Sé bien dónde y cuándo nací. Sé lo dije a alguno de mis doctores. También a Jorge Antonio. No fue el 8 de octubre de 1895 en Lobos, sino dos años antes, el 7 de octubre de 1893, en un rancho de Roque Pérez.
Soy hijo de Juana Sosa y cuándo recuerdo a mi abuela me gusta pensar que tengo sangre tehuelche. Me parece verla, sentada en un banquito, cuereando un capón o limpiando un par de gallinas, rodeada de sus perros y sus batarazas. Y mi madre, nacida y criada en el campo, montaba a caballo e intervenía en las cacerías y faenas rurales. Lo mejor del mundo está en los humildes, no creo en los evolucionados. Mirenme: pómulos salientes, cabello abundante. Poseo el tipo y me siento orgulloso de mi origen indio. ¿Acaso no lo estaba también el general San MartÍn? Ésa es mi verdad y en diciembre de 1938, ya un hombre de 45 años, tuve la oportunidad de reconocer mi rancho y la habitación donde nací. En ese rancho empecé a mamar y gatear, ahí aprendí a querer a los perros y a los caballos y ahí me crió con su cariño mi viejita, tan fuerte, tan criolla, tan gaucha.
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