“Empecinado, busca lo sublime en lo cotidiano” .
J.M. Serrat
Convocar una conferencia de prensa para… ¿convocar una conferencia de prensa? ¿Cuál fue el para qué de la conferencia de prensa en Olivos? Descartemos de antemano una razón meneada en la previa por algunos medios: no fue una conferencia de prensa para hacer anuncios ni para ofrecer novedades.
Entonces, ¿qué?
Una respuesta posible es “para mostrar un gesto distinto en la comunicación con los medios y con la sociedad”. El propio Clarín resaltó el tono distendido.
Otra: disputarle el minuto a minuto o las primeras planas al acto de la Rural. Sí así fue, tuvo más tino que el acto en la Plaza de los dos Congresos.
Si ambas razones pesaron, tenemos una mezcla de acción y reacción. Un nuevo gesto, en un momento oportuno para no quedar en silencio frente al ataque desde la Rural.
Otra más: para reafirmar no sólo el rumbo, sino la identidad política del proyecto presidencial, incluso más allá de lo que muchos adherentes al gobierno creen necesario. No nos imponen la agenda, no nos arrancan renuncias, no es tan mentira la mentira del INDEC, no nos arrepentimos de haber dado el debate por las retenciones, reafirmamos la lucha por la redistribución, seguimos construyendo la agenda del bicentenario. Metamensaje: estamos de pie y van a necesitar mucho más que esto para arriarnos.
Juntemos las tres: una actitud diferente para comunicar, no ceder el centro de la escena, reafirmar el camino y la identidad hasta el límite del empecinamiento.
¿Está mal? No necesariamente. Más de una vez hubo que reconocer mérito a ese empecinamiento de los Kirchner (ante los militares, con la deuda externa o frente al duhaldismo, para citar tres ejemplos). Resulta difícil imaginar que una causa justa pueda abrazarse con éxito sin una buena dosis de empecinamiento. El problema es cuando nos empecinamos en un mal atajo o en una mentira –aun cuando una razón supuestamente altruista subyaga a esa mentira o sea la excusa del mal atajo-. Ahí el empecinamiento nos desfigura y empieza a proyectar sombras sobre todo lo que hacemos.
Ayer nomás, Pasquini Durán pasaba revista a una agenda de gobierno cuyos temas “carecen del glamour de un conflicto, así no sea tan áspero como el cuatrimestre “del campo”, pero tienen la virtud de ser parte de la agenda de un país “normal”, lo cual no es sinónimo de bucólico o adormecido, que no está libre de conflictos y protestas, como las de Córdoba, que tiene una vida política intensa y hasta atormentada por sus pujas y competencias en busca del apoyo ciudadano, pero que sostiene en el subibaja de sus pleitos la libertad y la democracia como un valor compartido y estable”. Entonces, ¿para qué nublar esa agenda con el caro precio de sostener índices que no son verdad y malos atajos como permitirle a quien debe controlar la suba de precios que meta el dedo en los mecanismos que, en definitiva, miden el acierto o el fracaso de su tarea? ¿Quién dijo que desandar esos empecinamientos es muestra de debilidad? Antes de Juan Martín Diez, el empecinado que retrataran Goya y Machado, esa palabra no significaba lo que ahora significa. Tan testarudo estuvo el tal Diez en luchar contra la invasión napoleónica y en defender la Constitución de 1812 contra Fernando VII, que su pecina tiñó a su testadurez y su testadurez a su pecina hasta que la palabra empecinado nació. Como se ve, para que naciera hizo falta una buena razón. El empecinado no hubiera sido tal si se hubiera puesto a insistir caprichosamente en lo falso o en lo vano.
J.M. Serrat
Convocar una conferencia de prensa para… ¿convocar una conferencia de prensa? ¿Cuál fue el para qué de la conferencia de prensa en Olivos? Descartemos de antemano una razón meneada en la previa por algunos medios: no fue una conferencia de prensa para hacer anuncios ni para ofrecer novedades.
Entonces, ¿qué?
Una respuesta posible es “para mostrar un gesto distinto en la comunicación con los medios y con la sociedad”. El propio Clarín resaltó el tono distendido.
Otra: disputarle el minuto a minuto o las primeras planas al acto de la Rural. Sí así fue, tuvo más tino que el acto en la Plaza de los dos Congresos.
Si ambas razones pesaron, tenemos una mezcla de acción y reacción. Un nuevo gesto, en un momento oportuno para no quedar en silencio frente al ataque desde la Rural.
Otra más: para reafirmar no sólo el rumbo, sino la identidad política del proyecto presidencial, incluso más allá de lo que muchos adherentes al gobierno creen necesario. No nos imponen la agenda, no nos arrancan renuncias, no es tan mentira la mentira del INDEC, no nos arrepentimos de haber dado el debate por las retenciones, reafirmamos la lucha por la redistribución, seguimos construyendo la agenda del bicentenario. Metamensaje: estamos de pie y van a necesitar mucho más que esto para arriarnos.
Juntemos las tres: una actitud diferente para comunicar, no ceder el centro de la escena, reafirmar el camino y la identidad hasta el límite del empecinamiento.
¿Está mal? No necesariamente. Más de una vez hubo que reconocer mérito a ese empecinamiento de los Kirchner (ante los militares, con la deuda externa o frente al duhaldismo, para citar tres ejemplos). Resulta difícil imaginar que una causa justa pueda abrazarse con éxito sin una buena dosis de empecinamiento. El problema es cuando nos empecinamos en un mal atajo o en una mentira –aun cuando una razón supuestamente altruista subyaga a esa mentira o sea la excusa del mal atajo-. Ahí el empecinamiento nos desfigura y empieza a proyectar sombras sobre todo lo que hacemos.
Ayer nomás, Pasquini Durán pasaba revista a una agenda de gobierno cuyos temas “carecen del glamour de un conflicto, así no sea tan áspero como el cuatrimestre “del campo”, pero tienen la virtud de ser parte de la agenda de un país “normal”, lo cual no es sinónimo de bucólico o adormecido, que no está libre de conflictos y protestas, como las de Córdoba, que tiene una vida política intensa y hasta atormentada por sus pujas y competencias en busca del apoyo ciudadano, pero que sostiene en el subibaja de sus pleitos la libertad y la democracia como un valor compartido y estable”. Entonces, ¿para qué nublar esa agenda con el caro precio de sostener índices que no son verdad y malos atajos como permitirle a quien debe controlar la suba de precios que meta el dedo en los mecanismos que, en definitiva, miden el acierto o el fracaso de su tarea? ¿Quién dijo que desandar esos empecinamientos es muestra de debilidad? Antes de Juan Martín Diez, el empecinado que retrataran Goya y Machado, esa palabra no significaba lo que ahora significa. Tan testarudo estuvo el tal Diez en luchar contra la invasión napoleónica y en defender la Constitución de 1812 contra Fernando VII, que su pecina tiñó a su testadurez y su testadurez a su pecina hasta que la palabra empecinado nació. Como se ve, para que naciera hizo falta una buena razón. El empecinado no hubiera sido tal si se hubiera puesto a insistir caprichosamente en lo falso o en lo vano.
*Imagen: El empecinado, de Goya.
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