¿Cuáles fueron las escenas de garantismo misógino que dejó ver el femicidio de Micaela García a las que alude Ileana Arduino en la nota “Ni machos ni fachos”, que escribió para Anfibia? Luego de cuestionar las “generalizaciones que niegan la heterogeneidad vital del movimiento (feminista) y empobrecen la discusión”, la autora efectúa su propia generalización estableciendo dos etiquetas: el garantismo misógino y el manodurismo clásico.
¡Ay del garantismo! No sólo la criminología mediática arremete sistemáticamente contra cualquier expresión de defensa de las garantías constitucionales o de imposición de límites al poder punitivo. Ahora también le toca que se le impute misoginia y ni siquiera puede aspirar al reconocimiento de un cierto clasicismo que en cambio la autora si concede a los apologistas de la mano dura.
“Desde su creación hace 800 años, el sistema penal en el mundo es misógino ya que su función ha sido reforzar la discriminación contra las mujeres”. La afirmación pertenece a Raúl Zaffaroni, quien ha conceptualizado la lógica del derecho penal del enemigo para mostrarnos, luego de analizar en detalle la vindicación inquisitoria, que la estructura discursiva de legitimación del poder punitivo se mantiene sin grandes cambios hasta el presente. Cabe preguntarse entonces, si la misoginia es inherente al patriarcado y a la persecución punitiva desde la quema de brujas hasta la criminología mediática, ¿por qué, para la autora, el manodurismo destaca por clásico y el garantismo por misógino? Difícil explicarlo, pues en su nota estas afirmaciones funcionan como postulados a cuya fundamentación práctica no intenta aportar demasiados elementos.
Nos habla de un movimiento de pinzas, que tiene de un lado al garantismo misógino y del otro al manodurismo. Pero claro, los movimientos de pinzas suelen tener una coordinación, un mando articulado. ¿Es lo que sucede con garantistas y manoduristas?
Como no explicita algunos debates que podrían darle sustento a sus asertos, viene al caso mencionar que existen cuestiones en que han existido posturas diferentes entre referentes del garantismo y reclamos feministas. Así, por ejemplo, en los alcances de la tipificación del femicidio. Pero esas diferencias no deberían hacernos perder de vista que, si el problema es el patriarcado y el carácter esencialmente misógino del sistema penal, el feminismo está llamado a ser garantista y el garantismo a ser feminista. Ambos necesitan fortalecerse desde la conciencia que el debate y la lucha no se agotan en los alcances del sistema punitivo.
La autora reclama respuestas ya y se pregunta “transformaciones para cuando”. Realiza un conjunto de preguntas muy pertinentes a las que seguramente se podrían sumar algunas otras. Pero, nobleza obliga, si pensamos en nuestras asignaturas pendientes, comencemos señalando que, en doce años de innegables avances en la lucha por las reivindicaciones de género, muchas de esas preguntas fueron ignoradas o no tuvieron respuestas suficientes durante nuestro gobierno.
De eso también hablaban compañeras como Micaela cuando pedían "ir por lo que falta". En su militancia, como en la de miles de personas, la lucha contra la violencia de género, contra la violencia institucional, en defensa de la educación pública, contra los tarifazos y los despidos o por techo, tierra y trabajo, están integradas sin relegar a un plano secundario a ninguna de ellas. En el barrio, en el trabajo o en la escuela, los problemas requieren una perspectiva integral que trascienda las etiquetas y que debe tener al feminismo como una característica esencial para enfrentar no sólo al machismo inherente a la estructura de dominación patriarcal, sino también a las diversas formas en que solemos reproducirlo en nuestras prácticas cotidianas.
Etiquetarnos menos y comprendernos más nos ayudará a construir una conciencia más cierta de los desafíos que compartimos.