miércoles, 24 de agosto de 2016

EL ORDEN NATURAL Y EL ATLÉTICO COGER


Monseñor Aguer, desde su respetable voto de castidad, ha efectuado una dura crítica a la creciente tendencia a “tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio”, tal la escueta y clara definición de fornicación que transcribe en su reciente columna de opinión en el diario El Día..
En ese contexto, ha puesto su mirada en la práctica del sexo en los juegos olímpicos, haciéndose eco del cálculo matemático de cuántos preservativos de los repartidos por los organizadores habrían tocado a cada atleta. Acuña entonces la expresión “a coger atléticamente”, empequeñeciendo la relevancia de las referencias al sexo en el deporte que en su momento efectuara otro destacado morador de La Plata, el Dr. Carlos Bilardo.
Critica la banalización y el riesgo de que el ser humano degrade su condición dedicándose a un comportamiento sexual “animaloide” en el que primen los impulsos por encima del orden natural propio de la especie.
Define al eros como carnal y espiritual, para concluir que las prácticas sexuales que ignoran la esencia reproductiva de la genitalidad y la pareja heterosexual para toda la vida como su ámbito de desenvolvimiento, destruyen esa espiritualidad.
Su contemplación crítica también lo lleva a preocuparse por el petting en lugares públicos y critica de manera drástica los matrimonios igualitarios, cuestionando que se les conceda el derecho a recibir niños en adopción.
Cita a Platón para recordar que asociaba sabiamente belleza y Eros y a  Aristóteles para destacar su reivindicación de la templanza en contraposición a la cultura del desenfreno.
Sin embargo, para aquellos griegos la homosexualidad no parecía estar situada en el orden antinatural y me resulta inevitable imaginarlos recorriendo la Villa Olímpica entre cientos de atletas de todo el mundo. ¡Cuántos potenciales discípulos en los cuales poder despertar la llama del conocimiento y la sabiduría!
“Entonces ocurrió […] tambaleándose mi antiguo aplomo; ese aplomo que, en otra ocasión, me habría llevado a hacerle hablar fácilmente. Pero después de que –habiendo dicho Critias que yo entendía de remedios- me miró con ojos que no sé qué querían decir y se lanzaba ya a preguntarme, y todos los que estaban en la palestra nos cerraban en círculo, entonces, noble amigo, intuí lo que había dentro del manto y me sentí arder y estaba como fuera de mí, y pensé que Cidias sabía mucho en cosas del amor, cuando, refiriéndose a un joven hermoso, aconseja a otro que ‘si un cervatillo llega frente a un león, ha de cuidad de no ser hecho pedazos’ Como si fuera yo mismo el que estuvo en las garras de esa fiera…” Si así afectó a Sócrates el encuentro con Cármides, ¿qué hubiera sucedido de haber tenido frente a sí a Michael Phelps? ¿Quién lo hubiera conmovido más, el nadador estadounidense o la Peque Pareto?´¿Hubiera corrido a consolar a las Leonas o se hubiera sumado a un efusivo festejo con los discípulos del terrenal Chapa Retegui?
Para quienes saben apasionarse por las discusiones filosóficas, el debate acerca de la existencia y los alcances de un orden natural que guíe la convivencia humana es apasionante. Aguer insiste en que el matrimonio heterosexual de por vida es parte constitutiva de esa naturaleza y cabe preguntarse, si el orden natural es tal como el sacerdote lo describe, por qué resulta tan difícil a las personas ceñirse al mismo y parecen tan proclives a trastocarlo.
Cierto es que esa pregunta tiene una dimensión si se la hacen Sócrates o Aguer y otra si es la preocupación de una mujer joven que, para su desconsuelo, es sistemáticamente maltratada física y moralmente por la persona que eligió pensando que podría ser su pareja de toda la vida. O si pretendemos que se la hagan los adolescentes que están movidos no sólo por el deseo y el sentido erótico de la vida, sino también por la curiosidad de empezar a descubrir las relaciones carnales. ¿Es natural obligarlos a pensarlas en la dimensión genital que reivindica Aguer?
Cabe reflexionar que existen también otros comportamientos que pareciera menos discutible definir como “antinaturales” y que, si se prefiere evitar esa conceptualización, de todos modos son claramente reprochables porque parten del aprovechamiento que el más fuerte ejerce respecto del más débil. Así, los innumerables casos de abusos de menores, la trata de mujeres o las apropiaciones indebidas de los bebés de las desaparecidas embarazadas.

Sin que nadie renuncie a sus creencias, quizá sea necesario hacer el mayor esfuerzo posible para comprender a aquellas personas que además de coger, “viven, laboran, pasan y sueñan”, como bien decía Antonio Machado. Sin ánimo de frivolizar, no estaría mal que los preservativos trajeran impresos en sus envases fragmentos de sus poemas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario