, en la medida en que estos carecen no sólo de la legitimación democrática formal, sino también que no representan a esos sectores que padecen la exclusión. Pero a su vez, desnuda la crisis de representación de aquellas fuerzas políticas que de un modo u otro sólo expresan al poder constituido y carecen de la capacidad o la decisión de representar a quienes padecen diversas formas de exclusión de parte de ese poder. Sus opositores suelen exhibir incapacidad para enfrentarlos democráticamente y su prédica suele desembocar en la búsqueda de su derrocamiento de cualquier modo y a cualquier costo.
-III-
Suele circunscribirse el fenómeno populista a esa relación entre el liderazgo carismático y las masas.
Raanan Rein cuestiona ese reduccionismo y rescata el rol de un conjunto de actores cuya participación es decisiva para el establecimiento de esa relación y la consolidación de ese liderazgo.
Primero pasa revista a alguna de esas visiones reduccionistas. Trae a colación el debate inaugurado por las investigaciones de Gino Germani sobre el apoyo obrero a Perón. Durante un largo periodo se sostuvo que dicho apoyo venía principalmente de los nuevos trabajadores, aquéllos que habían inmigrado poco tiempo antes desde el interior del país hacia Buenos Aires, en el contexto de los procesos de industrialización, sobre todo por sustitución de importaciones, y de urbanización en los años treinta. Desde esa visión, presumían que esos trabajadores estaban acostumbrados al paternalismo autoritario y carecían de conciencia de clase. Así identificaban a
la masa inculta e irracional que fácilmente fue presa del carisma de Juan Domingo Perón. Por el contrario, suponían que la clase obrera más antigua, formada en su mayoría por trabajadores oriundos de Europa, era más educada y tenía mayor conciencia de clase, por lo cual habría conservado su lealtad a los partidos de la izquierda. Diversas investigaciones revisaron y demostraron que esa visión histórica no se correspondía con la realidad de lo sucedido. No fueron pocos los dirigentes sindicales con trayectoria de lucha que tuvieron un papel destacado en el ascenso del peronismo. La clase obrera no estaba dividida en trabajadores nuevos y antiguos y su papel no fue pasivo en el ascenso de Perón. Raanan Rein destaca que “no únicamente trabajadores ‘nuevos’y no agremiados, sino que la mayor parte del movimiento obrero organizado empezó gradualmente a dar su apoyo al ‘Coronel del Pueblo’ entre 1943 y 1945, para defender sus propios intereses, no necesariamente los del Líder”. El apoyo provino de todos los sectores obreros, acorde con el proyecto reformista que habían comenzado a perfilar varios dirigentes en años previos.
En una postura intermedia, Torcuato Di Tella, en su trabajo “Perón y los sindicatos”, sostiene que es cierto que la nueva dirigencia surge en parte del movimiento sindical preexistente, pero también se da un fenómeno de surgimiento de nuevos protagonistas, propio de la transformación que experimentaba la estructura social argentina.
Norberto Galasso, al analizar la década infame, pasa revista a la evolución del sindicalismo estableciendo su vinculación a los cambios que se van produciendo en la estructura social en el marco de la evolución de la realidad social y económica del país en un mundo que transita de la Primera a la Segunda Guerra Mundial. Sitúa el rol del sindicalismo anarquista, más propio de las actividades de trabajo artesanal. Sitúa la representación del sindicalismo socialista en los sectores de servicios, con una pérdida de representatividad vinculada a la connivencia del socialismo con las fuerzas del régimen. Y en un contexto donde todas las fuerzas políticas expresan el orden conservador, analiza el interesante período que va de 1935 hasta el preludio de la guerra, en que asistimos a un crecimiento del sindicalismo comunista, alentado por el frágil pacto de no agresión entre Hitler y Stalin y la mala relación de la potencia socialista con Inglaterra.
Así como el argumento de la supuesta división dentro de la clase obrera no ayuda a comprender el amplio apoyo que obtuvo Perón en 1945-1946, el argumento sobre un lazo directo e inmediato entre el líder carismático y las masas tampoco nos ayuda a comprender la modelación del movimiento y de la doctrina peronista, en la medida que eluden casi por completo la función mediadora de personalidades provenientes de diversos sectores sociales y políticos, cada uno de los cuales brindó su aporte a la movilización de apoyo a Perón, a la estructuración de su liderazgo y a la modelación de la doctrina justicialista.
El propio 17 de octubre de 1945 no termina de ser comprendido cabalmente si se lo pretende reducir a una expresión exclusivamente espontánea de la masa y se ignora el papel decisivo de numerosos dirigentes obreros en la movilización.
Raanan Rein sostiene que la historiografía se ha ocupado extensamente de Perón y Evita pero que casi no se ocupó del rol de la segunda línea de liderazgo peronista. El autor elige detenerse en las figuras de Juan Atilio Bramuglia y Ángel Borlenghi, sosteniendo que sirvieron como importantes eslabones de enlace para movilizar a la clase obrera y para agudizar los énfasis sociales del peronismo; del coronel Domingo Mercante, por contribuir a garantizar la posición de Perón, tanto en el seno del ejército como de los sindicatos; del industrial Miguel Miranda, actuando en el marco de la nueva burguesía industrial nacional, y de José Figuerola, a partir del bagaje ideológico que trajo de España desde su compromiso con tendencias y corporativistas que de algún modo incorporaría Perón en la doctrina justicialista.
Ramón Carrillo ha sido uno de esos hombres imprescindibles, alguien que ha dejado su marca en el peronismo erigiéndose en protagonista de la definición de su identidad, desde su concepción de la salud y el sanitarismo,
desde su formidable obra y desde el compromiso personal con que sostuvo sus ideas y sus pasiones hasta el último
instante de su vida.
-IV-
Ramón nació en Santiago del Estero el 7 de marzo de 1906, hijo del profesor Ramón Carrillo y de María Salomé Gómez. Cursó sus estudios primarios en la Escuela Manuel Belgrano, donde rindió libre los últimos 2 años, y los secundarios en el Colegio Nacional de Santiago del Estero. Obtuvo el título de bachiller en 1923, con Medalla de Oro. Aún cursaba el secundario cuando escribió una obra literaria que ya denotaba su interés por las cuestiones sociales.En 1924, viajó a Buenos Aires para estudiar en la Facultad de Medicina. Inició las clases con 17 años, el más joven de su curso. En 1927, con 21 años de edad, obtuvo por concurso el cargo de Practicante Externo del Hospital de Clínicas. Ese año conoció al doctor Manuel Balado, neurocirujano argentino con formación en los Estados Unidos, con quien publicaría diferentes trabajos científicos.
Ese joven brillante e inquieto se recibiría de médico a los 22 años. Sus estudios científicos no lo apartaron de su reocupación social. Carrillo era uno de los que advertían la falta de representación política de los más necesitados.
En 1930 ganó la Beca de la Universidad de Buenos Aires, consistente en tres años de perfeccionamiento en Europa (Holanda, Francia y Alemania), donde trabajó e investigó junto a los más destacados especialistas, entre ellos Cornelius Ariens Kappers. Allí pudo ser testigo de los cambios políticos que se producían en los umbrales de la guerra.
Regresó a Buenos Aires en plena Década Infame. Adhirió entonces al pensamiento nacionalista que tomaba auge en aquella época. Se vincula con su compañero de estudios primarios Homero Manzi, y otros hombres como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz y los autores teatrales y de tango Armando Discépolo y Enrique Santos Discépolo, representantes de la cultura y de las nuevas ideas nacionales; y se asocia con la escuela neurobiológica argentina, activa en el Hospicio de las Mercedes y el Hospital de Alienadas, luego hospitales Borda y Moyano.
Desde 1933 a 1936 prosigue con sus investigaciones trabajando 8 años en el laboratorio de Neuropatología del Instituto de Clínica Quirúrgica.
En 1937 padece una enfermedad aguda, cuyas altas fiebres tuvieron por secuela hipercefaleas progresivamente más severas. Sobrevivió por la dedicación clínica de su amigo Salomón Chichilnisky, médico y literato que comenzó cargando bolsas en el puerto para mantener padres y hermanos y, superando enormes obstáculos, llegó a catedrático de neurología. Lo acompañaría luego en su gestión pública en el nivel de Secretario de Salud, ayudando a Carrillo a levantar muchísimos hospitales públicos y gratuitos. Bastante tiempo después moriría en uno de ellos.
Durante los años de la Década Infame Carrillo se dedicó únicamente a la investigación y a la docencia, hasta que en 1939 se hizo cargo del Servicio de Neurología y Neurocirugía del Hospital Militar Central en Buenos Aires. Este empleo le permitió conocer con mayor profundidad la realidad sanitaria del país. Tomó contacto con las historias clínicas de los aspirantes al servicio militar, procedentes de toda la Argentina, y pudo comprobar la prevalencia de enfermedades vinculadas con la pobreza, sobre todo en los aspirantes de las provincias más postergadas. Realizó estudios estadísticos que determinaron que el país sólo contaba con 45% de las camas necesarias, distribuidas de manera desigual, con regiones que contaban con 0,001% de camas por mil habitantes. Confirmó de esta manera sus recuerdos e imágenes de provincia, que mostraban el estado de postergación en que se encontraba gran parte del interior argentino. Con doble empleo debido a su necesidad de salario (aún soltero, ayudaba a sostenerse a su madre y a diez hermanos más jóvenes, cuidando que todos lograran una carrera profesional), en 1942 Carrillo ganó por concurso la titularidad de la cátedra de Neurocirugía de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires.
Produjo entre 1930 y 1945 valiosas investigaciones sobre las células cerebrales que no son neuronas, denominadas neuroglía, y los métodos para teñirlas y observarlas al microscopio, así como sobre su origen evolutivo (filogenia) y sobre la anatomía comparada de los cerebros de las diversas clases de vertebrados.
En ese periodo aportó nuevas técnicas de diagnóstico neurológico (yodoventriculografía; tomografía, que por carencia en la época de medios electrónicos no pudo integrar la computación, pero fue precursora de lo que hoy se conoce como tomografía computada; su combinación con el electroencefalograma, llamada tomoencefalografía). También durante esos quince años logró valiosos resultados investigando las herniaciones del cerebro que ocurren en sus cisternas (hernias cisternales) y los síndromes que ocurren tras una conmoción o traumatismo cerrado cerebral (síndromes postconmocionales);
descubrió la enfermedad de Carrillo o papilitis aguda epidémica; describió en detalle las esclerosis cerebrales durante cuya investigación realizó numerosos trasplantes de cerebro vivo entre conejos, y reclasificó histológicamente los tumores cerebrales y las inflamaciones de la envoltura más íntima del cerebro (aracnoides), inflamaciones llamadas aracnoiditis.
También propuso una “Clasificación de las enfermedades mentales” que fue ampliamente empleada antes de los DSM. En 1942 ganó por concurso el cargo de Profesor Titular de Neurocirugía de la Universidad de Buenos Aires. No obstante,en brusco viraje profesional, abandonó su destacada carrera como neurobiólogo y neurocirujano para dedicarse al desarrollo de la medicina social (sanitarismo), desde donde podía realizar y concretar sus ideas sobre salud. En 1943 es derrocado el régimen del presidente Castillo y asumió otro gobierno militar. En ese contexto Carrillo conoció en el Hospital Militar al Coronel Juan Domingo Perón, paciente con quien compartía largas conversaciones.
Es precisamente el coronel quien convence a Ramón Carrillo de colaborar en la planificación de la política sanitaria de ese gobierno.
En el año 1944 funda y dirige el Instituto Nacional de Neurocirugía. El 17 de octubre de 1945 lo encontró como Jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar.
A los 39 años de edad, Ramón Carrillo prestó servicios brevemente como Decano de la Facultad de Medicina.
Le tocó intermediar varios meses en un duro conflicto universitario entre izquierdas y derechas. Para comienzos de 1946 ambos grupos opuestos estaban resentidos contra su gestión, forzándolo a renunciar.
Por entonces Perón llegó a la presidencia, por vía democrática, y confirmó al Dr. Carrillo al frente de la Secretaría de Salud Pública, que posteriormente se transformaría en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación.
Carrillo definió su política en tres grandes áreas:
1) la medicina asistencial, que es pasiva y resuelve el problema individual;
2) la medicina sanitaria, que es defensiva y protege;
3) la medicina social, que es activa, dinámica y preventiva.
Elaboró el “Plan Analítico de Salud Pública”, un estudio completo y orgánico que incluye los objetivos principales y acciones del plan de salud. Organizó, en apoyo del plan, una estructura administrativa basada en la centralización normativa (normalización, unificación y tipificación de criterios, procedimientos, mecanismos y servicios para todo el país) y la descentralización ejecutiva (asignación de competencias y funciones por sectores de actividad, regionalización sanitaria del país, participación de las provincias, municipalidades y delegaciones regionales). Esas normas están contenidas en su libro Teoría del Hospital, con sus tomos de “Arquitectura” y “Administración”.
Los resultados del plan se vieron en el éxito de las campañas masivas de vacunación antivariólica y antidiftérica,
los catastros radiográficos pulmonares realizados en todo el territorio nacional, la obligatoriedad de los certificados de vacuna para ingresar a escuelas, viajar y efectuar trámites; la lucha antipalúdica en el norte; la campaña contra la fiebre amarilla en la frontera con Bolivia, la tuberculosis, la viruela, el alastrim y la rabia.
La mortalidad infantil, del 90 por mil en 1940 descendió al 56 por mil en 1955, no sólo por la acción sanitaria directa a través de los miles de centros de protección materno-infantil, sino también gracias a una política social que elevó los índices de nutrición, higiene, bienestar y condiciones de vida.
Junto a las campañas sanitarias, encaró un plan de creación y construcción de hospitales y centros de salud tipificando sus características arquitectónicas, los requerimientos de personal y la normativa de su organización y sus servicios. Hizo construir numerosos hospitales generales, institutos especializados, centros asistenciales para enfermos crónicos, ciudades-hospitales (unidades hospitalarias integradas). La base actual de los hospitales de nuestro país proviene de aquella época, pese a que muchas de estas estructuras fueron destinadas ulteriormente para otros fines.
Creó 234 hospitales o policlínicos gratuitos. Este enorme esfuerzo requirió la formación de recursos humanos para la salud: esto se hizo en universidades y en niveles de educación terciaria. Se formaron inspectores y supervisores sanitarios, visitadoras de higiene, bioestadígrafos, administradores hospitalarios, técnicos radiólogos, médicos higienistas. Se dictaron normas y medidas reguladoras del ejercicio profesional, reglamentación de especialidades, ética y deontología, organización gremial, estatuto profesional, enfermedades profesionales, caja de jubilaciones, etc.
La acción de Carrillo estaba orientada a poner a la medicina en función social para lograr una asistencia individual, familiar y comunitaria completa y continua, con accesibilidad y gratuidad total para la población que la necesite y con profesionales que actúen para y en la comunidad ofreciendo sus servicios mancomunados según la demanda y atendiendo a las necesidades médicas y sanitarias de la población. Logró resultados asombrosos para su tiempo, teniendo en cuenta que no había por entonces una conciencia sanitaria en el Estado ni en la sociedad. Laa camas hospitalarias pasaron de 66.300 en los inicios de su gestión a 114.000 en 1951. En sólo dos años, terminó con el paludismo. En 1946 el índice de mortalidad por tuberculosis era de 130 por cien mil; en 1954 descendió a 36 por cien mil. Las enfermedades venéreas desaparecieron casi en su totalidad. La lepra fue circunscripta a los leprosarios preparados y habilitados adecuadamente. Concluyó con las epidemias de tifus exantemático. Organizó la vigilancia epidemiológica y la medicina preventiva.
Todo esto, dando prioritaria importancia al desarrollo de la medicina preventiva, a la organización hospitalaria, a conceptos como la “centralización normativa y descentralización ejecutiva”, opuesta a la del modelo neoliberal, que responde a fines meramente económicos impuestos
desde la lógica de mercado. Carteándose con Norbert Wiener, el llamado “creador de la cibernética”, Carrillo la aplicó al arte de gobernar con el nombre de cibernología, creando un Instituto de Cibernología o Planeamiento estratégico en 1951.
A partir de 1951 la salud de Carrillo empieza a deteriorarse, debido a una enfermedad grave y progresiva (hipertensión arterial maligna) que finalmente lo llevaría hacia la muerte. Carrillo igual continúa al frente del Ministerio ya que no quería abandonar al Presidente Perón.
La consagración de Tesaire como Vicepresidente de la Nación, el 25 de abril de 1954, tuvo como consecuencia la absoluta marginación de Carrillo del entorno presidencial.
Renunció al Ministerio el 16 de junio de ese año. En octubre de 1954 se embarcó rumbo a Nueva York. Allí dio una serie de conferencias en la Universidad de Harvard y visitó varios laboratorios, mientras comenzaba a enfrentar dificultades económicas. Permaneció en USA para someterse a un intenso tratamiento con el cual logró mejorías transitorias.
Derrocado Perón, desde los Estados Unidos Ramón Carrillo se entera del curso que sigue la política argentina bajo el gobierno de la “Revolución Libertadora”. En consecuencia decide enviar un telegrama al general Leonardi poniéndose a disposición del gobierno de facto para ser investigado. Carrillo no recibió respuesta, pero al tiempo se enteraría de la interdicción de sus dos propiedades, el allanamiento de las mismas y el secuestro de cuadros y libros bajo la acusación de “enriquecimiento sin causa”. En su defensa la hermana de Carrillo se presenta ante la Junta Nacional de Recuperación Patrimonial demostrando la legitimidad de los bienes.
Debido a que la vida en Nueva York se le hizo demasiado onerosa, Carrillo consigue un empleo en la empresa norteamericana Hanna Mineralization and Company, que tenía una explotación en Brasil, a 150 kilómetros de Belem Do Pará. El 1º de noviembre de 1955 llega a Brasil, y desde el primer momento se vincula con el Hospital de la Universidad local, la Santa Casa de la Misericordia, sin darse a conocer. Sin embargo, en el Hospital le dicen que no pueden emplearlo como médico, a lo que él le responde que sólo desea colaborar.
En Belen Do Pará conoce a un joven médico, el doctor Jourdy, quien se convertiría en su amigo y discípulo. Los avanzados conocimientos que Jourdy había recibido de Carrillo, llamaron la atención de los profesionales del Hospital. Por esta razón, pidieron informes a Río de Janeiro sobre el doctor Carrillo, por los cuales se enteraron de su actuación científica y política. Desde ese momento Carrillo fue llamado para importantes consultas, exponer en conferencias y dar clases en el Hospital de Aeronáutica y en la Santa Casa de la Misericordia.
En marzo de 1956 Carrillo le anuncia a su esposa que le quedan nueve meses de vida, luego de analizar un examen médico que se había realizado. Su pronóstico fue acertado: el 28 de noviembre de 1956 sufrió un accidente cerebrovascular y fue internado en el Hospital de Aeronáutica, donde finalmente falleció el 20 de diciembre de 1956 a las 7 de la mañana. Su esposa y sus hijos quisieron cumplir con la última voluntad de Carrillo, ser enterrado en su Santiago del Estero natal. Sin embargo esto se demoraría por 16 años debido a que la dictadura de Aramburu y Rojas se opuso a la repatriación de sus restos por “razones políticas”.
-V-
“Los problemas de la Medicina como rama del Estado, no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede haber una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría”. No fue una frase más. Cuando Carrillo planteaba actuar desde la prevención de salud y no sólo ante la enfermedad y cuando advertía la profunda ligazón, la necesaria integralidad que debía existir entre las políticas sanitarias, las sociales y la economía, lo hacía con profunda conciencia de la transformación de la que estaba participando y del sentido que debía aportar a esos cambios su participación.
Cuando consigue erradicar el paludismo no hablamos del fruto de un hallazgo científico o del éxito de una política estrictamente sanitaria, hablamos de las políticas sanitarias en el marco de un plan quinquenal. De caminos, canales, viviendas, escuelas, agua potable, riego. También de medidas de prevención sanitaria, pero en el contexto de un cambio integral en las vidas de las personas. Y de Carrillo trabajando codo a codo con Eva Perón. Tan valioso como la relación de respeto y admiración que forja con Perón es el andar mancomunado que consigue llevar adelante con Evita; su gran aliada al impulsar cambios y también al momento de pelear por el presupuesto de su ministerio.
Aunque Raanan Rein elige a otras personalidades para establecer su caracterización, Carrillo es quizá el ejemplo más poderoso de que ese nuevo movimiento no era un fenómeno limitado a la relación entre el líder y su pueblo, sino que además de la sensibilidad, la fuerza y
la pasión de Evita, Juan Domingo Perón tuvo en la tarea descollante de varios de sus colaboradores un aporte esencial. Si a ello sumamos el rol de los sindicatos y el
creciente protagonismo popular, parece evidente que se trataba de una sociedad en ebullición, una construcción colectiva iniciada desde el talento y el liderazgo de un hombre y engrandecida por el protagonismo de personas de orígenes y capacidades diversas.
A tal punto esas figuras tienen una relevancia especial, que la muerte de Eva Perón más el progresivo alejamiento de muchas de ellas del círculo de decisiones próximo a Perón expresó una etapa de mayor soledad del líder en la gestión y en las decisiones.
Raanan Rein extrema el análisis de esa situación de manera drástica, y sostiene que “con el tiempo, el propio Perón fue víctima de su propia retórica y comenzó a creer que no necesitaba a nadie para movilizar el apoyo masivo. Se veía a sí mismo como la encarnación de la voluntad del pueblo, que estaba por encima y más allá de todas las instituciones y personas. Fue desprendiéndose gradualmente de la mayor parte de la gente que cumplió un papel importante en su ascenso y en la construcción de su fuerza, incluyendo a Bramuglia, Mercante, Figuerola y Miranda, rodeándose de colaboradores serviles que a todo respondían amén y que carecían de una base de apoyo independiente o de una capacidad propia de movilización".
El análisis es maniqueo y parcial. Es maniqueo porque deposita toda la virtud en aquella segunda línea y desmerece la relación directa entre el pueblo y su líder. Es cierto que hubo numerosas figuras cuyo aporte fue esencial para la dinámica y la capacidad de proyección y realización de ese nuevo movimiento, pero que muchos de ellos hayan perdido posiciones al tiempo que ascendían personas más sumisas y con menos iniciativa y que se produjera una mayor concentración de las decisiones no significa de por sí que estemos ante un fenómeno de “alienación de las masas” ni que Perón se viera como la encarnación de la voluntad del pueblo.
Su actitud de renunciamiento frente al riesgo de que el costo de sostenerse en el poder fuera una guerra civil, se la comparta o no, habló a las claras de una persona con sentido estratégico y distante de actitudes mesiánicas y de la caricatura que nos presenta Raanan Rein como conclusión de su valioso trabajo.
Pero además es un recorte parcial, que no toma en cuenta el conjunto de factores que concurrieron en aquella etapa. No es apropiado escindir el análisis de la evolución del contexto económico nacional e internacional que debió afrontar Perón en su segunda presidencia.
La renta agraria diferencial, uno de los pilares de aquel desarrollo capitalista autónomo, se achicó de manera significativa, primero por dos durísimas sequías (en 1951 y 1952). Pero al mismo tiempo, comenzaron a percibirse los efectos de la recomposición de la economía mundial, lo cual agravó la disminución de la renta diferencial, por mejoras tecnológicas de los países europeos, tendencia al autoabastecimiento alimenticio y recomposición del manejo de las grandes empresas respecto de los mercados internacionales, con la consecuente reducción de los precios del Tercer Mundo.
Frente a estas dificultades, el gobierno reorientó su política económica mejorando precios agropecuarios (veda y pan negro incluidos) e intentó estabilizar salarios y precios con medidas monetaristas. Nunca existió la dilapidación de reservas que siempre procuró instalar el relato liberal. Se habían empleado, en su mayor parte, para equipar al país que necesitaba motores, máquinas, transportes, etc.; y también para recuperar los resortes económicos sin cuyo control era imposible poner en marcha el crecimiento autónomo de las fuerzas productivas. El cambio obedecía a la disminución de esa superutilidad agraria que era la bomba impulsora del desarrollo y parecía, al decir de Norberto Galasso, “haber anulado la lucha de clases dentro del frente nacional”. El peronismo intentaba en ese segundo período proseguir su política tradicional de la “comunidad organizada” pero la base de sustentación se había debilitado. Era urgente invertir en transportes y combustibles –algo retrasados respecto al crecimiento general– y al mismo tiempo, impulsar decisivamente la industria pesada. Por su parte, la CGT intensificaba sus reclamos hacia 1954 protestando por las alzas de precios que deterioraban el salario real, mientras los empresarios nacionales reclamaban la aplicación de las reglas clásicas de acumulación del capital: menor salario y mayor jornada.
Los obstáculos no sólo trabaron la marcha en el área económica sino que promovieron condiciones para complicar el plano político. La conducción vertical y la unidad de mando impuestas por el Gral. Perón favorecían la ejecutividad. Pero el liderazgo unipersonal, con férrea disciplina hacia abajo, contribuyó a que se alejaran los más aptos y progresaran los obsecuentes. Importantes figuras políticas, de claro pensamiento y cristalina conducta, van siendo desplazadas por los arribistas, los obsecuentes. El alejamiento de Arturo Jauretche en 1950 es un llamado de alerta acerca de lo que sucedía.
El propio Perón expresó en un discurso que sesentía rodeado de “adulones y alcahuetes”. La otra gran razón del aislamiento y la soledad del líder fue el fallecimiento de Evita. Había perdido a su principal vaso comunicante con la columna vertebral del movimiento y a la persona que le daba a la gestión una identidad de contacto permanente con los más necesitados.
Bien vincula Norberto Galasso la conjunción de las dificultades económicas con la muerte de Eva al señalar que “Perón se quedó sin el sismógrafo que le anticipaba los movimientos del subsuelo social en un mal momento: justo cuando Estados Unidos sustituía a Gran Bretaña como potencia dominante, cuando la economía argentina ingresaba en un ciclo regresivo y se tornaba inevitable avanzar hacia reformas más profundas (como la agraria) o retroceder varios casilleros rumbo a los ajustes del plan de austeridad”. Es necesario conocer el valor que el general le daba a los afectos cercanos para comprender el peso que pudo tener para él aquella soledad. Sumemos a ello que el acceso al gobierno significó que diversos grupos y sectores fueran cambiando su lógica en la medida en que ganaban un lugar en el poder y se alejaban del dinamismo interpelante del inicio de sus luchas.
Por distintas razones, Bramuglia, Mercante, Figuerola, Miranda o el propio Carrillo terminarían alejándose. Solo, refugiado en su autoridad y con esa nueva realidad en su entorno, de todos modos Juan Domingo Perón mantuvo la vocación de conducir a todos desde el estilo pendular que lo caracterizaba. Sus reiterados llamados a gastar menos y producir más, el surgimiento de la figura
de Gelbard al frente de la CGE al cabo del Congreso de la Productividad de 1955, la creación del Partido Socialista de la Revolución Nacional, la política de unidad latinoamericana, la convocatoria a los trabajadores ferroviarios a proponer nuevas formas de conducción de la empresa, la sugerencia a gremialistas para intervenir en el análisis de costos de las empresas, la designación de Alejandro Leloir, cercano al forjismo, como presidente del partido y la de John William Cooke como interventor partidario en Capital, aun cuando terminarían siendo medidas insuficientes, marcan con claridad la voluntad de recuperar la iniciativa para superar la crisis con una lógica más emparentada con aquel dinamismo inicial.
En la vigencia de la revolución que lideró acompañado por Eva y también en esos nuevos bríos del final estuvieron la base y el germen desde el cual se sostendría la resistencia peronista hasta su retorno. Y aquellos protagonistas del primer peronismo que padecieron postergaciones en el segundo gobierno, exhibieron en la resistencia peronista un compromiso activo y militante que nunca distinguió a los obsecuentes. Es muy claro en palabras de Galasso: “En esos momentos postreros la deserción de los burócratas políticos y sindicales fue casi total y sólo acudieron al combate los cuadros que habían sido marginados por los obsecuentes, como Cooke".
La mala salud no le permitió a Carrillo tener participación activa en esas luchas de resistencia. Pero aun perseguido y difamado, en el último lugar en el mundo
de su vida, sería capaz de demostrarr el fuego sagrado conque conjugaba pasión y conocimiento.
VI
Américo Barrios entrevistó a Perón en el exilio y se le ocurrió preguntarle a quién consideraba un maestro. “De pronto le pregunté al general Perón de qué hombre había aprendido más en su vida. Yo no tenía idea acerca del hombre extraordinario a quien el general Perón había podido llamar alguna vez maestro, sin que el título hubiera perdido vigencia para él. Quedó un minuto pensativo. Daba la sensación de haber apresado la imagen de ese hombre, y que estaba analizándola, rodeándola de cariño y admiración. Yo no tenía la menor idea del hombre extraordinario a quien el general Perón, alguna vez, pudiera haber llamado maestro, sin que el título hubiera perdido vigencia para él. Y me dijo resueltamente:
–El hombre de quien más aprendí en mi vida se llama Ramón Carrillo.
–¿Y qué es lo que aprendió de él, general?
–Aprendí cosas sencillas, pero reveladoras, que hacen al conocimiento de la condición humana y de las relaciones entre las personas. ¡Algo que vale tanto como un placet para transitar la senda justa del hombre, la verdadera! El doctor Carrillo conversaba mucho conmigo, por aquel entonces. Sus charlas eran muy interesantes, porque salían de los lugares comunes de cada día y eran muy ilustrativas. Los temas que enfocaban me interesaban sobremanera. Además, él los trataba con las características de su talento. De cibernética, por ejemplo, hablaba con una profundidad y amplitud de horizontes que hacía irresistible su charla… Una vez me hablaba de la pintura de los locos. Había enviado a los locos a pintar, para exhibir públicamente sus cuadros. Los cuadros ya estaban instalados en el Hospital Nacional de Neurosiquiatría. La exposición se inauguraría al día siguiente. Estábamos en mi despacho de la Casa Rosada cuando Carrillo me dijo:
–Presidente, ¿no quiere ver los cuadros? –Yo, sin dudar un instante, le dije que aceptaba la invitación y partimos hacia el hospital. Allí Carrillo me fue explicando las características de la personalidad del pintor demente, según los colores y las imágenes de cada cuadro. Fue una disertación apasionante. Tan apasionante, que cuando medité qué estaba haciendo, recordé que era miércoles, día de la reunión de gabinete, y que hacía dos horas que los ministros me estarían esperando o habrían vuelto a sus ministerios. ¡Así de interesante era Carrillo! Fue la única vez, que yo recuerde, que fui impuntual”.