Se paró de puntas sobre el primer escalón, apoyó las manos pequeñas sobre el borde superior, elevó la pierna izquierda por encima de su propia cabeza y giró el torso hacia la baranda para tomarse de ella y trasponer el obstáculo que durante meses le había impedido subir las escaleras que conducen a la planta alta: la puerta de seguridad para bebés, tan alta como él, ya no lo detiene. Tratamos de acompañar su crecimiento, de evitar riesgos, de poner límites. Pero no tardó en ir más allá.
¿Por qué se decidió a subir hoy? Porque quería jugar con Rocío, que sábado por medio nos visita acompañando a Carmen, su madre, que viene a trabajar a casa.
Rocío siempre soñó con una escalera que la conduzca a su propia habitación, tanto que la casa que está ayudando a construir su abuelo para que vivan ella y Carmen será a la medida de ese deseo. Creo que es por ese sueño que cada que viene a casa se pasa la mayoría del tiempo en la escalera, subiendo y bajando una y otra vez o jugando sobre los escalones. Además, la escalera termina siendo el mejor refugio para descansar un rato de Felipe, que no quiere despegarse un segundo de ella y con un tercio de sus años pareciera triplicarla en energía. Cuando lo vi cruzar con tanta facilidad comprendí que pudo haberlo hecho unos cuantos días antes. Pero hoy tuvo una razón para intentarlo, un motivo propio, ajeno a nuestras precauciones, a los controles de nuestro plan. Aterrizó sin luces, me dio la intranquila dicha de saber qué buscará sus propios límites más allá de los que le intentemos dibujar.
En unos minutos me iré a dormir. Antes, pondré la puerta de seguridad que conduce a la escalera, para que no baje si se levanta antes que nosotros. Sé que ya no lo detiene, pero como Rocío se fue a su casa, es probable que prefiera venir a despertarnos a la habitación antes que reiterar su nueva destreza.
El de hoy fue un serio aviso de que no será sencillo lo que viene. Más de una vez sus pasos transitarán por caminos bien distintos a los que nosotros le imaginemos. Me entusiasma más de lo que me asusta. Respiro hondo y doy gracias de que sea imposible volver atrás.
¿Por qué se decidió a subir hoy? Porque quería jugar con Rocío, que sábado por medio nos visita acompañando a Carmen, su madre, que viene a trabajar a casa.
Rocío siempre soñó con una escalera que la conduzca a su propia habitación, tanto que la casa que está ayudando a construir su abuelo para que vivan ella y Carmen será a la medida de ese deseo. Creo que es por ese sueño que cada que viene a casa se pasa la mayoría del tiempo en la escalera, subiendo y bajando una y otra vez o jugando sobre los escalones. Además, la escalera termina siendo el mejor refugio para descansar un rato de Felipe, que no quiere despegarse un segundo de ella y con un tercio de sus años pareciera triplicarla en energía. Cuando lo vi cruzar con tanta facilidad comprendí que pudo haberlo hecho unos cuantos días antes. Pero hoy tuvo una razón para intentarlo, un motivo propio, ajeno a nuestras precauciones, a los controles de nuestro plan. Aterrizó sin luces, me dio la intranquila dicha de saber qué buscará sus propios límites más allá de los que le intentemos dibujar.
En unos minutos me iré a dormir. Antes, pondré la puerta de seguridad que conduce a la escalera, para que no baje si se levanta antes que nosotros. Sé que ya no lo detiene, pero como Rocío se fue a su casa, es probable que prefiera venir a despertarnos a la habitación antes que reiterar su nueva destreza.
El de hoy fue un serio aviso de que no será sencillo lo que viene. Más de una vez sus pasos transitarán por caminos bien distintos a los que nosotros le imaginemos. Me entusiasma más de lo que me asusta. Respiro hondo y doy gracias de que sea imposible volver atrás.
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