viernes, 2 de octubre de 2015

ATRÁS QUEDÓ LA LUNA DE SAN JOSÉ DEL RINCÓN





Por fin me encontré con Ro Ferraris en San José del Rincón.

Fue encontrarme con su casa de arena y piedra. Con sus compañeras y compañeros de lucha, sus hijas y su jardín en una tarde de sol, la dicha de la hospitalidad en un pueblo que se hizo ciudad agazapado a un costado de Santa Fé.
Fue dar de frente a la cancha de Unión, tan pequeña como imponente, y encender un sinfín de recuerdos futboleros hilvanados en la voz de Víctor Hugo, desde los tiempos de Luque y el Toto Lorenzo hasta este presente de sorprender a los grandes.
Fue llenarme de voces en la tarde que hablaron de los alfajores tatengues y de sabaleros, de las cloacas, los sábalos, los frigoríficos y las cuotas de pesca, de los pescadores y de sus mujeres animándose a los botes y al río, de la laguna Setúbal, el Paraná, los arroyos y el recuerdo vivo de la gran inundación, de las incomprensiones y distancias con los socialistas, de los gringos, el turismo sexual y una muchacha brasileña varada en un refugio y, claro está, de la solitaria lucha de las mujeres contra la violencia de género aun a pesar de la solidaridad, los dispositivos y las leyes.
Fue conocer a Elizabet, Fernando, Máximo, Diego y muchas otras compañeras y compañeros, tener sentido del presente y comprender desde la palabra de las mujeres víctimas de la cultura patriarcal que tenemos el desafío no sólo de comprometernos más y mejor con cada una de ellas, sino también de hacerlo mejor a cada paso en nuestras vidas con nuestros hijos y con todas las personas que queremos.
Ro Ferraris estuvo ahí para decirnos: "Yo pude y siento que todas podemos".
Me volví sintiéndome todas, mientras la luna se fugaba detrás de un camión en la noche húmeda y aun tibia de San José de Rincón.

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