El cazador enmascarado
da dos saltos breves, rodea la rama del garbancillo y se cuelga cabeza abajo
mirando hacia el racimo de drupas para atrapar una pequeña araña de un disparo
certero de su pico, sin dejar huellas en la fruta amarilla. No es un héroe
solitario. Él recorre los árboles y arbustos pequeños de la reserva con su
compañera, que es un poco menos azulada y prefiere no llevar antifaz.
-¡Mirá, mirá!-
dice el caminante del sendero a la muchacha que lo acompaña.
-¿Qué?
-Ahí, entre
las ramas. ¡Una tacuarita!
-Una
ratonerita.
-No, no son
iguales. La tacuarita es azulada. ¡Y tiene un antifaz!
¿Sabrá el
piojillo saltarín que lo llaman tacuarita azul? Los perros callejeros o los de
los pueblos de mar tienen el sencillo don de responder a varios nombres y darse
por aludidos ante voces tan diversas como “Tronco”, “Colita” o “Pirata”.
Tacuarita ve a las personas, convive con ellas en varios países del continente
pero fluye con despreocupación por las voces humanas . ¿Sabrá que algunos lo confunden
con la pequeña ratonerita? ¿Y qué de su nombre científico, polioptila caerulea? Aunque
está armado con dos idiomas, es sencillo. En griego,:polios es gris, ptilon,
plumaje. En latín, caeruleus es azul.
Una perlita gris azulada. Su nombre en inglés rescata la intrepidez de su
destreza: Blue Masked gnatcatcher: cazador
de mosquitos enmascarado.
La tacuarita
sigue saltando de rama en rama mientras el caminante y la muchacha procuran
enfocarla con sus celulares. Él intenta un pequeño video. Ella le dispara fotos
sin parar. Aparece y reaparece entre las hojas y las ramas y declina en azules
y grises los haces y las sombras.
-Mirá, en
esa horqueta.
-¿Avispas?
-¡No! Aquel
otro es un nido de avispas- dice volviéndose y señalando la
cumbre de un árbol del otro lado del camino.
-¿Y éste?
-¿Y éste?
-Esa tacita
es el nido de las tacuaras.
Termina de
decirlo y la hembra se posa sobre el nido, como si hubiera advertido que la
muchacha no estaba convencida del todo. Luego se mete y de a ratos asoma la cabecita inquieta.
Es el hogar
que construyó la pareja de albañiles de los líquenes al inicio de la primavera.
Trabajaron juntos, procurándose fibras,
plumitas, musgos, ootecas, trozos de corteza y pequeñas cerdas que hilvanaron
con telas de araña y recubrieron y decoraron con líquenes. Se turnaban: cuando uno
edificaba desde el hueco, el otro partía en un pequeño vuelo a buscar materiales.
Cuando el enmascarado retornaba, la compañera le dejaba el lugar y hacía su
pequeña búsqueda. Cuatro centímetros de profundidad y seis de diámetro fueron
suficientes para ellos y los tres huevitos verdosos con pintitas castañas.
Fue un nido
con suerte. Si alguien los hubiera molestado, lo habrían dejado para construir
otro con rapidez. Pero no fue necesario. Allí nacieron sus pichones, sin
plumas, el paladar amarillento y los ojos cerrados. Les
llevaban de comer insectos y pequeñas mariposas, hasta que un día, luego de
estirar las alas y arreglarse las plumas, se pararon al borde del nido y se
decidieron a volar.
El caminante
y su compañera se sientan en el banco de un mirador y se muestran las fotos y el
video.
-Esperá -dice ella. Presiona con las uñas en su entrecejo hasta quitarle un pequeño
punto negro.
-¡Duele! -protesta él sonriendo.
-No
exageres.
Le frota el pulgar por la piel como si tuviera la magia de quitarle la mácula. Luego le acaricia la sien y se besan.
Le frota el pulgar por la piel como si tuviera la magia de quitarle la mácula. Luego le acaricia la sien y se besan.
En el nido,
el enmascarado se entretiene quitando pequeños piojitos del cuello de su
compañera. Detrás, en el bañado, tres coipos retozan en el agua espesa. El frío
de la mañana ya se ha esfumado y por un instante parece imposible que alguien
esté triste en la tibieza de esa tarde de otoño.
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