Buby juega backgammon sola en una habitación fría. En realidad, no sé si juega sola. Temo que juegue sola. No tiene tablero ni cubilete ni fichas ni dados. Buby juega backgammon por Internet. Sé que juega porque me lo ha contado varias veces. Y temo que lo haga sola porque cuando me habla de sus rivales me pregunto si en realidad no está jugando contra un programa. Los identifica por su nacionalidad, como si participara de un campeonato mundial. Dice que el más difícil es un inglés. “A los demás les gano siempre, pero con el inglés es difícil. Me ganó dos veces y yo tres”. Cuando empezó con este pasatiempo, hace más de medio año, no sabía jugar al backgammon. Me contaba que ganaba siempre muy rápido, hasta el día que nos dimos cuenta que había entendido el juego al revés: la celeridad tenía que ver con que perdía. Pero aprendió. Ahora es una experta, que lleva acumuladas horas y más horas, sentada frente a la computadora en la habitación fría. Fría y húmeda. Sé que es fría y húmeda porque es el cuarto de adolescentes de mi hermano y mío. No es una particularidad de ese ambiente. Toda la casa es húmeda.
Buby vive sola en esa casa fría y húmeda. Es la casa que levantaron ella y Oscar hace casi cincuenta años, cuando Oscar hizo prevalecer su empecinamiento al razonamiento de Buby y en vez de comprar el terreno cerca del centro de Lomas terminaron eligiendo el barrio San José. La casa en la que crecí, sobre la calle La Pampa, que hoy como hace cuatro décadas se sigue inundando apenas la lluvia se lo propone. Buby vive sola desde que Oscar murió una tarde de hace más de cuatro años, cuando conversaba con ella y Horacio en su habitación del Hospital Naval y el aneurisma de aorta por el que aguardaba se decidieran a operarlo explotó. Horacio, el primo de Buby, fue quien los presentó en los tiempos de fútbol y bailes en el club Carcaraña de la Boca. Horacio, el hijo de José y Victoria, en el principio y en el fin de la historia de amor de Buby y Oscar. Una historia en la que nunca jugaron backgammon.
Buby y Oscar jugaban damas. Jugaban en la cama de su habitación, aun antes de que Omar naciera, cuando yo aun no podía entender el juego. Oscar ganaba más veces que Buby. Pero cuando ella lograba soprenderlo, se armaba la discusión. “Hablás tanto que me distraés”, o “me ponés nervioso”, eran algunas de las frases con que iba subiendo el tono. A Oscar no le gustaba perder a las damas con Buby.
Oscar jugaba ajedrez, Buby no. Ella siempre le reprochaba no haberle enseñado. Ni ajedrez ni a conducir. Buby siempre quiso jugar. Oscar se despidió de los juegos demasiado rápido. Nos enseñó a jugar ajedrez a Omar y a mí, pero era difícil convencerlo de sentarse frente al tablero. A los treinta y pico ya no jugaba al fútbol, a excepción de la media hora que corría en el asado de fin de año del taller donde trabajaba. Oscar, de buen oído para la música y las palabras y de buena lógica para pensar, siempre fue propenso a replegarse hacia un tiempo que no volvería nunca. Buby se moría de ganas por alimentar revoluciones, para Oscar era más que suficiente ayudar desde atrás a los muchachos. Ella tenía avidez por el mundo. El la prefería en casa. Allí está sentada, en la habitación fría y húmeda de la casa aun erguida en el lugar del mundo que Oscar prefirió. Sin salir, jugando backgammon.. Por la Internet, en su refugio de casi siempre.
Buby no solo juega backgammon cuando está sola. Fuma, corta el pasto, le da de comer a Clifford, reniega con los vecinos por la basura de la calle, va a la pileta con sus amigas, vela por las letras frágiles y pequeñas de Malena, baja de Ares temas de Calle 13, discute con Janá, chusmea con Beba, llora con Fagner o con el Polaco, se enciende con Miguel de Molina o Los Redondos, detecta hasta el último artículo que me menciona en Internet, habla con Felipe, camina con sus pasos ahora breves la cuadra que la separa de Omar, chequea la situación de alguna jubilación en la autopista informática de ANSES, le da una mamadera a Juanita, conversa vaya a saber de qué con Paula, desnuda a una persona mirando su letra, se banca los chuchos de frío cuando se le termina el Hart, relee El derecho penal del enemigo, prepara bandejas interminables de sambusa que poco después devoraremos en segundos o aguarda en silencio que el teléfono se apiade de su soledad y suene. Esas y muchas otras cosas.
Pero ahora, Buby juega backgammon sola en una habitación fría que aun tiene en sus paredes los posters de nuestra juventud: el afiche de Seru para la presentación de bicicleta, un Lennon herido de muerte que alguien dibujó para la revista Hurra, un afiche de la compañía de mimo de Angel Elizondo, una boleta de las elecciones para el centro de estudiantes en que fui candidato en el 84 y un afiche de Alende presidente, para que todo cambie.
Omar y yo ya no somos esa vida, aunque una vez por semana volvamos a entrar a esa pieza. Buby juega backgammon sola junto a los restos de una vida que ya no es. De madrugada se dormirá, se levantará despacio por la mañana. Le hablará a Clifford, encenderá la radio, se dirá algo, se oirá, mirará la cocina sin Oscar tomando mate y escuchando tangos, se lavará la cara en su casa sin agua caliente, se preparará un té y verá por donde entrarle ese día a la vida.
Me gusta verme parecido a Oscar, pero es por Buby que mi cabeza vive paseando por las palabras. Escribir es mi actitud, pero seguiré sintiendo que no lo hago del todo bien si no logro contar como ella sigue adelante a pesar de todo, si no sé decir el ánimo que late en la mirada encendida de esa mujer que en la madrugada juega backgammon sola en una habitación fría.
Buby vive sola en esa casa fría y húmeda. Es la casa que levantaron ella y Oscar hace casi cincuenta años, cuando Oscar hizo prevalecer su empecinamiento al razonamiento de Buby y en vez de comprar el terreno cerca del centro de Lomas terminaron eligiendo el barrio San José. La casa en la que crecí, sobre la calle La Pampa, que hoy como hace cuatro décadas se sigue inundando apenas la lluvia se lo propone. Buby vive sola desde que Oscar murió una tarde de hace más de cuatro años, cuando conversaba con ella y Horacio en su habitación del Hospital Naval y el aneurisma de aorta por el que aguardaba se decidieran a operarlo explotó. Horacio, el primo de Buby, fue quien los presentó en los tiempos de fútbol y bailes en el club Carcaraña de la Boca. Horacio, el hijo de José y Victoria, en el principio y en el fin de la historia de amor de Buby y Oscar. Una historia en la que nunca jugaron backgammon.
Buby y Oscar jugaban damas. Jugaban en la cama de su habitación, aun antes de que Omar naciera, cuando yo aun no podía entender el juego. Oscar ganaba más veces que Buby. Pero cuando ella lograba soprenderlo, se armaba la discusión. “Hablás tanto que me distraés”, o “me ponés nervioso”, eran algunas de las frases con que iba subiendo el tono. A Oscar no le gustaba perder a las damas con Buby.
Oscar jugaba ajedrez, Buby no. Ella siempre le reprochaba no haberle enseñado. Ni ajedrez ni a conducir. Buby siempre quiso jugar. Oscar se despidió de los juegos demasiado rápido. Nos enseñó a jugar ajedrez a Omar y a mí, pero era difícil convencerlo de sentarse frente al tablero. A los treinta y pico ya no jugaba al fútbol, a excepción de la media hora que corría en el asado de fin de año del taller donde trabajaba. Oscar, de buen oído para la música y las palabras y de buena lógica para pensar, siempre fue propenso a replegarse hacia un tiempo que no volvería nunca. Buby se moría de ganas por alimentar revoluciones, para Oscar era más que suficiente ayudar desde atrás a los muchachos. Ella tenía avidez por el mundo. El la prefería en casa. Allí está sentada, en la habitación fría y húmeda de la casa aun erguida en el lugar del mundo que Oscar prefirió. Sin salir, jugando backgammon.. Por la Internet, en su refugio de casi siempre.
Buby no solo juega backgammon cuando está sola. Fuma, corta el pasto, le da de comer a Clifford, reniega con los vecinos por la basura de la calle, va a la pileta con sus amigas, vela por las letras frágiles y pequeñas de Malena, baja de Ares temas de Calle 13, discute con Janá, chusmea con Beba, llora con Fagner o con el Polaco, se enciende con Miguel de Molina o Los Redondos, detecta hasta el último artículo que me menciona en Internet, habla con Felipe, camina con sus pasos ahora breves la cuadra que la separa de Omar, chequea la situación de alguna jubilación en la autopista informática de ANSES, le da una mamadera a Juanita, conversa vaya a saber de qué con Paula, desnuda a una persona mirando su letra, se banca los chuchos de frío cuando se le termina el Hart, relee El derecho penal del enemigo, prepara bandejas interminables de sambusa que poco después devoraremos en segundos o aguarda en silencio que el teléfono se apiade de su soledad y suene. Esas y muchas otras cosas.
Pero ahora, Buby juega backgammon sola en una habitación fría que aun tiene en sus paredes los posters de nuestra juventud: el afiche de Seru para la presentación de bicicleta, un Lennon herido de muerte que alguien dibujó para la revista Hurra, un afiche de la compañía de mimo de Angel Elizondo, una boleta de las elecciones para el centro de estudiantes en que fui candidato en el 84 y un afiche de Alende presidente, para que todo cambie.
Omar y yo ya no somos esa vida, aunque una vez por semana volvamos a entrar a esa pieza. Buby juega backgammon sola junto a los restos de una vida que ya no es. De madrugada se dormirá, se levantará despacio por la mañana. Le hablará a Clifford, encenderá la radio, se dirá algo, se oirá, mirará la cocina sin Oscar tomando mate y escuchando tangos, se lavará la cara en su casa sin agua caliente, se preparará un té y verá por donde entrarle ese día a la vida.
Me gusta verme parecido a Oscar, pero es por Buby que mi cabeza vive paseando por las palabras. Escribir es mi actitud, pero seguiré sintiendo que no lo hago del todo bien si no logro contar como ella sigue adelante a pesar de todo, si no sé decir el ánimo que late en la mirada encendida de esa mujer que en la madrugada juega backgammon sola en una habitación fría.
Seguí cuidándola, Alfre.
ResponderEliminarPuta, me hacés lagrimear.
qué bello
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