El próximo poema que escriba
tendrá una mujer sentada en una silla
en la vereda de una plaza casi vacía
detrás de sus caballetes, su tabla y sus prendas,
con una pareja de pibes que se ratearon
besándose a sus espaldas al costado de la canchita del Obrero
tres minutos antes que me vendiera
los jeans azules que ahora llevo puestos
sentado en la cocina frente a la tele apagada
en la mañana de domingo lluviosa y fría
mientras escribo estas líneas y deja de ser
el próximo poema que escriba.
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