miércoles, 27 de diciembre de 2017

NATAL


Amanezco en una casa vacía y no logro recordar quién soy. Me visto con las bermudas y la remera tiradas junto a la cama, me calzo las zapatillas y camino apurado al baño para orinar. Sé dónde está el baño, por qué escalera bajar para sentarme un rato en la cocina, reconozco las plantas del jardín, la chimenea dominada por las calandrias vigías de las casa vecina y los árboles que sobreviven al avance del cemento en el pulmón de manzana. Conozco las llaves de cada puerta y salgo a la calle para mirar la ciudad desde mi vereda. Casi no pasan autos por la Avenida. Sé que es lunes de Navidad. Me vuelvo y veo la bicicleta en el jardín delantero de la casa. La monto y comienzo a pedalear.
Pienso en un hombre joven que cruza el océano en barco y al llegar a tierra, siente que todos sus recuerdos se han esfumado y que debe iniciar una nueva vida. Así de sencillo. Nada trae en su alforja. No tiene una historia para contar. Sin embargo, sabe como caminar, habla un idioma y detesta las verduras en la sopa. Algunas cosas no se olvidan nunca. Como andar en bicicleta.
Cintas delgadas enredadas en el pasto de una vereda descuidada se mecen con el viento. Busco pero no encuentro las carcazas de plástico. Son cintas de cassettes. Llegando a la esquina, encuentro otra atada a una pequeña rama. Fue el niño. El me contó que antes la música se escuchaba en esas cintas, me describió las cassettes y me habló de unas más anchas en las que se filmaban películas. Lo había aprendido un poco en la escuela y otro poco en Internet. Mientras me enseñaba como una reliquia del pasado lejano algo que había pertenecido a mi presente, ataba una de las cintas a la rama y corría agitándola bajo el sol.
Natal. Esa es otra forma de decir Navidad. Aprendí esa palabra en tiempos de cassettes. Pedaleo y recuerdo a la muchacha que me la dijo sonriendo. Su nombre era Viviane. Fue en otro país al que llegué luego de un viaje de más de un día en ómnibus. Aquella vez no sentí que perdía la memoria ni que me despojaba de mi pasado. Descubrí nuevos olores, estuve con personas que respiraban distinto la música y el mar y me abarroté con torpeza de muchas otras palabras y gestos de ese nuevo idioma. Pero fue la muchacha de la Rua Santa Catarina quien me hizo sentir que mi vida ya no sería la misma. “Ainda somos os mesmos e vivemos”. Palabras que enciende una cinta de cassette volando al viento un lunes de Natal.
Dando la vuelta a la manzana, doblo en una calle tranquila. Sobre el asfalto y la vereda, a la sombra de los árboles, medio centenar de palomas comparten su ronda. ¿Advierten que es un día distinto? Alzo la rama en alto con una mano mientras guío con la otra y paso en medio de las aves que levantan vuelo. Soy un cometa a pedal con una estela de plástico magnetizado que se mece entre aleteos apurados. Giro en la esquina y vuelvo a girar en la que sigue hasta volver a la cuadra en la que inicié la marcha. Me detengo frente a la casa en que amanecí y me quedo mirando hacia el cielo el nido que una pareja de horneros edificó en la punta de un palo de luz. El chingolo que canta posado en uno de los cables se marcha cuando ve llegar al hornero, que se asoma a la entrada del nido, hurga en su interior, se para sobre el techo, se queda unos pocos segundos en silencio y luego extiende la cola, agita levemente las alas y estira el cuello hacia el cielo soltando el trino repentino de su ki ki ki metálico. Su pareja lo acompaña con notas punzantes desde dentro del nido. Miro boquiabierto hacia la punta del palo cuando el niño pasa raudo a mi lado en su bicicleta, me quita el palo de la mano y pedalea hasta la esquina mientras agita su serpentina.
-¿Dónde la encontraste?- me pregunta luego de parar su bicicleta frente a la mía.
-Allá, entre el pasto.
-¿Vamos en bici hasta el Parque, papi?
-Vamos.
-Esperá que traigo la pelota de básquet.
-Dale.
“Papi”, pienso y sonrío mientras espero. Sale de la casa, pone la pelota en el canasto de mi bicicleta e inicia la marcha. Lo sigo. Será mejor dejarme llevar por mi nueva vida.

domingo, 5 de noviembre de 2017

PERDIDOS EN EL BOSQUE


-I-

-¿Podemos juntar piñas en el bosque?
-Estamos apurados.
-¡Dale, papi! Unas pocas, ahí...
-Bueno, pero un ratito y cerca. No se alejen de mi vista.
-¡Gracias! ¡Sos el mejor! ¿Vamos Feli?
-Esperá. -Terminó de pelar una rama larga y fue junto a su hermana caminando sobre la hojarasca rala.
-Ahí tenés varias.
-No, Feli. Busco de las más chiquitas.
-¿Y para qué?
-Para pintarlas y regalárselas a mis amigas.
Felipe la miró mordiéndose el labio inferior y siguieron. Junto al camino,  su padre intentaba encontrar señal para enviar una foto por whatsapp.
-Acá hay una -dijo Juana y la guardó en su mochila. ¿Son raras, no?
-¿Éstas sirven?
-Sí Feli, buenísimas. Allá hay más.
-Cuidado, Juana, no nos alejemos.
-Pero si es ahí nomás.



-II-

Cuando sacó la vista del celular se dio cuenta que  había oscurecido. Aún no eran las cuatro de la tarde y de un momento a otro el cielo se calzó una armadura inexpugnable para el sol. El día se hizo noche y comenzó a soplar un viento adolescente que presagiaba la explosión de una tormenta.
"¡Los chicos!", recordó maldiciendo al teléfono que tenía apretado en su mano. Giró hacia el lugar por el que se habían alejado para llamarlos.
-¡Juana, Felipe!- gritó. No los veía ni le respondieron. Se internó en el bosque y siguió llamándolos. Primero caminaba mirando hacia todos lados. Cuando empezó la lluvia sintió el impulso de correr.


-III-

-Son gigantes- dijo Felipe parado junto a unos hongos blancos que le llegaban hasta la rodilla.
-Vamos, Felipe, tengo miedo- respondió Juana al advertir que en unos segundos el bosque quedó sumido en la oscuridad.
-¡No puede ser!- dijo Felipe mirando su reloj. Apenas son las 15.52. No puede estar anocheciendo.
-Volvamos con papi- le pidió su hermana  y comenzó a caminar.
-¡No es para ahí, Juana!
-¿Cómo que no? ¿Y para dónde es entonces?
-No sé, no estoy muy seguro.
Juana lo miró con sus ojos grandes y sacudió los brazos protestando cuando estalló la lluvia. Comenzaron a correr y atinaron a protegerse apretándose contra un hueco  del más grande de los árboles. Pero ya estaban empapados.
-Nunca había visto llover así- dijo Felipe y tomó a su hermana de la mano. Ella y el cielo no podían parar de llorar.
Cuando la lluvia cesó y retornó la luz, Juana y Felipe estaban sentados contra el árbol abrazados y tiritando de frío.
-Tenemos que salir del bosque antes que anochezca. -Trató de ubicar un haz de sol.
-¿Ves? -dijo parado en puntas de pie volviendo por el recorrido de la luz con la palma de su mano- La luz viene de allá. ¿Dónde se oculta el sol?
-En el horizonte.
-¡Pero en qué punto cardinal!
-¡Yo qué sé!
-Al Oeste, Juana, al Oeste. Mirá -dijo cortando una ramita y poniéndose en cuclillas sobre el suelo- Ves, el sol está ocultándose hacia allá.  O sea que aquí está el Este, arriba el Norte y abajo el Sur.
-¿Y eso para que nos sirve?
-Para orientarnos, para no caminar sin rumbo.
-¿Y para dónde tememos que ir?
-La ruta corre de Norte a Sur y hacía el Oeste está la cordillera...
--¡Y Chile!
-Claro. Así que vayamos hacia el este.
-¡Pero la ruta cambia de rumbo, tiene muchas curvas!
-Tarde o temprano la vamos a cruzar.
-Esto de perseguir rayos de sol no sirve para nada- dijo Juana borrando con las zapatillas el dibujo del suelo. -¡Papi!- gritó una y otra vez. Pero no hubo respuesta. Luego del último grito estalló en llanto.
-Caminemos,  Juana- le dijo Felipe acariciándole la congoja. Por un instante se quedaron parados en silencio.
-¡Esperá!- se encendió ella como bengala. Metió la mano en un bolsillo de la mochila y luego la extendió hacia su hermano. -Tomá. Acá tenés tus puntos cardinales.
-¡Mi brújula!-  exclamó Felipe con asombro - ¡Yo sabía que vos me la habías robado!
-Dale. No te quejes y caminá.



-IV-

-Son monstruos.
-¿Qué?
-Los árboles. Oscurece y parecen cada vez más grandes y deformes. ¡No vamos a salir nunca de acá!
-Tranquila. La ruta tiene que estar cerca.
-La noche está cerca. Y mi ropa todavía mojada.
-La mía también. Si al menos encontráramos alguien que pudiera ayudarnos…
-¿Cómo quién?
Juana y Felipe se miraron. Ninguno de los dos había hecho esa última pregunta.
-¿Quién habló?- preguntó Juana con risa nerviosa.
-Conozco esa voz- afirmó Felipe con seriedad detectivesca.- Es decir, creo que la reconozco. Dame tu mochila.
-¿Es que nadie va a ayudarme a salir de aquí?- protestó la voz.
Felipe deslizó el cierre y Gecko asomó su cabeza desde adentro de la mochila.
-¡Hola! ¿En qué lío están metidos?
-¿Qué hacías en mi mochila, lagartija sin cola?- protestó Juana.
-Dormía. Como no me invitaron al viaje, decidí venir por las mías.
-Bueno, ahora estás perdido con nosotros en medio de este bosque.
-¡Hermoso bosque! Permiso... -Gecko bajó y se deslizó por el suelo hasta treparse al lomo de un pehuén imponente. -¡Vengan, acérquense! ¡Abracen este árbol! Lleva cientos de años aquí. Ojalá pudieran sentir su energía como la perciben mis patitas.
Felipe se abrazó al tronco y cerró los ojos. Cuando se apartó, miró hacia arriba conmovido.
-Mentira, no se siente nada- dijo Juanita después de tocarlo. -¡Vamos, que se hace de noche!
-¿Hacia donde caminan?
-Mirá, hacia el oeste- dijo Felipe acercando la brújula a los ojos de Gecko.
-Ah, muy bien…, pero, ¿de qué lado de la ruta bajaron?
-¡Uy!
-¿Qué pasa, Felipe?
-Tiene razón. Estamos alejándonos de la ruta.
-¡Te dije!
-¡Mentira, no me dijiste nada!
-¡Tranquilos! ¡Sólo hay que ir hacia el lado opuesto!
-¡Después de alejarnos casi dos horas!
-Bueno, vamos.
-¿Puedo pedirte que antes hagas algo, Juanita?
-Sí.
-Abrazá otra vez el árbol. Pero con ganas.
Juana apoyó la mejilla sobre la corteza y se quedó abrazada al pehuén. Por unos instantes se olvidó del frío y del miedo.
-Bueno, vamos- dijo Felipe.-
Partieron entre sombras con su nuevo rumbo.



-V-

Había perdido la cuenta de las veces que había ido de la ruta al bosque y del bosque a la ruta. Entraba caminando, gritaba, miraba, buscaba, se internaba entre los árboles y luego volvía corriendo junto al auto por temor a que Juana y Felipe aparecieran en su ausencia. El teléfono seguía sin señal y no quería abandonar el lugar. Cuando sentía el frío húmedo de la ropa en el cuerpo se preguntaba si los niños también estaban empapados. Al acercarse la noche, decidió pedir ayuda. Una 4x4 pasó rauda sin que su conductor hiciera caso de sus señas. Algo similar sucedió con un ómnibus de larga distancia. Luego fueron tres camionetas de gendarmería que cruzaron el ocaso a toda prisa ajenas a su angustia. Miraba ansioso hacia el norte cuando se detuvo a su lado una ciclista que venía en sentido contrario. Por las calzas y el casco la supuso dedicada a las largas travesías. Sólo el canasto de la bicicleta y la perrita negra que Ella lo saludó con una sonrisa y él empezó a pedirle ayuda hablando en inglés.
-Disculpe. Soy del sur, soy argentina.
-¡Ah! ¡Yo también soy argentino! ¡Perdón! ¡Estoy muy nervioso! Mis hijos se internaron en el bosque hace horas y no volvieron. Son chiquitos, tienen nueve y diez años. Deben estar perdidos. ¿Usted podría pedir ayuda?
La perrita ladró varias veces. La muchacha la bajó del canasto. Olió aquí y allá, anduvo unos pasos y orinó junto a la rueda trasera del auto.
-Si voy por ayuda van a tardar en venir, si es que encuentro a alguien. ¿No querés que te ayudemos a buscarlos?



-VI-

Ya era noche. La luna desnudaba en la oscuridad del bosque una multitud de colosos resplandecientes. Tenían frío, cansancio y miedo. Habían desandado gran parte del camino equivocado pero suponían que aún les faltaba un largo trecho para llegar a la ruta.
-No puedo caminar más- se quejó Felipe.
-¡Tenemos que seguir!- protestó Juana. –Si nos quedamos quietos nos vamos a morir de frío.
-¡Paremos un momento!
-¡Uy! ¡Qué pelotudo! –rezongó Juana. Felipe le pegó en el brazo.
-¡Basta!- los retó Gecko – Paremos cinco minutos.
Se sentaron junto al más grande de los árboles que tenían cerca.
-¡Es enorme!
-Parece petrificado.
-Supongo que no me pedirán que lo abrace.
-Tengo sueño.
-Si nos dormimos no nos despertaremos más.
-Si pudiéramos hacer fuego…
-Claro, o prender la calefacción del bosque.
-En serio. Yo vi en You Tube cómo se hace fuego con dos palitos.
-En You Tube. Pero acá no va a funcionar ni va a venir Fernanfloo a rescatarte.
-Si hubiera sol, podríamos prenderlo con una lupa. Pero es de noche. Necesitaríamos fósforos  o un encendedor.
-¿Un encendedor? ¿Cómo los que usa la abuela para sus cigarrillos?
-Claro.
Juanita sacó una cartuchera de la mochila y hurgó dentro de ella hasta que encontró un pequeño encendedor azul.
-¡Eureka! – gritó Gecko. Hagamos una pequeña fogata. ¡Pero no provoquemos un incendio!



-VII-

El resplandor de las llamas develó la primera sonrisa de Juana desde que se perdieron en el bosque. En los veranos de Nueva Atlantis Felipe había aprendido a juntar pinocha y piñas para encender fuego. En la semipenumbra lunar de ese bosque austral, la hojarasca y los piñones que recolectó con Juana le dieron vida a un fuego que luego alimentaron con ramas y un tronco partido que brindarían brazas por un buen rato.
-Los piñones nos salvan como alguna vez salvaron a los mapuches- dijo Gecko parado sobre la mochila de Juana.
-¿Cómo es eso?
-Los mapuches pensaban que las semillas del pehuén eran venenosas. En un invierno muy duro, en que el bosque estaba sepultado por la nieve y no encontraban con qué alimentarse, un anciano se acercó a un joven en el bosque y le sugirió que se alimentaran con los piñones.
 “Los frutos del árbol sagrado son venenosos y Nguenechen, el creador del mundo, prohíbe comerlos. Además, son muy duros”,  contestó el joven.
  “Hijo, a partir de hoy reciban ese alimento como un regalo de Nguenechen”.
El viejo le explicó que a los piñones había que hervirlos en mucha agua o tostarlos al fuego. Apenas terminó de darle las indicaciones, se alejó.
El muchacho buscó los piñones bajo los árboles. Todos los frutos que encontró, los guardó en su manto. Al llegar a la tribu, contó las instrucciones del viejo. El cacique escuchó atentamente, se quedó un rato en silencio y finalmente dijo:
 “Nguenechen ha bajado a la tierra para salvarnos”.
De inmediato, los hirvieron y comieron el dulce fruto salvador.
-¿De dónde sacaste esa historia? – lo increpó Juana.
-La leí en el I Pad.
-¿Y qué sabés si es verdad?
-No lo sé. Pero es una linda historia.
-A ellos los salvó del hambre, a nosotros del frío- afirmó Felipe con vos pastosa. Ya empezaba a ganarlo el sueño.
Juana miró a Gecko desconcertada cuando su hermano se durmió reclinado contra el árbol.
-Lo mejor es que duermas junto a él- le sugirió Gecko. Necesitan descansar. Abrazados y junto al fuego no van a tener frío.
Juana se pegó  a su hermano, dio un par de vueltas incómodas y luego de unos minutos también se durmió.
“Hace mucho frío y el fuego no durará más de una hora”, pensó Gecko. “Necesito conseguir ayuda”. Se bajó de la mochila y se deslizó por la hojarasca perdiéndose por un sendero del bosque.
Cuando volvió, media hora después, el fuego había empezado a declinar cediendo paso al frío. Gecko le hizo una seña a los amigos que había logrado encontrar.
El guanaco y el zorro avanzaron hacia los pequeños y se echaron junto a ellos para brindarles abrigo.



-VIII-

-¿Recordás si habías llegado hasta esta parte del bosque? –preguntó la ciclista.
No, seguro que no. Me internaba en el bosque pero salía corriendo rápido por si aparecían en la ruta. ¿Hacia dónde te parece que sigamos?
-No sé. Creo que hacia allá- dijo señalando con la mano en el bolsillo de su campera.
-Bueno, vamos.
La perrita ladró protestando apenas iniciaron la marcha.
-¿Qué le pasa?
-No sé, parece que quiere que sigamos otro camino.
-Hagamos como en las películas. Mejor vayamos hacia donde quiere ella. Más perdida que yo no va a estar.
La siguieron a paso firme. La luna encendía las canas en la cabeza de la cusquita de mil razas. Avanzaba con decisión por el rumbo que le iba dictando su olfato.
De repente, se detuvo y gimió mirándolos.
-Tranquila- le dijo la muchacha.
El padre de los niños alumbró hacia delante con el  celular.
-Ya que no me sirvió para comunicarme, al menos lo uso de linterna.
Los gemidos se convirtieron en ladridos.
-¡Cuidado!- gritó la muchacha cuando vio aparecer al zorro que se plantó frente a su mascota. La perrita gruñó mostrándole los dientes.
-¡Tranquilos, tranquilos!- gritó una voz aguda tratando de desbaratar la tensión de la escena.
-¿Quién habló?- preguntó la muchacha.
-¡Gecko!- exclamó el hombre sin mirarla. Avanzó alumbrando con su linterna y pasó junto al zorro que lo siguió moviendo la cola. Gecko se deslizó por un tronco imponente invitándolos a mirar detrás. El padre avanzó y se detuvo al ver a Juana y Felipe dormidos junto al pehuén, abrigados por la panza del guanaco. Aun quedaban brazas encendidas en el fuego. Se inclinó junto a ellos sin molestar al guanaco y los acarició.
-¡Papi!- dijo Felipe al despertarse.
Detrás de la muchacha, el zorro y la perrita se olían. Gecko volvió a pararse sobre la mochila. La muchacha compartía la alegría del encuentro sin entender aún quien les había hablado.
-¡Ya va!- protestó Juana cuando su padre insistió en despertarla.

lunes, 17 de julio de 2017

JUANA Y EL YACARÉ


"¡No te adelantes,  Juana!”
El pedido es en vano. Descendemos por una angosta pasarela en medio de la selva subtropical y Juana se filtra veloz entre la multitud de piernas hacia el puente de un río pantanoso. Miro adelante y cuando veo su cabeza llegando al puente intento llamarla. Vuelve la cabeza,  me lanza  una mirada furtiva y  se zambulle hacia la izquierda del puente. Trato de apurarme pero las personas que tengo delante me impiden avanzar más rápido.
Me tranquilizo por un instante cuando la veo salir del agua, pero de inmediato se zambulle hacia el otro lado del puente. La angustia se convierte en desesperación, porque de ese lado, sobre un camalote, descansa un yacaré enorme.
"¡Juana!", intento gritar, pero no consigo oír mi voz. El yacaré se desliza hacia el agua y hace piruetas con Juana como si fueran dos delfines. Entonces aparecen otros dos yacarés más pequeños. Juana se lanza buceando por debajo de ellos hacia la orilla y el grande la sigue. Veo borbotones grises. Luego el agua se calma. Los yacarés  vuelven a la quietud, pero Juana no aparece entre las aguas turbias. Los turistas siguen caminando y tomándose fotos como si nada hubiera sucedido. Suena una alarma. Me despierto sobresaltado en la oscuridad.
-¡Era un sueño!
Esta vez sí me oigo. Estoy sentado sobre la cama de mi habitación de hotel y aunque sé que Juana duerme en casa, tengo un nudo en el pecho.
Cuando desperté ella no había salido de abajo del agua y me doy cuenta que no volveré a encontrar la calma si no consigo volver al sueño. Voy al baño,  hago pis,  apago las luces y me acuesto otra vez. Me pregunto si podré lograrlo. Me tapo, me acuesto de costado y pongo las manos abiertas entre las piernas como suele hacerlo Juanita cuando se duerme.
Unos minutos después,  estoy de vuelta en la selva. Veo a un hombre alto y calvo parado junto al puente. Me mira extrañado cuando le hablo y me pide en inglés que le tome una foto junto a su compañera. Nadie parece haber registrado lo sucedido con Juana.
Sobre el camalote,  el yacaré grande descansa. No veo sangre en su boca ni en el agua.
"¿Qué estamos esperando?", dice una voz a mis espaldas.
Me vuelvo hacia ella. Es Juana. Está sonriente y empapada.
"¿Cómo saliste del agua?"
"¿No sabés que me encanta bucear? Nadé por abajo hasta el otro lado del puente.  Y vos,  ¿dónde te habías metido?".
Me arrodillo y la abrazo.
"Estaba buscándote”
"Bueno papi. No me retes que aquí estoy. ¿Falta mucho para ver que veamos las Cataratas?"
"No,  dale, sigamos caminando. Pero escúchame una cosa..."
"¿Qué?"
"¡Ni se te ocurra zambullirte,  en las Cataratas,  porque te matás!"
"Ay, papi,  ¿pensás que estoy loca?"
"No,  para nada"-
Sobre el camalote, el yacaré abre su boca gigante en un bostezo. Juana lo imita y se ríe. Una mariposa se posa sobre su hombro. Intento tomarle una foto pero se vuela. Seguimos caminando. Faltan más de 500 metros para llegar al mirador. Por si acaso, empiezo a hacer fuerza para despertarme.

martes, 18 de abril de 2017

FEMINISMO Y GARANTISMO


¿Cuáles fueron las escenas de garantismo misógino que dejó ver el femicidio de Micaela García a las que alude Ileana Arduino en la nota “Ni machos ni fachos”, que escribió para Anfibia? Luego de cuestionar las “generalizaciones que niegan la heterogeneidad vital del movimiento (feminista)  y empobrecen la discusión”, la autora efectúa su propia generalización estableciendo dos etiquetas: el garantismo misógino y el manodurismo clásico.
¡Ay del garantismo! No sólo la criminología mediática arremete sistemáticamente contra cualquier expresión de defensa de las garantías constitucionales o de imposición de límites al poder punitivo. Ahora también le toca que se le impute misoginia y ni siquiera puede aspirar al reconocimiento de un cierto clasicismo que en cambio la autora si concede a los apologistas de la mano dura.
“Desde su creación hace 800 años, el sistema penal en el mundo es misógino ya que su función ha sido reforzar la discriminación contra las mujeres”. La afirmación pertenece a Raúl Zaffaroni, quien ha conceptualizado la lógica del derecho penal del enemigo  para mostrarnos, luego de analizar en detalle la vindicación inquisitoria, que la estructura discursiva de legitimación del poder punitivo se mantiene sin grandes cambios hasta el presente. Cabe preguntarse entonces, si la misoginia es inherente al patriarcado y a la persecución punitiva desde la quema de brujas hasta la criminología mediática, ¿por qué, para la autora, el manodurismo destaca por clásico y el garantismo por misógino? Difícil explicarlo, pues en su nota estas afirmaciones funcionan como postulados a cuya fundamentación práctica no intenta aportar demasiados elementos.
Nos habla de un movimiento de pinzas, que tiene de un lado al garantismo misógino y del otro al manodurismo. Pero claro, los movimientos de pinzas suelen tener una coordinación, un mando articulado. ¿Es lo que sucede con garantistas y manoduristas?
Como no explicita algunos debates que podrían darle sustento a sus asertos, viene al caso mencionar que existen cuestiones en que han existido posturas diferentes entre referentes del garantismo y reclamos feministas. Así, por ejemplo, en los alcances de la tipificación del femicidio. Pero esas diferencias no deberían hacernos perder de vista que, si el problema es el patriarcado y el carácter esencialmente misógino del sistema penal, el feminismo está llamado a ser garantista y el garantismo a ser feminista. Ambos necesitan fortalecerse desde la conciencia que el debate y la lucha no se agotan en los alcances del sistema punitivo.
La autora reclama respuestas ya y se pregunta “transformaciones para cuando”. Realiza un conjunto de preguntas muy pertinentes a las que seguramente se podrían sumar algunas otras. Pero, nobleza obliga, si pensamos en nuestras asignaturas pendientes, comencemos señalando que, en doce años de innegables avances en la lucha por las reivindicaciones de género, muchas de esas preguntas fueron ignoradas o no tuvieron respuestas suficientes durante nuestro gobierno.
De eso también hablaban compañeras como Micaela cuando pedían "ir por lo que falta". En su militancia, como en la de miles de personas, la lucha contra la violencia de género, contra la violencia institucional, en defensa de la educación pública, contra los tarifazos y los despidos o por techo, tierra y trabajo, están integradas sin relegar a un plano secundario a ninguna de ellas. En el barrio, en el trabajo o en la escuela, los problemas requieren una perspectiva integral que trascienda las etiquetas y que debe tener al feminismo como una característica esencial para enfrentar no sólo al machismo inherente a la estructura de dominación patriarcal, sino también a las diversas formas en que solemos reproducirlo en nuestras  prácticas cotidianas.
Etiquetarnos menos y comprendernos más nos ayudará a construir una conciencia más cierta de los desafíos que compartimos.

viernes, 14 de abril de 2017

TACUARITA AZUL


El cazador enmascarado da dos saltos breves, rodea la rama del garbancillo y se cuelga cabeza abajo mirando hacia el racimo de drupas para atrapar una pequeña araña de un disparo certero de su pico, sin dejar huellas en la fruta amarilla. No es un héroe solitario. Él recorre los árboles y arbustos pequeños de la reserva con su compañera, que es un poco menos azulada y prefiere no llevar antifaz.
-¡Mirá, mirá!- dice el caminante del sendero a la muchacha que lo acompaña.
-¿Qué?
-Ahí, entre las ramas. ¡Una tacuarita!
-Una ratonerita.
-No, no son iguales. La tacuarita es azulada. ¡Y tiene un antifaz!
¿Sabrá el piojillo saltarín que lo llaman tacuarita azul? Los perros callejeros o los de los pueblos de mar tienen el sencillo don de responder a varios nombres y darse por aludidos ante voces tan diversas como “Tronco”, “Colita” o “Pirata”. Tacuarita ve a las personas, convive con ellas en varios países del continente pero fluye con despreocupación por las voces humanas . ¿Sabrá que algunos lo confunden con la pequeña ratonerita? ¿Y qué de su nombre científico, polioptila caerulea?  Aunque está armado con dos idiomas, es sencillo. En griego,:polios es gris, ptilon, plumaje. En latín, caeruleus es azul. Una perlita gris azulada. Su nombre en inglés rescata la intrepidez de su destreza: Blue Masked gnatcatcher: cazador de mosquitos enmascarado.
La tacuarita sigue saltando de rama en rama mientras el caminante y la muchacha procuran enfocarla con sus celulares. Él intenta un pequeño video. Ella le dispara fotos sin parar. Aparece y reaparece entre las hojas y las ramas y declina en azules y grises los haces y las sombras.
-Mirá, en esa horqueta.
-¿Avispas?
-¡No! Aquel otro es un nido de avispas- dice volviéndose y señalando la cumbre de un árbol del otro lado del camino. 
-¿Y éste?
-Esa tacita es el nido de las tacuaras.
Termina de decirlo y la hembra se posa sobre el nido, como si hubiera advertido que la muchacha no estaba convencida del todo. Luego se mete  y de a ratos asoma la cabecita inquieta.
Es el hogar que construyó la pareja de albañiles de los líquenes al inicio de la primavera.  Trabajaron juntos, procurándose fibras, plumitas, musgos, ootecas, trozos de corteza y pequeñas cerdas que hilvanaron con telas de araña y recubrieron y decoraron con líquenes. Se turnaban: cuando uno edificaba desde el hueco, el otro partía en un pequeño vuelo a buscar materiales. Cuando el enmascarado retornaba, la compañera le dejaba el lugar y hacía su pequeña búsqueda. Cuatro centímetros de profundidad y seis de diámetro fueron suficientes para ellos y los tres huevitos verdosos con pintitas castañas.
Fue un nido con suerte. Si alguien los hubiera molestado, lo habrían dejado para construir otro con rapidez. Pero no fue necesario. Allí nacieron sus pichones, sin plumas, el paladar amarillento y los ojos cerrados. Les llevaban de comer insectos y pequeñas mariposas, hasta que un día, luego de estirar las alas y arreglarse las plumas, se pararon al borde del nido y se decidieron a volar.
El caminante y su compañera se sientan en el banco de un mirador y se muestran las fotos y el video.
-Esperá -dice ella. Presiona con las uñas en su entrecejo hasta quitarle un pequeño punto negro.
-¡Duele! -protesta él sonriendo.
-No exageres.
 Le frota el pulgar por la piel como si tuviera la magia de quitarle la mácula. Luego le acaricia la sien y se besan.
En el nido, el enmascarado se entretiene quitando pequeños piojitos del cuello de su compañera. Detrás, en el bañado, tres coipos retozan en el agua espesa. El frío de la mañana ya se ha esfumado y por un instante parece imposible que alguien esté triste en la tibieza de esa tarde de otoño.

domingo, 26 de marzo de 2017

MUCHACHO


Miro por el ventanal hacia el jardín. Se ha nublado. El verdor de los árboles comienza a salpicarse de amarillos y ocres. Estoy frente al teclado y al girar la cabeza,  asomado tras la pared, veo el perfil de Juana. También mira tras el vidrio mientras las nubes grises viajan lentas.
-Papi…
-¿Qué?
-¿Sabés que estás escribiendo sin ver?
-Sí- le digo sonriendo.
-¿Y cómo hacés?- pregunta acercándose a mi lado.
-Porque sé de memoria dónde están las letras.
La miro y escribo “Juana es muy linda cuando me mira escribiendo sin mirar el teclado”. Lee y sonríe. Me da una palmada en el hombro y se vuelve a la habitación.
Hay una voz. No sé si viene de afuera o de algún aparato que quedó encendido. Una voz que canta. Bajo a ver. Viene de afuera. Salgo al jardín. Es Sandro.

La soledad es una vieja amiga que yo conocí
en esas puertas de la vida.
La soledad ya vive aquí dejó sus cosas derramadas
por rincones de la casa.
La soledad sin yo llamarla viene siempre sin aviso
cada vez que algo me pasa…

Me quedo de pie oyendo. Nunca llegó a gustarme del todo Sandro. Pero su voz envuelve la mañana, como si fuera la voz del pulmón de la manzana, como si guiara la llegada del otoño al verde. Por primera vez comprendo la fascinación.
¿Qué vecino lo escucha? Me parece que viene de la izquierda. Luego de la derecha. Luego al otro lado de la pared del fondo. Camino despacio por el jardín, como si mis pies sobre el pasto pudieran quebrar el momento. Cuando empieza a cantar Trigal, decido asomarme a la pared del fondo con la escalera pequeña de madera.

Trigo maduro hay en tu pelo...
robó quizá la luz al sol.
Yo soy el dueño de tu fruto,
soy el molino de tu amor...

Veo un tender con forma de sombrilla que sólo tiene colgada una remera de mujer. A un costado, sentado en una silla de madera, de camisa amarilla y pantalones blancos, con el pecho recostado sobre el lomo de la guitarra, está Sandro.
-¡Increíble! –El pensamiento se me escapa en esa palabra y Sandro gira la cabeza hacia mí y sonríe. Vuelve a la guitarra y empieza otra canción. Ya no hay viento y crece la resolana entre unas nubes pálidas.

Cuántas veces escondida,
llorando triste y vencida
en un rincón la he encontrado…

Termina la canción y aplaudo suavemente.
-¡Mejor que Hugo!- le digo. El encoge los hombros como preguntándose si eso no es una exageración.
-¿No tenés un cigarrillo?- dice llevándose los dedos en V a los labios.
-No fumo. Pero te traigo uno de los de mi vieja.
-Dale. Decile que se venga si está.
Me quedo quieto mirándolo. Tengo que ir corriendo a buscar el cigarrillo, pero tengo miedo de bajar de la escalera y no volver a verlo nunca.

miércoles, 22 de marzo de 2017

BUBY, FELIPE Y LA MODERNIDAD LÍQUIDA



¿Por qué levantarse un domingo a las 7.30 AM? La razón es que con Buby debemos acompañar a Felipe al cuadrangular de mini y premini que se juega en Gimnasia y Esgrima de Lomas. A ese club nos llevaban a jugar basquet Oscar y Buby hace cuatro décadas, como la pequeña multitud de padres, familiares y amigos que hoy acompaña a los niños de Gimnasia, Colón, Villegas y Temperley. Escucho en una pausa la charla técnica que siguen con atención Felipe y sus compañeros: la vocación de aprender, el juego en equipo, la solidaridad y el compañerismo, por encima del egoísmo y el resultado.
Por la tarde me distraigo leyendo acerca de Zygmunt Bauman y su concepto de modernidad líquida. Me río pensando que al describir nuestros comportamientos en las redes sociales, tiene percepciones similares a las que expresa Peter Capusotto con Garolfa, “la red social que te permite comunicarte con todos y no estar con ninguno”.
Me ven, luego existo. El extraño atemoriza e irrita hasta la supresión y el bloqueo. Evitamos la controversia o la maximizamos hasta la irritación eliminadora. Pensamos que dialogamos sin fronteras, pero el diálogo real no es hablar sólo con quienes creemos que piensan como nosotros. En vez de crecer, nuestras habilidades sociales se limitan y refugian en una nube ilusoria.
En un mundo de incertidumbres, nos refugiamos en un espacio de afinidades y cualquier disonancia es una amenaza. El más mínimo disenso puede granjearle la calificación de “trol” a quien lo formula. Tendemos a percibir más fácilmente esta realidad en las tribus ajenas que en las propias. Pero no sólo los que hablan de los kaka y de la kretina se agrupan con esa lógica. En estos días hemos visto a muchos “ricoteros” reaccionar con ira frente a cualquier comentario que insinuara un reproche para su credo. En nuestro universo kirchnerista, las expresiones de disensos suelen ser respondidas con la calificación de traidores. Si invito a un usuario de Facebook a que revise su lista de bloqueos, es probable que no recuerde por qué está allí cada una de las personas que la integran.
Pero a las redes las protagonizamos personas y ese tipo de mecanismos no nació en ellas. Cuando alguien en una reunión familiar ponía como requisito “no se habla de política” para que el encuentro no terminara en discusiones, también buscaba preservar un espacio de afinidades. Y cuando esas discusiones explotaban, muchas veces terminábamos agrediéndonos y no escuchándonos, como sucede en las redes.
El sábado por la noche vi como en TVR se divertían con un fragmento de Calu Rivero, adornando la casi nada de su discurso con una cita imprecisa de Zygmunt Bauman. Quizá también tenga que ver con cómo utilizan el lenguaje los investigadores sociales para hacer visibles sus afirmaciones. La liquidez de lo moderno puede convertirse en una nota frívola, casi un comentario “de moda”, si pasamos por alto que quienes acumulan cada vez más riqueza y poder quieren colocar en zona de liquidez todos nuestros derechos. Quienes detentan poder, nos muestran como una virtud que estemos preparados para vivir de trabajos efímeros y cambiantes. No está mal que una persona tenga recursos múltiples para ganarse la vida. Pero no les preocupa tanto la versatilidad, sino algo que les interesó siempre: mano de obra barata y descartable. Procuran blindar su posición de privilegio (que obviamente pretenden preservar de lo líquido) pero a su vez procuran ser versátiles y suelen ser veloces para acrecentar su riqueza navegando sobre las oportunidades de especulación y negocios que se van generando y que suelen tener a las mayorías –y al planeta- como víctimas. El relato de la liquidez de lo moderno como una fatalidad irreversible corre el riesgo así de adquirir un sentido similar a la afirmación del fin de la historia.
Pienso que tenía razón Heráclito cuando decía que no nos bañamos dos veces en el mismo río. La vida es movimiento, cambio constante y hasta lo más sólido y duradero puede revelarse como efímero. Sin embargo, no se me ocurre pensar que una persona que trabajó toda la vida no tenga derecho a una jubilación digna. O que debemos resignarnos y no luchar para que todos los pibes tengan acceso a los derechos que alguna vez se sintetizaron en convenciones internacionales. Y si la protección extrema puede terminar aburguesándonos, no debe ser una excusa para que nos sometan a la más cruda de las orfandades.
Aun cuando nuestro tránsito por las redes confirme en parte las afirmaciones de Zygmunt Bauman, existen en nuestras vidas comportamientos y espacios que las desmienten como destino inevitable.
Por eso vuelvo al principio. A Felipe, su abuela, su profe y a la multitud de padres y pibes que crecemos con las destrezas, las diversiones y los valores que se construyen siendo parte de un equipo y de un club de básquet. Apenas un ejemplo de diversas realidades que se construyen con el otro de manera solidaria. La familia cambió, las relaciones de pareja son más cambiantes, pero es muy raro que un hijo deje de ser un hijo y deben ser rara excepción las personas que no pueden identificar afectos que marquen toda su vida.
¿Alcanza con esto? ¿No nos dirá alguien que se trata sólo de refugios de una forma de vivir en retroceso? Así sería, si renunciamos a la lucha.
En el objetivo compartido de muchos que se confronta con el privilegio injustificado de unos pocos está el sentido transformador del disenso y de la pelea.
Ese mismo domingo por la tarde leía a Emilio Pérsico afirmando que la lucha real está en la calle y no en twitter. Si no fuera así y bastara con las redes, el gobierno no estaría obsesionado ahora con la puesta en marcha de un protocolo antipiquetes, ni enviarían policías a las escuelas para intimidar a los maestros. De inmediato recordé, en el acto de la CGT, la explosión de bronca por la ausencia de fecha para el paro y la imagen de una trabajadora increpando a uno de los triunviros, que arrodillado al borde del escenario trataba de explicarle lo inexplicable. Ese momento de la movilización, en la calle, tuvo más fuerza que todas las puteadas que durante meses han recibido los dirigentes gremiales en las redes. Es cierto que ese episodio hubiera tenido mucho menos peso si no hubiera sido amplificado y extendido por las diversos soportes a través de los cuales nos comunicamos. Pero testigos de ese cara a cara, asistíamos al valor de salir de nuestro espacio de afinidades para discutir nuestras diferencias con el otro.
No están mal las redes si no terminamos allí aislándonos en la repetición de nuestro credo. La vida es cara a cara y con los otros, sin desistir de la posibilidad de aprender y convencer y sin renunciar a la lucha. Como Buby, que luchó siempre y abrazaba orgullosa a Felipe en el club al que me llevó de niño. Por más líquida que sea la modernidad, el camino para desbaratar la soledad está en la fuerza de una mirada.

domingo, 5 de febrero de 2017

QUIÉN SOS


¿Y vos quién sos?
Inventando el oleaje
Descubriendo un oasis
En la huida del chaparrón
Desafiando a los neumáticos
De giros apurados
Vibrando con tus alas
El diapasón de la luz
Para dibujar en la paleta
De tu charco
Cada uno de los colores
De la cuadra y de la tarde.
¿Calandria quizás?
Tan huérfana
Tu cabecita
De plumitas mojadas
Se reinventa de humedad
Se camufla en los reverberos
Y se ríe del calor y de mi prisa.
¿Y vos quién sos?
El charco queda atrás
Y frente a las últimas gotas
De lluvia en el cristal
En la soledad de mi auto
Me devuelvo la pregunta.