domingo, 16 de agosto de 2020

SAN MARTÍN Y SUS APROPIADORES

 


No tuvieron más remedio que incorporar la lucha emancipadora de San Martín a su relato de la historia. Pero para los unitarios el Libertador siempre fue un problema y en aquellos años, quisieron librarse de él en más de una ocasión.

Lo llamaban “cholo”, “tape” o “indio”. No existe certeza que Rosa Guarú, la niñera que lo crió, haya sido su madre, pero él se burlaba de las pretensiones de linaje y se sentía hermano de los pueblos hijos de esta tierra.

Conocemos desde la infancia la gesta que protagonizó en ese tiempo. Pero quizá valga la pena poner énfasis en algo que no solía estar presente en nuestros libros escolares: el hostigamiento a que fue sometido por la elite unitaria, expresada principalmente en las figuras de Carlos María Alvear y Bernardino Rivadavia.

Si los actos de las personas no son suficientes para definir su identidad, sus enemigos suelen servir para despejar lecturas erróneas. En Europa, José de San Martín peleó contra los franceses y a favor de la Junta  de Sevilla, que planteaba una revolución democrática en España. Cuando vino a América fue coherente con esa lucha y enfrentó la restauración absolutista.

El San Martín que nos relata Mitre es un militar talentoso y recto que libera naciones vecinas sin visión continental, carece de capacidad política y  no tiene otra relación con los pueblos originarios que utilizarlos circunstancialmente con picardía. Un siglo después, con el mero hallazgo del Plan Maitland, Terragno pretende convencerse y convencernos que estamos ante un agente inglés.

Pero su enfrentamiento con Alvear y con Rivadavia desmiente a ambos y expresa el antagonismo de dos proyectos: uno es unitario y dictatorial, con un aperturismo económico pensado desde el puerto y que rápidamente devendrá probritánico. El otro piensa en crecer hacia adentro y unir a Sudamérica.

 

 

Doce años para liberar Sudamérica

 

Desde el 12 de enero de 1812, en que arribó a Buenos Aires en la fragata Canning, y el 10 de febrero de 1824, en que, acusado de conspirador y desalentado por las luchas internas, partió rumbo al puerto de El Havre, transcurrieron 12 años y 30 días.

Cuando es puesto al frente del Ejército del Norte para alejarlo de las decisiones porteñas, las diferencias ya están planteadas y no habrá medio que Alvear descarte para deshacerse de él.

Convencido de lo infructuoso que sería encarar la guerra revolucionaria yendo por el continente hacia el norte, San Martín se aleja del Ejército del Norte y solicita a Posadas ser designado gobernador de Cuyo. En septiembre de 1814 asumió la gobernación de Cuyo e inició el reclutamiento de hombres para su ejército, liberando a los esclavos de entre 16 y 30 años a condición de que se integren a sus filas. Allí recompone sus energías y demuestra que es capaz de gobernar un territorio haciendo crecer la red de acequias y las distintas actividades económicas al mismo tiempo que impone el compromiso y el sacrificio que requiere la conformación de una fuerza militar.

Mientras Alvear es un militar atolondrado y desconfiado que termina enviando a Manuel García a ofrecer el Río de la Plata a los ingleses, San Martín demuestra su capacidad y su inteligencia a cada paso. La llegada a Cuyo de los patriotas chilenos derrotados en Rancagua será el germen de un conflicto que resolverá con sencillez y maestría. Establece buena relación con Bernardo O´Higgins y, ante los enfrentamientos que tenían con él los hermanos Carrera, decide enviarlos a Buenos Aires, donde rápidamente congenian con Alvear y establecen el objetivo de desgastar a San Martín en Cuyo a como dé lugar. Enterado de ello, San Martín aduce problemas personales para ejercer la gobernación y rápidamente Alvear envía a Gregorio Perdriel en su reemplazo. Se produce entonces una verdadera pueblada que rechaza el reemplazo, San Martín es confirmado en el cargo y sale fortalecido para seguir adelante con sus planes emancipadores.      

Pero en Cuyo hizo algo más. Juan Martín de Pueyrredón estaba desterrado en San Luis y San Martín lo invitó a un encuentro que se habían prometido dos años antes. Tuvieron largas conversaciones en las que San Martín insistió con su idea emancipadora. Pero, ¿de qué le serviría el respaldo de un exiliado? En aquellos tiempos, no eran tantos los protagonistas de la política en la Provincias Unidas y presintió o supo que, tarde o temprano, Pueyrredón sería rehabilitado. Tan valioso fue aquel encuentro que Pueyrredón, ya como Director Supremo, terminaría autorizando su expedición trasandina, a pesar del rechazo de la Logia que él también integraba y de la elite porteña que estaba más preocupada en el enfrentamiento con Artigas que en la Independencia.


Lo que para los pueblos americanos fue una gran noticia, para los unitarios era un dolor de cabeza que los llenaba de recelo y los sumía en la conspiración permanente.


En esos doce años, José de San Martín tuvo sentido estratégico para comprender que la independencia americana estaba por encima de cualquier otra reyerta y demostró capacidad para construir una fuerza militar y para gobernar liderando y haciendo crecer las fuerzas de una comunidad.


San Martín supo forjar una relación de confianza y respeto con Manuel Belgrano, con José Gervasio de Artigas y con los caudillos federales y comprendió la importancia de integrar a los pueblos originarios a la gesta revolucionaria.


Desde su primer encuentro con Bernardino Rivadavia y en las diferencias que a poco de andar surgieron con Alvear, su enfrentamiento con el poder unitario quedó de manifiesto y fue una constante que se extendió no sólo a lo largo de su vida, sino que se proyecta hasta el presente en las disputas por el relato histórico de su tiempo.


Guayaquil es el ejemplo más fuerte de una constante en su vida: sentido estratégico y capacidad de renunciamiento. Su regreso a Chile primero y luego a Mendoza estará signado por el recelo y el hostigamiento de esos enemigos.

 

 “...A mi regreso de Perú establecí mi cuartel general en mi chacra de Mendoza, y para hacer más inexpugnable mi posición, corté toda comunicación (excepto con mi familia), y me proponía en mi atrincheramiento dedicarme a los encantos de una vida agricultora y a la educación de mi hija, pero ¡vanas esperanzas! En medio de esos planes lisonjeros, he aquí que el espantoso “Centinela” (periódico rivadaviano) principia o hostilizarme; sus carnívoras falanges se destacan y bloquean mi pacífico retiro. Entonces fue cuando se me manifestó una verdad que no había previsto a saber: que yo había figurado demasiado en la revolución para que se me dejara vivir tranquilamente”. 

 

“...Mi separación voluntaria del Perú parecía me ponía al cubierto de toda sospecha de ambicionar nada sobre las desunidas Provincias del Plata. Confinado en mi hacienda de Mendoza, y sin más relaciones que algunos vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para tranquilizar la desconfiada administración de Buenos Aires; ella me cercó de espías; mi correspondencia era abierta con grosería...”.

 

Remedios de Escalada estaba muy enferma y San Martín, en enero de 1823, hace saber al gobierno de Buenos Aires su necesidad de regresar para verla. Bernardino Rivadavia se opone argumentando que no sería seguro. En realidad, Rivadavia y los unitarios eran la razón de esa inseguridad. Querían someterlo a juicio por ir a Chile con el ejército libertador en vez de quedarse a reprimir a los federales, no le perdonaban su buena relación con los caudillos y temían que pudiera asumir el protagonismo de la política en el Río de la Plata.

San Martín se sintió muy dolido de que no le permitieran ver a su esposa, y sabía que el argumento de Rivadavia era una mera excusa. En mayo de ese año se decide a viajar, pero desiste porque se entera de un atentado que preparan en su contra:

“¿Ignora Ud por ventura que en el 23, cuando por ceder a las instancias de mi mujer de venir a Buenos Aires a darle el último adiós, resolví en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron en le camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma administración”.

 

Ese era el tono descarnado en una de sus cartas a Tomás Guido. En octubre de ese mismo año, recibió una carta de Estanislao López, Gobernador de Santa Fe, de manos del Capitán Manuel Guevara.

 “Sé de una manera positiva, por mis agentes en Buenos Aires, que a la llegada de V.E. a esa Capital será mandado a juzgar por el Gobierno en un Consejo de Guerra por los oficiales generales, por haber desobedecido a sus órdenes en 1819, haciendo la gloriosa campaña a Chile, no invadir Santa Fe, y la expedición libertadora al Perú”.

“Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y la del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que a su sólo aviso lo esperaré con la Provincia en masa en el Desmochado, para llevarlo en triunfo hasta la Plaza de la Victoria. Si V.E. no aceptara esto, fácil me será hacerlo conducir con seguridad por Entre Ríos, hasta Montevideo”.

Al día siguiente, San Martín recibió la visita del coronel Manuel Olazábal, a quien mostró la carta. “No puedo creer tal proceder en el gran pueblo de Buenos Aires. Iré, pero iré solo, como he cruzado el Pacífico”, le comentó indignado. Días después, envió su respuesta a López. Le agradeció el aviso y el ofrecimiento, aunque no lo aceptó.

Años más tarde, San Martín escribía a Tomás Guido: 

“López en el Rosario me conjuró a que no entrase en la capital argentina; yo creí que era de mi honor el no retroceder y al fin esta arriesgona me salió bien, porque no se metieron con este pobre sacristán”.


De ahí puede deducirse que San Martín y López se encontraron en Rosario. El gobernador de Santa Fe estuvo allí desde el 26 de noviembre hasta el 15 de diciembre de 1823.

En diciembre de ese año, San Martín llegó a Buenos Aires y se hospedó en una quinta de la familia Escalada situada en el antiguo partido de San José de Flores. Remedios había muerto en agosto. El 10 de febrero de 1824 partió junto a su hija rumbo a Europa. 

 

¿El fin de la historia?

   

En estos tiempos de utilización sistemática del poder mediático en la construcción de la opinión pública para deslegitimar liderazgos y representaciones populares, conviene saber que esa metodología viene desde el principio de nuestra historia.

En aquella época no existían las fotocopias para reproducir manuscritos, pero hacía buen rato que se había inventado la  imprenta. A Carlos María de Alvear no le bastaba con cuadernos de anotaciones ocasionales y llegó al extremo de escribir un libro que, presentado  como autobiografía, hacía aparecer a San Martín en primera persona inculpándose de crímenes, robos y corrupciones que nunca había cometido. No disponía de canales de cable, espacios periodísticos televisivos o redes sociales como las actuales para instalarlo, pero difundía sus líbelos y brulotes en los ámbitos políticos y sociales de la época para desacreditar a su cholísimo enemigo.

Luego de años de escuchar en las aulas el relato oficial de la vida de San Martín, quizá muchos tengan la sensación que desde 1824 hasta su muerte en 1850, estuvo sentado en un sillón mirando por la ventana, observando el comportamiento de una mosca, escribiendo cartas para no aburrirse o tratando de formar el carácter de su hija Mercedes.

Sin embargo, así como no se retiró cuando dejó el Ejército del Norte para pasar a la gobernación de Cuyo, tampoco lo hizo cuando se alejó de las hostilidades y disputas internas de la política del Río de la Plata.

Tenía sentido práctico y procuraba ser útil a la causa americana. Llegó a Londres para hacer política con un objetivo central: quebrar el  frente conservador estructurado en torno a la Santa Alianza y lograr el reconocimiento inglés a la independencia sudamericana.

A su vez, beneficiado por la Ley de Olvido, Alvear había logrado volver al ruedo y había conseguido que Martín Rodríguez y Rivadavia lo nombraran a fines de 1823 como enviado diplomático a Inglaterra. ¿Su misión? La misma que se impuso San Martín.

Otra vez el tape en su camino. Ambos asistieron a una cena organizada para celebrar la independencia estadounidense a la que fueron invitados los americanos más reconocidos. Aunque el encuentro no fue más que un mal momento, según el testimonio de su secretario, Tomás de Iriarte, Carlos María de Alvear, a partir de ese momento, dedicó gran parte de sus horas a redactar un panfleto en contra de San Martín, que finalmente sería publicado en 1825 y circularía en Europa y América.

El escrito se presentaba como una supuesta «autobiografía» del Libertador. Vale la pena leerlo para darse una idea del rencor de los enemigos políticos de San Martín y hasta dónde eran capaces de llegar en plan de desprestigiarlo.

La presentación editorial del libelo era muy similar a las que vemos todos los días en los medios cuando presentan informes de supuestos casos de corrupción: 

“Sea o no obra del General San Martín este manuscrito, no es una cuestión que merezca indagarse, lo que sí interesa al lector es la veracidad de los hechos que contiene: ellos son innegables y marcados con caracteres tan exactos, con pruebas tan incontestables que solo la verdad puede producirlas”.

 

Para darle mayor verosimilitud, recomendaba panfletos que Alvear y Carrera habían producido desde una imprenta de Montevideo más otros que habían hecho circular en Chile y Perú, más algunos impresos inexistentes, como cartas personales nunca escritas o un relato falso del encuentro de San Martín con Bolívar. Allí hacía decir a San Martín que había aprendido en España algo terrible:

 “…era un error sacrificarse por el bien de los pueblos, y que era preferible inmolar sus intereses en beneficio del bien privado: esta ha sido mi máxima favorita, de donde han partido mis operaciones como hombre público en América, la he seguido con constancia, y en verdad no he tenido ocasión de arrepentirme”.

 

Luego efectúa un disparatado relato del modo en que San Martín habría resuelto avanzar sobre Perú desde Chile: 

“Mi primera intención cuando llegué a Chile fue abandonar la América, y pasar a Europa a disfrutar de mis riquezas, y a reírme de la estupidez de estos pueblos; pero no podía hacerlo sino fugándome y esto era imposible. O’Higgins y todos los comprometidos no me hubieran dejado salir de otro modo; ellos veían que a pesar de todo solo yo podía intentar el salvarlos. Chile empezaba a conmoverse, la opinión de Carrera crecía a la par de nuestro descrédito: si este se hubiera presentado en Chile en estas circunstancias, nosotros estábamos perdidos. Nos dio tiempo y esta fue mi dicha. En Chile corría peligro si permanecía: calculé que Carrera se presentaría más o menos pronto, y que su presencia sería el término de mí poder, O’Higgins creyó lo mismo, ¿qué hacer en tales circunstancias? Álvarez Jonte nos sacó de apuros. La expedición a Lima, me dijo, es el último recurso que queda; además esta expedición no ofrece los peligros que se creen; dueños del mar, si hallamos grandes obstáculos nos retiraremos, si no triunfaremos, y entonces cuán grande es el campo que se nos va a presentar. Si Carrera se presenta, O’Higgins le saldrá al encuentro; si no puede resistirlo se embarcará para Lima, en donde encontrará asilo; desde allí, después de haber arrojado a los españoles, será fácil volverlo a restablecer en Chile. Desde este momento todo se puso en actividad para emprender esta obra”.

 

También como en nuestros tiempos, Alvear llevaba el ataque a las cuestiones personales y así ponía en su boca estas afirmaciones respecto a Remedios de Escalada:

“Nadie puede imaginarse los malos tratamientos y vejaciones que he hecho experimentar a esta mujer; al fin la eché de mi lado: ella me estorbaba para mis placeres: además yo ya no necesitaba del influjo de sus parientes, y también los conocía: allí al lado de su madre arrastró esta infeliz joven una existencia desgraciada: yo ni allí la dejaba descansar, sabía su enfermedad y multiplicaba mis cartas atroces para abreviar sus días: al fin perece víctima desgraciada de mis furores. En medio de mi opulencia no la asistía con nada, y sus parientes tenían que sostenerla como de limosna. Así pereció”.

 

En su afán por mostrar a San Martín como despiadado, perverso y mujeriego, Alvear termina confirmando en su brulote el permanente sabotaje a que lo habían sometido Rivadavia, Carrera y él cuando organizaba el ejército en Mendoza: 

“Estaba yo organizando el Ejército en Mendoza cuando Zapiola que había entrado en una revolución que meditaban algunos jefes contra mí, los traiciona y me la delata; si por esta infidencia no la hubiera descubierto mis planes eran concluidos porque ella hubiera tenido efecto: este descubrimiento me fue de la mayor utilidad. Tomé medidas; dividí a los jefes entre sí; infundí desconfianzas entre los oficiales; obligaba a los jefes a que los castigasen con rigor para que se hiciesen odiosos y lo mismo con los soldados: yo entonces me presentaba para perdonar; organicé el espionaje en todas las clases del Ejército: y de este modo me aseguré y todo marchó según mis designios. Algunas mujeres me sirvieron muy bien en el ejercicio de este diabólico sistema; les hice el amor, las regalé, y alguna hubo que en Chile me vendió a su propio marido”.

 

¿Por qué tanto esmero en desacreditar a San Martín en 1825, cuando ya ha se ha alejado del Río de la Plata? El brulote que Alvear le adjudica sigue mostrándonos su verdadera preocupación:

“Voy a Europa, y abandono con la rabia en el corazón esta Ciudad de Buenos Aires que detesto, porque es el único obstáculo que encuentro a todos mis proyectos; pero no pierdo la esperanza de tomar algún día de ella una venganza ejemplar. Tiemblen entonces los autores de esa Ley que por mortificarme hicieron pasar en la Sala de Representantes, de que ninguno que no fuese nacido en la Provincia pudiese ser Gobernador: tiemblen también todos los liberales, y todos aquellos que animados de celo por su patria quieran ilustrarla para hacerla feliz”.

 

Lo quieren fuera de escena a como dé lugar: una ley de proscripción, la amenaza de juzgamiento y cárcel, hostigamiento periodístico, difusión de invenciones disparatadas sobre su persona y planificación de atentados contra su vida forman parte del arsenal unitario para poner a San Martín fuera del juego.

 

 

El americano que no pudieron desaparecer

 

El derecho a la identidad ha sido valorado en su real dimensión luego de la tragedia de las desapariciones. Pero al construir su versión de la historia, Bartolomé Mitre fue pionero en suprimir  y desfigurar identidades. Eliminó de la vida de San Martín cualquier dato acerca de su origen y  adulteró u ocultó sus posicionamientos políticos.

“También soy indio”, manifestó San Martín a los pehuenches, pero ni esa afirmación ni la participación de los pueblos originarios en las campañas del Ejército de los Andes existieron para Mitre. Tampoco el respaldo sanmartiniano a la propuesta de Belgrano de entronizar a un inca para unir a los pueblos sudamericanos.


Mitre no lo quería continentalista. Lo prefería contrapuesto a Bolívar y distante del proyecto de integración sudamericana, porque procuraba y protagonizaba una historia distinta para estas tierras.

Cuando los españoles llegaron a América, les recitaban a los pueblos originarios un Requerimiento que no entendían. Tampoco nos contará la historia oficial que San Martín enviaba a las comunidades peruanas proclamas en quichua para que se sumaran a la lucha independentista, que tendrían eco en guerrillas de mestizos e indios.

¿Podía interesarle a Mitre resaltar que como Protector del Perú, San Martín proclamó la libertad de vientres, abolió los tributos y servicios personales de los pueblos originarios, procuró extender la educación respetando las culturas indígenas y protegió los monumentos arqueológicos incaicos? Claro que no. Menos aún, que liberara de cualquier esclavitud a quienes se sumaran a las filas de su ejército, estableciera la ciudadanía americana para los nacidos en cualquier país independizado de España o suscribiera el pacto para la creación de una Confederación con la Gran Colombia.

 Aquel indio de dos mundos, ilustrado y formado militarmente en Europa pero hijo de América, se proclamaba ante todo “del partido americano. No les hubiera servido contar que era un republicano que imaginó una monarquía constitucional para encauzar el caos de la revolución, un liberal que se llevaba bien con los patriotas federales.

La construcción de la realidad desde el poder, que en el presente nos agobia con su su persistente saturación y su falta de escrúpulos, no es un recurso nuevo y viene desde el fondo de la historia.

¿Cómo cerrar estas líneas encontrando las palabras adecuadas para reafirmar de manera indudable lo que se expuso en ellas?

La tarea se facilita porque José de San Martín ya lo hizo. Sería imposible expresarlo mejor que con esta carta escrita por el Libertador el 5 de agosto de 1838 a otro de los blancos predilectos de la historiografía mitrista:

 

Exmo Sr. Capitán general D. Juan Manuel de Rosas.

Grand Bourg, cerca de París, 5 de agosto de 1838

Muy señor mío y respetable general:

Separado voluntariamente de todo mando público el año 1823 y retirado en mi chacra de Mendoza, siguiendo por inclinación una vida retirada, creía que este sistema y más que todo, mi vida pública en el espacio de diez años, me pondrían a cubierto con mis compatriotas de toda idea de ambición a ninguna especie de mando; me equivoqué en mi cálculo –a dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella época, mandaba en Buenos Aires, no sólo me formó un bloqueo de espías, entre ellos uno de  mis sirvientes, sino que me hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo de hacerme sospechoso a los demás gobiernos de las provincias; por otra parte, los de la oposición, hombres a quienes en general no conocía ni aun de vista, hacían circular la absurda idea que mi regreso del Perú no tenía otro objeto que el de derribar a la administración  de Buenos Aires, y para corroborar esta idea mostraban (con una imprudencia poco común) cartas que ellos suponían les escribía. Lo que dejo expuesto me hizo conocer que mi posición era falsa y que, por desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la independencia, para esperar gozar en  mi patria, por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía. En estas circunstancia, resolví venir a Europa, esperando que mi  país ofreciese garantía de orden para regresar a él; la época la creí oportuna en el año 29: a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la guerra civil; preferí un  nuevo ostracismo a tomar ninguna parte de sus disensiones, pero siempre con la esperanza de morir en su seno.

Desde aquella época, seis años de males no interrumpidos han deteriorado mi constitución, pero no mi moral ni los deseos de ser útil a nuestra patria; me explicaré: 

He visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hace, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón  -esto es si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio nacer.

He aquí, general, el objeto de esta carta. En cualquier de los dos casos -es decir, que mis servicios sean o no aceptados-, yo tendré siempre una completa satisfacción en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor y compatriota, que besa su mano, 

José de San Martín

2 comentarios:

  1. Mi admiración desde siempre se confirma una vez más en esta brillante nota. Elogio especial por tu juicio de valor sobre Terragno y el Plan Maitland

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  2. Notable revisión de la Historia

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