-¡ Anahul!
-Sí, abuelo...
-Ven aquí. Mira hacia el horizonte.
Se paró junto al anciano, alzó la cabeza y entrecerró los ojos, como si no distinguiera bien lo que veía.
-¿Nubes?
- No, no son nubes.
-¡Montañas! ¡Es tu cordillera!
El abuelo le había contado más de una vez a misma historia que también había contado a su padre desde la infancia.
-Mira los picos nevados. Es la cordillera más alta del mundo.
El niño se aferró al brazo del abuelo mientras contemplaba con asombro. Por un instante giró la vista hacia el anciano y vio que lagrimeaba.
El viejo percibió la mirada del niño y le pasó la mano por la cabeza.
-Tu padre no me creía. Suponía que era una fantasía de mi niñez. Pero nunca dudé de ese recuerdo. Eran los tiempos de la Segunda Guerra y desde aquí se veía la cordillera. Luego se esfumó para siempre en las brumas, pero quedó en mi memoria. Y ahora, la misma epidemia que se llevó a tu padre, nos ha devuelto las montañas nevadas.
-¿Por eso lloras?
-Lloro porque puedo verlas contigo. Y también lloro porque él no pudo verlas.
El niño se quedó pensando con ojos de cielo y nieve.
- Las está viendo, abuelo. Yo sé que las está viendo.
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