Dante Panzeri sostenía que el boxeo no es un
deporte. Lo fundamentaba de manera sencilla y sólida: si el fin del deporte es
enaltecer a la persona, no puede considerarse tal una actividad que la degrada
y la destruye.
Me vino a la memoria esta definición luego de ver
por enésima vez “When we were kings”,
la película que relata el combate que Muhammad Ali y George Foreman sostuvieron
en Kinsasha, Zaire, el 30 de octubre de 1974.
George Foreman era invencible. Había aplastado sin
piedad a Joe Frazer y Ken Norton, dos boxeadores que habían protagonizado
combates memorables frente a Muhammad Alí.
Entre los especialistas y los aficionados, las
opiniones se repartían entre los que creían altamente improbable que Alí
triunfara y los que lo consideraban imposible.
Sólo él y la multitud de africanos a los que supo
conmover con su prédica creían en la victoria.
Imposible confrontar con la lógica de la definición
de Panzeri. Imposible parecía también, imaginar a Foreman derrotado. Excepto por un detalle:
no era la primera vez que Muhammad Alí sorprendía con lo imposible.
¿Acaso era del terreno de lo posible que un boxeador
pesado tuviera la velocidad y la gracia de un mediano o de un welter? ¿Hubiera
podido imaginar alguien que además, ese afroamericano tuviera el don de la palabra,
verborrágico y poético para explicar el mundo desde la injusticia padecida por
sus hermanos?
Supongamos que fuera remotamente imaginable, a
partir de su condición de campeón olímpico y de las primeras victorias de su
carrera profesional, que fuera capaz de
derrotar a un campeón indestructible como Sonny Liston. Pero, ¿alguien podría
concebir que lo noqueara con un golpe de menos de 40 centímetros de recorrido,
con una velocidad de centésimas de segundo, que cabía con holgura en un
pestañeo y sólo podía ser advertido al ser repetido en cámara lenta?
“Ningún
vietnamita me ha llamado jamás negro”. Con esa
frase sostuvo su negativa a participar de la guerra de Vietnam. "¿Por
qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10000 millas de casa y arrojar bombas y
tirar balas a gente de piel oscura mientras los negros de Louisville son
tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a
ir a 10000 millas de aquí y dar la cara para ayudar a asesinar y quemar a otra
pobre nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas
blancos". El campeón mundial de la máxima categoría del
boxeo profesional desairaba a su país y se exponía a perderlo todo para ser
fiel a sus convicciones.
“¿Va
a esquivar el reclutamiento?”, le preguntaba un periodista.
“No
voy a esquivarlo, no voy a quemar banderas ni a huir a Canadá”,
respondía. “Pienso quedarme aquí.
¿Quieren enviarme a la cárcel? Bien, adelante, he estado allí 400 años, puedo
pasar cuatro o cinco más. Pero no me iré a 15.000 kilómetros para matar y
asesinar a unas pobres personas. Si tengo que morir de algo será aquí luchando
contra vosotros. Si tengo que morir sois el enemigo, no los chinos, ni los
vietcong ni los japoneses. Vosotros me priváis de la libertad que quiero,
vosotros me priváis de la justicia, vosotros me priváis de la igualdad.
¡Queréis que vaya a luchar por vosotros cuando vosotros no me defendéis aquí en
América, no respetáis mis derechos ni mis creencias, no me defendéis ni en mi
propia casa!”. Otro imposible del
hombre que también renunció a la identidad con que se había hecho famoso para
convertirse al islamismo y adoptar el nombre de Muhammad Alí en 1964. “Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No
lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Alí, un hombre libre”.
La propia realización del combate Foreman - Alí
sería otro imposible. ¿Acaso una pelea de campeonato mundial de los pesados no
debía realizarse en el Madison Square Garden o en algún otra arena de tradición
boxística?
Pues no. Muhammad Alí y George Foreman pelearían en
África, en una nación joven e inestable, Zaire, la actual República Democrática
del Congo, entonces gobernada por el dictador Mobutu, quien había derrocado a
Patrice Lumumba, líder nacionalista, anticolonialista y democrático, padre de
la independencia congoleña. Erigido en autoridad suprema, Mobutu pendulaba
entre su relación con Estados Unidos y su nacionalismo antieuropeo. Con la
realización del combate, procuraba mejorar su imagen y acrecentar su popularidad.
Don King completaba la explicación de cómo confluirían en el Congo, en el
umbral de la temporada de lluvias, un combate mundialista convertido en
asamblea de la causa afroamericana, negociado con el dictador que en 1960 había
derrocado a Lumumba y en 1966 lo había proclamado héroe nacional.
James
Brown, B.B.King, The Spinners, Malick Bowens, the Crusaders y la sudafricana
Miriam Makeba llegaron para encender aquella asamblea con su música.
“Foreman está en mi país”, arengaba Muhammad Ali a los chicos que
lo seguían cuando salía a correr. Con su verborragia y su talento, hacía
visible a un pueblo y a un continente, lograba identificar la causa
afroamericana con su combate frente a Foreman y conseguía que la multitud
creyera en lo que los críticos, especialistas y aficionados consideraban
imposible. Tanto que cuando llegó George Foreman al aeropuerto, algunos
africanos desprevenidos se sorprendieron al verlo: pensaban que era blanco.
Claro que llegó con un cortejo de guardaespaldas y un ovejero alemán de la mano:
no fue tan difícil que lo asimilaran a los blancos. Muhammad Alí restaba
dramatismo al impacto de su presencia imponente: "Ustedes piensan que George Foreman es muy malo. Pero no se
preocupen, muchachos: los blancos se asustan mucho más con los negros que los
negros con los negros".
“Alí, boma ye” (Alí, mátalo), era el grito que
crecía desde las calles. “Si piensan que
la renuncia de Nixon sorprendió al mundo, esperen a que yo siente de culo a
Foreman”, sostenía él desafiando a los que estaban seguros de su derrota.
“Soy tan rápido que cuando apago la
luz me meto en la cama antes de que todo el cuarto esté a oscuras”, exageraba con gracia. “Soy fuerte, profesional. He talado árboles, he
vencido a un cocodrilo, he peleado con una ballena. He esposado a un rayo, he metido
en la cárcel a un relámpago. He asesinado a una piedra. He llevado un ladrillo
a un hospital. Soy tan malo que hago enfermar a las medicinas”.
En poco tiempo, supo erigirse en referente
indispensable de África, en esperanza de una vida distinta. Si en el pasado
había demostrado con valentía y su compromiso con las buenas causas al extremo
de perderlo todo, ahora la pelea era el desafío en que se ponían en juego las
esperanzas de sus hermanos: “defenderé
una buena causa para los negros africanos. Quiero ganar para ayudar a todos los
desfavorecidos del mundo”.
Luego de una postergación por una lesión de Foreman,
el día de la pelea al fin llegó.
Alí se había cansado de prometerle a Foreman que
bailaría sin darle chances de atraparlo. Foreman se había entrenado
especialmente para caminar el ring achicándole los espacios. No le sirvió de
mucho porque Alí no bailó.
En los tres minutos del primer round quedó plasmada
la dimensión dramática del enfrentamiento. Alí sorprendió a Foreman
conectándole con su velocidad sin igual 12 directos cruzados (cross, lanzado
con la mano más retrasada en la posición de guardia) y dándole una verdadera
clase de boxeo en la primera parte de la vuelta. Pero Foreman resistió de pie y
se le fue encima arrinconándolo y lanzándole una andanada interminable de
golpes que tuvo a Alí a maltraer hasta el sonido de la campana.
Norman Mailer relata en la película algo que las
imágenes corroboran: al ver a Alí sentado en el banco, por un instante y por
única vez en toda su carrera, vio miedo en sus ojos. Había conectado al gigante
una y otra vez y sin embargo parecía no haberle hecho mella. Lo previsible
cuando se reanudara la pelea era que Foreman siguiera castigándolo hasta
terminar con él. Sin embargo, fue sólo un instante. Si había llegado hasta ese
momento, no dejaría pasar la oportunidad. Alí se sobrepuso, se decidió a seguir
peleando y antes que el segundo round se iniciara se puso de pie para incitar
al público a que lo alentara. “Alí, boma
ye”, resonó en el estadio. Y el combate siguió con Alí aguantando en las
cuerdas, conectándolo cuando podía sorprenderlo y hablándole todo el tiempo.
"¿Eso
es todo lo que tienes, George?", le dijo en
el último round luego que Foreman lo golpeara hasta el cansancio durante más de
dos minutos. Y en los últimos 28 segundos de la vuelta, lanzó un contragolpe
desde las cuerdas que terminó con un cruzado furibundo que hizo caer a Foreman
en cámara lenta a los pies de Alí, que contuvo los golpes que pudo haberle
lanzado mientras caía para seguir el viaje a la lona de su rival con elegancia
de torero.. Había coronado aquella formidable asamblea afroamericana con la más
inesperada y brillante faena de toda la historia del boxeo.
Por una vez al menos, Dante Panzeri no tuvo razón.
La derrota del gigante a manos del hombre que flotaba como mariposa y picaba
como abeja había hecho mejores a todos los que asistieron a aquella gran asamblea,
alumbrando con su genio una victoria militante y poética.
Al día siguiente seguían existiendo el esclavismo y
el racismo y la vida seguiría siendo tan dura como antes. Pero al igual que con
su rechazo a combatir en Vietnam, demostraba que no había desafíos imposibles. Lo
demostró aquel 30 de octubre de 1974 y lo sigue demostrando cada vez que
tenemos oportunidad de asomarnos a la historia de esa pelea a través del documental
de León Gast.
En 1975 sostendría otro combate memorable, derrotando
a Joe Frazier. Pero allí la idea de Dante Panzeri recuperaría su vigencia. "Yo debo estar loco para seguir
haciendo esto. Siempre saco lo mejor de cada uno de los hombres con los que
peleo, pero Joe Frazier, yo se lo digo al mundo, saca lo mejor que hay en mí.
Es un demonio de hombre, se los digo. Que Dios bendiga a Joe Frazier",
diría Alí luego de una pelea que dejaría secuelas de deterioro para ambos.
Hoy, ya en su vejez, Muhammad Alí sobrelleva con la
mayor dignidad posible el mal de Parkinson. "Lo
más importante de mi vida es lograr la paz. Dios me dio esta enfermedad para
demostrarme que soy un hombre frágil como cualquiera".
Una vez, dando una conferencia para los estudiantes
de una Universidad en la que los convocaba a aprovechar las oportunidades de
educación a la que muchos no accedían, le pidieron que dijera una poesía, la
más breve que se le pudiera ocurrir.
“Yo, nosotros”, dijo después de pensar unos
instantes. Por más grande que consideraran su ego, la dimensión de su
realización era en el nosotros. Algo de eso sabemos lo que aprendimos con El
Eternauta el concepto del héroe colectivo.
“Yo,
nosotros”. Cuando después de alguna derrota nos atrapa por un
instante el miedo como a Muhammad Alí en aquel primer minuto de descanso, es
bueno que repitamos ese poema las veces que necesitemos y sepamos que nada es
imposible.