martes, 3 de abril de 2018

MUGRE


Mugre, óleo de Connie Pini

El negocio del Sr. X era la mugre.
No sólo la repartía a domicilio, la esparcía por las calles, la hacía volar por el aire, la posaba sobre la ciudad como niebla o ceniza volcánica.
También había logrado que su mugre vibrara en las pantallas, se escribiera en los zócalos, se respirara en los teléfonos, se declamara en las radios.
Mugre de personas, mugre de pasados, mugres inventadas, mugres inexistentes, mugres de unos derramadas sobre otras, mugres espiadas, presumidas, mugres deseadas.
Tanta mugre que la mayoría de las personas no conseguía hablar de otra cosa que de mugre.
Así siempre hasta que un día, a cara descubierta y a plena luz del día, alguien edificó de la nada una montaña de mierda en su hermoso jardín. Se ve que la imagen del frente de su casa repleto de heces tenía algún tipo de atractivo, porque las personas se acercaban a mirar, le tomaban fotos, las compartían con otras personas y, al menos por unos días, eran pocos en la ciudad quienes no hubieran  visto la montaña o no hubieran hablado de la escandalosa mugre del Sr. X.
-¿Cómo es posible esto? ¿Acaso hay impunidad para llenar de mugre la vida de un ciudadano honorable?- se indignó. Redactó quejas, elevó protestas, habló de su buen nombre y honor, acusó a brujas de ayer y a magos de hoy.
“No se puede vivir más así”, gritó.
Pero siguió. Había quedado manchado y su negocio ya no era él de antes, pero no sabía hacer otra cosa que vivir de la mugre.


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