Por fin me encontré con Ro Ferraris en San José del Rincón.
Fue encontrarme con su casa de arena y piedra. Con sus compañeras y compañeros de lucha, sus hijas y su jardín en una tarde de sol, la dicha de la hospitalidad en un pueblo que se hizo ciudad agazapado a un costado de Santa Fé.
Fue dar de frente a la cancha de Unión, tan pequeña como imponente, y encender un sinfín de recuerdos futboleros hilvanados en la voz de Víctor Hugo, desde los tiempos de Luque y el Toto Lorenzo hasta este presente de sorprender a los grandes.
Fue llenarme de voces en la tarde que hablaron de los alfajores tatengues y de sabaleros, de las cloacas, los sábalos, los frigoríficos y las cuotas de pesca, de los pescadores y de sus mujeres animándose a los botes y al río, de la laguna Setúbal, el Paraná, los arroyos y el recuerdo vivo de la gran inundación, de las incomprensiones y distancias con los socialistas, de los gringos, el turismo sexual y una muchacha brasileña varada en un refugio y, claro está, de la solitaria lucha de las mujeres contra la violencia de género aun a pesar de la solidaridad, los dispositivos y las leyes.
Fue conocer a Elizabet, Fernando, Máximo, Diego y muchas otras compañeras y compañeros, tener sentido del presente y comprender desde la palabra de las mujeres víctimas de la cultura patriarcal que tenemos el desafío no sólo de comprometernos más y mejor con cada una de ellas, sino también de hacerlo mejor a cada paso en nuestras vidas con nuestros hijos y con todas las personas que queremos.
Ro Ferraris estuvo ahí para decirnos: "Yo pude y siento que todas podemos".
Me volví sintiéndome todas, mientras la luna se fugaba detrás de un camión en la noche húmeda y aun tibia de San José de Rincón.
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