I
Una carta.
Una carta militante.
Una carta dictada a un niño, el hijo de una condenada a muerte.
Una carta que llegó a la persona indicada.
Hubo una mujer que sufrió a Evita tanto como nuestras damas de caridad.
Hubo otra mujer que por esa carta se salvó de ser fusilada en Carabanchel.
Mucho se ha escrito y dicho de la relación entre el peronismo y el franquismo. Para entenderla, son develadores los detalles del viaje que Eva Perón hizo a España como parte de una gira por Europa en 1947.
La Argentina neutral, absolutamente contraria a alinearse con Estados Unidos, desde el liderazgo de Juan Domingo Perón, reivindicó su hispanidad y brindó un salvataje decisivo a la España gobernada por Francisco Franco, sumida en el aislamiento internacional y ganada por el fantasma del hambre.
Sobre el final de su gobierno Perón reemplazaría el concepto de hispanidad por el de latinidad, en el marco de un deterioro progresivo de la relación con el gobierno franquista.
Pero en 1947, cuando Eva viaja a España, Perón probablemente era el principal aliado de Franco. Y tan decisiva fue la ayuda brindada por Argentina, que el agradecimiento no fue patrimonio exclusivo de los partidarios del Generalísimo: en toda España se encendió un sentimiento de gratitud cuyo recuerdo aun se mantiene vivo.
El viaje de Eva a España y la recepción que le brindara el régimen franquista es una de las “pruebas” que suelen ofrecer los detractores del peronismo al pretenderlo un régimen derechista alineado con los perdedores de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, basta con revisar los testimonios y adentrarse en la historia de aquel viaje para advertir que esa es una conclusión que no se compadece con la realidad.
“La rabia que le va a dar al gringo Truman de vernos juntos”, dijo Eva Perón al llegar a Barajas. Cabe suponer que el Generalísimo y su esposa, Carmen Polo, sonrieron frente al comentario. Por más informes previos que les hubieran preparado acerca de Evita, puede que en ese momento no imaginaran que esa mujer los tendría en vilo durante toda su visita.
Aunque no simpatizaba con el comunismo, Evita era una convencida profunda de la necesidad de dignificar a los trabajadores. El fantasma comunista no era suficiente para que justificara el destrato que el franquismo dispensaba a las obreras y obreros españoles. Cabe recordar que en la transformación del movimiento obrero alumbrada por el peronismo también participaron dirigentes sindicales exiliados del franquismo y partidarios de la República, así como numerosos integrantes del gobierno peronista provenían del socialismo, el radicalismo y otras expresiones políticas, adversos a la dictadura franquista. Entre ellos, el propio canciller Juan Atilio Bramuglia, era un socialista que llegó al peronismo como abogado de la Unión Ferroviaria y que tendría una destacada gestión como presidente del Consejo de Seguridad de la ONU para solucionar la crisis de Berlín, una de las más graves de la posguerra. El periodista y escritor Armando Rubén Puente sostiene que “desde su juventud Evita había oído hablar de la guerra civil, primero por un anarquista español que despertó sus primeras ideas políticas, y luego por sindicalistas de la UGT y la CNT exiliados en Buenos Aires, que habían contribuido a crear la CGT y convertirla en la mas poderosa central obrera existente en América y columna vertebral del peronismo”. Numerosos artistas e intelectuales españoles contrarios al franquismo eligieron a nuestro país como lugar de exilio, en un etapa de florecimiento de la actividad artística y de las industrias culturales. Sabia algo de lo que sucedía en España Eva Perón cuando en 1946, al invitar a Miguel de Molina a actuar en nuestro país, lo liberó del calvario al que venia sometiéndolo el gobierno español.
Evita comprendía y reivindicaba el posicionamiento internacional que Perón procuraba con su hispanismo, pero daría claras muestras de sus diferencias con el régimen que gobernaba a los españoles.
Su desapego por el protocolo y su deseo de visitar hospitales y barrios obreros en vez de asistir a palacios y agasajos, la pusieron en cortocircuito con Carmen Polo, quien además temía ser abucheada o repudiada en los lugares que Evita prefería.
“A la mujer de Franco no le gustaban los obreros, y cada vez que podía los tildaba de “rojos” porque habían participado en la guerra civil. Yo me aguanté un par de veces hasta que no pude más, y le dije que su marido no era un gobernante por los votos del pueblo sino por imposición de una victoria. ¡Ala gorda no le gustó nada!”.
El comentario deja de manifiesto que Eva Perón tenía con los Franco diferencias insalvables. Esos dos aspectos, el distingo entre llegar al poder por el voto del pueblo o por una victoria bélica y la valoración absolutamente opuesta respecto del rol de los obreros marcan distancias políticas e ideológicas que Eva Perón expresará desde su autenticidad en varias oportunidades durante el viaje.
El profesor Raanaan Rein, de la Universidad de Tel Aviv, experto en historia española y latinoamericana, señala con claridad estas diferencias profundas entre ambos regímenes: “Las cartas de Franco a Perón muestran ese aspecto de camaradería entre militares. Pero eso no alcanza para crear un real vínculo ideológico entre ambos. La forma de llegar al poder es completamente distinta. Franco lo obtiene después de una guerra civil terrible con cientos de miles de muertos y cientos de exiliados, un baño de sangre nunca visto. Perón llega al poder al ganar unas elecciones limpias, libres y democráticas. Y, sobre todo, la base de apoyo social de cada régimen es muy distinta. El régimen franquista se basó en las instituciones tradicionales de España, en la Iglesia, el ejército, los terratenientes, se enfrentó con los sindicatos, nunca tuvo una base popular. El peronismo es pueblo y burguesía nacional”.
En los discursos que pronunció Eva durante su visita a España –en los que se reconoce la pluma de su confesor, el jesuita Hernán Benítez- también afloraron esas diferencias.
“Trabajemos por la implantación de un orden de justicia social cual lo requieren los principios proclamados por el General Perón, en el que todos puedan llegar a la consecución de sus sueños y anhelos, y en el que todos puedan gozar de una retribución justa; en el que el obrero viva en condiciones dignas de trabajo y pueda preservar su salud, gozar de bienestar físico y espiritual, amparar su familia, elevar su estándar económico y desarrollar libremente las actividades lícitas en bien de los intereses profesionales. Unamos nuestros esfuerzos para que nadie padezca, para que nadie se vea envuelto por miserias enervantes. Unamos nuestros corazones para que los seres humanos, cualquiera que sean su nacionalidad, su fortuna, su ideario, puedan vivir en armonía, y para que termine la división de réprobos y elegidos, satisfechos y desheredados, de suerte que el mundo se trueque en una gran familia bendecida por Dios, en la que no resuene otro canto que el canto del trabajo y de la paz…”.
Su reivindicación del rol de la mujer tampoco caía en gracia a los anfitriones. Citemos a modo de ejemplo, un fragmento del discurso pronunciado el sábado 14 de junio y retransmitido por Radio Nacional:
“¡Mujeres de España” Nuestro siglo no pasará a la historia con el nombre de de ‘Siglo de las guerras mundiales’ ni acaso con el nombre de ‘Siglo de la desintegración económica’, sino con este otro mucho más significativo: ‘Siglo del feminismo victorioso’. La revolución social a la que asistimos alcanza no solo al obrero, quien reclama justamente que se le considere dentro de la sociedad como persona humana, formada por un alma trascendente y eterna, sino también a la mujer, la cual exige todos los derechos imprescindibles para el desarrollo de sus poderosas virtualidades. Por eso (...) no puedo guardarme en silencio un mensaje de la mujer argentina a la mujer española. Sobre todo a la mujer que lucha como héroe en la brega cotidiana de la vida...”.
Al visitar el Escorial alumbró otra de las frases que irritaron al Generalísimo y quedaron escritas en la historia:¿Por qué no dedican este enorme y sombrío edificio a algo útil? Por ejemplo, colonia para niños pobres. Se ven tantos…”.
A Eva no le agradaban buena parte de los compromisos que los Franco le habían agendado y el 15de junio, su último día en Madrid, se escapó al Rastro como una despreocupada turista. En La Enviada, Jorge Camarassa rescata lo que le contó a Vera Pichel, su amiga desde los tiempos en que era actriz de teatro.
“¿Te imaginás, una escapada sin avisar a nadie? Llegamos a media mañana y como yo jamás había estado en un mercado de pulgas, el rastro me impresionó. Allí se vendía todo y de todo. Un espectáculo completo y difícil de olvidar. Cuadras enteras con toda clase de cosas”. Por allí caminó Eva como una más hasta que la reconocieron y tuvo que marcharse. Quizá también vio carricoches de miga de pan y soldaditos de lata como los inmortalizados en la canción de Joaquín Sabina que décadas después también la menciona.
Pero si los desplantes, los comentarios sarcásticos, las salidas de protocolo y los discursos feministas y obreristas no eran suficientes para incomodar a los Franco, la llegada de una carta firmada por un niño desesperado por la vida de su madre sirvió para dejar aun más en claro las distancias y arrancar al Generalísimo la más incómoda de las concesiones: suspender la ejecución de una mujer que el régimen había condenado a muerte.
II
Meses antes de la llegada de Evita, entre octubre de 1946 y marzo de 1947, el régimen franquista desarticuló el aparato político y militar del PCE, que operaba en el centro de España. Sus principales dirigentes fueron sorprendidos por la guardia civil en una emboscada, primer hecho decisivo de una serie de allanamientos y detenciones que desarticularon la estructura clandestina madrileña que se comunicaba desde allí con la dirección partidaria establecida en Toulouse. Entre los catorce condenados a muerte de casi un centenar de detenidos, figuraba una mujer, Juana Doña, enlace entre la guerrilla y el Buro Politico. Nacida en Madrid en 1918, había ingresado en las Juventudes Comunistas a los 15 años y durante la guerra civil integró la dirección provincial de las JJCC y de la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Terminada la guerra, fue detenida en diciembre de 1939 cuando trabajaba en la reorganización del partido en Madrid y amnistiada en 1941, volviendo a la clandestinidad e integrando el comité provincial de Madrid desde 1944.
"Señora Eva Perón, por favor, a mí me han fusilado a mi padre y ahora van a fusilar a mi madre". Así empezaba la carta escrita por Alexis, el hijo de Juana Doña, según ésta revelaría varias décadas después. Es que durante muchísimo tiempo, fue una incógnita cómo llegó a Evita el pedido de la militante condenada por Franco.
"En realidad –contaría Juana en su vejez-, quien le escribió a Evita fue mi hijo, Alexis. Yo ya estaba condenada, presa en Madrid, con visitas restringidas. Mi madre lloraba y a mi hermana Valla se le ocurrió que el niño escribiera un cablegrama a Eva pidiéndole por mi vida."
No se sabe quien hizo llegar la carta a mano de Eva. Valla dijo tener relación con algún familiar de Eva que se dedicaba al espectáculo. Juan Duarte fue parte del viaje y según se relata anduvo junto a Alberto Dodero recorriendo la Madrid que no aparecía en los actos oficiales, pero no hay certeza que él haya sido el nexo. Lo cierto es que en su desesperación, Valla tuvo la idea, dictó la carta a Alexis y consiguió que llegara a manos de Evita.
Juana había sido condenada tras juicio sumarísimo labrado por supuesta participación en la "explosión de un petardo" cerca de la embajada argentina en Madrid, cargo que siempre rechazó. "Ocurrió que, por entonces, llegó el nuevo embajador argentino, y dijo que España era un oasis. Mis compañeros reaccionaron: ¿Cómo? ¿Con esta dictadura y los miles de españoles que mueren, fusilados o por hambre?" Entonces, "para probar que el oasis no era tal", montaron el estallido cerca de la embajada”.
Un inofensivo petardo causó 103 detenciones, entre ellas Juana, que por entonces vivía escondida en Madrid. "Éramos tantos que nos hacían los juicios por grupos. A mí me tocó con otros 19 compañeros, entre ellos, un menor, llamado Eugenio Moya. Todos fuimos condenados, incluso el chaval".
Fue separada del grupo y trasladada a la cárcel de mujeres de Madrid. Cada madrugada ella se preguntaba si ése sería su último día mientras España vibraba en torno a la visita de Eva y su familia montaba las gestiones que terminarían salvándole la vida.
"Una mañana de agosto, viene un funcionario a verme a la cárcel. Y me dice: Le traigo una alegría. La han conmutado". Yo pregunté por mis otros compañeros. Y me dice que los habían fusilado esa misma mañana. A todos, menos al chaval, a quien también perdonaron. Recuerdo que dije: ¿de qué alegría me habla, entonces?".
Eva había llegado al corazón del pueblo español. Sabía el significado del respaldo que Perón brindaba a España en medio del aislamiento y era tan conciente de su poder como del desagrado que causaba a sus anfitriones. ¿Cómo no iba a pedirle por la vida de una mujer por la que le escribía un niño de ocho años con tono desesperado?
"Usted habla y actúa como La Pasionaria". Frente al pedido, Francisco Franco, el gordo petiso que Evita encontraba parecido al farmacéutico de su pueblo, no contuvo más el fastidio y soltó con bronca el reproche. Pero aunque le pareciera una solicitud propia de Dolores Ibárruri, no podía hacerla detener ni condenarla a muerte. No le quedaba más remedio que acceder a suspender la ejecución de la mujer por la que Evita intercedía. No la mató, pero la mantuvo presa dieciocho años más, como para que no quedaran dudas que había accedido de mala gana.
Juana tenía 29 años. Eva, 27. No llegarían a conocerse nunca. No hubo más cartas que aquella escrita por el niño.
En sus días de reclusión, aun cuando logró salvar su vida, Juana Doña no habrá siquiera soñado que viviría hasta los inicios del milenio siguiente. Eva Perón, aunque ya recibía algunas señales de la fragilidad de su salud, tampoco debió imaginar que le quedaba tan poco tiempo.
"Me habían trasladado a la cárcel de castigo de Guadalajara, un sitio del que no quiero ni acordarme. Franco había dispuesto una hoja informativa para las presas. Se llamaba "Redención" -¡fíjese el nombre!- y allí leí, con atraso, la noticia de su muerte". Juana Doña siempre tuvo una visión muy descarnada de la situación. No tenía una buena opinión del peronismo y sabía que esa mujer le había salvado la vida, pero lo entendía como una acción política que también le había sido de utilidad a ella. Pero en ese momento, al enterarse de la noticia de su muerte, por única vez sintió necesidad de expresar su gratitud.
“Me hubiera gustado enviar un telegrama, al menos. Al fin y al cabo, yo vivía por ella”.
Pero no podía. Sólo tenía una visita al mes de veinte minutos. Se le iban en estar con el niño o en preguntar por él, si no lo dejaban entrar. El penal de castigo de Guadalajara, donde se enteró de la muerte de Evita, ya no está. Una topadora derribó los peores calabozos del franquismo.”No me arrepiento de nada, pero sí lamento no haber podido criarlo. Cuando quedé en libertad, lo reencontré con 24 años, hecho todo un hombre”. Su hija de siete meses había muerto en la guerra civil y su marido, su gran amor, había sido fusilado.
Franco le había reprochado a Eva hablar y actuar como Dolores Ibárruri. Recuperada la libertad, Juana Doña, la segunda Pasionaria, seguiría militando hasta su último día.
“No vine para formar un eje, sino solo como un arco iris entre nuestros dos países”. La frase de Eva Perón resultó llamativa. Tanto, que el periplo terminó siendo denominado “el viaje del arco iris”. Está claro que no fue una afirmación inocente. Eva desmentía a quienes veían una relación con España una confirmación del parentesco con el corporativismo y el nazismo que atribuían al movimiento fundado por Perón. Y en la imagen del arco iris, definía una relación que tenía como protagonistas a cientos de miles de personas y que cruzaba a todas las identidades políticas de uno y otro país. Al fin y al cabo, su definición del arco iris fue mucho más rica y cierta que la forzada reivindicación de hispanidad que hacía Perón para distanciarse de las potencias triunfantes en la Segunda Guerra desde un perfil imposible de ser asociado al comunismo. Allí latían todos los lazos que cruzaban el océano, incluida la gratitud por esos barcos cargados de cereales que permitieron duplicar la ración alimenticia.
Aunque se desenvolvía con soltura y desparpajo para decir sin preámbulos lo que pensaba, Eva tenía plena conciencia de su origen y del peso de las responsabilidades que había asumido a partir de ser la compañera de Juan Domingo Perón. Toda la tensión contenida por llevar adelante ese viaje iniciático estalló el último día de su itinerario español, cuando le dijo llorando al padre Hernán Benítez en el Palacio de Pedralbes. "¡Que a mí, una india de Los Toldos, una bastarda, me hagan estos homenajes!". Con la pobreza como paisaje que los Franco no conseguían ocultarle y la obsesión por reafirmar la opción por los pobres del peronismo, el padre Hernán Benítez y Eva comenzaron a alumbrar la idea de la Fundación desde la que Eva dejaría hasta su última gota de energía en favor de los pobres y desamparados.
El jueves 26 de Junio, acompañada por Francisco Franco en un coche descapotable, Eva Perón llegó al aeropuerto del Prat en Barcelona y emprendió viaje rumbo Roma. “Dejo parte de mi corazón en España; lo dejo para vosotros, obreros madrileños, cigarreras sevillanas, agricultores, pescadores, trabajadores de Cataluña y del país todo. Lo dejo a vosotros.” El Generalísimo y su esposa suspiraron aliviados por su partida. Eva se había ganado el amor de los españoles. Aunque Juana Doña no lo haya visto por ventana alguna y Carmen Polo le diera la espalda, el arco iris cruzaba el cielo más encendido que nunca.
III
Al recordar la historia de aquel viaje resulta inevitable reflexionar acerca de la identidad peronista. Está claro que es imposible definir en abstracto sus componentes, que es necesario comprenderla no sólo en términos del discurso desde el que cada persona se relaciona con ella, sino también por la dinámica política y social que el movimiento peronista consigue expresar en las distintas etapas de su historia.
Hay quienes se definen evitistas y reniegan de Perón. Norberto Galasso y muchos otros pensadores nacionales han dejado en evidencia no sólo la falacia de esta disociación que ubica a Evita en el plano de la virtud y se guarda para Perón todos los reproches. sino también como ha sido alentada para hacer que Evita sea objeto de una “devoción Light” que al mismo tiempo procura vaciar de contenido al peronismo. “El evitismo, cuando va dirigido a denigrar a Perón, es la etapa superior del gorilismo”, es la frase con que Galasso ha graficado esta situación.
Desde su muerte, Evita pasa a la inmortalidad y Perón queda solo al frente de todo lo que sobreviene: los problemas del segundo gobierno, la fusiladora, el exilio, el luche y vuelve, Isabel, Paladino, Ezeiza, Cámpora presidente, la fórmula con Isabel, el enfrentamiento con Montoneros, López Rega y la Triple A, la salud minada y la música más maravillosa, la del pueblo, su único heredero.
Discusiones interminables acerca del General y sus decisiones jalonan no sólo la vida de los militantes nacionales y populares, sino de cientos de miles de personas que en nuestro país y en los lugares más diversos tratan de comprender el fenómeno del peronismo.
Para Francisco Franco y Carmen Polo, Evita actuaba y hablaba como la Pasionaria Para Juana Doña, era una populista. Lo decía con toda la carga despectiva que un militante de izquierda de un país europeo puede ponerle a ese término. Aunque vivió hasta los inicios del milenio, no asistió al replanteo del concepto de populismo que se ha fortalecido a partir del aporte de pensadores como Ernesto Laclau, pero fundamentalmente, del auge inédito que los movimientos populares han adquirido en Latinoamérica, en contraposición a la profunda crisis económica y política que atraviesan los países de Europa.
Una y otra vez podemos repasar y valorar cada una de las decisiones que tomó Juan Domingo Perón. Algunos reivindicarán su capacidad de renunciamiento expresada en su largo exilio, parangonándola con la de José de San Martín. De una manera u otra, todos los peronistas se manifestarán consustanciados en el Luche y Vuelve, más allá de cuestionamientos puntuales como el del cura Hernán Benítez, que le reprochará el modo en que digitó a unos y otros desde Puerta de Hierro. Su retorno al país como prenda de unidad de todos los argentinos estará tironeado por fuertes disputas políticas, ideológicas y militares que en su momento, en cierta medida, él mismo alentó, y que no pueden analizarse fuera del contexto de lo que sucedía en el mundo.
Desde el peronismo revolucionario algunos le reprocharán haberse inclinado por las expresiones más reaccionarias. Pero desde el movimiento obrero y desde el resto del peronismo se pondrá el énfasis en la muerte de José Ignacio Rucci como un error y una provocación que condicionó las posteriores decisiones del anciano líder de manera determinante. Unos y otros hablarán del peso del entorno, de lo que significaba la cercana y cotidiana presencia de Isabel y de López Rega junto a un hombre cuya salud se hacía más frágil día a día.
Es necesario el debate, no es vano trabajar para intentar develar las convicciones íntimas de los principales protagonistas de la historia. Pero no nos servirá de mucho si lo hacemos al margen de los procesos que se generan o desarrollan a partir de la acción de esos protagonistas. No siempre tendremos certeza acabada de esas íntimas convicciones y no siempre los protagonistas tendrán oportunidad o voluntad de desenvolverse de acuerdo a ellas.
Podemos imaginar el peor Perón. Podemos suponer arbitrariamente que prefería a Trujillo sobre Arbens. Podemos sostener que en él pesaban más sus afinidades con Franco que sus diferencias. Podemos entender que cuando declaró que había muerto el mejor de nosotros, en alusión al Che, era una afirmación no sentida. Podemos quedarnos con la peor de las impresiones de sus últimos años a partir de lo que significaban López Rega e Isabel a su lado y del nacimiento de la Triple A. Aun así, no podremos sustraernos a la realidad concreta de protagonismo popular, ampliación de ciudadanía, soberanía política, independencia económica y distribución más equitativa de la riqueza que el peronismo significó y significa como expresión política de los sectores más humildes y necesitados. No importa cuan bueno o malo consideremos a Perón en su intimidad. El peronismo, como movimiento popular, será un claro ejemplo de los populismos entendidos como procesos virtuosos en los que, en el contexto de una economía capitalista, se fortalecen los sectores asalariados y de menos recursos, se reduce la exclusión y se amplia la participación a partir de un rol activo del estado estableciendo prioridades y generando mecanismos que procuren reducir la indefensión de las personas frente a la lógica fría y corporativa de quienes ostentan posiciones de privilegio en la economía de mercado.
Así las cosas, serán procesos políticos como los liderados por Francisco Franco o, más recientemente, por Sarkozy o Berlusconi, los que no corresponderá encuadrar en esa categoría, toda vez que promueven la exclusión, limitan la participación y acentúan las desigualdades.
Es imposible, por más que se valore la figura de Evita y su rol en el nacimiento y el establecimiento del peronismo, negar el rol de Perón como arquitecto esencial de ese movimiento que proyecta su protagonismo y sus contradicciones hasta nuestros días.
Eva Perón era quizá quien más en claro tenía el rol esencial e irremplazable de Juan Domingo Perón como artífice y conductor, se pensaba como la primer peronista y a cada paso reafirmaba su lealtad inquebrantable a él.
“La verdad, la auténtica y pura verdad, es que la gran mayoría de los que no quisieron a Perón por mí tampoco lo quieren sin mí”, escribe Eva en Mi mensaje, poco antes de su muerte. “En cambio el pueblo, los descamisados, los obreros, las mujeres, que me quieren a mí más de lo que merezco, son fanáticos de Perón hasta la muerte”.
Así como Norberto Galasso deja en evidencia la falacia de rescatar la figura de Eva dotándola de un contenido desideologizado (haciendo eje en su sacrificio personal y su sensibilidad social por encima de las características políticas del peronismo y del propio Perón), Evita, poco antes de su muerte, dejaba en claro que quienes se habían dedicado a cuestionarla pretendiendo un Perón sin Eva, tendrían oportunidad de demostrar que en realidad no los querían a ninguno de los dos. A lo largo de la historia, distintas variantes se ensayaran respecto de las figuras de Eva Perón y Juan Domingo Perón, que siempre tuvieron por objetivo desdibujarlos a ambos y poner sus reformas en el banquillo de los acusados.
Algo parecido se da con Néstor Kirchner, quien fuera demonizado cada día por sus enemigos mediáticos y por la dirigencia opositora conducida por ellos. Después de su muerte, lo que empezó tímidamente hoy es un recurso cada vez más habitual: destacar que Néstor Kirchner era el único capacitado de manejar la coalición de gobierno y procurar el desgaste y el debilitamiento de Cristina Fernández de Kirchner.
Pero que Perón sea esencial, inherente a la naturaleza transformadora del peronismo y que Eva Perón le haya sido absolutamente leal, no quiere decir que su figura y su accionar carezcan de particularidades y características propias e inigualables.
Perón es el estratega que se para desde el pueblo para repensar y rehacer el todo.
Evita es el pueblo que viene por todo y está dispuesta a dar todo para luchar por lo que le retacearon, le ocultaron, le negaron, le robaron.
Existe un evitismo necesario, imprescindible, que es el que rescata el valor único e inextinguible de su pasión, de su talento, de la claridad de su compromiso. Es imposible entender la vigencia del peronismo en el alma del pueblo sin el testimonio y la fuerza conmovedores de la pasión de Eva.
Porque es cierto que los que alientan el evitismo sin Perón omiten su lealtad inquebrantable. Pero también es cierto que esa lealtad no se da desde ninguna parte, no es el seguidismo de quien se niega a sí mismo en su afán por ser leal. La lealtad de Eva se da desde una identidad de lucha clara y definida. La lealtad de Eva obliga y compromete, completa y enriquece. La lealtad de Eva viene a recordar día a día lo pendiente y necesario, la razón de ser de ese movimiento.
Sin Eva, Perón fue un hombre solo y le tocó transitar el camino hacia la vejez ejerciendo la conducción desde el exilio y construyendo con paciencia y astucia las condiciones para su retorno al tiempo que reconfiguraba su universo familiar y reelaboraba su visión de la sociedad prestando especial atención a la evolución de la sociedad de bienestar en los estados europeos.
Cuando al fin consiguió volver, había cumplido el objetivo de ser expresión de unidad de la inmensa mayoría de los argentinos. Sin embargo, no estaba en condiciones de conducir y contener conflictos que se enmarcaban en disputas de carácter mundial pero que exhibían en el seno del peronismo y del resto de las organizaciones populares características muy definidas.
Está claro que hay un conjunto de responsabilidades propias de cada uno de los protagonistas de ese tiempo. En “No habrá más penas ni olvido” Osvaldo Soriano tocó la cuerda de lo real, mostró como un conflicto que atraviesa a toda la sociedad puede terminar enfrentando unos contra otros a quienes tienen muchas más cosas en común que aquellas diferencias que circunstancialmente el conflicto impone. En más de una conversación entre militantes de sectores del peronismo enfrentados en aquellos años, queda en claro que muchas veces pertenecer al peronismo revolucionario o a algún agrupamiento opuesto, en la decisión inicial, tuvo más que ver con la unidad básica que se tenía más cerca que con una opción que diferenciara ideológicamente a los distintos sectores del movimiento. Unos se mantuvieron en la clandestinidad y se sintieron obligados a agudizar la confrontación terminando enfrentados a Perón. Otros se sintieron propietarios de la lealtad y fueron demasiado fácilmente motivados a perseguir a los infiltrados. No eran todos, pero impusieron la dinámica de ese conflicto. Aun se insiste en buscar al culpable de la película, en depositar en alguien la suma de todos los males. Está claro que cada cual tuvo su parte, incluido el líder. Ese fracaso también lo fue de Perón, en el desafío de conducir a todos, a los buenos y a los malos, en especial en un momento en que su figura reunía un amplísimo consenso.
Después vino lo peor.
Fue recién al sufrir lo peor que unos y otros comenzaron a tomar distancia de su pelea, empezaron a comprender cómo se la habían dejado picando a los verdaderos enemigos.
Y hubo que volver a empezar.
Cuando recuperamos la democracia, el mundo ya era bastante distinto. Nuestro país también. El peronismo también. No pretendo repasar aquí lo sucedido desde Luder y Herminio hasta el presente.
Apenas decir unas pocas cosas.
El lenguaje del peronismo se fue desdibujando desde la muerte de Perón hasta nuestros días. O quizá desde antes. Tal vez la astucia, la viveza, la picardía de Perón, terminaron conspirando contra la elocuencia de las palabras y voces que lo asociaban indisolublemente a nuestros días más felices.
Digo la astucia, la viveza y la picardía, porque en la adversidad se fue instalando que esos atributos eran los que distinguían al peronismo por encima de su doctrina y de la verdad hecha realidad que había construido.
Tal vez en ese apotegma también vivía la emboscada. Si la única verdad era la realidad y si esa realidad era tan adversa, sólo nos quedaba refugiarnos en la viveza, en la astucia, en la picardía. Pero no hablamos de astucia, viveza y picardía para transformar. En el mejor de los casos, apenas para sobrevivir a la adversidad. En la política, cada vez más, en atributos para mantenerse en la cresta de la ola suceda lo que suceda. Era un realismo resignado cuya picardía no distaba mucho de aquella que inmortalizó Hernández con el viejo Vizcacha.
Y se fue instalando en la percepción de la inmensa mayoría que el peronismo era una especie de máquina de acceso al poder, un espacio político habitado por aquellos dirigentes que comprendían la lógica y el manejo del poder por encima de cualquier diferencia ideológica.
Menem sería la expresión máxima de ese sentido común que predominaría en nuestra sociedad por demasiado tiempo. Tanto, que cuando llegó el año 2000, nos encontró tan dominados que acababa de asumir Fernando De la Rúa y estábamos en el umbral de ver la bandera flameando sobre las ruinas de la patria.
Al comentar Mi mensaje, Horacio González, a partir de saberse quien escribió La razón de mi vida para Evita, señala que ella “hablaba a la manera del libro que no había escrito, y esas frases no redactadas por ella eran las que correspondían a su lengua hablada real. No se debe esto a ningún esfuerzo de mimetismo o a determinadas técnicas de declamación –aunque aquí tengamos presente que estamos ante una actriz- sino a las características esenciales del mito. El mito circula sin autor, sin contornos y sin identificaciones individuales. El mito habla y escribe por nosotros, y esto es lo que sentimos ante todo el halo de escrituras y dichos en los que Eva está inmersa”.
Tal parece que algunos más, otros menos, algunos mucho, otros poco ( y otros nada), en algún lugar de nosotros, éramos Eva. El mito nos seguía habitando. Teníamos al menos algún jirón de ese lenguaje.
Creo que Eva fue la clave de nuestro renacimiento.
“Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas. Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del mundo. Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad”. A pesar de su testimonio y de su ejemplo conmovedor, volvimos al engaño, perdimos tiempo, felicidad y vidas en esas mentiras. Pero allí estaba el mensaje del corazón de Eva, en cada voz que se alzaba para volver a ser dignos. Digo Eva, porque como bien dice en Mi Mensaje, antes y sobre todo después de ella, Perón estuvo demasiado solo. Digo Eva, pero no con ánimo de alternativizar a Perón. Digo Eva como primera peronista. Al fin y al cabo era el tiempo del único heredero, y Eva Perón sigue siendo su abanderada.
Sí, la bandera flameaba sobre las ruinas.
Pero flameaba. El modelo neoliberal hizo crisis, la democracia y la propia Nación estuvieron al borde del precipicio, y recién ahí fue que se hizo carne con una convicción más profunda que había que echar mano a aquella bandera. El peronismo, aquel anacrónico peronismo populista, no había muerto. Eso significaba que a pesar de las proscripciones, los bombardeos, los fusilamientos, las desapariciones y del propio neoliberalismo metido en nuestro propio movimiento, estaba con vida. Estaba latente en algún lugar de nuestra memoria, en las pequeñas y grandes resistencias, en el recuerdo y los dientes apretados de cada hogar. Al fin y al cabo, después de todas las claudicaciones y todos los engaños, esa era la única balsa a la que amarrarnos. Ese era el lenguaje desde el cual empezar a hablar el nuevo presente. El del país que supimos hacer cuando fuimos protagonistas de la historia. Y fue reconstruyéndose y también construyendo prácticas nuevas a la luz de toda la historia vivida.
“Muchas veces los he oído disculparse ante mí agresividad irónica y mordaz. “No podemos hacer nada”, decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira! Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano. “No podemos hacer nada” es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas”.
Veníamos del reino del egoísmo y la resignación. Los enemigos del pueblo habían convencido a demasiados de ese “no podemos hacer nada”. Desde 2003, hubo un hombre que fue decisivo para que nos animáramos, para que nos termináramos de dar cuenta que era mentira que no podíamos hacer nada. En la firmeza y la decisión de ese hombre, también hablaba con toda su energía la voz inagotable de Eva Perón. Y como lo hizo alguna vez con Juana Doña, seguía salvando vidas.
Una carta.
Una carta militante.
Una carta dictada a un niño, el hijo de una condenada a muerte.
Una carta que llegó a la persona indicada.
Hubo una mujer que sufrió a Evita tanto como nuestras damas de caridad.
Hubo otra mujer que por esa carta se salvó de ser fusilada en Carabanchel.
Mucho se ha escrito y dicho de la relación entre el peronismo y el franquismo. Para entenderla, son develadores los detalles del viaje que Eva Perón hizo a España como parte de una gira por Europa en 1947.
La Argentina neutral, absolutamente contraria a alinearse con Estados Unidos, desde el liderazgo de Juan Domingo Perón, reivindicó su hispanidad y brindó un salvataje decisivo a la España gobernada por Francisco Franco, sumida en el aislamiento internacional y ganada por el fantasma del hambre.
Sobre el final de su gobierno Perón reemplazaría el concepto de hispanidad por el de latinidad, en el marco de un deterioro progresivo de la relación con el gobierno franquista.
Pero en 1947, cuando Eva viaja a España, Perón probablemente era el principal aliado de Franco. Y tan decisiva fue la ayuda brindada por Argentina, que el agradecimiento no fue patrimonio exclusivo de los partidarios del Generalísimo: en toda España se encendió un sentimiento de gratitud cuyo recuerdo aun se mantiene vivo.
El viaje de Eva a España y la recepción que le brindara el régimen franquista es una de las “pruebas” que suelen ofrecer los detractores del peronismo al pretenderlo un régimen derechista alineado con los perdedores de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, basta con revisar los testimonios y adentrarse en la historia de aquel viaje para advertir que esa es una conclusión que no se compadece con la realidad.
“La rabia que le va a dar al gringo Truman de vernos juntos”, dijo Eva Perón al llegar a Barajas. Cabe suponer que el Generalísimo y su esposa, Carmen Polo, sonrieron frente al comentario. Por más informes previos que les hubieran preparado acerca de Evita, puede que en ese momento no imaginaran que esa mujer los tendría en vilo durante toda su visita.
Aunque no simpatizaba con el comunismo, Evita era una convencida profunda de la necesidad de dignificar a los trabajadores. El fantasma comunista no era suficiente para que justificara el destrato que el franquismo dispensaba a las obreras y obreros españoles. Cabe recordar que en la transformación del movimiento obrero alumbrada por el peronismo también participaron dirigentes sindicales exiliados del franquismo y partidarios de la República, así como numerosos integrantes del gobierno peronista provenían del socialismo, el radicalismo y otras expresiones políticas, adversos a la dictadura franquista. Entre ellos, el propio canciller Juan Atilio Bramuglia, era un socialista que llegó al peronismo como abogado de la Unión Ferroviaria y que tendría una destacada gestión como presidente del Consejo de Seguridad de la ONU para solucionar la crisis de Berlín, una de las más graves de la posguerra. El periodista y escritor Armando Rubén Puente sostiene que “desde su juventud Evita había oído hablar de la guerra civil, primero por un anarquista español que despertó sus primeras ideas políticas, y luego por sindicalistas de la UGT y la CNT exiliados en Buenos Aires, que habían contribuido a crear la CGT y convertirla en la mas poderosa central obrera existente en América y columna vertebral del peronismo”. Numerosos artistas e intelectuales españoles contrarios al franquismo eligieron a nuestro país como lugar de exilio, en un etapa de florecimiento de la actividad artística y de las industrias culturales. Sabia algo de lo que sucedía en España Eva Perón cuando en 1946, al invitar a Miguel de Molina a actuar en nuestro país, lo liberó del calvario al que venia sometiéndolo el gobierno español.
Evita comprendía y reivindicaba el posicionamiento internacional que Perón procuraba con su hispanismo, pero daría claras muestras de sus diferencias con el régimen que gobernaba a los españoles.
Su desapego por el protocolo y su deseo de visitar hospitales y barrios obreros en vez de asistir a palacios y agasajos, la pusieron en cortocircuito con Carmen Polo, quien además temía ser abucheada o repudiada en los lugares que Evita prefería.
“A la mujer de Franco no le gustaban los obreros, y cada vez que podía los tildaba de “rojos” porque habían participado en la guerra civil. Yo me aguanté un par de veces hasta que no pude más, y le dije que su marido no era un gobernante por los votos del pueblo sino por imposición de una victoria. ¡Ala gorda no le gustó nada!”.
El comentario deja de manifiesto que Eva Perón tenía con los Franco diferencias insalvables. Esos dos aspectos, el distingo entre llegar al poder por el voto del pueblo o por una victoria bélica y la valoración absolutamente opuesta respecto del rol de los obreros marcan distancias políticas e ideológicas que Eva Perón expresará desde su autenticidad en varias oportunidades durante el viaje.
El profesor Raanaan Rein, de la Universidad de Tel Aviv, experto en historia española y latinoamericana, señala con claridad estas diferencias profundas entre ambos regímenes: “Las cartas de Franco a Perón muestran ese aspecto de camaradería entre militares. Pero eso no alcanza para crear un real vínculo ideológico entre ambos. La forma de llegar al poder es completamente distinta. Franco lo obtiene después de una guerra civil terrible con cientos de miles de muertos y cientos de exiliados, un baño de sangre nunca visto. Perón llega al poder al ganar unas elecciones limpias, libres y democráticas. Y, sobre todo, la base de apoyo social de cada régimen es muy distinta. El régimen franquista se basó en las instituciones tradicionales de España, en la Iglesia, el ejército, los terratenientes, se enfrentó con los sindicatos, nunca tuvo una base popular. El peronismo es pueblo y burguesía nacional”.
En los discursos que pronunció Eva durante su visita a España –en los que se reconoce la pluma de su confesor, el jesuita Hernán Benítez- también afloraron esas diferencias.
“Trabajemos por la implantación de un orden de justicia social cual lo requieren los principios proclamados por el General Perón, en el que todos puedan llegar a la consecución de sus sueños y anhelos, y en el que todos puedan gozar de una retribución justa; en el que el obrero viva en condiciones dignas de trabajo y pueda preservar su salud, gozar de bienestar físico y espiritual, amparar su familia, elevar su estándar económico y desarrollar libremente las actividades lícitas en bien de los intereses profesionales. Unamos nuestros esfuerzos para que nadie padezca, para que nadie se vea envuelto por miserias enervantes. Unamos nuestros corazones para que los seres humanos, cualquiera que sean su nacionalidad, su fortuna, su ideario, puedan vivir en armonía, y para que termine la división de réprobos y elegidos, satisfechos y desheredados, de suerte que el mundo se trueque en una gran familia bendecida por Dios, en la que no resuene otro canto que el canto del trabajo y de la paz…”.
Su reivindicación del rol de la mujer tampoco caía en gracia a los anfitriones. Citemos a modo de ejemplo, un fragmento del discurso pronunciado el sábado 14 de junio y retransmitido por Radio Nacional:
“¡Mujeres de España” Nuestro siglo no pasará a la historia con el nombre de de ‘Siglo de las guerras mundiales’ ni acaso con el nombre de ‘Siglo de la desintegración económica’, sino con este otro mucho más significativo: ‘Siglo del feminismo victorioso’. La revolución social a la que asistimos alcanza no solo al obrero, quien reclama justamente que se le considere dentro de la sociedad como persona humana, formada por un alma trascendente y eterna, sino también a la mujer, la cual exige todos los derechos imprescindibles para el desarrollo de sus poderosas virtualidades. Por eso (...) no puedo guardarme en silencio un mensaje de la mujer argentina a la mujer española. Sobre todo a la mujer que lucha como héroe en la brega cotidiana de la vida...”.
Al visitar el Escorial alumbró otra de las frases que irritaron al Generalísimo y quedaron escritas en la historia:¿Por qué no dedican este enorme y sombrío edificio a algo útil? Por ejemplo, colonia para niños pobres. Se ven tantos…”.
A Eva no le agradaban buena parte de los compromisos que los Franco le habían agendado y el 15de junio, su último día en Madrid, se escapó al Rastro como una despreocupada turista. En La Enviada, Jorge Camarassa rescata lo que le contó a Vera Pichel, su amiga desde los tiempos en que era actriz de teatro.
“¿Te imaginás, una escapada sin avisar a nadie? Llegamos a media mañana y como yo jamás había estado en un mercado de pulgas, el rastro me impresionó. Allí se vendía todo y de todo. Un espectáculo completo y difícil de olvidar. Cuadras enteras con toda clase de cosas”. Por allí caminó Eva como una más hasta que la reconocieron y tuvo que marcharse. Quizá también vio carricoches de miga de pan y soldaditos de lata como los inmortalizados en la canción de Joaquín Sabina que décadas después también la menciona.
Pero si los desplantes, los comentarios sarcásticos, las salidas de protocolo y los discursos feministas y obreristas no eran suficientes para incomodar a los Franco, la llegada de una carta firmada por un niño desesperado por la vida de su madre sirvió para dejar aun más en claro las distancias y arrancar al Generalísimo la más incómoda de las concesiones: suspender la ejecución de una mujer que el régimen había condenado a muerte.
II
Meses antes de la llegada de Evita, entre octubre de 1946 y marzo de 1947, el régimen franquista desarticuló el aparato político y militar del PCE, que operaba en el centro de España. Sus principales dirigentes fueron sorprendidos por la guardia civil en una emboscada, primer hecho decisivo de una serie de allanamientos y detenciones que desarticularon la estructura clandestina madrileña que se comunicaba desde allí con la dirección partidaria establecida en Toulouse. Entre los catorce condenados a muerte de casi un centenar de detenidos, figuraba una mujer, Juana Doña, enlace entre la guerrilla y el Buro Politico. Nacida en Madrid en 1918, había ingresado en las Juventudes Comunistas a los 15 años y durante la guerra civil integró la dirección provincial de las JJCC y de la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Terminada la guerra, fue detenida en diciembre de 1939 cuando trabajaba en la reorganización del partido en Madrid y amnistiada en 1941, volviendo a la clandestinidad e integrando el comité provincial de Madrid desde 1944.
"Señora Eva Perón, por favor, a mí me han fusilado a mi padre y ahora van a fusilar a mi madre". Así empezaba la carta escrita por Alexis, el hijo de Juana Doña, según ésta revelaría varias décadas después. Es que durante muchísimo tiempo, fue una incógnita cómo llegó a Evita el pedido de la militante condenada por Franco.
"En realidad –contaría Juana en su vejez-, quien le escribió a Evita fue mi hijo, Alexis. Yo ya estaba condenada, presa en Madrid, con visitas restringidas. Mi madre lloraba y a mi hermana Valla se le ocurrió que el niño escribiera un cablegrama a Eva pidiéndole por mi vida."
No se sabe quien hizo llegar la carta a mano de Eva. Valla dijo tener relación con algún familiar de Eva que se dedicaba al espectáculo. Juan Duarte fue parte del viaje y según se relata anduvo junto a Alberto Dodero recorriendo la Madrid que no aparecía en los actos oficiales, pero no hay certeza que él haya sido el nexo. Lo cierto es que en su desesperación, Valla tuvo la idea, dictó la carta a Alexis y consiguió que llegara a manos de Evita.
Juana había sido condenada tras juicio sumarísimo labrado por supuesta participación en la "explosión de un petardo" cerca de la embajada argentina en Madrid, cargo que siempre rechazó. "Ocurrió que, por entonces, llegó el nuevo embajador argentino, y dijo que España era un oasis. Mis compañeros reaccionaron: ¿Cómo? ¿Con esta dictadura y los miles de españoles que mueren, fusilados o por hambre?" Entonces, "para probar que el oasis no era tal", montaron el estallido cerca de la embajada”.
Un inofensivo petardo causó 103 detenciones, entre ellas Juana, que por entonces vivía escondida en Madrid. "Éramos tantos que nos hacían los juicios por grupos. A mí me tocó con otros 19 compañeros, entre ellos, un menor, llamado Eugenio Moya. Todos fuimos condenados, incluso el chaval".
Fue separada del grupo y trasladada a la cárcel de mujeres de Madrid. Cada madrugada ella se preguntaba si ése sería su último día mientras España vibraba en torno a la visita de Eva y su familia montaba las gestiones que terminarían salvándole la vida.
"Una mañana de agosto, viene un funcionario a verme a la cárcel. Y me dice: Le traigo una alegría. La han conmutado". Yo pregunté por mis otros compañeros. Y me dice que los habían fusilado esa misma mañana. A todos, menos al chaval, a quien también perdonaron. Recuerdo que dije: ¿de qué alegría me habla, entonces?".
Eva había llegado al corazón del pueblo español. Sabía el significado del respaldo que Perón brindaba a España en medio del aislamiento y era tan conciente de su poder como del desagrado que causaba a sus anfitriones. ¿Cómo no iba a pedirle por la vida de una mujer por la que le escribía un niño de ocho años con tono desesperado?
"Usted habla y actúa como La Pasionaria". Frente al pedido, Francisco Franco, el gordo petiso que Evita encontraba parecido al farmacéutico de su pueblo, no contuvo más el fastidio y soltó con bronca el reproche. Pero aunque le pareciera una solicitud propia de Dolores Ibárruri, no podía hacerla detener ni condenarla a muerte. No le quedaba más remedio que acceder a suspender la ejecución de la mujer por la que Evita intercedía. No la mató, pero la mantuvo presa dieciocho años más, como para que no quedaran dudas que había accedido de mala gana.
Juana tenía 29 años. Eva, 27. No llegarían a conocerse nunca. No hubo más cartas que aquella escrita por el niño.
En sus días de reclusión, aun cuando logró salvar su vida, Juana Doña no habrá siquiera soñado que viviría hasta los inicios del milenio siguiente. Eva Perón, aunque ya recibía algunas señales de la fragilidad de su salud, tampoco debió imaginar que le quedaba tan poco tiempo.
"Me habían trasladado a la cárcel de castigo de Guadalajara, un sitio del que no quiero ni acordarme. Franco había dispuesto una hoja informativa para las presas. Se llamaba "Redención" -¡fíjese el nombre!- y allí leí, con atraso, la noticia de su muerte". Juana Doña siempre tuvo una visión muy descarnada de la situación. No tenía una buena opinión del peronismo y sabía que esa mujer le había salvado la vida, pero lo entendía como una acción política que también le había sido de utilidad a ella. Pero en ese momento, al enterarse de la noticia de su muerte, por única vez sintió necesidad de expresar su gratitud.
“Me hubiera gustado enviar un telegrama, al menos. Al fin y al cabo, yo vivía por ella”.
Pero no podía. Sólo tenía una visita al mes de veinte minutos. Se le iban en estar con el niño o en preguntar por él, si no lo dejaban entrar. El penal de castigo de Guadalajara, donde se enteró de la muerte de Evita, ya no está. Una topadora derribó los peores calabozos del franquismo.”No me arrepiento de nada, pero sí lamento no haber podido criarlo. Cuando quedé en libertad, lo reencontré con 24 años, hecho todo un hombre”. Su hija de siete meses había muerto en la guerra civil y su marido, su gran amor, había sido fusilado.
Franco le había reprochado a Eva hablar y actuar como Dolores Ibárruri. Recuperada la libertad, Juana Doña, la segunda Pasionaria, seguiría militando hasta su último día.
“No vine para formar un eje, sino solo como un arco iris entre nuestros dos países”. La frase de Eva Perón resultó llamativa. Tanto, que el periplo terminó siendo denominado “el viaje del arco iris”. Está claro que no fue una afirmación inocente. Eva desmentía a quienes veían una relación con España una confirmación del parentesco con el corporativismo y el nazismo que atribuían al movimiento fundado por Perón. Y en la imagen del arco iris, definía una relación que tenía como protagonistas a cientos de miles de personas y que cruzaba a todas las identidades políticas de uno y otro país. Al fin y al cabo, su definición del arco iris fue mucho más rica y cierta que la forzada reivindicación de hispanidad que hacía Perón para distanciarse de las potencias triunfantes en la Segunda Guerra desde un perfil imposible de ser asociado al comunismo. Allí latían todos los lazos que cruzaban el océano, incluida la gratitud por esos barcos cargados de cereales que permitieron duplicar la ración alimenticia.
Aunque se desenvolvía con soltura y desparpajo para decir sin preámbulos lo que pensaba, Eva tenía plena conciencia de su origen y del peso de las responsabilidades que había asumido a partir de ser la compañera de Juan Domingo Perón. Toda la tensión contenida por llevar adelante ese viaje iniciático estalló el último día de su itinerario español, cuando le dijo llorando al padre Hernán Benítez en el Palacio de Pedralbes. "¡Que a mí, una india de Los Toldos, una bastarda, me hagan estos homenajes!". Con la pobreza como paisaje que los Franco no conseguían ocultarle y la obsesión por reafirmar la opción por los pobres del peronismo, el padre Hernán Benítez y Eva comenzaron a alumbrar la idea de la Fundación desde la que Eva dejaría hasta su última gota de energía en favor de los pobres y desamparados.
El jueves 26 de Junio, acompañada por Francisco Franco en un coche descapotable, Eva Perón llegó al aeropuerto del Prat en Barcelona y emprendió viaje rumbo Roma. “Dejo parte de mi corazón en España; lo dejo para vosotros, obreros madrileños, cigarreras sevillanas, agricultores, pescadores, trabajadores de Cataluña y del país todo. Lo dejo a vosotros.” El Generalísimo y su esposa suspiraron aliviados por su partida. Eva se había ganado el amor de los españoles. Aunque Juana Doña no lo haya visto por ventana alguna y Carmen Polo le diera la espalda, el arco iris cruzaba el cielo más encendido que nunca.
III
Al recordar la historia de aquel viaje resulta inevitable reflexionar acerca de la identidad peronista. Está claro que es imposible definir en abstracto sus componentes, que es necesario comprenderla no sólo en términos del discurso desde el que cada persona se relaciona con ella, sino también por la dinámica política y social que el movimiento peronista consigue expresar en las distintas etapas de su historia.
Hay quienes se definen evitistas y reniegan de Perón. Norberto Galasso y muchos otros pensadores nacionales han dejado en evidencia no sólo la falacia de esta disociación que ubica a Evita en el plano de la virtud y se guarda para Perón todos los reproches. sino también como ha sido alentada para hacer que Evita sea objeto de una “devoción Light” que al mismo tiempo procura vaciar de contenido al peronismo. “El evitismo, cuando va dirigido a denigrar a Perón, es la etapa superior del gorilismo”, es la frase con que Galasso ha graficado esta situación.
Desde su muerte, Evita pasa a la inmortalidad y Perón queda solo al frente de todo lo que sobreviene: los problemas del segundo gobierno, la fusiladora, el exilio, el luche y vuelve, Isabel, Paladino, Ezeiza, Cámpora presidente, la fórmula con Isabel, el enfrentamiento con Montoneros, López Rega y la Triple A, la salud minada y la música más maravillosa, la del pueblo, su único heredero.
Discusiones interminables acerca del General y sus decisiones jalonan no sólo la vida de los militantes nacionales y populares, sino de cientos de miles de personas que en nuestro país y en los lugares más diversos tratan de comprender el fenómeno del peronismo.
Para Francisco Franco y Carmen Polo, Evita actuaba y hablaba como la Pasionaria Para Juana Doña, era una populista. Lo decía con toda la carga despectiva que un militante de izquierda de un país europeo puede ponerle a ese término. Aunque vivió hasta los inicios del milenio, no asistió al replanteo del concepto de populismo que se ha fortalecido a partir del aporte de pensadores como Ernesto Laclau, pero fundamentalmente, del auge inédito que los movimientos populares han adquirido en Latinoamérica, en contraposición a la profunda crisis económica y política que atraviesan los países de Europa.
Una y otra vez podemos repasar y valorar cada una de las decisiones que tomó Juan Domingo Perón. Algunos reivindicarán su capacidad de renunciamiento expresada en su largo exilio, parangonándola con la de José de San Martín. De una manera u otra, todos los peronistas se manifestarán consustanciados en el Luche y Vuelve, más allá de cuestionamientos puntuales como el del cura Hernán Benítez, que le reprochará el modo en que digitó a unos y otros desde Puerta de Hierro. Su retorno al país como prenda de unidad de todos los argentinos estará tironeado por fuertes disputas políticas, ideológicas y militares que en su momento, en cierta medida, él mismo alentó, y que no pueden analizarse fuera del contexto de lo que sucedía en el mundo.
Desde el peronismo revolucionario algunos le reprocharán haberse inclinado por las expresiones más reaccionarias. Pero desde el movimiento obrero y desde el resto del peronismo se pondrá el énfasis en la muerte de José Ignacio Rucci como un error y una provocación que condicionó las posteriores decisiones del anciano líder de manera determinante. Unos y otros hablarán del peso del entorno, de lo que significaba la cercana y cotidiana presencia de Isabel y de López Rega junto a un hombre cuya salud se hacía más frágil día a día.
Es necesario el debate, no es vano trabajar para intentar develar las convicciones íntimas de los principales protagonistas de la historia. Pero no nos servirá de mucho si lo hacemos al margen de los procesos que se generan o desarrollan a partir de la acción de esos protagonistas. No siempre tendremos certeza acabada de esas íntimas convicciones y no siempre los protagonistas tendrán oportunidad o voluntad de desenvolverse de acuerdo a ellas.
Podemos imaginar el peor Perón. Podemos suponer arbitrariamente que prefería a Trujillo sobre Arbens. Podemos sostener que en él pesaban más sus afinidades con Franco que sus diferencias. Podemos entender que cuando declaró que había muerto el mejor de nosotros, en alusión al Che, era una afirmación no sentida. Podemos quedarnos con la peor de las impresiones de sus últimos años a partir de lo que significaban López Rega e Isabel a su lado y del nacimiento de la Triple A. Aun así, no podremos sustraernos a la realidad concreta de protagonismo popular, ampliación de ciudadanía, soberanía política, independencia económica y distribución más equitativa de la riqueza que el peronismo significó y significa como expresión política de los sectores más humildes y necesitados. No importa cuan bueno o malo consideremos a Perón en su intimidad. El peronismo, como movimiento popular, será un claro ejemplo de los populismos entendidos como procesos virtuosos en los que, en el contexto de una economía capitalista, se fortalecen los sectores asalariados y de menos recursos, se reduce la exclusión y se amplia la participación a partir de un rol activo del estado estableciendo prioridades y generando mecanismos que procuren reducir la indefensión de las personas frente a la lógica fría y corporativa de quienes ostentan posiciones de privilegio en la economía de mercado.
Así las cosas, serán procesos políticos como los liderados por Francisco Franco o, más recientemente, por Sarkozy o Berlusconi, los que no corresponderá encuadrar en esa categoría, toda vez que promueven la exclusión, limitan la participación y acentúan las desigualdades.
Es imposible, por más que se valore la figura de Evita y su rol en el nacimiento y el establecimiento del peronismo, negar el rol de Perón como arquitecto esencial de ese movimiento que proyecta su protagonismo y sus contradicciones hasta nuestros días.
Eva Perón era quizá quien más en claro tenía el rol esencial e irremplazable de Juan Domingo Perón como artífice y conductor, se pensaba como la primer peronista y a cada paso reafirmaba su lealtad inquebrantable a él.
“La verdad, la auténtica y pura verdad, es que la gran mayoría de los que no quisieron a Perón por mí tampoco lo quieren sin mí”, escribe Eva en Mi mensaje, poco antes de su muerte. “En cambio el pueblo, los descamisados, los obreros, las mujeres, que me quieren a mí más de lo que merezco, son fanáticos de Perón hasta la muerte”.
Así como Norberto Galasso deja en evidencia la falacia de rescatar la figura de Eva dotándola de un contenido desideologizado (haciendo eje en su sacrificio personal y su sensibilidad social por encima de las características políticas del peronismo y del propio Perón), Evita, poco antes de su muerte, dejaba en claro que quienes se habían dedicado a cuestionarla pretendiendo un Perón sin Eva, tendrían oportunidad de demostrar que en realidad no los querían a ninguno de los dos. A lo largo de la historia, distintas variantes se ensayaran respecto de las figuras de Eva Perón y Juan Domingo Perón, que siempre tuvieron por objetivo desdibujarlos a ambos y poner sus reformas en el banquillo de los acusados.
Algo parecido se da con Néstor Kirchner, quien fuera demonizado cada día por sus enemigos mediáticos y por la dirigencia opositora conducida por ellos. Después de su muerte, lo que empezó tímidamente hoy es un recurso cada vez más habitual: destacar que Néstor Kirchner era el único capacitado de manejar la coalición de gobierno y procurar el desgaste y el debilitamiento de Cristina Fernández de Kirchner.
Pero que Perón sea esencial, inherente a la naturaleza transformadora del peronismo y que Eva Perón le haya sido absolutamente leal, no quiere decir que su figura y su accionar carezcan de particularidades y características propias e inigualables.
Perón es el estratega que se para desde el pueblo para repensar y rehacer el todo.
Evita es el pueblo que viene por todo y está dispuesta a dar todo para luchar por lo que le retacearon, le ocultaron, le negaron, le robaron.
Existe un evitismo necesario, imprescindible, que es el que rescata el valor único e inextinguible de su pasión, de su talento, de la claridad de su compromiso. Es imposible entender la vigencia del peronismo en el alma del pueblo sin el testimonio y la fuerza conmovedores de la pasión de Eva.
Porque es cierto que los que alientan el evitismo sin Perón omiten su lealtad inquebrantable. Pero también es cierto que esa lealtad no se da desde ninguna parte, no es el seguidismo de quien se niega a sí mismo en su afán por ser leal. La lealtad de Eva se da desde una identidad de lucha clara y definida. La lealtad de Eva obliga y compromete, completa y enriquece. La lealtad de Eva viene a recordar día a día lo pendiente y necesario, la razón de ser de ese movimiento.
Sin Eva, Perón fue un hombre solo y le tocó transitar el camino hacia la vejez ejerciendo la conducción desde el exilio y construyendo con paciencia y astucia las condiciones para su retorno al tiempo que reconfiguraba su universo familiar y reelaboraba su visión de la sociedad prestando especial atención a la evolución de la sociedad de bienestar en los estados europeos.
Cuando al fin consiguió volver, había cumplido el objetivo de ser expresión de unidad de la inmensa mayoría de los argentinos. Sin embargo, no estaba en condiciones de conducir y contener conflictos que se enmarcaban en disputas de carácter mundial pero que exhibían en el seno del peronismo y del resto de las organizaciones populares características muy definidas.
Está claro que hay un conjunto de responsabilidades propias de cada uno de los protagonistas de ese tiempo. En “No habrá más penas ni olvido” Osvaldo Soriano tocó la cuerda de lo real, mostró como un conflicto que atraviesa a toda la sociedad puede terminar enfrentando unos contra otros a quienes tienen muchas más cosas en común que aquellas diferencias que circunstancialmente el conflicto impone. En más de una conversación entre militantes de sectores del peronismo enfrentados en aquellos años, queda en claro que muchas veces pertenecer al peronismo revolucionario o a algún agrupamiento opuesto, en la decisión inicial, tuvo más que ver con la unidad básica que se tenía más cerca que con una opción que diferenciara ideológicamente a los distintos sectores del movimiento. Unos se mantuvieron en la clandestinidad y se sintieron obligados a agudizar la confrontación terminando enfrentados a Perón. Otros se sintieron propietarios de la lealtad y fueron demasiado fácilmente motivados a perseguir a los infiltrados. No eran todos, pero impusieron la dinámica de ese conflicto. Aun se insiste en buscar al culpable de la película, en depositar en alguien la suma de todos los males. Está claro que cada cual tuvo su parte, incluido el líder. Ese fracaso también lo fue de Perón, en el desafío de conducir a todos, a los buenos y a los malos, en especial en un momento en que su figura reunía un amplísimo consenso.
Después vino lo peor.
Fue recién al sufrir lo peor que unos y otros comenzaron a tomar distancia de su pelea, empezaron a comprender cómo se la habían dejado picando a los verdaderos enemigos.
Y hubo que volver a empezar.
Cuando recuperamos la democracia, el mundo ya era bastante distinto. Nuestro país también. El peronismo también. No pretendo repasar aquí lo sucedido desde Luder y Herminio hasta el presente.
Apenas decir unas pocas cosas.
El lenguaje del peronismo se fue desdibujando desde la muerte de Perón hasta nuestros días. O quizá desde antes. Tal vez la astucia, la viveza, la picardía de Perón, terminaron conspirando contra la elocuencia de las palabras y voces que lo asociaban indisolublemente a nuestros días más felices.
Digo la astucia, la viveza y la picardía, porque en la adversidad se fue instalando que esos atributos eran los que distinguían al peronismo por encima de su doctrina y de la verdad hecha realidad que había construido.
Tal vez en ese apotegma también vivía la emboscada. Si la única verdad era la realidad y si esa realidad era tan adversa, sólo nos quedaba refugiarnos en la viveza, en la astucia, en la picardía. Pero no hablamos de astucia, viveza y picardía para transformar. En el mejor de los casos, apenas para sobrevivir a la adversidad. En la política, cada vez más, en atributos para mantenerse en la cresta de la ola suceda lo que suceda. Era un realismo resignado cuya picardía no distaba mucho de aquella que inmortalizó Hernández con el viejo Vizcacha.
Y se fue instalando en la percepción de la inmensa mayoría que el peronismo era una especie de máquina de acceso al poder, un espacio político habitado por aquellos dirigentes que comprendían la lógica y el manejo del poder por encima de cualquier diferencia ideológica.
Menem sería la expresión máxima de ese sentido común que predominaría en nuestra sociedad por demasiado tiempo. Tanto, que cuando llegó el año 2000, nos encontró tan dominados que acababa de asumir Fernando De la Rúa y estábamos en el umbral de ver la bandera flameando sobre las ruinas de la patria.
Al comentar Mi mensaje, Horacio González, a partir de saberse quien escribió La razón de mi vida para Evita, señala que ella “hablaba a la manera del libro que no había escrito, y esas frases no redactadas por ella eran las que correspondían a su lengua hablada real. No se debe esto a ningún esfuerzo de mimetismo o a determinadas técnicas de declamación –aunque aquí tengamos presente que estamos ante una actriz- sino a las características esenciales del mito. El mito circula sin autor, sin contornos y sin identificaciones individuales. El mito habla y escribe por nosotros, y esto es lo que sentimos ante todo el halo de escrituras y dichos en los que Eva está inmersa”.
Tal parece que algunos más, otros menos, algunos mucho, otros poco ( y otros nada), en algún lugar de nosotros, éramos Eva. El mito nos seguía habitando. Teníamos al menos algún jirón de ese lenguaje.
Creo que Eva fue la clave de nuestro renacimiento.
“Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas. Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del mundo. Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad”. A pesar de su testimonio y de su ejemplo conmovedor, volvimos al engaño, perdimos tiempo, felicidad y vidas en esas mentiras. Pero allí estaba el mensaje del corazón de Eva, en cada voz que se alzaba para volver a ser dignos. Digo Eva, porque como bien dice en Mi Mensaje, antes y sobre todo después de ella, Perón estuvo demasiado solo. Digo Eva, pero no con ánimo de alternativizar a Perón. Digo Eva como primera peronista. Al fin y al cabo era el tiempo del único heredero, y Eva Perón sigue siendo su abanderada.
Sí, la bandera flameaba sobre las ruinas.
Pero flameaba. El modelo neoliberal hizo crisis, la democracia y la propia Nación estuvieron al borde del precipicio, y recién ahí fue que se hizo carne con una convicción más profunda que había que echar mano a aquella bandera. El peronismo, aquel anacrónico peronismo populista, no había muerto. Eso significaba que a pesar de las proscripciones, los bombardeos, los fusilamientos, las desapariciones y del propio neoliberalismo metido en nuestro propio movimiento, estaba con vida. Estaba latente en algún lugar de nuestra memoria, en las pequeñas y grandes resistencias, en el recuerdo y los dientes apretados de cada hogar. Al fin y al cabo, después de todas las claudicaciones y todos los engaños, esa era la única balsa a la que amarrarnos. Ese era el lenguaje desde el cual empezar a hablar el nuevo presente. El del país que supimos hacer cuando fuimos protagonistas de la historia. Y fue reconstruyéndose y también construyendo prácticas nuevas a la luz de toda la historia vivida.
“Muchas veces los he oído disculparse ante mí agresividad irónica y mordaz. “No podemos hacer nada”, decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira! Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano. “No podemos hacer nada” es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas”.
Veníamos del reino del egoísmo y la resignación. Los enemigos del pueblo habían convencido a demasiados de ese “no podemos hacer nada”. Desde 2003, hubo un hombre que fue decisivo para que nos animáramos, para que nos termináramos de dar cuenta que era mentira que no podíamos hacer nada. En la firmeza y la decisión de ese hombre, también hablaba con toda su energía la voz inagotable de Eva Perón. Y como lo hizo alguna vez con Juana Doña, seguía salvando vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario