Las crónicas deportivas también sirven para hilvanar el relato de la historia. La noche del 23 de marzo de 1976 Héctor Cámpora escapó por la puerta trasera de su casa de San Andrés de Giles. El relato televisivo del partido que disputaban River y Portuguesa por Copa Libertadores le sirvió de cortina sonora para que sus custodios no percibieran la huida.
Al día siguiente, el 24 de marzo, el único espectáculo cuya transmisión fue autorizada por la Junta Militar fue el partido que disputaron Polonia-Argentina en la gira Europea de la Selección. El equipo de Menotti empezaría a encontrar el rumbo futbolístico el mismo día que el país lo perdió. Cámpora terminó exiliándose en la embajada de México. En un breve lapso, pasó de ser presidente y acompañar a Perón en su retorno a ser expulsado del Partido Justicialista en 1975 y terminar exiliado en una embajada en su propio país luego de esquivar milagrosamente la detención o la muerte a mano de los golpistas.
A continuación, un fragmento de mi novela "24/3/76,Historia de un día" que evoca aquella huida de la noche del 23.
"Lali salió otra vez a la ruta mientras don Héctor se preparaba en su dormitorio. Luego de hacer las valijas, se quedó frente al jardín mirando el atardecer hasta que lo esfumó la penumbra. Se levantó con las piernas entumecidas, fue a la cocina y encendió la radio para escuchar algo de música, pero se encontró con la voz de Alende dando un mensaje desesperado.
Apagó la radio y terminó de oírlo por televisión. “Bien distinto al del Chino”, pensó. Luego empezó la transmisión de River-Portuguesa y su chofer se sentó a su lado. Al rato se asomó uno de los agentes, que espió unos minutos el partido y se alejó en un bostezo.
–Tanto no –dijo don Héctor y giró la perilla cinco minutos hacia la izquierda mientras veía rodar al diez de Portuguesa tras un cruce de Mostaza Merlo. Moya había subido el volumen y la voz del relator parecía más sola en el silencio mientras paseaba anodina entre apellidos y apodos de jugadores.
El compañero de Moya se les sumó con las valijas que habían preparado un rato antes. Lali volvió con malas noticias. No había podido contactarse con el Gordo. Pero don Héctor coincidió en que tenían que irse igual.
–Yo sabía que alguna vez la salida trasera iba a servir para algo –afirmó sobre su primera sonrisa del día.
–¿Y adónde vamos?
–A lo del Gordo, y que Dios decida. Lali, vos andá primero por adelante y esperanos en la ruta.
Moya y su compañero cargaron las valijas en el baúl del Fairlane azul y don Héctor se quedó mirándolos en la entradadel garaje.
–¿Qué pasa? –preguntó Moya sorprendido.
–Nada, que tenías razón en subir tanto el volumen. Esa cortina hace un ruido infernal.
–Vaya hasta la tele que yo la levanto. Oiga una cosa...
–¿Qué?
–¿Para qué se puso esos anteojos?
–Porque son oscuros. Nos estamos escapando, ¿no?
–Todo el país lo vio con esos lentes.
–Y con esta camisa. Tenés razón. Me estoy poniendo viejo. Esperá que me la cambio.
–Ya está, deje. Con sacarse los lentes alcanza.
La noche estaba allí, tendida inmóvil sobre la calle Avellaneda. El Fairlane salió intentando no importunarla y antes de llegar a la esquina se pegó al cordón para no molestar a un perro flaco que dormía en medio de la calle".
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