martes, 18 de junio de 2019

OSCAR


Por un instante no se oyeron lamentos. Pero la carne y la piel seguían sudando ardor por encima del olor a desinfectante. “Es raro, no me dieron ganas de fumar”, balbuceó Oscar en la penumbra mientras se dejaba ganar por el silencio. Pensó en fuego. En la punta encendida de un cigarrillo, en el humo quemándole los pulmones, en el loco Arias escupiendo querosén sobre la antorcha una noche de carnaval en La Boca, en el campo de Atalaya incendiado, en las brasas de quebracho de tío Godoberto sobre la pierna engangrenada de su padre. El dolor seguía ahí. Aún tenía el impulso de salir corriendo. “¿De dónde habrá sacado fuerzas Buby para tumbarme?”. Huir. Como cuando robaron el féretro para la comparsa y tuvieron que soltarlo en el camino del policía que los seguía. Fue ese tiempo el que huyó. Sus piernas estaban allí, casi intactas, pero nunca volverían a ese lugar. Nunca más bailar tangos mientras Pugliese soltaba sobre el teclado su infalible sentido del ritmo y las muchachas suspiraban por Morán. Querer cambiar el mundo y casi morirse de nostalgia. Ese sí que era un encierro (Fragmento de mi novela "24/3/76, Historias de un día").

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