La noche en que Charly sonreía celebrando sus 72, ella apenas respiraba. Trataba de seguir, de reponerse de ese trágico instante en que un momento placentero se convirtió en un infierno. Pero no lo lograría y en la mañana siguiente nos derrumbó la noticia de su muerte.
“Este mundo moderno se ha vuelto demasiado complejo para que cualquiera de nosotros pueda entenderlo”, dice Mariana citando a Tim McGraw. Ella habla en mi celular desde el último de sus podcasts, mientras garabateo estas palabras en la PC de una de sus amigas de los tiempos de FM La Tribu, que supo engancharse con cada episodio de "Es al Revéd" y aguijonearme para que los escuchara.
Pero no estoy aquí intentando comprender las nuevas complejidades del mundo. Sólo pienso en la muerte. No hablo en términos filosóficos o religiosos ni porque pretenda alguna forma de trascendencia para las almas. Cuando mi abuelo Félix falleció, mi mamá se aferró a su cabeza con ambas manos y se preguntó desconsolada donde irían todos los talentos y saberes de aquel hombre. Ahora que la Anaconda ya no está y no puede activar su memoria, me hago la misma pregunta y me abruma descubrir que entre febrero de 2021 y octubre de 2023 ella alumbró 192 episodios. De mi abuelo me quedaron unos cuadritos cubistas en miniatura que él creaba pegando recortes de papeles de colores y metalizados. De Mariana, además de su libro en un estante a los pies de la cama, nos queda en esta casa su voz valiente desde cada uno de estos episodios, producidos con esmero y en los que demostraba su curiosidad, su afán por entender, su rigor para no dar nada por sentado, su valentía para no sucumbir al dogma del núcleo duro, su inquebrantable entereza para no callarse ni renunciar a las preguntas y seguir sosteniéndose aún después de las represalias.
Ya sé que no está bien definir a la muerte como injusta. Pero da tanta bronca que ella no pueda compartir esta reinvención agónica de la esperanza, que no podamos oírla hablando de esto que vivimos y celebramos sin conseguir comprenderlo del todo. Este era el tiempo para que su voz fluyera, para que su vida se llenara de lugares y oportunidades de hacerse oír. Pero no. En las clases de filosofía suelen decir que la muerte no es un problema porque no admite solución y Mariana Moyano, aunque sigue hablando en mi celular mientras escribo, ya no está.
“Cuando una destilería cierra, los whiskies que se fabricaban allí pasan a una dimensión espectral”, escribió y dijo alguna vez. No frecuento misas ni toco bocina al pasar junto a los santuarios improvisados al costado de la ruta ni tengo fe de trascendencia alguna más allá de esta vida que respiro.
Sé que Mariana Moyano ya no está y que no hay solución para eso.
Pero escucho su voz niña a prueba de whisky, la misma que le oí en momentos de reencuentro con sus amigas Mariana y Sofía o haciendo preguntas incómodas que terminaran significando su última intervención en un programa de televisión, y sospecho que Anaconda con Memoria se convertirá en un santuario, en un lugar al que podremos ir una y otra vez, no sólo por el placer y la nostalgia de escucharla, sino para encendernos en esa actitud curiosa, ávida e íntegra conque supo iluminarnos la vida.