Papá.
Sólo yo puedo estar junto a papá.
Tiene 93 años y las mujeres que siempre lo cuidan ya no vienen.
Hablamos, me hace preguntas de mi vida o se queda en silencio mirándome.
Lo paro. Lo llevo al baño. Lo ayudó con su higiene. Le doy de comer. Lo siento frente al ventanal. Le enciendo la TV. Lo acuesto en la madrugada.
No me pesa, no me cansa, no me da impresión hacerlo. Es evidente que ya soy un hombre mayor y él un viejo. Es lo que debo hacer ahora. No hay recuerdo que pueda cambiar eso.
Al día siguiente empieza la fiebre. Se queja del dolor de cabeza. Llamo a los números de emergencia.
Llegan cuando empieza a oscurecer.
Lo revisan, lo interrogan. Por momentos no entiendo qué les responde. Está bien peinado: lo bañé por la tarde para bajarle la fiebre.
"Lo tenemos que internar", me dicen. Y allá vamos.
Una de las mujeres que lo cuidaba dio positivo.Lo más probable es que él también. Ahora estamos en la habitación de un hospital, con un televisor alto y una ventana pequeña.
Tose sin fuerza. Me doy cuenta que le cuesta respirar.
"Lo vamos a tener que llevar a la terapia", me explican al día siguiente. Me dicen que puedo acompañarlo hasta allí, pero no puedo quedarme. Insisto, pero no.
"¿Y qué le voy a decir? ¿Que me voy, que no volveré y que tendrá que morirse sólo?"
El médico me mira sin responderme. No hay nada que él pueda hacer para ayudarme y sólo aguarda que yo encuentre mi respuesta.
Miro a mi padre y recuerdo el día que me dijo que había muerto nuestro perro.
"Lo atropelló un auto y ya no lo volveremos a ver. Está muerto". Me lo dijo con serenidad y sin dejar de mirarme. Yo estaba muy triste, pero me hizo sentir bien que me hiciera parte de la verdad.
"Papi, te tengo que saludar", le digo una vez que lo ubican en la UTI
"¿Te vas?"
"Sí, no me dejan quedarme. Quisiera estar a tu lado..."
"No te preocupes. Todas las personas mueren solas."
Otra vez la verdad. Le beso la frente y le acomodo el pelo. Así me saludaba él cada noche.
Me acerco a la enfermera. Le dejo un celular con un cargador.
"Tranquilo, lo tendré al tanto", me dice.
No puedo volver con mi família, no puedo quedarme con.mi padre. Por ahora no tuve síntomas, pero debo permanecer aislado.
Recuerdo la primera vez que me quedé a dormir en casa de un amigo. Papá tuvo que venir a buscarme en la madrugada.
"Me duele la panza", mentí aquella vez.
Ojalá encontrara ahora una mentira para permanecer a su lado.
▪☆▪
Soy enfermera.
Un tumor ne hizo dejar el trabajo hace añios. Me llevó bastante tiempo reponerme y después tuve que conformarme con trabajar en seguridad.
Así hasta que la pandemia me dio la oportunidad de volver a lo mío. Llevo semanas trabajando en la UTI de un hospital.
Tengo fiebre y dolor de cabeza.
Al terminar la guardia pediré que me hisopen.
Supongo que me dará positivo. Pero no pienso protestar diciéndome "por qué siempre a mí". Si me toca, me toca. Sólo tendré que aislarme, recuperarme y volver. Quiero estar acá.
Miro al anciano postrado boca abajo y recuerdo el teléfono que me dejaron. Lo tengo enchufado a la pared, sobre la mesada. Lo tomo y deslizo un dedo por la pantalla. Voy a la aplicación. Elijo el contacto del hijo y escribo.
"Hola. Soy la enfermera".
El tilde celeste se enciende.
Veo que escribe.
No espero a que termine y comienzo a grabarle un audio.
▪☆▪
Me duele la espalda. Adentro, como un estallido, como si tuviese una costilla fisurada. No puedo estar más acostado. Me voy a dar una ducha.
Vino bien el calefón eléctrico que nos trajo el patrón. La verdad que aislarme acá es mejor que irme a casa. Allá somos siete en dos piecitas y una de mis hijas tiene asma.
Si puedo voy a tratar de terminar ese placard. Trabajar me cansa, pero tampoco puedo estar todo el día tirado. Nos dejaron un mazo de barajas y estuvimos jugando un rato a la noche. Pero truco de a dos, aburre rápido. Lo mismo que el metegol. Se extrañan los partidos del mediodia, la pelota golpeando contra el metal del fondo del arco y el griterío de los muchachos.
Mal que mal, con la venta virtual, había empezado a moverse y teníamos trabajo.
Desde que estamos aislados, el taller cambió. Ya no viene el zurdo a charlar y a cebar mate. Si nos contagiamos todos, seguro que el mate tuvo que ver. Y ahora que lo pienso, el patrón nunca tomaba. Zafó, pero parece que se contagió el padre. Esta mierda anda por todos lados.
Está linda el agua. Me hace bien este vaporcito que se junta. Ojalá se me pase de una vez este puto dolor de cabeza.
▪☆▪
Leo. Una amiga comparte la muerte de su padre. Mejor dicho: ahora que su padre ha muerto comparte su vida.
No sabía que ella podía escribir así. Puede que ella tampoco. En estos cinco minutos he descubierto más cosas de su vida que en todos los años que lo conozco.
¿Qué pondría yo si tuviera que contar la vida de mi padre? No sé. Intubado y agonizante, aún sigue. Sé que creció en conventillos y que cazaba pajaritos con red. Que dejó la secundaria porque los amigos también dejaban y prefirió aprender un oficio. Que era decariano y le gustaban Pugliese, Troilo y Piazzolla.
Decariano. El otro día dije esa palabra y me miraron como bicho raro. No importa quién seas o hayas sido, hoy creo que, como Julio De Caro, todo será olvidado.
Sólo hay ahora. Pero tengo ahora porque en mí viaja mi padre. Aquí también sigue respirando.
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