"¡No te
adelantes, Juana!”
El pedido es en vano.
Descendemos por una angosta pasarela en medio de la selva subtropical y Juana
se filtra veloz entre la multitud de piernas hacia el puente de un río
pantanoso. Miro adelante y cuando veo su cabeza llegando al puente intento llamarla.
Vuelve la cabeza, me lanza una mirada furtiva y se zambulle hacia la izquierda del puente.
Trato de apurarme pero las personas que tengo delante me impiden avanzar más
rápido.
Me tranquilizo por un
instante cuando la veo salir del agua, pero de inmediato se zambulle hacia el
otro lado del puente. La angustia se convierte en desesperación, porque de ese
lado, sobre un camalote, descansa un yacaré enorme.
"¡Juana!",
intento gritar, pero no consigo oír mi voz. El yacaré se desliza hacia el agua
y hace piruetas con Juana como si fueran dos delfines. Entonces aparecen otros
dos yacarés más pequeños. Juana se lanza buceando por debajo de ellos hacia la
orilla y el grande la sigue. Veo borbotones grises. Luego el agua se calma. Los
yacarés vuelven a la quietud, pero Juana
no aparece entre las aguas turbias. Los turistas siguen caminando y
tomándose fotos como si nada hubiera sucedido. Suena una alarma. Me despierto
sobresaltado en la oscuridad.
-¡Era un sueño!
Esta vez sí me oigo.
Estoy sentado sobre la cama de mi habitación de hotel y aunque sé que Juana
duerme en casa, tengo un nudo en el pecho.
Cuando desperté ella no
había salido de abajo del agua y me doy cuenta que no volveré a encontrar la
calma si no consigo volver al sueño. Voy al baño, hago pis,
apago las luces y me acuesto otra vez. Me pregunto si podré lograrlo. Me tapo, me acuesto de costado y pongo las manos abiertas entre las
piernas como suele hacerlo Juanita cuando se duerme.
Unos minutos
después, estoy de vuelta en la selva.
Veo a un hombre alto y calvo parado junto al puente. Me mira extrañado cuando
le hablo y me pide en inglés que le tome una foto junto a su compañera. Nadie
parece haber registrado lo sucedido con Juana.
Sobre el camalote, el yacaré grande descansa. No veo sangre en
su boca ni en el agua.
"¿Qué estamos
esperando?", dice una voz a mis espaldas.
Me vuelvo hacia ella. Es Juana.
Está sonriente y empapada.
"¿Cómo saliste del
agua?"
"¿No sabés que me encanta bucear? Nadé por abajo
hasta el otro lado del puente. Y vos,
¿dónde te habías metido?".
Me arrodillo y la
abrazo.
"Estaba buscándote”
"Bueno papi. No me
retes que aquí estoy. ¿Falta mucho para ver que veamos las Cataratas?"
"No, dale, sigamos caminando. Pero escúchame una
cosa..."
"¿Qué?"
"¡Ni se te ocurra
zambullirte, en las Cataratas, porque te matás!"
"Ay, papi, ¿pensás que estoy loca?"
"No, para nada"-
Sobre el camalote, el
yacaré abre su boca gigante en un bostezo. Juana lo imita y se ríe. Una
mariposa se posa sobre su hombro. Intento tomarle una foto pero se vuela.
Seguimos caminando. Faltan más de 500 metros para llegar al mirador. Por si acaso, empiezo a hacer fuerza
para despertarme.
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