"...No me parece recordar sino vivir la noche aquella de su muerte. No se me ha vuelto pasado. La sigo viviendo de presente. La contemplo a ella al vivo. De espaldas en el lecho. Serena. Respirando cada vez más espaciada pero más profundamente. La veo emitir el postrer aliento. Sin un solo estertor. Sin un solo estremecimiento. La veo quedarse inmóvil. Su rostro refleja serena beatitud. O acaso, asombro al comprender, en los umbrales de la eternidad, el don inmenso que Dios le hizo en vida al elegirla para servir sin medida a los humildes y para sufrir, asimismo sin medida, padecimientos que jamás se sabrán en este mundo".
Son palabras que, 33 años después de la muerte de Evita, eligió el padre Hernán Benítez para relatar aquel momento. Lo hizo en 1985 en una carta dirigida a Blanca Duarte, hermana de Eva, en la que se atreve a llamarla "querida hermana", porque "hemos llorados a unos mismos muertos queridos y padecido unos mismos sufrimientos".
Desde ese lugar elige escribirle, conciente que esa carta muy probablemente salga de la intimidad entre remitente y destinatario y sea leída y releída por muchísimas personas. Tan conciente que, aún cuando Blanca negara haberla recibido, él se ocuparía tiempo después de entregársela a la escritora Marta Cichero pidiendo que la difundiera.
EL SECRETO
En el texto nos habla del "secreto de Evita" como piedra angular de su gesta, como motor que la potenció para "servir sin medida a los más humildes".
No pretendo en estas líneas desentrañar esa sensación de goce que parecía sentir el cura al preguntarle a la propia Marta Cichero o a otras personas cuál imaginaban que era ese secreto que Eva le había confiado, sin luego dar pista alguna de la respuesta (si me permiten la disgresión, al estilo de "Jorge Suspenso", personaje de Diego Capusotto).
Imagino que no fue poca cosa para una persona que eligió el sacerdocio y que percibió tanta similitud entre el peronismo y el primer cristianismo, ser confesor de Eva y saber de su viva voz aquello que pudo haber potenciado hasta lo impensado su ánimo.
Pero más allá de disfrutar, en sus años ancianos, del módico protagonismo que esa posición pudiera darle, más que el dato oculto en sí, lo que Hernán Benítez procura establecer en la carta es el rol decisivo de los sufrimientos secretos.
"Quien camina en esta vida a la luz del Evangelio llegará a la eternidad con su carga ineludible de secretos sufrimientos", escribe, recordando que "los anales de la Iglesia están llenos de seres insignos por su capacidad de sufrimiento y por su capacidad de secreto".
Se detiene en el ejemplo de San Pablo:
"llevo en mi carne un aguijón que me abofetea, como clavado en ella por el mismísimo demonio" (2 Cor. 12, 7), para señalarlo como un enigma sin develar al cabo de dos mil años. "Fue pillería en él alzar la punta del velo del misterio para que se soltaran los intérpretes a desenmadejar el ovillo, enmarañando más la cosa. ¡Cómo se divertirá él oyéndolos desde lo cielos! Y si esta carta cayera algún día en manos de los biógrafos o de los historiadores de Eva Perón, ¡lo que no inventarán éstos para descifrar su secreto sufrimiento!"
Si en esa afirmación parece solazarse en ese aspecto del secreto, es al citar a Teresa de Lisieux donde pone la cuestión en justo término: "El sufrimiento más insufrible sería para mí no sufrir." Establece que lo peor que puede sucedernos es rechazar el dolor para quedar abandonados a los placeres de este mundo convertidos en cielo. Valiosa reflexión de esa carta de 1985, para el presente, en esta sociedad de consumo en que se exacerba el hedonismo promoviendo la satisfacción inmediata de necesidades que nos brindan placeres cada vez más efímeros. Al fin y al cabo, la ilusoria negación del dolor es la antipolítica, procurando adormecerlo o suprimirlo como aguijón que nos estimula a la lucha para rebelarnos ante la evidencia de lo injusto.
Lo importante no es entonces develar el secreto, sino comprender la naturaleza de ese sufrimiento y la fuerza transformadora conque desde su propia historia se proyectó Eva.
EL MISTERIO
Hernán Benítez recuerda que, sentado junto al cadáver de Eva, sintió "sin la menor vacilación que la historia le haría justicia", que "algún día el mundo reconocería la pasión casi sobrehumana, y por cierto carisma de Dios, con que ella había servido a los necesitados, inmolándose entera".
Sin embargo, confiesa que "estaba convencido que el reconocimiento histórico tardaría años, muchos años. No lo contemplaríamos nosotros por descontado. Su nombre para imponerse debía atravesar barreras de prejuicios inveterados, de enconos, de infamias... ¡Qué error el mío! No se me cruzó por las mientes que pudiera entrar en las trazas de Dios (...) no con la baba de los adulones, sino con la bilis de los calumniadores. Esta técnica divina despistante y enigmática la llamé "el misterio de Eva Perón."
Secreto y misterio. El sufrimiento como motor de la gesta conmovedora de Eva. El odio como desmesura del egoísmo que sólo consigue destacar, extender e inmortalizar su grandeza.
"Terminado el responso, me acerqué al General, lo tomé por la cintura y lo acerqué a la cabecera deslizándole al oído, como si fuera parte de la liturgia: -Bésela en la frente. -La besó, regando de lágrimas el rostro de la esposa. Tras él, todos los presentes la besamos".
Desde aquel 26 de julio de 1952, Hernán Benítez recién volvió a comunicarse con Perón a través de una carta que le escribió el 20 de setiembre de 1956:
"Hemos llevado a otros países la libertad social de los trabajadores como hace 150 años llevamos la libertad política. Entonces las banderas de liberación las pasearon nuestros soldados. Hoy las pasean nuestros exiliados. El mismo destino y la misma vocación entonces y ahora. Dios quiera que todos los peronistas de la Diáspora se hagan dignos de su grandioso destino. He escrito mil veces que la obra de redención social no la haremos sino por íntimo toque de corazón a corazón, y más con nuestro renunciamiento y ejemplo de austeridad de vida que con medios materiales. Es la nuestra una suerte pareja a la del cristianismo en sus primeros tiempos".
Imposible que así fuera sin Eva, el ave que vuela y no muere.
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