Ahora caigo en cuenta que hace mucho que tengo esta idea que ahora me resulta novedosa. Viene de los tiempos en que desarrollé el hábito de escucharlo cada tarde de domingo, de convertir en rito mi encuentro con las palabras de una voz que había descubierto en todo el esplendor de su talento en el Mundialito de Uruguay, cuando rubricaba con un “basta genio, pare la mano” las jugadas brillantes de Rubén Paz y Diego Maradona.
Más de una vez veía por la noche el partido que le había oído relatar por la tarde. Así comencé a darme cuenta de dos cosas que pueden aparecer como contradictorias.Por un lado, al ver el partido iba recordando el desarrollo de su relato, que tenía plena correspondencia con lo que veía en la pantalla. Pero a su vez, me quedaba con la sensación que el partido era más vívido en su voz que en la transmisión televisiva. No era que inventara cosas no sucedidas o se diera a la exageración, sino que su relato me llegaba más fiel y más profundo que la propia filmación televisiva.
De ahí viene esta idea que un poco bromeando un poco en serio me atreví a discutir con algunos amigos, aunque no me pareció oportuno manifestársela a Víctor Hugo cuando tuve oportunidad de conocerlo.
Mi planteo inicial fue que el relato de Víctor Hugo Morales del segundo gol de Diego Maradona a los ingleses es superior al gol mismo.Cuando lo digo me miran con mueca incrédula, procuran reconvenir la idea o me reprochan el excesivo fanatismo por el periodista uruguayo.Despejo lo del fanatismo, pues no me animo a decir que admiro menos a Maradona que a Víctor Hugo.
No me detendré a analizar cada frase del relato. Creo que me alcanzará la primera, la que premonitoriamente nos alerta que está por suceder algo único y extraordinario: “Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial”. Creo que en esa sencilla frase queda plenamente de manifiesto el significado de ese arranque de la jugada en que Diego recibe la pelota del negro Enrique y da un pequeño rodeo para encarar la mejor corrida futbolística de la historia.
Pero además, me sucede algo que estoy seguro le pasa a muchísimas otras personas: cuando veo el gol sin su audio igual escucho su relato y, a su vez, cuando escucho el relato sin las imágenes, igual veo el gol.El relato se ha convertido en parte inseparable del gol y a su vez, ha terminado de develarlo para nosotros en la auténtica dimensión de su genialidad.
Para graficar lo que sostengo alguna vez recurrí a una comparación que quizá no es del todo precisa: el gol es la Mona Lisa, el gol relatado por Víctor Hugo es el retrato de la Mona Lisa. Digo que no es del todo precisa porque Diego no se limitó a posar sonriendo, sino que es el autor de esa obra de arte que hoy no consigo respirar sin la voz del hijo dilecto de Cardona. Y si Diego es Leonardo Da Vinci, ¿dónde queda Víctor Hugo?Borges y Bioy Casares supieron trabajar juntos, aunque al menos uno de ello se manifestara descreído respecto del arte en colaboración. Pues esta obra de arte tiene para millones de personas dos autores que se conjugaron en su realización: el barrilete cósmico y la voz que nos hizo comprender que mirar esa carrera endiablada era también una forma de alzar los ojos al cielo.
Es momento de reformular mi frase inicial: no es que el relato sea superior al gol, el relato es el gol. Es en ese relato que aquel gol maravilloso completa su existencia y se nos queda en el alma para siempre.
Aquellas tardes yo escuchaba el partido en el centro musical de mi pieza, cuya ventana daba al fondo de nuestra casa. Mi vieja solía estar en la cocina, mi viejo trabajando en el galpón, a veces oyendo el partido desde la radio que yo había encendido, a veces escuchándolo en la vieja Hitachi que tenía colgada en la cabina de comando de su nave de tapicero. En los entretiempos era habitual que yo me acercara al galpón o que él se arrimara a la cocina a tomar unos mates con Buby y que nos comentáramos lo que habíamos oído como si estuviéramos sentados en la tribuna esperando la vuelta de los jugadores.Diego hizo aquella jugada inolvidable sobre el césped de un estadio mejicano. Pero el campo de los sueños de su gol queda en mi casa de San José y vaya a saber en cuántos millones de hogares y rincones más.
Mi viejo ya no está. Pero él también renace en mí cuando oigo la voz de Víctor Hugo.
Sí. Es para llorar, perdónenme.