Del
otro lado de la estación, las sombras eran largas y pálidas. De este lado no
había rincón que pudiera sustraerse a los rayos de sol, que estallaban al paso
de las miradas sobre los rieles.
—
¿Querés galletas? — preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo
había puesto sobre el piso del vagón.
— Hace
calor — dijo el hombre.
—
Tomemos cerveza.
— ¿Qué
cerveza?
— La
muchacha rió y sacó de su bolsa una cantimplora.
—
¿Tiene cerveza?
La
extendió hacia el hombre, que le quitó el tapón y bebió dos largos tragos de
agua aun fresca. La muchacha miraba la hilera de árboles detrás de la estación.
El sol pulverizaba la mañana con tal fuerza que todos los colores parecían ser el
mismo.
— Parecen
gigantes — dijo.
—
Parecen árboles- dijo el hombre luego de volverse casi sin mirar.
— Son
árboles. Pero parecen gigantes grises.
—Son
gigantes y es cerveza.
La muchacha
bajó la vista y rio.
—Son
barcos piratas y es anís- dijo él sacando una petaca del bolsillo interior de
su saco raído.
—¿En
serio?
—En
serio.
—
¿Puedo probarla?
— Sólo
un sorbo, o los piratas vendrán por vos.
Echó
un trago.
-No
está mal- dijo disimulando el desagrado.
— Está
pésimo.
— Me
han dado ganas.
— ¿De
qué?
— De
hablar.
— Así
pasa con todo.
— No- dijo
la muchacha— Hay cosas que te dejan en silencio.
— Uh,
basta ya.
— Vos empezaste
— dijo la muchacha— . Yo me divertía. Pasaba un buen rato.
—
Bien, tratemos de pasar un buen rato.
— De acuerdo.
Yo trataba. Dije que los árboles parecían montañas. ¿No fue ocurrente?
— No
mucho.
—
Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que podemos hacer, ¿no? ¿Mirar cosas y
probar bebidas?
— Y
comer galletas.
La
muchacha contempló la arboleda.
—
Estuve bajo esos árboles — dijo— . En realidad no parecen montañas. Fue apenas
por un instante que tuve esa sensación.
—
¿Querés otro trago?
— Sí.
Ella
bebió de la petaca, él de la cantimplora.
— Buena
y fresca — dijo el hombre.
— Es
de la bomba de mi casa — dijo la muchacha.
— En
realidad se trata de una despedida sencilla — dijo el hombre—. Bah, no es una
despedida.
—No
digas— dijo la muchacha y se miró los pies enfundados en las sandalias
livianas, balanceándose a medio metro
del piso.
— Yo
sé que lo vas a superar. En realidad soy nadie. En tu vida entrará más aire.
La
muchacha no dijo nada.
—No
estaremos más juntos, o estaré siempre contigo. Podés verlo de las dos maneras.
— ¿Y
qué haré después?
— Estarás
bien después. Sabrás qué hacer.
— ¿Qué
te hace pensarlo?
— Lo
único que nos molesta, que nos hace infelices, es que partiré y lo haré solo.
Pero ahora somos mejores que cuando nos conocimos.
— Y pensás
que estarás bien y seremos felices.
— Lo
sé. No debés tener miedo.
— Yo
también lo sé— dijo la muchacha— . Y es lo que me da miedo. ¿Cómo es que uno se
acostumbra y vuelve a ser feliz?
— Bueno
— dijo el hombre—, no estás obligada. Pero
sé que es perfectamente sencillo.
— ¿Y
vos serás feliz?
— Mi
felicidad es luchar. Pero sabés que hay muchas cosas de este mundo que me hacen
infeliz.
— ¿Y
sólo vos tenés derecho a indignarte? ¿Por qué no puedo indignarme junto a vos?
— Te
quiero. Sabés que te quiero.
— Sí,
pero me dejás aquí, sola.
—Ya
sabés por qué elijo partir solo.
— Sí,
y que los árboles son árboles.
— Con el
tiempo me darás la razón. Será lo mejor para vos.
— ¿Lo
mejor? ¿Sola en este pueblo?
— ¿Qué
querés decir?
— Que
ya aprendí cosas de vos.
— Lo
sé.
— ¿Pero
para qué las aprendí si tengo que quedarme? ¿Qué haré con mi indignación, aquí
sola?
— No
estás obligada a quedarte si te sentís así.
-¡Pero!
-Que
no vengas conmigo no quiere decir que no busques un camino.
La
muchacha se puso de pie y saltó al pie del vagón. Una nube cruzó bajo el sol y ella
aprovechó para mirarlo sin entrecerrar los ojos.
— Y
podríamos hacerlo juntos — dijo— . Podríamos hacerlo juntos y estás a punto de
destruirlo.
— ¿Qué
dijiste?
— Dije
que podríamos hacerlo juntos.
— Vos
podés hacerlo, yo puedo hacerlo.
— No,
no podré.
— Tenés
todo el mundo para elegir cómo hacerlo.
— No, envejeceré
aquí.
— Podés
ir adondequiera.
— Yo
quería hacerlo con vos.
— Ya
lo hiciste. Ahora te toca seguir sola.
— Me
lo estás quitando. No lo recobraré.
— Nada
te he quitado.
— Me
lo diste y me lo quitás.
— Ya
verás que no. Volvé a la sombra — dijo él— . No debés sentirte así.
— ¿Me
das otro trago?
—
Bueno. Pero tenés que darte cuenta…
— Me
doy cuenta — dijo la muchacha. ¿No podríamos callarnos un poco?
Se
sentaron uno junto al otro con las piernas asomadas fuera del vagón. La muchacha
miró hacia los árboles y el hombre la miró a ella y ella se miró las piernas.
— Tenés
que entender — dijo— que estoy en peligro y debo seguir solo.
— No
temo al peligro. Hallaríamos manera.
— No
quiero a nadie más que a vos, Eva. Y sé lo que puede suceder.
— Sí,
vos sabés todo.
— Está
bien que digas eso, pero en verdad lo sé.
—
¿Querrías hacer algo por mí?
— Yo
haría cualquier cosa por ti.
—
¿Querrías por favor?
—¿Por
favor qué?
— Por
favor callarte la boca.
Él no
dijo nada.
— ¿Por
qué siempre huele así el aire si ahora no hay en marcha ningún tren?
— Se
impregna.
— A
veces siento que el mundo se volverá irrespirable.
— Es
irrespirable para la mayoría de las personas. Mineros, ferroviarios...
— Mi
madre, yo, que también me quedaré sola…
— Tu
vida será distinta a la de tu madre.
Él tomó
su pequeña valija y la llevó cruzando los rieles hacia el andén de la estación.
Miró a la distancia.
— Ya
viene mi tren — dijo.
— Sí,
ya lo he visto- dijo ella y se pasó la mano por la frente.
— Vení.
Caminó
hasta él y lo abrazó apoyando la cabeza en su pecho. Se quedó así varios
segundos, como queriendo recordar por siempre sus latidos. Luego lo miró.
-Ahora
me gusta tu bigote.
-¿Sí?
-La
primera vez que te vi me pareció ridículo. Me sigue pareciendo lo mismo, pero
ahora me gusta.
El
sonrió. Ella volvió a apoyar la cabeza en su pecho, mirando hacia el lado
opuesto al de donde venía el tren. Pero igual lo veía. La luz de la locomotora
se encendió en sus ojos y el resto del mundo pareció ponerse en blanco y negro,
como si su vida estuviera a punto de
quedarse sin luz.
Entonces
miró a Damián, le acarició los labios bajo el bigote, respiró hondo y se
preguntó cómo haría para seguir después del
adiós.
Muy bueno. Gracias.
ResponderEliminarExpectacular
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