sábado, 13 de diciembre de 2014

A LIJAR MI AMOR


“Tenemos que lijar un poco más”, me dijo una
amiga.
Les confieso que la frase generó una pequeña conmoción en mí. Soy un hombre casado, tengo dos hijos, pero aquel aserto enigmático me llenó de intrigas, expectativas, fantasías que conmovieron mis 53 años.
-¿Lijar?
-Sí, lijar… ¿Me entendés, no?
-Sí, claro. Bueno, dale, cuando puedas lijemos.
Mis amigos me veían raro. En casa me miraban con cara de “en qué anda este”. Mis hijos me hablaban y se enojaban porque tenían que repetirme varias veces las cosas. Ya le habíamos puesto fecha al encuentro y nunca había vivido antes un estado de expectativa así. Yo, que vaya donde vaya me visto con lo primero que tengo a mano, esta vez fui y me compré ropa elegida de manera exclusiva para el encuentro. No sólo eso: no me la fui a comprar a la feria de Turdera o en alguna oferta de fin de temporada, como suelo hacer. Si hasta hice algunas otras compras más, que hasta entonces había siempre evitado, propias de la vida íntima de los hombres.
No daré más rodeos al asunto. El momento de la cita se acercaba y, por supuesto, llegué media hora antes al lugar, pasé por delante, entré y salí, analicé cuál era la mesa más apropiada para sentarnos.
Luego busqué un buen lugar para parapetarme, con buena vista de la entrada del establecimiento y allí me quedé, esperando que ella llegara. Apenas ingresara, yo aparecería detrás. Me pareció importante no llegar primero.
La vi. Venía caminando despreocupada, con aire casual. “Así es como se prepara una chica de hoy para lijar”, pensé. Me gustó la naturalidad. Entró y cuando ella se disponía a elegir una mesa, aparecí detrás, nos dimos un beso y la invité a sentarse en la barra, que me pareció mucho más propicia para ser antesala de un gran momento.
Nos sentamos en las banquetas altas, pedimos algo de tomar, intercambiamos un par de comentarios banales y sonreímos. El mundo seguía su curso y yo no podía salir de su sonrisa, de la manera en que sus ojos habitaban el encuentro.
Después del segundo Bayleys, cuando el clima era inmejorable y sentía que estábamos listos para lo mejor, al fin me atreví a la pregunta que imaginaba nos dispararía al mejor de los desenfrenos.
-Disculpame…
-Sí…
-¿Qué es lijar?
Se rió y se le encendió la cara como un disparo póstumo de la tarde que ya se había apagado.
-¿En serio no sabés?
-No…
-Lijar es esto que estamos haciendo, hablar. Se dice así ahora.
-Ah, claro, qué tonto- atiné a decir y me quedé en silencio. Se ve que notó el cambio en mí, porque llegó a preguntarme si me sentía bien. Puse una sonrisa de ocasión y traté de seguir adelante con la charla. A los cinco minutos, le pedí permiso y fui al baño. Oriné, me lavé las manos y luego me quedé parado frente al espejo luminoso, mirándome. Vaya a saber por qué me vino a la memoria aquel cuento del gatito que acompañaba a los gatos más grandes a tener sexo con las gatitas en la plaza.
-Ya me estoy cansando de lijar- le dije al del espejo- Lijo una vueltita más y me voy.

Un rato después nos despedimos. Doble en la esquina y una luna enorme apareció frente a mí.. Me pregunté si había alguna palabra nueva para decir "caminar solo" y siguiendo la luna fui encontrando el camino de mi casa.