¿Qué aprende una niña
entrerriana, misionera, cordobesa, santafesina o correntina? Lo mismo que un
niño porteño o tucumano: que el 9 de julio de 1816 es la fecha histórica de
declaración de nuestra independencia. Sin embargo, las provincias de esas niñas
no estuvieron en el Congreso de Tucumán. ¿Por qué? Porque habían participado del Congreso de los
Pueblos Libres y se habían declarado independientes de toda dominación
extranjera el 29 de junio de 1815 en Arroyo de la China, la actual Concepción
del Uruguay. El relato oficial retacea a las niñas y niños del litoral y de
todo el país que la historia es más compleja, que la lucha por la independencia
tuvo visiones y posturas encontradas y que los intereses porteños fueron contrarios
a la idea de una confederación de pueblos libres que impulsaba y lideraba José
Gervasio Artigas. Aquélla fue la primera declaración de independencia del Río
de la Plata y sin embargo, permanece oculta.
No se trata de
contraponer una declaración a la otra. A pesar de las diferencias y
enfrentamientos, ambas pueden valorarse como complementarias. Pero no
encontraremos rumbos razonables en el presente si nos resignamos a un relato
histórico que, como en la realidad actual, pretende instalar una única verdad y
suprimir todas las expresiones que no coincidan con ella.
¿Por qué los unitarios
vencedores en el siglo XIX y rebautizados liberales en el XX decidieron ningunear
aquella declaración de independencia?
Mientras los delegados
al congreso de San Miguel de Tucumán
fueron elegidos “a dedo” por las familias dominantes de las provincias
concurrentes, para los del congreso “de Oriente” se estableció un sistema de
elección de representantes que bien puede ser considerado como antecedente de
la Ley Sáenz Peña. Los ciudadanos de cada departamento votaban sus
representantes bajo cubierta cerrada y
sellada (sobre en blanco) que eran depositados en una urna. Aquel sistema de
sufragio universal ignorado por la historia oficial constituyó una novedad
absoluta en todo el planeta.
En Tucumán, el debate
estuvo centrado en la forma de gobierno con consenso mayoritario en la
monarquía constitucional frente a la amenaza del respaldo de la Santa Alianza a
Fernando VII y con actitud negociadora frente al avance luso brasileño hacia la
Banda Oriental.
En Concepción del
Uruguay se discutieron la política agraria y el comercio
interprovincial y con el extranjero. Se decidió
confeccionar un Reglamento para el fomento de la campaña, poblada por inmensos
latifundios que despoblaban y no explotaban las pampas litorales. El Reglamento
fue aprobado el 10 de septiembre de 1815 y constituyó la primera reforma
agraria de Latinoamérica. Disponía la confiscación de propiedades de “malos europeos y peores americanos”, adversarios de la revolución patriota, para distribuirlas entre las bases populares
que constituían la fuerza del artiguismo. “Los
más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia los negros libres,
los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser
agraciados con suertes de estancia”, disponía su artículo 6º.. El
artículo 7º establecía que “serán igualmente agraciadas las viudas
pobres si tuvieran hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los
americanos solteros, y éstos a cualquier extranjero”.
El Congreso de Oriente se
destacó por la participación de representantes de pueblos originarios. Los
representantes guaraníes de las Misiones participaron en igualdad, algo que se
había declamado sin concretarse en la Asamblea del Año XIII. “Usted dejará a los pueblos elegirlos con plena libertad para su
satisfacción”, escribió Artigas a Andresito Guacurari, quien de inmediato
lo comunicó a los pueblos indígenas a su cargo: Santa María la Mayor, San Javier, Santos Mártires, San
José, San Carlos y Apóstoles, antiguas reducciones jesuíticas.
Por razones de
distancia, los representantes de las Misiones llegaron unos días más tarde y
fueron recibidos en Concepción del Uruguay por José Artigas. Allí sesionaron en
su propio idioma y ratificaron las
decisiones del Congreso.
“He
recibido a los diputados con todo aquel afecto que esos pueblos me merecen. Si
no he hecho más en su obsequio, es porque nuestra miseria presente no nos
permite extendernos a más. Sin embargo, ellos dirán a usted cuanto yo he hecho por
agradarlos”, escribió
Artigas a Andresito, reconociéndo la “exactitud
con que Usted ha invocado los pueblos y
la liberalidad con que ellos han correspondido a nuestros votos”.
Eustaquio Aresayú y
José Evaristo Aybú representaron a Santa María, Mariano Ñanduty a San Javier,
Miguel Ibayú a Mártires y Tomás Yutipá a San Carlos. Además, Artigas menciona a
A ndreés Yacabú, con el que le manda a su hijo adoptivo “un par de pistolas para que las use en su nombre”.
José Gervasio Artigas
había adoptado legalmente a aquel joven Guaraní nacido en Santo Tomé o en Sao
Joao Borja y que había luchado junto a Manuel Belgrano en su fallido intento
por liberar Paraguay y la lucha por la independencia y la libertad de los
pueblos fue una constante de sus vidas.
Si la historia oficial
se aferra a un relato destinado a sacralizar los privilegios de unos pocos, recordar
aquella Declaración de Arroyo de la China este 9 de Julio sirve para
reafirmar que la Independencia no es un día y que la lucha de Artigas y Andresito
sigue viva.
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